El día de los leales

Ha nacido un espontáneo poema visual. Una instalación de alto vuelo poético. De pronto, toda La Habana se ha llenado de sábanas blancas en sus balcones y la ciudad, así, es una imagen altamente poética.

Foto: Gabriel Guerra Bianchini (Facebook).

El sábado tuve que contener las lágrimas. Aunque fue inútil. Tener ojos vidriosos, le llaman algunos escritores a esto. Y arden. Sí, las lágrimas en los ojos arden, por eso es mucho mejor que salgan, que mojen y limpien.

La pregunta es por qué. No por qué limpian, mojan, arden, sino por qué se me llenaron los ojos de lágrimas. Ha muerto Eusebio Leal, que era mi amigo. Vi la noticia en Facebook y me entristeció y escribí un artículo sobre su muerte, pero en ninguno de esos dos momentos se me llenaron los ojos de lágrimas. El historiador de La Habana ya llevaba bastante tiempo enfermo, y lo sabíamos. Estábamos seguros de que el conductor de Andar la Habana fallecería en cualquier momento; así que su muerte no nos sorprendió a quienes lo conocíamos, ni a quienes no lo conocían personalmente, pero lo admiraban por su historia.

Escribí “Mi amigo Eusebio” desde la tristeza y la admiración, pero sin lágrimas. Es más, estuve todo el día viendo y leyendo cientos de post de cubanos y extranjeros que homenajeaban y despedían al gran Eusebio en las redes sociales, con sinceridad emotiva y elogios merecidos, pero sin lágrimas. Todos se despedían de “un gran hombre”. Pero en ningún momento se me aguaron los ojos (por cierto, gran metáfora).

Entonces, ¿por qué ahora? Desde el viernes por la noche alguien convocó a un homenaje simbólico para rendir tributo al autor de La Habana, ciudad antigua (y otros libros). Un homenaje tan simbólico como sencillo: que todos en La Habana colgaran en sus ventanas y balcones sábanas blancas. Leí el post y me pareció hermosísima la idea, pero no hubo lágrimas. Seguí leyendo, viendo fotos, comentando en post ajenos.

Foto: Gabriel Guerra Bianchini

Pero a las pocas horas otro habitante del planeta Facebook publicó varias fotos de las calles y las casas habaneras llenas de sábanas blancas “colgando en los balcones”. Fue inmediato: vi las fotos y se erizó mi piel, mis ojos se pusieron vidriosos y sentí un nudo en la garganta.

Una sábana blanca, solitaria, con un solitario crespón negro al centro, en un balcón más solitario todavía. Sábanas blancas (conté hasta 26) en una estrecha calle que da al Capitolio. Sábanas blancas y ropa blanca de distinto tamaño, en contrapicado sobre el fondo azul del cielo habanero. Trío de sábanas blancas de balcón a balcón en la que parece ser la calle Reina. Sábana blanca, solitaria también, en el patio interior de un “pasillo” habanero. Sábana blanca ondeando sobre la copa de unos árboles. Sábana blanca como banderola gigantesca recostada sobre los ladrillos de un edificio anónimo.

Foto: Gabriel Guerra Bianchini

Sábanas blancas conversando en voz baja (“¿te enteraste?”, “descanse en paz”, “qué gran hombre”) en una estrecha y húmeda y sombría y triste calle de La Habana Vieja (bajo las sábanas, callados, una mujer, un hombre, un perro y una moto).

Un matrimonio con gafas oscuras sorprendidos por el fotógrafo en el momento en que sacaban al balcón una sábana blanca. Cuatro sábanas blancas sobre el fondo amarillo de una pared descascarada.

Foto: Gabriel Guerra Bianchini

Una sábana blanca amarrada a los hierros de un balcón, con un papel encima que solo dice: “Gracias, Eusebio”. Una sábana blanca desde el ventanal de un edificio altísimo, mirando, la sábana, las azoteas de la ciudad con la “raspadura” de la Plaza de la Revolución al fondo. Sábanas blancas. Sábanas blancas. Muchas sábanas blancas, todas colgando en los balones.

Foto: Gabriel Guerra Bianchini

Los ojos me arden. Solo ahora los ojos me arden, están “vidriosos”, como diría un poeta. ¿Pero por qué? ¿Qué pasa, Alexis? ¡Ahhhh, es la Metáfora!, me digo. Es, otra vez, el poder de la poesía. El poder de la música, carajo.

Me explico. Tradicionalmente, las ofrendas a los muertos son florales o votivas (esas pequeñas velas que pueblan las iglesias). Luces y flores para perfumar y alumbrar el rumbo de los muertos. A veces también hay ofrendas con música. Réquiem de todo tipo. A veces poesía. Poemas elegíacos y panegíricos. Sin embargo, aquí, ahora, ha nacido un espontáneo poema visual. Una instalación de alto vuelo poético. De pronto, toda La Habana se ha llenado de sábanas blancas en sus balcones y la ciudad, así, es una imagen altamente poética. Hay una parte de mi cerebro que capta la triste belleza de la instalación. Una ciudad-poema. Una ciudad-metáfora. Un universo plástico y poético, improvisado.

