Enamorado de un oficio “en extinción”

Fotos: Lorenzo Crespo Silvera

Hay mil mariposas en la casa de Claudio Brown Jacobo, biólogo y taxidermista guantanamero. Están quietas, en cajas entomológicas que las protegen con naftaleno de los insectos nocivos y con un cristal de las manos de los curiosos. Muchas de ellas, hace casi 30 años, dejaron de revolotear por los jardines de la ciudad o en las serranías de la provincia.

Los insectos, especialmente estos, son la gran pasión científica de Claudio. La taxidermina, su especialidad, que en Cuba es casi tan rara como algunas especies y que para este científico “está en peligro de extinción”, se basa en la captura y conservación de especies  que luego diseca devolviéndoles la apariencia de vivas y facilitando su posterior exposición y estudio.

Sus trabajos conforman las colecciones de las salas de Flora y Fauna de los museos de la ciudad de Guantánamo, Baracoa y Caimanera. Aunque difícilmente, sólo con ver sus mariposas, el ciudadano ajeno a esas labores podría imaginar las altas dosis de perseverancia, paciencia y pasión que necesita la taxidermia.

“El relieve montañoso que tenemos y nuestro régimen pluvicida es un verdadero refugio para ellas, pero yo también trabajo con otros animales. Tengo sin acabar una colección de patos salvajes, a los cuales cazo cuando me autorizan la dirección provincial de Patrimonio y el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA)”, explica Brown.

En Cuba, la Ley 81 del Medio Ambiente dicta, en su artículo 87, que únicamente el CITMA condiciona, restringe o prohíbe la caza o exportación de especies que pueden afectar con su desaparición la conservación de la biodiversidad nacional, están sujetas a regulaciones internacionales o incluidas en el “libro rojo” de los animales en peligro de extinción.

Mariposas

La colección de mariposas la empezó en 1983 -según dice- porque esos son los insectos más bellos del mundo y pueden ser macabros y angelicales al mismo tiempo. En estado larvario, explica, son devastadoras para las siembras de caña o de yuca, en tanto como adultas además de ser hermosas polinizan los cultivos.

“De las 195 especies de mariposas reportadas en la Isla, 135 están representadas en Guantánamo y de esas yo tengo alrededor de unos mil ejemplares”, dice el científico.

Él las caza delicadamente, con un jamo, para que no se hagan polvo entre las manos, luego usando unas prensas las diseca y espera dos o tres días a que concluya el proceso. Finalmente, para distinguirlas, las exhibe por familias y con los nombres de cada ejemplar, diferenciando entre hembras y machos.
Más de siete especies de mariposas, extrañas y hasta el momento sin nombre, aparecidas en el territorio tras el terremoto de Haití, en el 2010, integran su colección.

“Tengo también algunas de las más raras de Cuba, entre ellas la Atlantea Perese, autóctona de los pinares de Baracoa y que doné al museo provincial. También poseo un ejemplar de la muy arisca Arystoemus, ejemplar  que capturé en los 80 y que nunca más he vuelto a ver”.

El coleccionista tiene además en su muestrario otras especies autóctonas, pero extrañas de ver en la zona. Tal es el caso de dos Eurytides Celadon, invalorables, bellísimas, capturadas una en la comunidad guantanamera de Costa Rica, y otra, en la de Hatibonico.

Todas son guardadas en un espacio de su hogar, pequeño, apretado, al que llama su “cuarto de mariposas”. De las paredes cuelgan las pocas cajas entomológicas que caben en las paredes, las otras por falta de espacio han ido a parar a un cajón enorme encima de un armario.

El arte de disecar

Cuenta el taxidermista que su oficio no es fácil y entraña muchos peligros en manos irresponsables. Por eso, advierte, los animales disecados no pueden ser vendidos. Su comercialización está prohibida y quien viole esta regulación corre el riesgo de parar tras las rejas o destitulado.

Acto seguido, narra las difíciles particularidades de su oficio.

“Cuando salgo a capturar animales lo hago solo o uso cazadores, porque hay algunos difíciles de atrapar como los patos migratorios que se tiran en el centro de las presas, o los gavilanes, las cotorras, los cateyes. Esos necesitan de un ojo adiestrado en el disparo a más de 30 metros.

“Normalmente tengo que esperar muchas horas hasta que aparezca el animal, o calcular los momentos en que usualmente come. Hay que conocer sus hábitos, ser observador, y tener cuidado para no destruir la pieza al cazarla”, puntualiza.

Cuando regresa a su hogar, a veces tras 20 días por las serranías, el taxidermista comienza, allí mismo, en su patio, la disecación. Para eso usa prensas, productos químicos (tetromorato de sodio, formol, naftaleno e insecticidas) y polvos curtientes (alumbre potásico, arsénico, sulfato de cobre).

El proceso, que puede demorar un día completo en mamíferos o tres horas en insectos, es el siguiente: se practica una incisión ventral por donde extrae músculos y huesos, la piel liberada se trabaja con los polvos y con alambres se fabrica el cuerpo artificial que después se introduce en la piel.

Luego se cose y, respetando las características del animal, le da la forma y expresión que estime o le soliciten las instituciones científicas interesadas en la pieza.

“Es un oficio que ha ido extinguiéndose. Sin embargo, solo la taxidermia permite que los más jóvenes conozcan  las especies de su país y de otras regiones.

“¿Te imaginas que sería del conocimiento si no se conservara, por ejemplo, una pareja de Carpintero Real -ave en peligro de extinción- en el Museo Tomas Romay, de Santiago de Cuba? ¿Cómo se demuestra que en realidad existió?, cuestiona Brown seguro de que sus mariposas y otras aves, podrían perdurar, tras cristales y en el lugar adecuado, por los siglos de los siglos.

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