Escombros I

Este es un escrito tardío. Culpa nuestra. Debo ser –lo reconozco- muy mala periodista. Este es un escrito que debía haberse publicado hace más de un mes, cuando sucedieron los hechos. Hace más de un mes debíamos haber ido a saber qué pasaba en Oquendo 308, en Centro Habana, que la gente dormía en la calle, tirada en las aceras, que allí en la calle ponían la parrilla y cocinaban, y que la gente estaba furiosa e indignada allí, en Oquendo 308.
Y como este es un escrito tardío, no se pueden atrasar más los hechos: en la madrugada del 28 de febrero hubo un derrumbe en el edificio Arbos, donde vivían casi 600 personas.

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La noche del 27 de febrero se veía tranquila. Y si la noche se veía tranquila, la madrugada también debía serlo. No hubo bronca esa noche, ni ningún escándalo cerca, ni siquiera un toque religioso. Si acaso, el bullicio permanente que guarda Centro Habana, y que ya no es bullicio, sino un estado natural y de trasfondo de esos barrios. En el edifico Arbos –con excepción de Esley Lafaurié- la gente se acostó temprano, una noche calurosa pero tranquila, el cielo con algunas nubes, podía llover o no, igual daba, todos conciliaron el sueño y todos levantaron, asustados, la cabeza de la almohada. Se asustaron los de los pisos cuarto y quinto, y más se asustaron los del sexto y séptimo piso, y Olimpia y Oscar, casados hace casi 50 años, se buscaron en la cama y se apretaron como no la habían hecho hace ya tiempo.

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Esley Lafaurié se fue a dormir el 27 a la casa de su novia. Todo estaba, como se dijo, muy tranquilo en Centro Habana. Pero el 28 Esley, que es tapicero y vivía en el segundo piso de Arbos con su padre, llegó temprano y se encontró al padre y a los vecinos del edifico en la calle, y hasta él mismo ya no entraría más a su casa, en última instancia, solo podría sacar la ropa y los muebles del apartamento.

“Llegué por la mañana y mi papá me contó que el alboroto fue muy grande, se desmoronó una parte de la cúpula del ascensor, cayó al séptimo piso y rompió el pasillo, y empezó el pánico. La inmensa mayoría de las personas de los pisos de arriba salieron a la calle y el pánico cundió, pero a los apartamentos del quinto para abajo no les pasó nada, la gente se quedó allí hasta que los sacaron, los arquitectos vinieron y dijeron que estaba inhabitable el edificio. Cuando llegué, imagínate, llegar y que se derrumbe toda una historia de las personas de aquí, de golpe y porrazo, y que nos tiren al abandono, es algo deleznable, no es fácil que estemos tirados en la calle. Ahora me estoy quedando en la casa de mi mujer, pero ¿y si mi mujer me bota qué voy a hacer?”

La tarde que llego a Oquendo, los vecinos de Arbos estaban reunidos frente a las oficinas del Poder Popular de Cayo Hueso. Hasta el día anterior habían estado viviendo en la calle, allí plantaron y durmieron, pero la policía dijo que eso no podía ser así, me cuentan, y tuvieron que recogerlo todo. Hace más de un mes sucedió el derrumbe del edificio Arbos, una construcción del año 1926, que fue reparada dos veces en los años ochenta, que tenía siete pisos, con un total de 122 apartamentos y donde vivían alrededor de 600 personas.

“Nunca pensamos que se iba a caer”, sigue Esley. “Varias veces informamos que el séptimo y el sexto piso tenían problemas, pero el edificio estaba en buen estado. Estuvimos en las calles hasta ayer, que nos sacaron, había alrededor de diez familias, algunos dormían en pasillos y otros se han ido para casas de familiares. Hasta se cocinaba en una parrillada en la calle, pero ayer vino la policía con dos camiones y se llevaron a la gente. Nos dijeron que les iban a ir dando casas a las personas de los pisos de arriba hacia abajo, pero han dado cosas que no valen la pena, y eso ha sido una falta de respeto. Mira el tiempo que ha pasado y a mí aún no me han dado nada, el problema es que se han demorado tanto que la situación no da más. Hoy te dicen que no tienen casas para ofertar, y a los tres días dan dos ofertas, y se pasan diez días sin dar nada, y somos demasiada gente”.

