La casa de los espíritus

Foto: Ronald Suárez.

Foto: Ronald Suárez.

“Yo solo creo en lo que vean mis ojos y no digo mentiras, porque no me gusta engañar a la gente”, advierte Feliberto Cala Vidal antes de contar su historia.

“Viví en esa casa alrededor de un año, con mi esposa, hasta que un día le dije: ‘Vieja, yo me voy, porque no puedo seguir aquí’. Sentía que me estaba muriendo, que no me querían, y si no me aceptaban, tenía que irme.

“Una noche estábamos conversando y me entró una frialdad muy rara. Trataba de mover los brazos y no podía. Trataba de mover las piernas y tampoco. Entonces vi un farol que se trasladaba por el aire, pegado a la pared. Cuando estaba como a un metro del piso le dije: ‘Vieja, enciende la luz, y el farol se quedó suspendido. Poco a poco se fue opacando, hasta que se desapareció por completo, y a mí se me empezó a quitar la frialdad aquella”.

En sus 67 años Feliberto nunca fue hombre que creyera en cuentos de aparecidos. De hecho, antes de mudarse a “la casa embrujada” de Palmarito, en la década de 1990, nunca había notado nada sobrenatural… ni ha vuelto a sentirlo después de salir de allí.

"Yo solo creo en lo que ven mis ojos y no digo mentiras”, dice Feliberto. Foto: Ronald Suárez.
“Yo solo creo en lo que ven mis ojos y no digo mentiras”, dice Feliberto. Foto: Ronald Suárez.

A su edad trabaja el campo, asociado a la cooperativa de producción agropecuaria 1ro de Enero. Recuerda con nostalgia la época en que fue maestro de cocina en el club de oficiales de la antigua base aérea de San Julián. Su paso por la casa de Palmarito, hace ya más de 20 años, es tan solo un episodio lejano del que no suele hablar, porque hacerlo significa evocar viejos recuerdos marcados por los misterios y la muerte.

“Casi todos los que han vivido un tiempo en ese lugar se han ido muriendo. Un hermano de mi esposa, por ejemplo, se ahogó en el mar; otro que se quedó después, se suicidó; a otra familia que vivió allí se le murió un hijo; y el dueño actual, según dice la gente, está enfermo”.

Para Feliberto, y para otras personas de la zona, la explicación pudiera estar en los primeros habitantes de la casa, una familia de cierto dinero que en su momento llegó a ser propietaria de la mayoría de estos terrenos: “Dicen las malas lenguas que no aceptaban a nadie para trabajar. Por eso, cuando murieron, empezaron a pasar esas cosas”.

Supersticiones aparte, nadie ha permanecido durante mucho tiempo en la vivienda, sobre la que se han derivado los más insólitos relatos. El tema es más frecuente de lo que pudiera pensarse. En noviembre de 2015, OnCuba publicó una historia similar, de una casa abandonada en Artemisa, a un costado de la autopista Habana-Pinar del Río. Varios lectores aseguraron que conocían otros sitios rodeados de misterio. La de la zona conocida como Palmarito, ubicada a unos 100 metros de la carretera, cerca del poblado pinareño de Las Martinas, es una de ellas.

La misteriosa construcción está ubicada a unos 100 metros de la carretera, en la zona conocida como Palmarito. Foto: Ronald Suárez.
La construcción está ubicada a unos 100 metros de la carretera, en la zona conocida como Palmarito. Foto: Ronald Suárez.

A pesar del abandono y los muchos estragos causados por el tiempo y los ciclones, no sería demasiado difícil volverla a acondicionar. Sin embargo, su propietario actual no parece estar interesado o no puede hacerlo. Aunque la mantiene cerrada, en ella solo guarda parte de los aperos de labranza con los que cultiva las tierras circundantes.

Foto: Ronald Suárez.
Foto: Ronald Suárez.
Foto: Ronald Suárez.

“Es que ahí no quiere vivir nadie”, insiste Antonio María Quintana desde su portal, a unos 500 metros de “la casa embrujada”: No hace mucho vino uno que le hizo arreglos y se mudó. Me decía que él no le tenía miedo a nadie. Pero al final se fue”.

“Hay gente seria que se ha quedado ahí por alguna razón, y hace esos cuentos”, coincide Juan Barrabí, otro vecino de la zona: “Omelio Baños, por ejemplo, que es un hombre de 80 años y no mete mentiras, me dijo que por nada del mundo volvía a pasar otra noche ahí. Que las puertas se abrían solas”.

“Dicen que los calderos se caen, que los sillones se mueven, que aparecen los fantasmas de las personas que vivieron antes. Desde niño he estado escuchando esas historias”, relata José Miguel Suárez.

Feliberto Cala, el hombre que llegó a soportar en ella alrededor de un año, recuerda especialmente una noche que se quedó solo. “Mi esposa había ido a visitar a su hija. Entonces sentí una voz que caminaba hacia la casa, gritando ‘¡Pedro, Pedro!’ que es el nombre de uno que había trabajado ahí. Cogí el machete, salí y no vi a nadie. Entonces escuché dentro de la casa una voz de mujer que pedía que la acostaran en la cama. En ese momento me dio miedo. Si usted está en un lugar en el que oye voces y no ve un alma, no me diga que no va a tener miedo”, dice Feliberto.

"Si usted está en un lugar en el que oye voces y no ve un alma, no me diga que no va a tener miedo”, dice Feliberto. Ronald Suárez.
“Si usted está en un lugar en el que oye voces y no ve un alma, no me diga que no va a tener miedo”, dice Feliberto. Ronald Suárez.

“Otra vez vi un vestido y una blusa de mangas blancas, de esas antiguas que usaban antes las mujeres, flotando en el aire. Si digo que vi carne le voy a mentir. Era solo un vestido moviéndose hacia mí, como tratando de tirárseme encima. Le dije a mi esposa: ‘Vieja, yo aquí no me quedo ni un día más’. Y nos fuimos”.

Sin importarle lo que quien escucha pueda pensar de él, Feliberto narra sus extrañas vivencias. No obstante, en Palmarito también hay quienes creen que todo no es más que simple leyenda, fruto de las casualidades, la imaginación y el miedo.

“Yo me he quedado ahí varias veces y nunca me ha salido nada”, cuenta Yoan García, quien vive hace cuatro años justo frente de la casa del misterio, del otro lado de la carretera.

“Tampoco yo creo en eso”, coincide Antonio María. “Aquí a cada rato también se caen los calderos, pero es por las ranas”.

Pariente lejano de los primeros habitantes de la vivienda solitaria, Antonio incluso asegura que si la necesidad lo obliga, estaría dispuesto a pasar la noche allí. Y con una media sonrisa, advierte: “Vaya, tal vez no consiga dormir. Pero me quedo”.

“La gente que se muda para ahí no dura mucho, y eso que es una casa buenísima”, dice Antonio. Foto: Ronald Suárez.
“La gente que se muda para ahí no dura mucho, y eso que es una casa buenísima”, dice Antonio. Foto: Ronald Suárez.
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