Marabú en Cuba: se prolonga la infección

Campos infectados de marabú en Cuba. Foto: Norlys Pérez / Archivo.

Campos infectados de marabú en Cuba. Foto: Norlys Pérez / Archivo.

A lo lejos, la tarde dibuja las siluetas de las antiguas escuelas en el campo de Sierra de Cubitas. Del que en su momento fuera uno de los mayores planes educacionales de la Isla, hoy solo quedan el recuerdo, algunas plantaciones agonizantes de cítricos y esas grandes moles blancas de cemento, casi abandonadas.

En torno, campea el marabú. Su dominio es casi omnipresente, forma verdaderos bosques que se extienden por sobre algunos de los terrenos más fértiles de la provincia de Camagüey.

“Antes, a donde uno mirara, veía los campos de papa, los sistemas de riego, las cortinas rompeviento… Hay quien dice que el valle de Sierra de Cubitas llegó a ser un jardín, pero eso fue hace tiempo; ahora lo único que sobra aquí es la manigua”, cuenta Yurisbel, un obrero agrícola de la zona de Los Pilones que se gana la vida fabricando carbón vegetal.

Para Yurisbel el marabú es, en cierta medida, una bendición. Aunque debe pasarse días enteros “fajándose” con el tronco de la planta –“tan duro que en nada te ‘come’ el machete”– organizando la quema y velando el horno. Lo hace porque el pago final vale la pena, al menos para los estándares de la zona, donde la mayoría de la población vive de una agricultura casi de subsistencia o con los magros salarios de alguna entidad estatal.

“El mes pasado yo me gané más de tres mil pesos, y cuando saquemos este horno en limpio debemos repartirnos nueve o diez mil pesos entre cuatro. Es mucho trabajo pero se resuelve, aunque a veces hay problemas para recogernos lo producido y siempre está el ‘aquello’ de que con el dinero puede haber su demora o hasta maraña”, dice el joven carbonero durante un descanso. “Porque con este sol hay que ‘entrarle’ de a poco”.

Como Yurisbel y sus compañeros, hoy miles de campesinos se dedican a la producción de carbón vegetal, fundamentalmente a partir del marabú. Sus principales clientes son empresas como la Nacional de Flora y Fauna y Cítricos Ceballos, que intermedian en la exportación de ese combustible orgánico hacia mercados de Europa, donde el precio de la tonelada alcanza hasta 300 dólares estadounidenses.

Carbonero. Foto: Alejandro Ernesto (EFE)
Carbonero. Foto: Alejandro Ernesto (EFE)

Isla Tomada

Desde su llegada a Cuba, en un punto impreciso del siglo XIX, el marabú se convirtió en uno de los mayores dolores de cabeza para los ganaderos locales. “En el momento que uno se encontraba una matica saliendo, tenía que bajarse del caballo, arrancarla y enchumbarla bien de petróleo para matar lo que quedara. Era una regla no escrita pero que todo el mundo respetaba, como mismo sucedía con los acuartonamientos del ganado para evitar que regara semillas”, rememora Humberto Fariñas, viejo agricultor que por muchos años vivió en la zona del actual municipio de Jimaguayú, en la llamada Cuenca Lechera.

Mucha agua, buenos pastos y mejor pie de cría conformaban la “Santísima Trinidad” del buen criador, que sin embargo no podía considerarse como tal si amparaba en sus tierras el más mínimo “cayo” del espinoso arbusto.

Aun así, el marabú se extendía por grandes superficies cercanas a las costas de las antiguas provincias de Oriente y Camagüey, casi despobladas y en las que la descontrolada explotación forestal de la primera mitad siglo pasado había acabado con los bosques nativos.

Allí encontró un entorno ideal, sin la presión del hombre o las plagas que lo azotan en sus hábitats originarios del Sudeste Asiático y África. Por aquellos lares es bien difícil encontrar matorrales de la Dichrostachy Cinerea, según su nombre científico, pues su desarrollo es limitado por una amplia variedad de hongos e insectos.

Hacia la década de 1930 el marabú ya cubría unas 400 mil hectáreas del archipiélago y generaba preocupación en esferas empresariales y de gobierno, como lo refleja un proyecto de ley presentado en 1943 a la Cámara de Representantes por el entonces congresista Leopoldo Vázquez Bello. Ese documento valoraba posibles estrategias para contener la expansión de la planta, aunque no terminó en nada concreto, y luego del triunfo de la Revolución las malas prácticas agrícolas y el paulatino despoblamiento del campo nacional vinieron a sumarse a lo ya establecido, para provocar la situación actual.

