La conexión cubana

Charlie Wall

Charlie Wall

Uno de los primeros correlatos de la conexión de Tampa con Cuba fue el juego, y después el crimen organizado. Al fundarse Ybor City, Manuel Suárez, más conocido como “el Gallego”, introdujo la bolita con la misma naturalidad con que allí fueron apareciendo sociedades culturales y de ayuda mutua, bodegas, restaurantes, bares, sindicatos y centros de esparcimiento para los trabajadores de la industria tabacalera, sus primeros protagonistas hasta que el juego se fue extendiendo por todas las clases y grupos sociales y corrompiendo la vida social y política de la localidad toda.

Contrariamente a lo que a menudo se asume, la bolita no es de origen cubano, sino francés, llevada a España durante el reinado de Carlos III e introducida poco después en la Isla. Más tarde, con la emigración de la Guerra Grande saltó a Key West y de ahí finalmente a Tampa. Esta fue la base sobre la que empezó a levantarse una especie de protomafia, integrada al principio por españoles y cubanos hasta que lograron entrar al círculo anglos e italianos. Por razones obvias, a diferencia de Nueva York, en ese Ybor City fundacional no hubo gangas ni de irlandeses ni de judíos, lo cual le imprime una interesante peculiaridad a la historia de la mafia en los Estados Unidos, con un conjunto de implicaciones que de un tiempo a esta parte los estudiosos han venido resaltando. En Tampa solían estar todos mezclados.

Durante las tres primeras décadas del siglo xx, la bolita estuvo invariablemente asociada a la figura de Charlie Wall (1880-1955), apodado “La Sombra Blanca”, quien optó por el lado oscuro de la Fuerza a pesar de su cuna y su tradición familiar. Hijo de un prominente médico y alcalde de la localidad (1878-1880), entró a la historia disparándole a su odiada madrastra con un calibre 22 solo para ser enviado a un centro de detención juvenil y al final del día convertirse en un verdadero Don al controlar, además del juego, el sexo rentado y el negocio de las drogas, esto último con la eficiente asistencia de James Jo-Jo Cacciatore y Charlie “Saturday” Zárate, un hijo de tabaqueros que sobresalió dentro de aquella mafia inicial y con una historia de armas tomar que solo termina en los años cincuenta con un infarto en Cuba y su entierro en el cementerio de Colón.

Pero como todo imperio, el de Charlie Wall también tuvo su ascenso y su caída. La aprobación de la Ley Volstead, en 1919, más conocida como Ley Seca, uno de los sombrerazos más rechinantes del puritanismo, colocó a los italianos en el centro del negocio del alcohol y el bajo mundo. “Los contrabandistas locales eran predominantemente inmigrantes italianos involucrados en ese comercio para complementar sus magros salarios”, escribe un historiador del hampa. Las Bahamas y Cuba se convirtieron en dos importantes suministradores de los bares clandestinos (speakeasies), junto a los productores locales de moonshine, aguardiente de maíz de producción artesanal más o menos equiparable a la chispa de tren del Período Especial. Y La Habana también fue trampolín de la cocaína procedente del Perú hasta llegar al puerto de Tampa. Para eso estaba allá “Saturday” Zárate.

Este proceso coincide con el apogeo de nuevas urbanizaciones que redundaron en un aumento poblacional. La más importante, West Tampa –una verdadera masacre de caimanes, de acuerdo con un ecologista–, fundada en 1892 al oeste del río Hillsborough por el inmigrante escocés Hugh Mcfarlane y anexada a la ciudad en 1925, fue otra tierra de promisión para los cubanos, que ya no necesariamente entraban a los Estados Unidos por Ybor City. Y también, siguiendo la rima, para españoles y sicilianos. Alrededor de ocho años después, hacia 1900, West Tampa llegó a tener más habitantes que Tallahassee, la capital del estado de la Florida. Hubo más factorías de tabaco y por consiguiente más dinero circulando en la economía interna, bueno para las rentas, el consumo, los mercados y el entretenimiento, pero también para el juego y los vicios. Quinientos millones de tabacos producidos en 1929, en la antesala del crack que llevó a muchos norteamericanos al abismo o al suicidio.

Por esa época se producen los primeros quiebres. Los criminales emergentes trataban de desplazar a aquella protomafia que había ido consolidando posiciones, dinero y poder con el paso del tiempo y la expansión urbana. En 1938 asesinaron a tiros a Evaristo “Tito” Rubio (1902-1938), socio y brazo derecho de Charlie Wall, cuando salía del Lincoln Club. Nunca se supo quién o quiénes lo ejecutaron. Al año siguiente, en junio de 1939, el propio Wall sufrió un atentado del que escapó milagrosamente con solo una herida en el hombro, otro indicador de que esos competidores en el alcohol, el juego, las putas y las drogas iban en serio.

Con uno de ellos, el italiano Ignacio Antinori (1885-1940), creador de la primera pandilla de connacionales en los años veinte y uno de los principales traficantes de heroína en los Estados Unidos de entonces, sobrevendría una guerra que terminaría con su asesinato en una taberna de Tampa, durante esos años pletórica en hechos de violencia a la manera del cine negro norteamericano. Charlie Wall la ganó –pero a la vez perdió. Debilitado por el conflicto, y con buena parte de sus soldados en el cementerio, sería desplazado por Santo Trafficante Sr. (1886-1954), otro de esos inmigrantes italianos establecidos en Tampa a principios del siglo xx. El siciliano había optado por una estrategia clara y distinta: no se trataba de paisanismos festinados, sino de mantener bajo perfil para al final poder ganar más territorio y mayor poder.

Se asistía así en los años cuarenta a la consolidación de la única familia de la mafia norteamericana de origen floridano. Los reyes del hampa local hasta la muerte de Santo padre por un cáncer de estómago. Su heredero, Santo Trafficante Jr. (1914-1987), llamado “el Don Silencioso”, mantendría la hegemonía conectándose más con los Bonnano y los Luchesse, de Nueva York, y ampliaría las operaciones de la familia en Cuba con casinos y negocios oscuros que duraron hasta la caída del régimen de Fulgencio Batista, asociado desde temprano con Meyer Lansky, “el pequeño gran hombre” de la mafia.

Charlie Wall apareció brutalmente asesinado en su mansión de Ybor City el 19 de abril de 1955 con la cabeza destrozada a golpes de black jack y la garganta abierta de oreja a oreja con una navaja de barbero. Tenía 75 años.

Tampoco se supo quién o quiénes lo habían liquidado.

Salir de la versión móvil