Motembo: el petróleo de mi casa es particular

Pozo de gas en Motembo. Foto: Maykel González Vivero

Pozo de gas en Motembo. Foto: Maykel González Vivero.

El pozo se abre al centro de un fangal. Una serventía encharcada le roza la válvula. Amarilla y roja, para que ninguna carreta se distraiga y choque. Se añadió la cautela extra de una valla –roja, amarilla, como el fuego– para evitar que el yacimiento sea destapado y el pueblo estalle.

– Verás que está sellado –me avisó Mayibi Sánchez–. Pero está listo para cuando vengan y quieran perforar de nuevo. Cuando la Sherritt perforó, Motembo hizo así: ¡fuuu! Todo se estremeció.

La gente habla de explosiones. Te persuaden: el pueblo amenaza con volar por los aires. Motembo reposa sobre un océano de hidrocarburos que el país regurgita. La compañía MEO Australia ha acercado una chispa al polvorín. El aislamiento, la modorra del campo, la monotonía de las plantaciones frutícolas, las prisiones –hay varias en los alrededores– hacen a los motemberos desear una voladura, un estremecimiento, un cataclismo.

– ¡Qué falta hace que sea verdad lo del petróleo, a ver si arreglan la carretera! –dice un recluta que examina el terraplén desde un cobertizo destartalado en la carretera del Circuito Norte.

– Fíjate cómo es, que si hay lugares que dan petróleo van tumbando las casas –este ahora es un tipo práctico que deja colgar un brazo en las estructuras del cobertizo y el otro sobre el hombro de su mujer–. Te la hacen en otro lado. Si te dicen Gavilanes, te vas a vivir para Gavilanes.

El recluta protesta.

–Na’, na’, ¿estás loco? Eso no es así.

Se indigna la mujer.

–¡Mira, muchacho! A mí me dicen que tengo que vivir en Gavilanes y cojo perreta.

Uno que carga un fogón Daytron se encoge de hombros.

–Esa es una corporación de allá afuera, qué les importa…

–La corporación será de allá afuera –observa el recluta–, pero las leyes son de Cuba.

Las leyes cubanas concedieron a MEO Australia el derecho de buscar combustibles fósiles en Motembo, al centro del denominado Bloque 9. La empresa está obligada a informar a sus accionistas de cada inversión que realiza, y por eso este pueblo obtuvo cierta celebridad hace pocas semanas, cuando se dieron a conocer probables yacimientos millonarios en la costa norte de Cuba, entre Cárdenas y Sagua la Grande.

A MEO le tientan los bajos costos productivos y el régimen fiscal que garantiza la Ley de Inversión Extranjera cubana. MEO se jacta de jugar primero que los estadounidenses. Motembo conoce la jugada americana, la canadiense y la cubana. De Australia los motembenses esperan una carretera, y que les dejen seguir cocinando gratis con el gas de la tierra. El pozo de mi casa –aunque sea petrolero, como se verá– es particular.

Foto: Maykel González Vivero
Foto: Maykel González Vivero.

–Hace tiempo perforaron, pero lo dejaron así. Y ahora salió de nuevo eso. Ya la Sherritt parece que desistió. Pero con sus estudios y otros que puedan hacer los australianos, a lo mejor sale algo. ¡Ojalá!

Este muchacho maneja un jeep de la Empresa Agropecuaria Militar que administra las plantaciones. Motembo está ceñido por un bosque de mango y guayaba, muy regular. Entre surco y surco, un pozo.

– Allí mismo, donde acaban esos mangos, la Sherrit perforó hace pocos años.

– ¿Y en el pueblo hay pozos viejos?

– En el mismo batey hay pozos de gas. En casas, en patios. Como dos o tres.

– ¿Y el gas… sale solo?

– Sí. Perforan los pozos. Bombean y también sacan gasolina blanca, una gasolina pura.

– Tiene que haber brotado sola –le digo– porque en esa época nadie andaba perforando. Únicamente así pudieron reportarlo. Mira lo apartado que está el pueblo…

– ¡Este no! –sonríe– ¡Hay otros más apartados!

– En el mapa aparecen más lugares –muestro mi derrotero– pero no registraron los nombres.

Le cuento cómo casi extravío Motembo: bajé por error en la boca de una carretera desierta, pude llegar en camión al entronque de Las Cruces, caminé uno cinco kilómetros y ahí, en una entrada, esperé dos horas hasta que apareció el jeep.

– Al final –se pone optimista– el que puede vivir en Varadero, La Habana o Corralillo, ¡bienvenido! A mí me tocó aquí, y tengo que guapear, a ver si un día puedo irme.