Frente a las oficinas del Poder Popular de Cayo Hueso hay personas reunidas. “Ahora estamos esperando porque ya no pudimos más, estamos desesperados, y la inmensa mayoría decidimos ir para el Poder Popular a quejarnos, pero ha sido tanto el engaño y la dilación que entonces nos fuimos para el Gobierno de Centro Habana, que queda por Reina y Ángel. Allí nosotros queríamos hablar con el presidente del Gobierno para que nos diera una respuesta y el presidente no dio la cara, y ahora estamos aquí, en el Poder Popular, a ver si nos dan algo”.

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Llego a las oficinas del Poder Popular de Cayo Hueso y la gente se acerca. Ellos, claramente, se conocen entre sí. Han vivido juntos por años en el edificio Arbos, y saben detectar un rostro nuevo. Así que si estás parado donde ellos –y todo el que está ese día parado frente al Poder Popular es porque no tiene casa- por algo debe ser. Entonces me preguntan quién soy. Un periodista, aquí hace falta un periodista, saca la grabadora, saca la cámara, nosotros te decimos, qué quieres saber, fue en la madrugada del 28, por qué periódico sale esto, hace rato estamos esperando un periodista, aquí no ha venido nadie, un periodista, dale, yo te digo, anota ahí y pregunta que esto está en candela.

Y se va acercando la gente, y el murmullo es mucho. Hay varios policías en la cuadra y la gente grita, desafiante. Si se acerca un policía, ellos gritan más. Están dispuestos a protegerme, para que yo los proteja. El policía pide carnet, identificación, nombre del medio de prensa, se los lleva consigo, y luego los devuelve. Ahora se acerca Miguela Orqueda Rodríguez, que vivía en el tercer piso:
“Nos cortaron el agua, la luz y el gas ese día en el edificio. A todo el mundo se le dijo recoge y pa la calle”.
¿Pero eso no sería para protegerlos?, la interfiero, ¿cómo se iban a quedar allí si el edificio estaba en peligro de derrumbe?

“Si nos hubiesen dado algo. O si nos hubiesen sacado poco a poco, está bien, pero no sacarnos para la calle y ya. Ahora estamos esperando. Si lo que yo estoy es cansada. Eso fue una locura, hubiesen sacado piso por piso pero hicieron una locura en sacarnos para la calle, queremos nuestras viviendas porque estamos cansados. Cansados.
“A mi hija, que estaba con los muchachos, le llevaron la mesa con las sillas, la cama, el escaparate, porque salimos del edificio ese día y los oportunistas empezaron a llevárselo todo, hasta los platos, todo se lo llevaron, mi hija tiene que empezar de cero a buscar, eso dio la gracia esta del edificio.

“Ahora estamos en casa de mi hijo durmiendo en el piso, a mí me dieron una oferta de casa para San Agustín, y cuando llegué allí, era un cascarón, desde que lo vi dije que no lo quería, porque si no te pones fuerte ellos te meten en cualquier lugar y nosotros teníamos nuestras casas. Ahora dicen que hasta mayo no reparan lo que me ofertaron, ¿y tú crees que puedo esperar hasta mayo?”.

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A los ancianos que vivían en Arbos los han agrupado en una casa cerca de Oquendo. Allí tienen sus camas, una cocina y un baño improvisados, los han acomodado hasta que le asignen a cada uno sus viviendas. Los ancianos del edificio Arbos han puesto una maceta en el centro del lugar donde están parando, y la maceta tiene agua y tiene además la flor de la Santa Bárbara. Desde el día del derrumbe, cuando los llevaron para ese lugar, los ancianos del Arbos les están pidiendo a sus santos. Ven que ha pasado ya tiempo, y nada. A algunos les han dado casas pero ellos siguen allí, y los santos siempre ayudan, a ellos, al menos, los han ayudado, me dicen, y recitan una larga lista de nombres, tal vez alguno escucha, San Juan Tadeo, patrono de las causas difíciles, San Juan de la Cruz, de los contemplativos y los místicos, Santa Rita de Casia, de las causas imposibles y los problemas maritales. Da igual el santo que sea, uno no sabe cuál de ellos pueda tirar el cabo.

