¿Llegó la hora para los profesionales en el sector privado?

La apertura del trabajo por cuenta propia a actividades profesionales es un paso imprescindible de la estrategia económica y social recientemente anunciada por el gobierno cubano, en la implementación está la clave.

Foto: Kaloian Santos

Ciertos indicios hacen pensar que soplan aires de cambio en Cuba. La COVID-19 ha venido a movilizar voluntades que parecían inertes frente a los riesgos de tomar decisiones difíciles y a las mentalidades aferradas a la ilusión de esperar resultados económicos diferentes haciendo lo mismo que por décadas se ha hecho y que la vida, más fuerte que cualquier capricho, ha demostrado su ineficacia.

La estrategia económica anunciada días atrás por el gobierno cubano parece ir en la dirección correcta pero no deja de ser una gran incógnita porque los detalles de su implementación aún no han sido convertidos en nuevas reglas del juego, ni divulgados para que podamos sumarnos con nuestras opiniones a la conformación final de las regulaciones por venir.

Los detalles prácticos y en apariencia menores, esos de los que se habla poco en las comparecencias en televisión, o de los que a algunos no les interesa saber porque leer una Gaceta Oficial tiene poco de entretenido, suelen ser los decisivos. Dicen más que un enunciado oficial o que el pronunciamiento de un alto servidor público. Es ahí y en la interpretación de los reguladores donde se gana o se pierde el juego, donde sabremos, cuando los publiquen, si en verdad vamos a romper moldes o continuaremos golpeando con la cabeza una pared que solo cederá bajo la fuerza bruta de la inteligencia y la audacia.

Uno de los “pormenores” desconocidos por el momento y que será un indicador de cuán profundo se está dispuesto a transformar el tejido económico nacional es el espacio que le abrirán, o no, a los profesionales dentro de la anunciada ampliación del sector privado, ya sea en el trabajo por cuenta propia(TCP), las cooperativas no agropecuarias o las pequeñas y medianas empresas (PYMES).

Análisis sobre la estrategia económico-social aprobada por el Gobierno cubano (II)

Hasta el día en que escribo estas líneas, escasamente hemos visto un puñado de licencias de trabajo profesional por cuenta propia, como la de programadores de equipos de cómputo, la de profesores de artes o la de traductor-intérprete que le permiten a alguien con una titulación universitaria ganarse el pan y aportar a la sociedad con sus impuestos ejerciendo la profesión para la cual empleó estudiando, como mínimo, 5 años de su vida.

Esto ha sido una seria limitante, en mi opinión, para un mayor aporte de los actores no estatales a la economía nacional y además una fuente importante de insatisfacción para miles de profesionales que, agotadas sus posibilidades de desarrollo en una entidad estatal, han terminado realizando funciones en el emprendimiento privado para las cuales están sobrecalificados o, lo que es mucho peor, poniendo agua de por medio entre la Patria y sus ansias de realización profesional y personal.

Para saber cuan sólida es esta aseveración, invito a un ejercicio simple a todos aquellos que me leen y cursaron estudios superiores. Transpórtese mentalmente por un instante a su aula de estudios universitarios. Regrese sin perder un segundo al presente. Respóndame por favor, cuántos de sus compañeros de clases son accesibles con un teléfono que tenga como prefijo internacional +53. Abundan los +1 y los +34. ¿Cierto?

¿Pero a qué se ha debido la ausencia de actividades profesionales por cuenta propia? A lo largo de estos años he escuchado infinidad de hipótesis, desde “en Cuba no quieren que ganes dinero” hasta “los profesionales son medios básicos del sistema”. Si bien los cambios en Cuba en cuanto al sector privado han estado frenados, entre otras razones, por cuestiones ideológicas o de concepción de lo que “debe ser” un país socialista, en este caso concreto considero que la explicación es mucho más terrenal y práctica: el miedo a que el sector estatal, entiéndase las instituciones públicas y las empresas estatales, se queden desprovistas de profesionales ante un eventual éxodo de estos hacia el sector privado. En honor a la verdad, este no es un drama menor.