Pienso en Gerardo Alfonso y en su ya clásica canción “Sábanas blancas», ese himno a La Habana que ha provocado, sin él saberlo ni proponérselo, este poema visual espontáneo.

Entonces lo sé. Mis lágrimas vienen de ahí. De darme cuenta del poder de la poesía, del poder de la palabra. Gerardo canta: “sábanas blancas colgada’ en los balcones”. Gerardo canta: “Habana, mi vieja Habana”. Y esa canción, esos versos, atraviesan la Isla, retratan la ciudad, calan en la memoria y en el alma de habaneros y de no habaneros. “Si algún día me desterraran / a un rincón de la tierra”, canta Gerardo, acompañado por un batir de sábanas. “Yo te juro que voy a morirme / de amor y de ganas”, cantan miles de cubanos a coro. “De andar tus calles”. Esas mismas calles, todas, se cantan a sí mismas: “y tus rincones”.

Y esas mismas calles, todas, hoy se llenan de sábanas blancas, como blancas lenguas que cantan al unísono sus propios versos: “Sábanas blancas colgada’ en los balcones”, así, con la “s” aspirada de un habanero real, de carne y verso. En la mente de todos los cantores (solistas y coros) esa canción, esa música, esos versos, hace décadas están asociados a la imagen de un hombre de menuda estatura y voz profesoral, que se quita la chaqueta ante una cámara y nos invita a andar La Habana con un tácito “¡síganme!”.

Foto: Gabriel Guerra Bianchini

Todos, al escuchar la música, los versos, el estribillo, vemos a Eusebio Leal moverse como un profe feliz entre los edificios, los balcones, las rejas, sobre esos adoquines que tanto lo respetan. Varias generaciones de cubanos tenemos asociadas, ya para siempre, la canción de Gerardo Alfonso y la imagen de Eusebio Leal desandando La Habana. O viceversa. Es el poder catódico, dirán, y sí, pero también es el poder poético. No siempre sucede.

Eusebio Leal se mueve por La Habana a dos velocidades: velocidad Gerardo y velocidad Ireno: “Vamos a andar La Habana, amor, pegándonos al mar”, canta Eusebio Leal mientras Ireno García camina despacito hacia un malecón que pertenece a todos. O viceversa. Pero es en la “velocidad Gerardo” en la que Eusebio Leal se vuelve transmediático: pasa de ser historiador de la ciudad y presentador televisivo a ser personaje de un poema oral, de una canción. Continúa su transversalidad convirtiéndose en protagonista animado de un verso-estribillo, que a su vez se convierte en verso-instalación, que a la vez se convierte en verso-fotos, y así llega hasta mí, en Facebook, hasta mis ojos, que no resisten el impacto brutal de poema tan sintético y se llenan de lágrimas. Arden. Me obligan a preguntarme por qué, y me fuerzan  a escribir para explicármelo.

Sábanas blancas colgada’ en los balcones. Ha muerto Eusebio Leal y La Habana está llena de sábanas blancas colgada’ en los balcones. Quizá pocos sepan que antiguamente el luto era blanco. Es decir, que la metáfora telar para honrar a los muertos en muchas partes de la Europa medieval era con ropa blanca, no negra. Lo cambiaron en España las Reyes Católicos con una “pragmática real” y llegó hasta nosotros el luto negro ya para siempre. Sin embargo, La Habana se ha vestido de blanco luto por Eusebio Leal, para Eusebio.

Foto: Gabriel Guerra Bianchini

Al ver esto, me emociono y pienso que este “homenaje-poemavisual-poemamusical” debería mantenerse en el tiempo. Es más, lo propongo. Todo fue tan espontáneo, tan popular, tan verdadero, que cada 31 de julio deberíamos repetir el poema. ¿O fue el 1 de agosto? Qué más da. Un día al año, cada año, en tributo a la vida y la obra y la muerte llena de vida y obra de Eusebio Leal, los habaneros deberíamos repetir este blanco ritual, en su memoria.

Sábanas blancas colgada’ en los balcones. Para siempre. Deberíamos instituir entre nuestros rituales populares —como el de las 12 vueltas a la ceiba del Templete a las 12; como el de echar el primer trago de ron al suelo para los muertos— el de sacar las sábanas blancas a los balcones y ventanas de la ciudad un día. Ese debería marcarse en nuestro calendario emocional como “el día de las leales”. ¿Se imaginan dentro de 100 o 200 años, cuando los niños pregunten a sus padres cómo y por qué surgió “el día de los leales”, esa costumbre tan hermosa de sacar las sábanas de la casa a los balcones? Entonces, los Ciro Bianchi del siglo XXII o XXIII, sin remedio, emocionados, tendrán que escribir alguna crónica contando que a finales del siglo XX y principio del XXI hubo en La Habana, la capital de Cuba, un señor historiador llamado Eusebio Leal, y también un cantante popular llamado Gerardo Alfonso, y entonces…

Porque las grandes historias comienzan por historias pequeñísimas. A los niños del futuro seguramente les arderán los ojos, los tendrán vidriosos.

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