Postales del campo cubano

Foto: Leandro A. Pérez Pérez

Foto: Leandro A. Pérez Pérez

Cuba amanece en la campiña todos los días. Allí aún quedan quienes se restriegan la cara en una palangana vieja y ponen a colar un poco de café en el reverbero. Nadie les ha dicho que deban hacerlo siempre de esta manera, pero lo hacen. Por ese lado del mapa, donde las arrugas salen prematuramente y los dientes tienden a desaparecer de la misma forma, la Isla se despierta desde los años en que comenzó a ser país.

El pantalón es el mismo de ayer, junto a la camisa. Se calza las botas, se acomoda el machete y le planta un beso a cada vejigo. A la vieja le grita que le guarde algo de harina. Ella ha reunido suficiente madera, pese a todos los aparatos nuevos, que tiene pavor usar. La comida hecha con leña tiene un mejor sabor. Es la rutina de todos los días, de todos los años, la que no varía, la que nadie echa de menos en los medios, porque no se cuenta, porque no habla con voz propia.

Cuando cae la noche, y la soledad del campo te habla en diferentes sonidos, graznidos y relinchos, la naturaleza humana se descubre más pura y jovial.

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