– Claro.

– Tú no eres de aquí…

– No, primera vez que vengo. No tengo idea del aspecto del pueblo.

– Es un lugar tranquilo.

Motembo no tiene plaza. Hay un jardincito, en un triángulo, al centro de la calle principal, entre los consabidos edificios de apartamentos, la escuela, el círculo social. En el portal de un comedor se reúnen los ancianos, junto a un catre con bisutería, útiles del hogar, juguetes de plástico reciclado.

– ¿Ha oído el rumor de que se descubrió petróleo en el pueblo? –me atrevo con un guajiro que discute el precio de una llave de agua.

– Algo, algo de eso. Por la televisión, en Telesur. Ahí es donde se ha comentado un poco. Pero no es oficial, solo ha sido un comentario de la televisión.

– Los más viejos del pueblo decían que no había petróleo. Allá atrás abrieron un pozo –recuerda Jesús López– y aquí abrieron otro. Dos pozos. Y los sellaron. En ninguno apareció lo que buscaban.

– ¿Hace mucho tiempo?

– Hará un par de años, dos años, chico, que los abrió la Sherritt.

– ¿La gente tiene esperanzas de que aparezca el petróleo y cambie la vida?

– Dijeron eso. Que iban a traer las tuberías, que hay gas para cocinar… Pero nada hasta ahora.

“Cambiar la vida” tiene un sentido bastante doméstico en Motembo, como en cualquier sitio.

– En una casa ahí cerquita hay un pozo y cocinan con él. Pregunta allí por la mata grande.

Foto: Carlos Alejandro Rodríguez
Foto: Carlos Alejandro Rodríguez.

Me enfango para ver el pozo. Rodeo el pueblo. Me adentro en su entorno agreste y confirmo que estas minas poseen sus apóstoles y sus mártires.

Manuel del Cueto, el dueño de la hacienda, se ensució con un poco de aquella gasolina a flor de tierra, tomó una bocanada de gas. Por casualidad había descubierto uno de los primeros pozos de hidrocarburos en Cuba.

La Empresa de Perforación y Extracción de Petróleo del Centro guarda un folleto en su oficina de Motembo que hace un elogio sentimental de don Manuel, “alma y vida de aquel descubrimiento”. Su muerte precoz retrasó la explotación minera. Como cualquier mesías, Del Cueto tuvo su San Pablo en Elías Maigrot. Este francés anticipó la gestión de la empresa compatriota suya, Total S.A., que hurgaría estos campos un siglo más tarde. La petrolera, considerada una de las mayores empresas de la zona euro en cualquier rubro, anduvo por Motembo en la década de 1990. Luego se hizo cargo la Sherritt, de Canadá. Luego, nadie.

Maigrot –la Historia de Sagua la Grande, de 1905, le dedica unas líneas– ya exploraba un punto conocido como Las Bufanderas en 1880. El topónimo alude a una fumarola. En la Exposición Universal de 1900, en París, el ingeniero logró que le otorgaran Medalla de Oro a su patrón. Llevó la nafta de Motembo, la mostró, hizo que la olieran, analizaran, sopesaran.

Hasta mediados del siglo XX, tras desconcertantes intermitencias, se perforaron unos mil 500 pozos. Para 1963 asumen que la explotación ya no tiene perspectivas y debe cesar. No obstante, los registros consignan una notable producción de nafta hacia 1970.

“Actualmente –concluye el folleto– el yacimiento Motembo opera unos cinco pozos, los cuales producen gas para fines domésticos y de los que se extrae, por ‛cubeteo’, unos cuantos galones de nafta al ser limpiados”.

A cubitos sacan la nafta. A sorbitos. Y el gas destinado al consumo doméstico ni siquiera se embala. Va directamente del pozo al fogón. Motembo es una rarísima cocina a cielo abierto, una llama perenne que conmemora a sus apóstoles y mártires. La gente sabe que se cuece un negocio promisorio con MEO e invoca la protección de Maigrot y Del Cueto. Esas almas vienen a la revancha.

Foto: Carlos Alejandro Rodríguez
Foto: Carlos Alejandro Rodríguez.

– ¿Desde cuándo tienen este pozo en la casa?

Lazarito me invita al patio. Cuelga ropa lavada del cordel. A un lado de la vivienda sembraron una válvula.

– Eso lleva años ahí, desde que empezaron las perforaciones en Motembo.

– ¿Y se usa?

– Si quieres tírale una foto al fogón de gas. El pozo despacha al tanque, ahí se regula el gas y sale a las tuberías. Y después a las casas. Mira, esa manguerita da al fogón de la cocina.

