Rent rooms in Trinidad: detrás de la fachada

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

En su casona señorial, D. hojea la edición de turno del semanario provincial. “El inusitado auge de los hostales particulares convierte a Trinidad en referencia nacional en el desarrollo del turismo no estatal”.  Lee y no puede evitar una sonrisa.

Esta mujer fue una de las fundadoras del arrendamiento en la tercera villa de Cuba, ejercicio que si bien hoy figura entre las actividades por cuenta propia autorizadas por el Estado cubano, no siempre fue visto con buenos ojos, al menos por estos lares. “Ahora puedes tener cuantas habitaciones quieras, gente contratada, entre otras facilidades, pero lo sabroso fue al principio —afirma esta cincuentona con la potestad que le ofrecen casi dos décadas en el alquiler. Detrás del sellito azul de Arrendador Moneda Divisa, es mucho lo que se esconde”.

Hospedar extranjeros en casas particulares constituyó una de las alternativas aprobadas en la isla para garantizar el sustento familiar a mediados de los 90. Algunos trinitarios decidieron generar ingresos a partir de los últimos bríos de sus inmuebles: antiguos palacetes erigidos en las postrimerías del siglo XVIII por los potentados azucareros y sus vecinos.

“Entre 1996 y 1997 ocurrió la legalización. Al principio éramos unas veinte y pico de casas, no se necesitaba de tanto lujo: un bañito decoroso, una ducha de agua caliente, un cuarto limpio… lo que se dice un confort básico”, comenta S., otra de las arrendadoras de la primera avanzada.

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig
Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

La cifra es una minucia a estas alturas, cuando el número de hostales en Trinidad superan los 1 305 al cierre de la primera quincena de enero. En noviembre de 2014, apenas dos meses atrás, el número ascendía a 952, casi 400 casas menos que acreditan el ascenso vertiginoso del rent-room en la Ciudad Museo del Caribe.

Según los entrevistados, ciertas particularidades definieron el negocio aquí desde el inicio. “Apenas arrancando, el entonces jefe de la Dirección Municipal de Justicia estableció que había que abonar un impuesto fijo. Nadie en Cuba pagó al fisco por concepto de dicha actividad ese año, pero a nosotros nos aplicaron un extremismo trinitario”, continúa S. mientras exhibe el comprobante amarillento del ’97 como constancia y recuerdo de épocas convulsas.

Aquella suerte de experimento fue organizándose. Los improvisados formularios donde los propietarios apuntaban datos básicos de los huéspedes dieron paso al actual Libro de Registro de Arrendatarios. “Ni la Biblia ha recibido tantos cuidados como esta maravilla —explica D., con el suyo en la mano—. Antes solo lo podía llenar una persona, con una misma caligrafía y color de tinta, había que evitar cancelaciones…”.

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig
Con ciudado todavía D. conserva el primer registro de clientes. Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

Enumera además cómo el arrendador debía inscribir a los turistas, atenderlos, llevar el libro a acuñar en la Oficina del Carné de Identidad y buscar los insumos. Hoy se admiten poderes notariales y el libro se estampa en la recién inaugurada Oficina de Trámites de la Dirección Municipal de Inmigración y Extranjería. “Pero no hay quien me quite la maña de revisar mil veces la casilla. Las multas no bajan. Todavía me duelen los 250 dólares por no escribir el importe de arrendamiento”.

No todo fue espinas: “Hemos pasado las de Caín, pero gracias a esos pesitos recuperé la cocina, el patio y otros espacios perdidos por el deterioro acumulado. Con lo que arreglas un apartamento, en estas casas viejas no coges ni cuatro parches —admite D. —. Los que empezamos el negocio fuimos el pelotón suicida, pero hemos vivido un poquito mejor por encima de la media. También mejoramos en cuestiones de impuesto: antes era hasta 200 dólares mensuales por habitación, tuvieras clientes o no. Hoy oscila entre 50 y 75 atendiendo a la cantidad de cuartos y la ubicación”.