Una pérdida brusca de profesionales en entidades de sectores claves pudiera generar un caos en el funcionamiento del país. Pero el éxodo no es una posibilidad futura, es una lamentable realidad que constituye una variable a considerar ahora mismo para la toma de decisiones. Y es mucho más grave que el movimiento desde un sector de la economía hacia otro. Es la pérdida total de uno de los recursos más preciados para cualquier nación porque la estación final de un joven profesional cubano suele estar fuera de nuestras fronteras. Incluso, para aquellos que pasan por el sector privado y tampoco encuentran en él motivos e incentivos suficientes para anclarse a esta tierra.

Por tanto, este fenómeno ha de manejarse con la perspectiva de que el sector privado no es la explicación a por qué el país ha perdido tantos profesionales. El problema es mucho más profundo y debe ser enfrentado teniendo en mente que para retenerlos hay que escucharlos, asegurarles un espacio de participación, garantizarles su realización profesional, otorgarles responsabilidades a la altura de su preparación y, por supuesto, pagarles un salario decoroso. En esto deberíamos concentrarnos y no en comparaciones que no resolverán ningún problema.

Es un mito asumir que una flexibilización del TCP para actividades profesionales provocaría un movimiento generalizado de los profesionales hacia los negocios privados. Para que ello ocurriera tendrían que darse dos condiciones que en mi opinión no se verifican actualmente. La primera, que el sector privado tuviera la capacidad de asimilar con un puesto laboral de su calificación a todos los profesionales que hoy permanecen en el sector estatal. Esta condición se desmorona cuando se analiza el entorno privado existente y se verifica que está dominado por actividades de bajo valor agregado y aunque mañana se anunciara una audaz apertura, se generaría un proceso que tomaría tiempo en el que los negocios que surgieran tendrían que ganarse, en un entorno tan complejo como el cubano, una cuota de mercado que le permita sobrevivir en primera instancia y crecer posteriormente. Igualmente habría que tener en cuenta que la capacidad del mercado para pagar por servicios profesionales es limitada, por lo que no habría de ninguna manera espacio para todos. La otra condición es que cada profesional contara con un capital, una idea y la voluntad de poner en cero el cuentamilla para arrancar un negocio por su cuenta. Las ideas pueden abundar pero si el capital escasea, realidad actual en un escenario post COVID-19, la entrada no será automática.

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En cuanto a la categoría “voluntad”, que puede sonarle a cualquiera demasiado subjetiva para un análisis serio, hay que reconocer que es determinante en el emprendimiento privado. Este suele ser una actividad riesgosa de elevada incertidumbre, donde no hay camino expedito a la riqueza ni a la estabilidad, contrario a lo que muchos piensan. En Silicon Valley sí, pero en La Habana, Trinidad o Viñales, absolutamente no. Así que, habrán, como los hay, muchísimos profesionales que laboran en entidades estatales que preferirán la estabilidad y las garantías de un empleo estatal: salario seguro (se venda o no se venda, se obtengan resultados o no); condiciones de trabajo como oficina; licencias de maternidad pagadas; vacaciones pagadas por un mes; seguridad de que no perderá su empleo; computadora; acceso a internet, tal vez transporte para llegar al centro y posibilidades de viaje. Igualmente hay sectores y profesionales que difícilmente encuentren espacio para ejercer sus actividades de forma privada porque no existen las condiciones materiales para ello. ¿Qué privado puede desarrollar una entidad que compita con las entidades del Polo Científico para mencionar un ejemplo?

Incluir actividades profesionales dentro de la ampliación del sector privado tendría entre otras ventajas:

Las autoridades deben saber que los anuncios realizados en días pasados no han pasado desapercibidos para los ciudadanos. Dentro de ellos, atentos y expectantes, están muchísimos profesionales que sin el debido reconocimiento legal y empleando de forma creativa una combinación de licencias, llevan años realizando desde el sector privado actividades tan importantes como la consultoría de negocios, el marketing digital, la comunicación, el diseño de interiores, la arquitectura, la contabilidad y la asesoría legal por mencionar algunos ejemplos. Continuar ignorándolos y negándoles un espacio para que aporten desde donde están hoy a la construcción del país que queremos sería un error político y económico.

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