– ¿Cuántas casas se benefician?

– De ese pozo cogen tres o cuatro casas para allá. La instalación la hizo la misma empresa. Dejaron de perforar y dieron la oportunidad de usar el gas natural. Ese pozo en realidad es de nafta.

– ¿Y no es peligroso? ¿Nunca ha habido un accidente?

Me preocupan las tuberías de plástico, con remiendos de cinta adhesiva. Supongo escapes, contaminación. El Banco de problemas de la empresa perforadora confirma el desastre de los conductos: “Tuberías deterioradas”.

–Nunca ha pasado nada –Lazarito me tranquiliza–. La gente de la empresa puso una protección, unos avisos. Vienen, revisan.

La oficina petrolera está en el vecindario. Encaran el pozo, como si lo vigilaran sin dejar el buró.

– ¿Aquel establecimiento –señalo al frente– depende de la empresa de Matanzas?

– Todo es de Cupet.

– ¿Y no han hablado de petróleo?

– Mi tío estuvo preguntando al personal de Cupet, y le dijeron que no se sabe nada todavía. Que si son los australianos, que si son los chinos, que si los canadienses. Pero de ahí no salen. Los que pusieron la nota en Internet fueron los australianos, pero no hay nada claro. Y así. Eso es lo que se habla.

Llega Mayibi, la madre de Lazarito. Él es maestro. Tiene 20 años. Ella administra el Círculo Social.

– ¿Le enseñaste el fogón? –pregunta, y da por hecho que me lo mostró–. El gas que viste ahí es permanente. Nunca se acaba.

– ¡Una gran comodidad!

– Es gratis. Lo apagas por seguridad. Es algo que no se agota.

– ¿Y el pozo podría servir a más viviendas?

– Sí, pero no hay tuberías –Mayibi camina por el patio–. Esas que ves ahí fueron inventadas por la propia gente. La instalación no la hizo el Estado. Eso sí –señala la válvula–. La conexión la hicieron los mismos vecinos.

– En aquel pozo de allá abajo –ahora se entusiasma–, hay gas para todo Motembo, Corralillo, Llabre, Manga Larga. ¡Tiene bastante capacidad! Pero no hay recursos para las tuberías.

–En esa carretera había un lugar donde llenaban los tanques de gas –Mayibi mira al camino–. Pero ese pozo tuvieron que quitarlo, junto con una planta de metano. Parece que estaba medio roto por los lados, como este –apunta al suyo, en el patio.

Ella conoce bien los tropiezos de las prospecciones, y tiene su propia versión sobre la exploración “infructuosa” de la Sherritt:

– Dijeron que no, pero sí encontraron petróleo. Había una piedra que rompió doce barrenas de tungsteno.

– Eso es una trampa petrolífera, una especie de cápsula. Claro –bromeo–, ¿quién sabe si los canadienses le hicieron trampa a Motembo?

– Eso es lo que salió en Facebook –Lazarito se lo inventa, pues los artículos publicados no han sido tan explícitos–. La perforación tiene que ser más profunda, por debajo de la capa de nafta.

– La palabra Motembo significa fuego en la lengua de los indios –resume la madre–. Es candela lo que hay allá abajo.

El fogón de Mayibi. Foto: Maykel González Vivero
El fogón de Mayibi. Foto: Maykel González Vivero.

– Son australianos –confirma el médico a los que esperan en el cobertizo del terraplén–. Ayer lo leí en la computadora. Lo bajaron de Internet y lo leí. Cubapetróleo hizo un contrato con esa gente por 25 años. Para el 2018 pueden romper ya.

– Australia es un país bastante desarrollado –aprueba el tipo práctico–. El médico hasta se permite una hipérbole: “Esa gente son los reyes en eso, los mejores en esas perforaciones.”

– De Australia casi nunca se habla… –parece un elogio del otro.

– Porque es un país que no se mete en problemas –la mujer suele completarle las ideas.

– Aquí hay pozos por todos lados –el médico repite lo que saben todos, y casi consiguen ver la nueva vía–. La carretera tienen que hacerla, obligados.

–Sí, sí –el recluta asiente–. La carretera por lo menos hay que hacerla, porque cuando empiecen a entrar las rastras…

–¡…se desarman! –remata la mujer.

– Hay que decirle a esa gente que tengo un tallercito de soldadura ahí –se ríe el tipo práctico.

Ella duda.

– Hay que esperar a que lleguen para ver qué pasa.

Habitantes de Motembo, a la espera de un transporte. Foto: Maykel González Vivero
Habitantes de Motembo, a la espera de un transporte. Foto: Maykel González Vivero.
Salir de la versión móvil