La Esquina del Pecado

“Ese es el vía crucis de los instintos…" dijo Jorge Mañach sobre la mítica esquina de Galiano y San Rafael.

Recreación de la esquina de Galiano y San Rafael hecho por un artista plástico norteamericano en el mejor estilo de las películas de vaqueros.

Recreación de la esquina de Galiano y San Rafael hecho por un artista plástico norteamericano en el mejor estilo de las películas de vaqueros.

La Esquina del Pecado no recibió este nombre por el hecho de que allí se detuviesen las sacerdotisas del amor impúdico que frecuentaron las calles habaneras durante los años 40 y 50 ¡Nada de eso! Como indican Eduardo Robreño y Renée Méndez Capote, el origen de esa frase tan coloquial hay que buscarlo en la costumbre de los hombres jóvenes, y no tanto, pero zalameros, de apostarse en la esquina de Galiano y San Rafael para galantear a las damas que maquilladas y perfumadas llegaban al lugar.

Las féminas se apostaban allí a fin de ver las vidrieras, comprar o exhibirse, según la costumbre entonces, en espera de que algún candidato les hiciera una invitación cortés, preludio del añorado idilio amoroso.

Jorge Mañach en sus Estampas de San Cristóbal (1926) calificó a esta esquina de encantadora, lujosa y trémula. Próximo al arrebato precisó: “Ese es el vía crucis de los instintos… por donde, a la hora del cierre, en que la villa se esponja empapada de crepúsculo, discurre el mujerío inefable de la villa”.

 

Por cierto, el primero que acuñó este calificativo fue el español Manuel Lozano Casado, quien colaboró con publicaciones de la época y usó el seudónimo de Bravonel. El escritor empleó dicha expresión para referirse a Galiano y Neptuno, un punto bastante movido también, donde limpiaba sus botas, aunque la voz del pueblo, siempre sabia, la reorientó hacia la intersección con San Rafael.

Según los gacetilleros de esos tiempos, la primer tienda de ropa que surgió en la memorable esquina, punto comercial y termómetro por excelencia de la capital a partir de 1915, llevó el nombre de El Boulevard, radicada sin muchas pretensiones en Galiano número 80, antes de ser demolida por sus nuevos dueños, los catalanes Laureano Cifuentes y  Faustino Angones, para levantar, en 1887, la Casa Grande, uno de las primeros establecimientos comerciales que inició en gran escala el trapicheo de telas, perfumes y quincallería.

Curiosamente, esta Casa fue la precursora en los turnos de ocho horas –los pobres empleados casi dormían en sus mostradores– y es allí, durante la primera intervención norteamericana, donde se hicieron los uniformes primerizos con destino a nuestra esquelética policía.

La Casa Grande cerró sus puertas en 1937 y allí se elevó un edificio más moderno destinado al Ten Cents de F. W. Woolworth Co, que había existido desde 1924 en San Rafael y Amistad. El sitio, ideal para el comercio de artículos de importación, funcionó hasta 1960 cuando se le dio el nombre de Variedades Galiano (Trasval en la actualidad).

El Encanto fue una de las tiendas preferidas de algunas estrellas de Hollywood. Foto: Archivo Bohemia.
El Encanto fue una de las tiendas preferidas de algunas estrellas de Hollywood. Foto: Archivo Bohemia.

Frente a La Casa Grande el asturiano José Solís, conocido como don Pepe, y su hermano Bernardo, fundaron alrededor de 1888 la tienda de sedería y novedades El Encanto que, abrumada por las familias pudientes de la zona, amplió pronto sus locales hasta la calle San Miguel a costa de la vivienda de Raimundo Cabrera, editor de la revista Cuba y América, víctima, junto a varios más, de sobornos y otras triquiñuelas que incluyeron también a la sastrería La Imperial, en el frente de San Rafael.

El Encanto floreció como el lugar de expendio de ropa masculina y femenina más grande de la otrora Habana extramuros y, con seguridad, de todo el país. Don Pepe se asoció más tarde con su compatriota Aquilino Entrialgo y creó, en 1900, la firma Solís, Entrialgo y Cía. que organizó departamentos especializados, introdujo las escaleras mecánicas y diseñó suntuosas vidrieras.

Su última y más moderna sede, de seis plantas y 65 departamentos, visitada por varias celebridades de Hollywood al estilo de John Wayne, asiduo cliente, resultó destruida en 1961 por un incendio en contra de la Revolución recién llegada al poder y en su lugar se construyó el parque Fe del Valle, a fin de recordar a una trabajadora que falleció en el siniestro.

La tienda poseía un área que imitaba al Palacio de Versalles, nombrado Salón Francés, preferido de la actriz mexicana María Félix. Además, según muchos autores, la chaqueta de vinil que lució el comandante Ernesto Che Guevara en la famosa fotografía de Alberto Korda fue comprada en El Encanto.