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig
Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

Trapeador en mano, Martha Jiménez García limpia el hostal donde trabaja hace más de 14 años. “Cuando se escriba la historia del alquiler en Trinidad habrá que hablar de nosotras, las ayudantes —refiere—. Hasta hace muy poco había que limpiar a puerta cerrada. Si tocaban, y era el inspector, me escondía detrás del escaparate y la dueña cogía el trapeador. A veces cambiábamos la táctica y teníamos preparada la máquina de coser, como si yo fuera la tía”, recuerda la sesentona que ahora puede tirar agua y sacudir con tranquilidad, luego de adquirir la licencia de trabajadora doméstica.

Cierta gracia también le produce a N. desempolvar un legajo de libretas y comprobantes guardados con recelo, cuyas páginas recogen el capítulo de la necesidad de justificar hasta un alfiler. “Todo, absolutamente todo lo que tú le dabas a los clientes debía aparecer en un papelito. Al terminar la compra de los sábados en la feria del mercado agropecuario, el inspector te validaba la compra. ¡Pobre de ti si te agarraban con el turista comiendo y el alimento no registrado! ¡Y cuidadito con la langosta. Ahí sí perdías güiro, calabaza y miel!”.

Lo mismo pasaba con la sal, el aceite, el pan (debían llevar la libreta a la panadería más cercana) y hasta había que pagar por los espacios donde el turista se recreaba. “¿Cómo tú ibas a explicarle a un canadiense que no podía leer en la sala, que tenía que hacerlo en el patio porque ese era el lugar que yo tenía declarado?”, se preguntan todavía.

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Interior típico de un hostal en Trinidad. Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

Trinidad vive un auge turístico incomparable. Ya resulta imposible predecir cuándo llegará “la baja”. Antes ocurría en mayo, junio, septiembre, octubre y se extendía hasta la primera quincena de noviembre. Después del 17 de diciembre de 2014, sin embargo, todo ha cambiado.

De acuerdo con la Delegación Provincial del Ministerio del Turismo (Mintur), hasta 10 000 visitantes han llegado a esta ciudad en un día. Gracias a las prestaciones del sector privado se ha logrado lidiar con semejante avalancha, pues la red hotelera desplegada en la península de Ancón, la ciudad y hasta las cumbres de Topes de Collantes no dan abasto.

Agencias de viaje estatales como Cubatur, Havanatur, Viajes Cubanacán y Ecotur han firmado más de 200 contratos con el sector no estatal para alojar allí a sus clientes, lo que también han hecho  agencias como Cubareal-Tours, Havanaholdings, Mundi-Tours, San Cristóbal, entre otras, que también operan en la villa a través de otros mecanismos.

Las casas particulares no pasan de moda por su precio más barato pero también por el trato personalizado, la posibilidad de convertirse en un ciudadano local y no un huésped de hotel, alojarse en una habitación con la decoración, estilo, muebles y demás facilidades de una vivienda cubana, así como probar comidas y bebidas típicas, observar y seguir las costumbres, escuchar e incluso practicar el lenguaje local, enumera el Boletín Hostelería Cuba, negocios y servicios con profesionalidad, publicación que llega a los buzones electrónicos de los arrendadores de la villa.

Ahora los propietarios prefieren declararse Bed&Breakfast o Casa Particular, y no tanto “hostales”, para estar a tono con el marcado de medio y alto standing. Ahora usted lo mismo puede convivir con una familia cubana bajo el mismo techo, que rentar una lujosa habitación en un hostal privado, con jacuzzi y atención personalizada las 24 horas; lo mismo puede pagar 30 CUC que 80, de acuerdo al bolsillo. Ahora se le saca partido también a apellidos, escudos y otros símbolos de un linaje a veces improbable para atraer huéspedes. Ahora lo importante es garantizar buena posición y comentarios en TripAdvisor para tener clientela.

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig
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