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Ángel Eulises Amelo, que como todos menos Esley también estaba durmiendo la madrugada del 28, tiene al cuello un collar religioso. ¿Quién es ese?, le pregunto. Es Oggún, me dice. Dios de la guerra. Ya yo no sé ni a quién pedirle chica. Pero nada. Y le digo, como a todos, que me cuente de los sucesos de la madrugada del 28.
“Llegó la policía ese día con la gente de la compañía de electricidad y se llevaron los relojes de la luz y el gas, y si tú no tienes agua, no tienes luz y no tienes con qué cocinar, tienes que salir de ahí, para la calle. No nos sacaron, nos desalojaron. Nos bañábamos en casa del vecino y otros, para no molestar, no se bañaban, yo mismo tengo mis cosas en casa del vecino, y por la madrugada llego y le toco la puerta y le digo que me deje dormir allí. A mí me ofrecieron como casa una caja de cartón en el Cotorro. Era una caja de zapatos con dos ventanas. Eso no es oferta. No.

“Llevamos en esto un mes y tres días ya, y aquí hay ancianos, mujeres embarazadas, niños, aquí hay de todo un poco. Ellos se paran y te dicen que no hay ofertas y se van. Hace diez días hoy que no hay ofertas de casas”.

Desde la otra acera me llaman. Me gritan periodista, venga un momento periodista y mire esto. Aldo Orta Pastana, mulato de 53 años que vivía en el cuarto piso, me dice que “ha sido una catástrofe, no explican nada coherente, todo es una gran mentira, el viernes pasado dijeron que iban a ofertar y nada, no les dan leche a los ancianos ni a los niños. Y mira para que veas esta cajita, que es la comida que nos dan. Arroz congrí, una rodajita de pan, picadillo vegetal, revoltillo. Carne nunca, no, qué va, eso no dan. Es muy poca la comida y lo mismo. Hay muy mala organización, cuando fuimos al Cotorro para ver lo que nos querían dar por casas, eran como contenedores con ventanas que iban a estar terminados para el 2015, nosotros rechazamos eso porque no vamos a estar en la calle hasta el 2015. Ahora estamos ayudándonos los unos a los otros, han alojado a unas 70 familias y quedamos cincuenta y pico”.

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Como a nadie, a Olimpia del Pino y Oscar Álvarez les convenía vivir en Arbos. Olimpia es hipertensa y a cada rato le sube la presión arterial. “Ya nos dieron la casa, en Mulgoba, el lugar es muy lejos, y ella está muy enferma”, comenta Oscar y señala a Olimpia, “hay que caminar dos y tres kilómetros para llegar. Ahora nos metieron en un campo, llevamos años viviendo en Centro Habana, y nos dijeron que si no cogíamos eso, nos mandaban para un albergue”.

Y como todos esa madrugada- excepto Esley Lafaurié que se encontraba en la casa de su novia- Olimpia y Oscar también estaban durmiendo. Desde hace casi 50 años duermen juntos. Ya no acostumbran a pasarse la mano por encima, cada cual a un lado de la cama, pero ese día del estruendo se buscaron, como lo hacían de jovencitos, y recordaron que estaban el uno para el otro, si pasaba algo, cualquier cosa que fuera, al menos ellos estaban juntos.

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Así sucedió en el edificio Arbos, construcción de columnas adosadas, con vistosos capiteles y trabajados arquitrabes. Una construcción para permanecer siempre, puesta ahí para formar parte de una ciudad y no para desaparecer un día, o peor, para permanecer deshabitada.

Aquí inicia una serie sobre los derrumbes en La Habana que, según la revista digital Progreso Semanal, “se producen entre 2,8 y 3 derrumbes de viviendas por día”.

Este –asumimos- es un escrito tardío. Sus disculpas por no haberlo publicado antes.

Edificio Arbos
Edificio Arbos
Personas reunidas  frente al Poder Popular de Cayo Hueso
Personas reunidas frente al Poder Popular de Cayo Hueso
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