Junio-Julio

Cuban People

Cuando las personas visitan Cuba quedan impresionadas por sus hermosísimas playas, lomas, ríos, fondos marinos espectaculares, los atributos arquitectónicos de sus ciudades coloniales y sí, claro, los carros viejos y la mística “exótica” de vivir en revolución, pero, sin dudas, lo extraordinario de Cuba es su gente.

Detrás, en el medio, en el costado, sobre, sosteniendo todo eso… está la gente, con sus vidas, sus alegrías, sus amores, sus miserias, su ritmo, sus dolores, sus miedos, sus certezas.

No creo que seamos, los cubanos, unos seres “especiales”. Compartimos mucho del espíritu caribeño, de las tradiciones y el alma española, de la esencia africana. No somos tampoco una masa compacta: todos los cubanos no saben bailar, a todos no les gusta el ron, no todos juegan dominó ni hablan gritando, no somos todos negros, blancos o mulatos y, aunque tengamos el Parlamento más “unánime” del mundo, no hay nada más difícil que poner de acuerdo a dos cubanos.

Pero es cierto que, cuando se visita Cuba, se percibe algo especial. Muchos dicen que es la manera que tiene la gente de “compartir” lo mucho o lo poco que haya; otros: que los cubanos saben reír y gozar (también sabemos llorar y sufrir); otros hablan de la familiaridad que trasmiten y de la cultura y la preparación que no esperaban encontrar.

Yo aún no sé lo que es, pero algo maravilla a quienes visitan Cuba e interactúan con los cubanos. Nadie queda indiferente.

Hay algo más allá de los gobiernos, de las ideologías, de la burocracia de la vida. Sin recato, sin dudas, yo los invito a que visiten Cuba con los ojos abiertos. Dispuestos a conmoverse, a escuchar, a observar, a sentir.

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