La Casa Grande es aún muy recordada por algunos habaneros. Foto: Archivo Bohemia.
La Casa Grande es aún muy recordada por algunos habaneros. Foto: Archivo Bohemia.

Cruzando San Rafael, frente a El Encanto, en Galiano número 87, existió ya en 1877 la peletería La Moda, propiedad de Canoura y Hernández, también mimada por los acaudalados de la ciudad que adquirían allí sus selectos calzados Florsheim. Sin embargo, pocos saben que, naciendo los novecientos, se colocó en los portales de este negocio, ante las risas y las sorpresas de los niños, una gallina de juguete a la cual se le echaba por el pico una moneda de dos centavos para que pusiera unos huevos llenos de caramelos, pastillas de menta y varias chucherías más.

Tras el triunfo de la Revolución en 1959 esta peletería, llena de historia y rica en anécdotas, se mantuvo en su mismo lugar con una nueva administración.

A pesar de lo dicho, el punto más bohemio y pintoresco de Galiano y San Rafael fue, sin dudas, el café La Isla, de prestigio nacional (hoy Flogar), fundado a fines del siglo diecinueve por Francisco García Naveiro, el inolvidable don Pancho, en el local de una lechería de igual nombre, que vegetaba, junto a una apestosa caballeriza, en los bajos del palacio de doña Ventura Lautener. La Isla sobresalió por sus comidas bien condimentadas, lunchs sabrosísimos, batidos de múltiples sabores y célebres cócteles como La Sevillana y La Marsellesa. Don Pancho, ferviente partidario de la independencia de Cuba, fue, además, un precursor: su propiedad es de las primeras en La Habana en disponer de luz eléctrica, de una fuente de soda, y de sillitas para los niños.

A La Isla llegaban los miles de habaneros que hacían sus compras en los grandes bazares vecinos y, después, iban a refrescar a ese agradable y bullicioso rincón capitalino, donde, entre otras atracciones, se podía probar una cerveza Hatuey bien fría.

Como es sabido, en los tiempos coloniales las mujeres castizas y criollas, cuando salían de compras, acudían a los sitios de mercadeo en sus quitrines y se estacionaban en sus puertas para que los dependientes les llevaran hasta el carruaje los artículos que deseaban adquirir.

No obstante, el tiempo, implacable y sentencioso, lo borra todo: en los años de la década del 10 del siglo anterior las damas rompieron las cadenas del hogar, la oficina o el taller para visitar, a veces, sin acompañantes, los teatros, cines, cafés y ¿cómo impedirlo? los comercios de toda clase, los que, poco a poco, respondieron ante la avalancha del sexo bello: embellecieron sus decorados, hicieron más atractiva la presentación de sus mercancías, y obligaron a los dependiente a comportarse como caballeros de grata charla, quienes casi siempre andaban con corbatas y camisas de mangas largas blancas. Las empleadas, por su parte, debían usar medias largas, tener el pelo arreglado y estar bien finas en el maquillaje.

El escritor español Manuel Lozano Casado fue el que acuñó el nombre de Esquina del Pecado. Foto: Archivo Bohemia.

Como aseguró Ciro Bianchi en su crónica De compras, “irse de tiendas” a Galiano y San Rafael con el objetivo de entrar en una u otra, examinar telas, joyas y perfumes, probarse zapatos o sombreros, y quizás comprar algo, constituyó para las señoras con billetes un agradable esparcimiento (a Monte iban las gentes humildes que vivían pendientes de sus salarios).

El sábado era el día en que las trabajadoras o las amas de casa practicaban más este «deporte», a fin de olfatear los mejores precios y las ofertas, y, conste, lo hacían acompañadas, apenas, por algún hijo que no cesaba de refunfuñar y pedir helados. Raramente a la excursión se sumaba el esposo, salvo en las noches anteriores al Día de Reyes o del Día de los Enamorados, fechas en que los dueños hacían «su agosto» y en los locales comerciales no cabía ni un palillo de dientes.

Con los años las tiendas originales de Galiano y San Rafael, no lejos del actual teatro América, sufrieron la dura competencia, entre otras, de La Ópera, Fin de Siglo y La Época, todas pertenecientes a la primera de esta rúas, las cuales le añadieron nuevos lujos y desigualdades a La Habana, junto a un número notable de barberías, peluquerías, sombrererías, sastrerías, peleterías, sederías, quincallerías, mueblerías, perfumerías y joyerías apostadas en San Rafael y las arterias vecina.

En ese entorno de vanidades prestadas se vivió en la medianía del siglo pasado el apogeo de una sociedad juguetona y consumista donde todo se podía vender o comprar. El asunto era tener valor para desafiar al gentío y mucho temple a la hora de no dejarse estafar y llevarse a la casa lo que realmente era bueno o útil. ¡Menudo dilema!

 

 

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