Las bodegas y el cambio

Es hora de que se traspase la administración de lo que no funciona a cooperativas o arrendatarios privados, como se hizo con las barberías. De esta forma, se descentraliza tanto la gran propiedad capitalista como el monopolio del Estado socialista.

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Desde que era niño y quizás por la influencia de mis padres, la medida tomada muchos años antes de expropiar las bodegas y pequeños comercios, en el año 1968, dentro de la llamada Ofensiva Revolucionaria, me pareció contraproducente y alejada del espíritu de la primera reforma agraria o de la alfabetización. La idea de que había que acabar con los grandes poderes y las riquezas concentradas en pocas personas o en compañías extranjeras obligaba a repartir, no solo la riqueza misma, sino más importante aún, los medios para producirla y los conocimientos para ser libres e independientes. Pero por razones que no tengo el conocimiento para comentarlas, ocurrió también que los dueños de bodegas –esas que había en casi cada esquina de la ciudad–, panaderías, friteros y otros pequeños comercios tuvieron que entregar su propiedad en aras de una mayor igualdad y supuestamente servir al pueblo.

En estos meses de pandemia, con el tema siempre presente de la escasez material, porque de solidaridad humana no se escasea en Cuba, combinado con el mal manejo de la producción y distribución de alimentos y otros productos, muchas personas hemos comentado la necesidad de darle a las bodegas la importancia que deberían tener, tanto para una mejor distribución como para evitar las aglomeraciones. Oyendo reclamos, el gobierno comenzó a vender productos de aseo y postas de pollo extra a precios subvencionados, lo que ha mejorado la situación. No obstante, también se ha dicho que no hay reservas para vender de forma equitativa en las bodegas todos los productos pertenecientes a las tiendas recaudadoras de divisas. Como resultado, las colas y aglomeraciones persisten, como una señal evidente de que el eslabón más flojo de la cadena en los esfuerzos por combatir la pandemia no es precisamente el de los servicios de salud, sino el de la producción y distribución de alimentos y otros enseres de primera necesidad.

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Por eso pienso que ya es hora de que, como parte de la aplicación de los lineamientos económicos para liberar las fuerzas productivas, y como continuidad de lo que ya se ha liberado, se traspase la administración de lo que no funciona a cooperativas o arrendatarios privados, como se hizo con las barberías. De esta forma, se descentraliza tanto la gran propiedad capitalista como el monopolio del Estado socialista.

Sin ser experto en el tema, se sabe que el sistema socialista ha probado ser muy eficaz con respecto a algunos sectores de la sociedad, como la educación, la ciencia en algunos campos, y la salud. Con un limitado presupuesto, se han logrado avances reconocidos internacionalmente en esos campos, por lo que debemos sentirnos orgullosos y protegerlos. Pero en otros sectores no hace falta esperar otro quinquenio, otra década u otra vida para mejorar, pues ya ha habido tiempo suficiente. Al menos bajo el bloqueo y en nuestro país, no se vislumbra una solución para que parte de la gran empresa socialista sea rentable, innovadora y eficiente. Son los mecanismos bien articulados entre las leyes de mercado y los intereses del Estado los que hay que estudiar y aplicar para que se produzca y se distribuya con equidad, al menos en estos tiempos.

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Una forma de lograr esto, a la par de minimizar los efectos del bloqueo, es que las bodegas se entreguen en forma de arrendamiento a cooperativas o actores privados que quieran administrarlas, como se ha hecho con otros servicios. El Estado cubano podría poner como condición que se mantenga la distribución de alimentos y productos necesarios subsidiados a las familias y sectores de la sociedad más vulnerables. El resto del tiempo y espacio que ahora son subutilizados por la muy reducida oferta, se emplearían según lo entiendan los administradores, dentro de la categoría de minimercado. Cada administrador establecería sus conexiones –digitales o físicas– con sus proveedores estatales y privados. 

Este tipo de comercio de barrio, que parece una solución que daría risa en cualquier parte del mundo, ya sea en Francia, Sri Lanka o Guatemala, tendría un gran impacto en nuestra economía, pues se convertiría en un catalizador para otras medidas, como liberar de forma regulada la importación de mercancías por parte de personas jurídicas o pequeñas y medianas empresas y liberar otros sectores que forman el encadenamiento productivo, como la agricultura, la pequeña industria y el transporte de carga.

