La conversación que no produce acción es como el silencio

Una mirada sobre género y abuso sexual desde las religiones cubanas de ancestro africano.

Foto: Haydée Oliva

La conversación que no produce acción es como el silencio.

Eyionle Tonti Obara

La indignación es una de las emociones que me ha de acompañar en esta reflexión acerca de las alusiones que en los últimos tiempos han asociado a las religiones de origen africano con sucesos del acontecer nacional.

Una de ellas fueron los restos de algo que parecía un sacrificio ritual dejados en la puerta de Yunior García en octubre de este año. La otra, las denuncias de cinco mujeres contra el músico Fernando Bécquer por abuso sexual, publicadas en El Estornudo el 8 de diciembre, que señalan el uso de la religión para la realización de actos lascivos.

Utilizar la religión como apoyo a la acción sexual supone una profundización de las asimetrías del poder. No debemos olvidar que la función de babalao, a pesar de ciertas variaciones, ha sido a lo largo del tiempo exclusiva de los hombres.

Los recursos de filiación religiosa utilizados por Bécquer, a más de avergonzar a los religiosos y a toda persona digna que respete las tradiciones, refuerzan los estereotipos y las conductas que han satanizado a los sistemas religiosos de ascendencia africana y a sus practicantes, esencialmente a las mujeres.

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La recreación de un sistema de pensamiento complejo como el Yoruba permitió a los miles de africanos procedentes de esa región y a otros tantos, ofrecer paulatino refugio y consuelo a las almas arrancadas de sus contextos culturales originarios.

La reconstrucción de ese corpus posibilitó enfrentar la injusticia el desamparo, los autoritarismos los despotismos y enseñar entre otras lecciones que “un solo palo no hace el monte”, “la soberbia puede hacer perder al rey su corona” y “el que armas guarda guerras encuentra”, “las plumas del loro vienen de la cola, pero van a la cabeza”.

También, encontraron nuevas formas para alcanzar el placer de vivir, mediante el respeto al cuerpo, concebido como espacio de realización y asiento de lo sagrado toda vez que los orichas se sirven de él para su comunicación con los mortales.

No es un secreto que las religiones de origen africano ocupan un espacio importante en el contexto religioso cubano y que en ellas se reconocen lógicas y dinámicas de actuación que las perfilan como prácticas incómodas al pensamiento patriarcal.

No pocas de las viejas santeras, santeros, obases, babalaos que he ido conociendo a lo largo de años de investigación me fueron ilustrando sobre saberes, emociones y pensamientos que difieren en mucho de aquellos discursos derivados de ciertas sombras del monologismo monopólico del que habla Rita Segato.

Indiscutiblemente, ciertos ejercicios críticos, devienen desobedientes por antidisciplinares y porque erosionan posturas autoritarias y patriarcales. Por ejemplo: Ochun no ampara a hombres que mancillan a las mujeres porque ella misma sufrió los daños de la humillación provocada por ellos.  Recuérdese: el amarillo es el símbolo del dolor, el abandono y no el del oro. Oba cree en la lealtad y no vive en el fondo de las tumbas porque agradece el desprecio sino por ser expresión de civilidad y refinamiento. Siempre ante Yemayá, el mar, conviene recordar que es no posible saber lo que ocurre bajo la superficie que puede ser plácidamente impredecible. Oya, guerrera imponente, comanda sus luchas y no acostumbra hacer concesiones, es la oricha que encabeza la lucha con los egguns y contra ellos, si es preciso.

Si traigo al conocimiento de algunos y al recuerdo de otros estos perfiles que son poco divulgados y perturbadores de esas orichas femeninas integrantes del panteón de la Regla de Ocha, es para poner en el horizonte del recuerdo y del saber que no siempre los estereotipos más divulgados son los más ajustados a la realidad del hecho mitológico sino a lecturas intra y extrareligiosas que se realizan desde las estructuras socio-políticas derivadas, con mayor frecuencia que la deseada, del pensamiento moderno de occidente.

