Amaro, ¿volverán los turistas?

Un balneario compendia la estampa ideal de la belle époque: las señoritas pasean por la veranda, los jinetes emulan sus destrezas en el valle, las damas se adentran en la arboleda que conduce al manantial benéfico. Salutífero mejor que benéfico. Panacea universal, si el calificativo le gusta más a la niña del sombrero de paja de Italia, porque una crónica de la belle époque debe sonar tan borbollante como la fuente de aguas ferruginosas.

Casa típica del antiguo Amaro. Foto: Maykel González Vivero.
Casa típica del antiguo Amaro. Foto: Maykel González Vivero.

–Los viejos pozos de Amaro quedaban por aquellos árboles –me indica Luis, un viejo profesor–, allí estaban las casetas de baño y las duchas.

El camino se abre en la calle principal del pueblo, la Gran Vía. Que se llame como la famosa avenida de Madrid es revelador. La Gran Vía exhibe unas aceras con parterres que cualquier ciudad anhelaría. Santa Clara, sin ir más lejos, mira a Amaro con envidia, no le perdona el esplendor de esas aceras.

La Gran Vía. Foto:
La Gran Vía. Foto: Maykel González Vivero.

Aleida, una amarense de 84 años, asegura que el balneario se puso de moda después de la Guerra de 1895:

–Los mambises ganaron, quisieron descansar, y empezaron a construir casas en Amaro con unos portales altos y escaleras por dondequiera. Varios mambises vinieron a vivir en el vecindario. Había un comandante, Bermúdez de apellido. Padecía de los pulmones, y por eso vino a Amaro, que ya tenía fama de lugar curativo. Él vivió mucho gracias a las aguas medicinales.

Además de las fuentes portentosas, el pueblo goza de otras posesiones: buen clima, altura que consiente la contemplación del valle, bosques apropiados para el paseo o la caza.

–Había temporadistas que no estaban tan interesados en los baños –recuerda Germinal, un vecino–, se les veía pasar, en grupos muy animados, escopeta al hombro.

–Con el tiempo –interviene Teté–, hubo una gran piscina, rodeada de árboles, bellísima. Un manantial se derramaba allí, así se llenaba.

–Se acabó, como todo, como se acabaron los temporadistas –tercia Luis–; hoy es un organopónico.

También se construyeron chalets eclécticos. Foto: Maykel González Vivero.
También se construyeron chalets eclécticos. Foto: Maykel González Vivero.

Amaro es uno de tantos sitios malogrados: el hotel-balneario se quemó, lo sucedió el consabido caney; la mayoría de las casas de estilo norteamericano –balloum frame– han desaparecido, trituradas por ciclones y vándalos; la embotelladora de agua cedió ante el empuje centralizador, excluyente, de la marca Ciego Montero; la carretera que ofrecía mejor acceso al pueblo casi ha quedado bajo las aguas de la presa Alacranes. La ruta semeja tanto una marisma que ya viven pelícanos cerca de Amaro.

Esta es la suerte de varios balnearios: se perdió la clientela, las aguas desperdiciaron su veta, el turismo rediseñó su oferta y optó por las playas más candentes. Ahí está San Miguel de los Baños, el símbolo más rotundo de la ruina de un modelo turístico burgués y rural, elegante y medicinal, según el ideal de la belle époque cubana, cuando la mar parecía abrasadora y peligrosa.

El caney que sucedió al viejo hotel-balneario. Foto: Maykel González Vivero.
El caney que sucedió al viejo hotel-balneario. Foto: Maykel González Vivero.

Todavía en Amaro aparece algo de lo que describe un artículo propagandístico de principios del siglo XX: “La construcción del poblado se ha llevado a cabo con gusto, constituyendo la mayor parte de sus fábricas, chalets y lindas casitas que le dan un aspecto muy pintoresco; llamando la atención del viajero, encontrarse con aquellas bonitas fábricas en pleno campo de Cuba.” Otro artículo, este de la década de 1950, clamaba: “¡Amaro no es un pueblo rural!” Y no lo era. Aunque empezaba a serlo si ya necesitaba convencer de lo contrario.

Paisaje de Amaro. La presa Alacranes al fondo. Foto: Maykel González Vivero.
Paisaje de Amaro. La presa Alacranes al fondo. Foto: Maykel González Vivero.

En la Cuba que reinventa su oferta turística y ya no se conforma con vender sólo playa, ¿habrá algún espacio para Amaro? Elguea aún sobrevive por la virtud de sus aguas, en la misma región del norte villareño, y no cuenta con el paisaje amarense ni con la evocación de las señoritas en la veranda. Lo rural y lo añejo también venden. En la Gran Vía empiezan a verse algunos merenderos privados. El valle conserva el verde la belle époque. ¿Volverán los turistas a Amaro?

–Ahí siguen las aguas –responde Germinal–, falta que alguien las pruebe y descubra el sabor.

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