Criticamos y sufrimos que EEUU impide la importación de productos por parte del Estado cubano, ya sean medicinas, alimentos y muchas otras operaciones comerciales y financieras. Pues los nuevos administradores e importadores serían una solución parcial a esas medidas injustas y criminales. Las muy vilipendiadas mulas se convertirían en agentes importadores, que contrarrestan el bloqueo. Los bodegueros y carniceros, que en algunas bodegas no tienen muy buena reputación, se convertirían en los mejores aliados y proveedores de las familias cubanas, que hoy tienen que ‘luchar’ la comida por toda la ciudad. Además, los precios se irían regulando en la medida en que hay menos escasez y muy probablemente serían más bajos que los que precios inflados y a veces abusivos que ofrecen las actuales Tiendas Recaudadoras de Divisas (TRD).

Aunque la propuesta pudiera recordar una vuelta a la propiedad privada y al capitalismo, la red nacional de bodegas plantearía una respuesta en línea con tendencias actuales sostenibles, que buscan una alternativa al capitalismo neoliberal de concentración de riquezas, como es el caso de los grandes supermercados, que promueven el uso del automóvil y han destruido el carácter de barrio y arruinado negocios locales en muchas ciudades. Esa red, insertada en los barrios, tendría un componente estatal –el espacio arrendado– y otro privado –la administración–. Es decir, parte de su función social se mantendría, además de contribuir al carácter democrático y participativo del socialismo. Esto se complementaría con el componente comercial y los muy necesarios impuestos al Estado.

Darle más poder a pequeños propietarios, arrendadores y cooperativas constituye una de las medidas para asegurar que la riqueza se genere y se quede en el país, para que haya más independencia económica y que, si se produce una ‘coyuntura’ porque EEUU detenga barcos en altamar, o multe a corporaciones que comercien con el gobierno cubano o porque haya crisis en Venezuela, esta resulte menos dolorosa. Es estar preparados para resistir, con una economía local más fuerte, lo que de todas maneras vendrá en un futuro no muy lejano: los efectos del cambio climático, con crisis alimentarias cíclicas a escala internacional, pandemias recurrentes y una avalancha de inversiones extranjeras y trasnacionales que pudieran destruir o afectar la ciudad, la cultura y la distribución de la riqueza nacional.

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Por otra parte, la red de bodegas tendría un efecto ecológico importante. El hecho de que, a menos de 300 metros, cada ciudadano cubano pueda adquirir los productos de primera necesidad reduciría los viajes en trasporte público o privado y, por ende, el gasto de combustible, el tráfico, la contaminación y las emisiones de gases de efecto invernadero. Además, ayudaría enormemente a las personas mayores que hoy en día no pueden caminar grandes distancias ni subirse de forma segura y confortable a una guagua. También ahorraría energía, al evitarse grandes superficies comerciales que requieren un gran gasto en aire acondicionado.

Foto: Wikiwand

Para terminar, un pensamiento bastante conocido de Martí, que desde hace más de un siglo es quien sigue uniendo a la gran mayoría de los cubanos (aunque, tengámoslo claro, no mientras estaba vivo; como gran hombre, también tuvo enemigos y detractores y los hubiera tenido si hubiera sido el primer presidente de la República independiente): “La riqueza exclusiva es injusta. Sea de muchos; no de los advenedizos, nuevas manos muertas, sino de los que honrada y laboriosamente la merezcan. Es rica una nación que cuenta con muchos pequeños propietarios. No es rico el pueblo donde hay algunos hombres ricos, sino aquel donde cada uno tiene un poco de riqueza. En economía política y en buen gobierno, distribuir es hacer venturosos”.1

1 J. Martí, “Guatemala”, Ed. El Siglo XIX, México 1878, en Obras Completas, p. 134.

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Nota: Este texto fue publicado originalmente en el muro de Facebook de su autor, lo reproducimos con su autorización expresa.

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