Ingenio III

Varios medios nacionales anunciaron que el pasado 20 de noviembre comenzaría de nuevo la zafra en el país. Se ha hablado entonces de una “recuperación” de la zafra, de una “mejora del rendimiento azucarero”, de una “elevación de la producción”, de un “redimensionamiento del sector”. El propósito, según han declarado los directivos, es producir 1 millón 800 mil toneladas de azúcar, y se han echado a andar 49 centrales de los 85 que tiene el país. Hace exactamente 11 años, Fidel Casto anunciaba el cierre de 70 centrales en la Isla, y comenzaba la llamada tarea Álvaro Reinoso, que reorientaba a los trabajadores azucareros en otros perfiles ocupacionales. OnCuba publica Ingenio, cinco historias de personas que trabajaron por años en el central Habana Libre, hasta que, de una vez, el central cerró. 

Mantequilla

-¿Usted es Mantequilla?

-Mantequilla

-Pero su nombre, dígame su nombre.

-Mantequilla

-Sí, pero yo digo el verdadero, su nombre verdadero.

-Mantequilla.

-Conque no me quiere decir el nombre, porque, además, usted es chistoso.

-Mantequilla dije, y si no le gusta pues no hemos hablado nada. A  los 81 años no va a venir alguien a cambiarme el nombre. Yo soy Mantequilla Doble A La Vaquita, para servirle. ¿Y usted cómo se llama?

-¿Yo? Melao de caña. Para servirle.

-Ah, mire usted que nombre más lindo. Me gusta. ¿Ve que uno se llama como más le guste? Dígame qué es lo que quiere saber entonces Melao de caña, porque yo casi no me acuerdo de nada.

Y yo quería saber cómo se puede estar trabajando cincuenta y tantos años en un central azucarero, y cómo después de cincuenta y tantos años uno no extrañe nada del central, o recuerde poco de aquellos tiempos.  Algo así como los nombres, como que nazcas y te pongan un nombre, y que a los años alguien venga y te pregunte cómo te llamas, y no le sepas decir exactamente cómo, porque ya ni tu propio nombre tiene tanta relevancia, o te haces como que no lo recuerdas, como que no recuerdas ni el nombre, ni el central, ni el principio de las cosas.

Muy a pesar de esto, como los otros, como Ramón Leal, como Olga Lidia Martínez y todos los otros, Mantequilla parecía llevar algo dulce en el rostro y vivía cerca de un parque, que está cerca de una bodega, que está cerca de una escuela primaria, que está cerca de un central

-¿Y recuerda en qué año nació?

– 1930.

– ¿Y recuerda a qué edad comenzó  a trabajar en el central?

-Con 18 años.

-¿Y recuerda quién era el dueño del central por aquellos tiempos?

-El gallego Castillo Porcone y su señora Lucía.

-Y creía yo que usted tenía mala memoria cuando me dijo que no recordaba nada. Ni el nombre.

-Mantequilla.

-Y en el central era…

-Fregador de paila, cocinero de guarapo, trabajador de los manichales, calero, limpiador de cachaza, chofer.

– ¿Y en qué tiempo se hacen tantas cosas?

-Si llegas a los 81 ya verás cómo tienes tiempo de hacer de todo en esta vida.

-Me imagino. ¿Y no estudió usted nunca?

-No me gusta estudiar.

– Se habrá encariñado usted con el central después de 54 años ahí dentro.

-Mija, yo no me encariño con nada

-Ya, claro.

-Yo trabajaba los 60 ó 70 días de zafra, y después arrancaba para La Habana a buscar fortuna, porque la miseria era mucha.

-¿Y qué hacía en La Habana?

-Trabajar de chofer, y conocer mujeres lindas.

-¿Conoció muchas?

-Muchísimas, por La Habana dejé un par de hijos.

-Yo pensé que sus hijos vivían aquí, donde el central.

-¿No te digo que eso fue en La Habana? La Habana era La Habana y el central el central.

-Claro. Entonces sí se encariñó con La Habana.

-De La Habana me gustaba la luz eléctrica, que eso aquí apenas se conocía. Ya te dije que yo no me encariño con nada.

-¿Y siempre volvió para las zafras en el central?

-Siempre. Y no solo para las zafras. Siempre volví al central para cualquier cosa, hasta cuando, por ejemplo, me cansaba de la luz eléctrica. Me gustaba esto. Me gustaba La Habana pero también me gustaba esto. Aquí carretillé y corté caña con el Che.

-¿El Che?

-El Che. El venía y se quitaba la camisa, y fumaba, y trabajaba como un loco.

-¿Ya ve que usted no se acuerda de su nombre, pero sí de muchas otras cosas?

-Mantequilla. ¿Cómo no me voy a acordar de mi nombre?

-Claro, Mantequilla.

-Lo que pasa, muchacha, es que a veces es mejor no acordarse de ciertas cosas. ¿O tú crees que se me olvida que la caña primero entra al basculador y de ahí a una estera y a los molinos? Es mejor no acordarse, por ejemplo, de que una vez nos reunieron a todos y dijeron que se iba a cerrar el central y el llanto fue tremendo, y después vinieron y anunciaron que no, que el central iba a seguir, y un tiempito más tarde llegaron con que iba cerrado de una vez. Tú crees que se me olvida que después de los molinos la caña pasa a los filtros, y de ahí a los calentadores, y después a eliminar el agua del guarapo en el evaporador. Es mejor no acordarse de que hubo un tiempo en que este era un pueblo contento, donde se trabajaba contento, donde, al menos, se vivía contento. Tú crees que se me olvida que después todo aquello va al vaso melador, y luego se pasa a los manichales, y a los tanques de meladura, y más tarde al tacho, que es donde se hace el azúcar. Es mejor no acordarse de que aquí ya casi ni transporte hay, que ya nadie se ocupa de arreglar las calles, y que el ingenio se está cayendo en pedazos porque un día no funcionó más y uno casi no sabe bien por qué. Tú crees que se me olvida que luego que se tiene el azúcar, se bombea a la centrifuga para secarla y después embazarla en sacos. Es mejor a veces, muchacha, hacer como que no te acuerdas de ciertas cosas. Deja que llegues a los 81.

-Seguro, Mantequilla.

-Como eso, por ejemplo. Como que en el fondo yo sé que soy Israel Blanco Pérez, vigilante de este organopónico y antiguo regador de paila, cocinero de guarapo, trabajador de los manichales, calero, limpiador de cachaza y chofer del Central Habana Libre. Para servirle.

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