El problema alcanza tales magnitudes que en 2007 el presidente Raúl Castro le dedicó buena parte de su discurso por el 26 de julio, y un año después promulgó el decreto ley 259, que tenía como una de sus prioridades el rescate de zonas cubiertas por la especie invasora.

Foto: Dunia Chinea Hernández
Marabú cortado para fabricar carbón vegetal. Foto: Dunia Chinea Hernández

Pero tanto el 259 como el decreto ley 300 de octubre de 2012 han tenido un éxito relativo. Si bien a nivel de país se manejan cifras optimistas (un 90 por ciento de tierras entregadas, un balance bastante menor ya produciendo), en territorios como Camagüey la realidad es menos halagüena.

La provincia más extensa del país enfrenta el doble obstáculo de contar con la mayor cantidad de superficies ociosas de la Isla –323 mil hectáreas– y la menor densidad de población rural: 185 mil habitantes, cerca de 13 por kilómetro cuadrado. Poca mano de obra e insuficientes recursos son los primeros obstáculos con los que tropieza la entrega de tierras aquí. Mucho más cuando en la inmensa mayoría de los terrenos se enseñorean las malezas.

“No hay quien se ponga a tumbar un marabuzal por menos de ochenta o cien pesos diarios y el almuerzo. Y eso en la mañana, porque nadie se mete en esa candela por la tarde a menos que la tierra sea suya y tenga una necesidad tremenda”, comentó a OnCuba un ganadero del municipio de Guáimaro. “Para limpiar una caballería hacen falta al menos cinco o seis hombres y un par de meses. Sale más barato hacerlo con un bulldozer, pero ni así te bajas de los 30 mil o 35 mil pesos, y enseguida tienes que cercar y meter ganado, y mantenerte arriba de los retoños que salen desde el primer aguacero. No por gusto al Estado siempre se le enmarañan los potreros que limpia y al cabo de un par de años están igual o peor que al principio”, comentó Fidel, otro ganadero presente en la conversación.

Un informe del grupo empresarial Azcuba al que tuvo acceso este reportero, a principios de año señalaba al marabú como el principal problema para la siembra de nuevas plantaciones que se impulsa al calor de la llamada política de recuperación azucarera.

Según estudios de la Oficina Nacional de Estadísticas de 2002 a la fecha la superficie agrícola de Cuba descendió desde poco más de tres millones de hectáreas a 2,6 millones, y las tierras ociosas no decrecieron –como era de suponer– sino que se mantuvieron en torno a las 900 mil hectáreas.

Tal situación deja la puerta abierta al marabú, que se mantiene ocupando grandes zonas de la isla, particularmente de las provincias de centroriente (Ciego de Ávila, Camagüey y Las Tunas), aunque a tal realidad no escapan otras de larga tradición agropecuaria como Sancti Spíritus y Cienfuegos.

Buldoceo de áreas infectadas de marabú. Provincia de Cienfuegos. Febrero 2015. Foto: Efraín Cedeño
Buldoceo de áreas infectadas de marabú. Provincia de Cienfuegos. Febrero 2015. Foto: Efraín Cedeño

¿Solución a las puertas?

Semanas atrás el ministro de Economía, Marino Murillo, ratificó que Cuba continuará la instalación de plantas bioléctricas en varios centrales azucareros. Sus principales fuentes de combustión serán el bagazo y el marabú.

Casi 800 toneladas de la planta invasora pueden cortarse consumiendo una de petróleo, señalan los investigadores Isidro Méndez y Ada Ramos, de la Universidad de Camagüey. “El combustible empleado en labores de corte y traslado es superado por el aporte energético de la biomasa obtenida. La combustión de dos a tres toneladas de esta biomasa puede producir una cantidad de energía equivalente a la generada por una de petróleo, lo que presupone una ganancia superior a las doscientas toneladas”, aseguran.

En números redondos, e incluso a los bajos precios que por estos días registra el oro negro, el ahorro alcanzaría los 80 mil USD en cada jornada de labor.

El problema otra vez radica en cómo cortar y procesar el arbusto, obstáculo ante el cual han tropezado todos los proyectos emprendidos hasta el momento. A la complejidad técnica de la labor se suman las trabas burocráticas y el pobre desarrollo de la industria sideromecánica nacional. Un caso emblemático es el de la cosechadora cañera reconvertida a “combinada de marabú” por la universidad camagüeyana.

Quince años han transcurrido desde que la idea dio sus primeros pasos y en todo este tiempo sus empeños no han pasado de un prototipo y varias pruebas de campo. Mientras tanto, muy cerca del laboratorio, el marabú se adueña del terreno.

Prototipo de cortadora de marabú desarrollada en Camagüey. Foto: AFP
Prototipo de cortadora de marabú desarrollada en Camagüey. Foto: AFP
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