En Playa Mayabeque todo se vende

Playa Mayabeque

Foto: Santiago Batisdona.

Érase una vez un río. El resto vino después. Personas, botes, casas, animales y puentes. Pero antes ya estaban los peces. Y lo más importante, sin riesgo de ciguatera (al menos eso aseguran). Ese es más menos el panorama de Playa Mayabeque, un sitio para disfrutar del verano, ya sea en aguas frías y dulces o cálidas y saladas.

En los meses de julio y agosto, el asentamiento se convierte en el epicentro de la vida de Melena del Sur; casi todas las casas se alquilan, y las que no, tienen un negocio que proporciona grandes ingresos. Por ejemplo, el alquiler de cámaras de carros y tractores, las más pequeñas a cinco pesos la hora y las más grandes a diez; en ocasiones pueden contarse en el río más de quince de esos salvavidas alternativos, así que hagan el cálculo ustedes. Otros tienen canales particulares y para su uso se debe pagar un peso; también está quien alquila su bote y por diez pesos da una vuelta por la costa.

Es solo un ejemplo de cómo la desembocadura del Mayabeque se convierte en el paraíso del lucro. Además de los productos habituales, como las pizzas, churros y demás combinaciones posibles entre harina y grasa, cuentan con un plato oriundo del municipio: el mollete melenero. Elaboración: se le abre un orificio al pan, se le sustrae un poco de miga y se le atiborra con carne de cerdo y se tapa con la misma masa retirada; luego se moja en huevo batido y se fríe al gusto en un recipiente con abundante aceite (Fe de erratas: en caso de elaborarse para la venta, donde dice carne de cerdo sustituir por picadillo de soya). A cinco CUP se vende este remedio casero contra la borrachera con un éxito inimaginable.

Pero quienes en realidad salen con mayores ganancias durante las vacaciones son los vendedores de productos de tienda. En Playa Mayabeque solo hay un quiosco con muy poco surtido; el producto estrella de esta sucursal de ARTEX es un Ron Santero tan adulterado que cuando te das dos tragos el Santo del imagotipo parece un blanco vestido de negro con un balón de básquet entre las piernas. En Cuba cuando se adultera una bebida, la hacen más fuerte que la original, en lugar del bautizo lógico para vender más con menos. Quizás ese sea uno de los motivos del éxito de los molletes, las facilidades para adquirir una borrachera.

El resultado del desabastecimiento del quiosco es que los precios de la cerveza y refrescos están por los cielos e incluso las manzanas y las chucherías también parecen importadas de otra galaxia. No obstante, las ventas son astronómicas.

Pero el Rey de la zona es el pescado, que se encuentra en minutas o frito, pero sobre todo crudo. ¿De qué sirve ir a la costa sur si no te comes una cubera al carbón o una buena picúa sin riesgo de ciguatera? ¿O una langosta? Es como ir a Paris y no tomarse una foto con la Torre Eiffel. Ahí los precios están asequibles y mucho más baratos que en la capital cubana. Por supuesto, como hay un río, también hay clarias; todos los días, unos niños de siete u ocho años pescan tres o cuatro de esos devoradores de ecosistemas. Para ellos es como una práctica antes de saltar a las grandes ligas, el mar.

Los niños de allí padecen de una sobredosis de valor para su edad. En la mañana puedes encontrarte a una niña de ocho años con una rana-toro en sus brazos a la que le habla como si fuese un perro. “Pancho, quédate quieto para que te tiren una foto”. Más tarde, otra de diez se pasea con una cría de tiburón martillo en sus manos y, como si no les bastase con el trofeo, explica que este es el tercero del día.

¿Y cuál es el motivo de tantos visitantes en Playa Mayabeque? El río. Cuando el calor aprieta en junio, julio y agosto, el agua fría, bien fría, es la solución. Cristalinas al amanecer y revueltas como lodo a media mañana, el río se convierte en el centro de la vida del asentamiento. Si a alguien se le cae un arete o cadena durante el día, no hay manera de encontrarlo. Por eso, cada mañana, a las seis y media, un señor de cuarenta y tantos se lanza al agua con una careta para buscar un posible botín antes de que los visitantes vuelvan a tomar al río por asalto.

Dos puentes de diferentes alturas funcionan como trampolín. Más alejado de la desembocadura está el balneario La palmita, más frío y limpio, y con menos bañistas.

Los meleneros tienden a cuidarse la piel. Las enguatadas negras, amarillas y rojas, en ese orden, son el último grito de la moda para darse un chapuzón. Las mujeres también usan prendas llamativas: bobitos, pijamas casi transparentes y otras piezas elaboradas para seducir se convierten en accesorios para proteger la piel y de paso, lucir bien. Por el contrario, en las noches, las camisetas, shorts y blusas son las tendencias; efectivo contra el calor, fatal contra los mosquitos.

Otros personajes interesantes de la zona son los perros. Como el calor es tan insoportable debido a la alta humedad, muchos se dan un chapuzón en el río; incluso se sientan en la orilla con el agua hasta el cuello y dan algunos lengüetazos para refrescar el paladar. A otros sus dueños los levantan en peso por la cadena, como si los estuviesen ahorcando, y los lanzan al agua. Playa Mayabeque está llena de perros; en casas abandonadas, en botes con pescadores, dormidos frente a una botella de ron, son parte de la fauna local, como los mosquitos, los caracoles y los peces. Los gatos son pocos, por eso de que no les gusta el agua.

Caminar por la playa tiene algo especial, y no es debido a la belleza del mar ni nada por el estilo. Las casas están ubicadas en la costa, con el mar como patio, tanto que uno siente que está invadiendo un espacio privado cuando avanza por la arena o el agua; algunas tienen una casetica en la orilla para protegerse del sol, o una pequeña ensenada particular. Eso te hace sentir cierta envidia, no poder sentarte en un sillón, con tu perro a los pies mientras tomas un café mirando al infinito o salir a eso de las cinco de la tarde a darte un chapuzón, refrescar el cuerpo y seguir cocinando un delicioso pargo con la única preocupación de no atragantarte con una espina.

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