Entre los descriptores que se reconocen en la construcción genealógica del oricha Orula, se acredita la existencia de un relato donde se cuenta que al nacer fue enterrado dejando fuera solo la cabeza. Este hecho no favoreció el desarrollo de su cuerpo y por consiguiente, carece de genitales, como me han asegurado a través del tiempo no pocos de los religiosos entrevistados. ¿¡Nació sin genitales?! Los religiosos que conocen la historia aseguran que es una forma de garantizar la equidad y velar porque no existan preferencias ni privilegios por razón de sexo. De Orula se espera la justicia porque también se indica que es el poseedor del corpus predictivo de Ifá. Una de sus responsabilidades es la salvaguarda del mismo pues por él se rigen los sistemas adivinatorios empleados por los babalaos. (Por cierto, estos no emplean el dilogun o los caracoles, como se identifican popularmente, en las acciones de predicción e interpretación de los signos del oráculo.)

¿Cuál es género de Orula? ¿Orula se ha pronunciado con respecto a su identidad de género? Sé que no todos disponemos del mismo umbral de saber ni de sensibilidad y que la vulgarización de las religiones es un proceso que va con el tránsito social en la medida en que se popularizan y pasan a manos de algunas personas e instituciones que con su actuación las banalizan y profanan. Quizás esa sea una de las razones por las que no pocos hombres se autodefinen como partes de una autoridad, léase babalao u otra, con la finalidad de actuar como una autoridad y amplificar el poder de la jerarquía religiosa.

La manera de concebir el mundo responde a un pensamiento sofisticado, por parte de hombres y mujeres santeras que valoran muy en alto otra de las lecciones de los ancestros que dice:” la sabiduría no se puede dejar en herencia”.

La cosmología de la Regla Ocha Ifá está articulada alrededor de una noción de lo sagrado que compromete una instancia no creada por la acción humana —egguns, orichas, iré, osogbo, erí— y otras, por corresponsabilidad constructiva de los humanos —el respeto a los mayores, a la casa, a la familia, a las normas rituales y sociales—, condicionadas por la manera de vivir en el mundo que no es idéntica ni homogénea para todos los santeros.

Esta concepción de lo sagrado tiende a activar una relación flexible del hombre con el universo, la naturaleza, la sociedad y con otros hombres y por consiguiente profundamente responsable por parte de las personas involucradas.

Lamentablemente, en la vida cotidiana personas sin escrúpulos, carente de valores o con valores de dudosa genealogía utilizan recursos, liturgias, conceptos, para obtener fines que responden a sus intereses particulares, pero ante estas situaciones, como ante otras en los estudios de cualquier religión es necesario tomar en cuenta las relaciones con los campos o diferentes contextos con los que interactúa.

Tendencias extrarreligiosas afectan el campo religioso e impactan más allá del mismo. De acuerdo con Rita Segato, “los agentes religiosos son influenciados por las tendencias de la cultura política de una época, y las elecciones entre alternativas internas del campo religioso se articulan en una gramática general que organiza la sociedad y la política para la época”.1

Las religiones de origen africano escapan a las concepciones de una única y exclusiva verdad, una única forma del bien, un solo dios, un único modelo de futuro, una única justicia. Por consiguiente, no pueden ni deben ser instrumentalizadas en función de ejercer algún tipo de dominación en ninguna circunstancia, toda vez que implicaría una falta de respeto a la búsqueda de trascendencia y a la espiritualidad de cada una las personas y a los procederes de relación con lo trascendente.

Por ese principio básico de respeto a la individualidad y sacralidad del cuerpo/eleda de los hombres y mujeres no deben ser empleadas como herramientas para ejercicios violentos e ilegítimos como el acoso sexual, la violación, la discriminación racial, sexual, de género o política.

Esto, si se pretende la salvaguarda de un patrimonio inmaterial de profundo alcance conceptual, como lo demuestran los estudios que en América Latina se han realizado en el ámbito de las religiones afrolatinoamericanas y en la que nuestras variantes religiosas están representadas.

Religiosos y farsantes no viven al margen de los conceptos patriarcales que perviven en nuestra sociedad, de la misoginia, de la homofobia, de los racismos, así como de las múltiples formas en que se manifiestan la tolerancia y la impunidad, con lo cual parece querer reafirmarse que la vida cotidiana ha de permanecer convertida en harapos.

Quizás sea hora ya de una Ley integral contra la violencia de género y la Ley de asociaciones como parte de un profundo proceso de creación e implementación de estrategias de despatriarcalización.

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Nota:

1 Rita Laura Segato, La faccionalización de la república y el paisaje religioso como índice de una nueva territorialidad. En: América Latina y el Caribe territorios religiosos y desafios para el diálogo. Coordinador Aurelio Alonso, Buenos Aires, CLACSO, 2008: 42

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