En el muro del Malecón

Habana, octubre de 2021

Los viajeros destacaron puntos concretos como La Habana Vieja, el Malecón habanero o el Valle de Viñales, según puede comprobarse en la web. Foto: Otmaro Rodríguez

Para los habaneros no hay sitio más icónico y entrañable que el Malecón. Puede que los visitantes prefieran la belleza del Capitolio, o el pintoresco entorno del centro histórico, o la monumentalidad y el simbolismo de la Plaza de la Revolución, pero para quien nació o ha vivido en La Habana nada puede igualarse al añejo muro que sirve de frontera entre la ciudad y el mar.

Malecón de La Habana, Cuba. Foto: Otmaro Rodríguez

El Malecón es mucho más que la tantas veces repetida postal de una pareja que contempla abrazada la puesta de sol desde su porosa superficie. O la del imbatible faro del Morro en la distancia, mientras un barco cruza la entrada de la bahía. O la del oleaje furioso que salta el concreto y baña de golpe a un antiguo automóvil que corre por la avenida. Es eso, sí, pero también miles y miles de imágenes menos turísticas, más cotidianas, que se entrecruzan día tras día, y que fueron abruptamente cortadas por la pandemia.

Malecón de La Habana, Cuba. Foto: Otmaro Rodríguez

Malecón de La Habana, Cuba. Foto: Otmaro Rodríguez

Malecón de La Habana, Cuba. Foto: Otmaro Rodríguez

Las imágenes de los curtidos y persistentes pescadores, que no descansan en su porfía personal con sus pretendidas presas. Las de familias y amigos que hacen campamento en el muro y dejan atrás las horas y las preocupaciones diarias de la vida. Las de padres amorosos que llevan a sus hijos a descubrir el horizonte y a disfrutar de la refrescante brisa marina. La de vendedores ambulantes y músicos de esquina que intentan conquistar a citadinos y visitantes para ganarse honradamente los frijoles. Las de jóvenes y no tan jóvenes que trotan a lo largo de la roída acera, bautizados por las salpicaduras.

Malecón de La Habana, Cuba. Foto: Otmaro Rodríguez

Imágenes como estas, y como muchas otras, con edificaciones derruidas o restauradas como escenografía, se han repetido durante años y años en el Malecón habanero. Muchas de ellas no han sido quizá guardadas en una foto, pero sí en la memoria de quienes las vivieron, de los hombres y mujeres que han vuelto a repetirlas cada vez que han podido. Y ahora, esas imágenes y sus protagonistas han regresado a la célebre construcción, una vez levantado el veto a su disfrute por las autoridades de la capital cubana.

Malecón de La Habana, Cuba. Foto: Otmaro Rodríguez

Gracias a ello, y a la mejoría de la situación sanitaria en la ciudad, el Malecón ha vuelto a ser “el sofá más largo de Cuba”, el sitio preferido por amigos y enamorados, el de los pescadores empedernidos y corredores silentes, el sitio más romántico y democrático de La Habana, donde todos caben y todos se dejan seducir por la belleza y el magnetismo del lugar. Y aunque por ahora el acceso sigue teniendo un horario limitado, muchos sueñan ya con volver a pasar allí las madrugadas y ver salir el sol frente al mar, mientras La Habana, a sus espaldas, termina de sacudirse las sombras de la noche.

Un grupo de adolescentes en el Malecón de La Habana, tras su reapertura a la población. Foto: Otmaro Rodríguez.
Personas en el malecón de La Habana, tras el inicio de la desescalada en la ciudad. Foto: Otmaro Rodríguez.
Personas en el malecón de La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.
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