La Habana, la COVID-19 y la “nueva normalidad” (I)

La capital cubana comenzó en octubre una etapa de “convivencia” con la enfermedad, en la que se levantaron restricciones y se mantienen algunas medidas y normas sanitarias como el uso obligatorio de la mascarilla.

Un dependiente con mascarilla revisa su teléfono móvil tras la flexibilización de las restricciones por la COVID-19 en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.

Foto: Otmaro Rodríguez.

Desde hace ya una semana La Habana vive su “nueva normalidad”. Tras ser durante meses el epicentro de la COVID-19 en Cuba, y experimentar un rebrote en agosto y septiembre que obligó a imponer duras restricciones, la capital cubana comenzó octubre con una desescalada que busca, según su gobierno, “reactivar la producción y los servicios”, e impulsar así la economía, sumida en el atolladero de la pandemia. 

Al informar sobre este cambio el pasado 30 de septiembre, las autoridades habaneras aseguraron que las medidas aplicadas hasta ese momento —entre ellas, un toque de queda nocturno y una limitación sustancial de la vida socioeconómica de la ciudad— habían tenido un “impacto positivo” y que las estadísticas de la enfermedad en La Habana —nuevos casos, casos activos, fallecidos y eventos de transmisión abiertos en las últimas semanas— mostraban “una tendencia a la estabilidad epidemiológica”.

No obstante, explicaron que el riesgo en la capital seguía siendo alto, por lo que la reapertura sería parcial. Por ello, a la par del levantamiento de prohibiciones y la reactivación de un grupo de actividades, seguirían vigentes varias medidas restrictivas —como la prohibición del transporte interprovincial desde y hacia La Habana— y disposiciones sanitarias obligatorias, tanto para las personas como para los negocios privados, las empresas y las instituciones estatales. Además, se mantendrían las elevadas multas contra los infractores de estas medidas, uno de los aspectos que más polémica ha provocado durante el confinamiento.

Afluencia de personas en la Calle Obispo, tras la flexibilización de las restricciones por la COVID-19 en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.
Afluencia de personas en la Calle Obispo, tras la flexibilización de las restricciones por la COVID-19 en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.

Varios días después, la aceptación popular de la desescalada parece ser mayoritaria. Las calles bullen de vida —aunque, en honor a la verdad, nunca faltó el trasiego diario de personas y las colas crecieron hasta dimensiones monumentales—; los ómnibus, taxis privados y otros medios de transporte público han vuelto a circular; la gente ha regresado a las playas, los parques y los paseos familiares; más restaurantes, cafeterías y otros servicios han reabierto o se preparan para hacerlo; los niños y jóvenes rompen el encierro vivido en las últimos meses; y las escuelas comienzan a prepararse para el reinicio de las clases.   

Sin embargo, aunque la “flexibilización” de las restricciones era añorada por muchos, su anuncio no dejó de sorprender y preocupar a una parte de la población, que ha visto como la ciudad pasó de un cierre considerable —al menos, en teoría— a una amplia reapertura, en la que la autorresponsabilidad ha ganado mayor protagonismo tanto en la práctica como en el discurso gubernamental.   

“Me preocupa que vaya a haber otro rebrote”, asegura a OnCuba Elisa, que este fin de semana salió junto a su esposo y su hijo a “dar un paseo” por la ciudad luego de semanas sin poder hacerlo. “Decidimos salir porque la verdad es que nos hacía falta, y porque no se sabe cuánto tiempo puede durar esto —explica—. La vez anterior, cuando entramos en la fase 1, ya al mes hubo que echar para atrás, porque los casos empezaron a subir de nuevo y la ciudad se volvió a complicar, incluso más que antes, y ahora podría pasar lo mismo. ¿Cómo se aguanta a la gente después de tanto tiempo?”

Niños juegan pelota usando nasobucos en el Parque de la Fraternidad, en La Habana, tras la flexibilización de las restricciones por la COVID-19 en la ciudad. Foto: Otmaro Rodríguez.
Niños juegan pelota usando nasobucos en el Parque de la Fraternidad, en La Habana, tras la flexibilización de las restricciones por la COVID-19 en la ciudad. Foto: Otmaro Rodríguez.

“Yo entiendo al gobierno porque no podíamos seguir cómo estábamos —acota Juan Carlos, el esposo de Elisa—. Ningún país del mundo ha pasado toda la pandemia encerrado, ni siquiera los más ricos. Eso no hay economía que lo aguante, ni gente tampoco. Lo que pasa es que los cubanos, y en especial los habaneros, no somos fáciles. Si aún en medio de las restricciones hubo quien siguió haciendo fiestas, saliendo a hacer cola por la madrugada, y se pusieron miles de multas, creo que ahora pudiera ser más difícil controlar la situación si el gobierno y la policía no siguen arriba de la gente.”

“Pues yo no esperaba tanto —reconoce, por su parte, Rosa, maestra jubilada de camino a sus compras habituales en su zona del municipio Cerro—, pero igual estoy feliz porque podré ver de nuevo a mis nietos después de todo este tiempo. Imagínese qué alegría. Igual pensé que solo quitarían las medidas que pusieron en septiembre, pero si abrieron más es porque el gobierno cree que ya se puede. Además, la gente tiene que acabar de entender que tiene que poner de su parte y todo no puede recaer en los médicos y las autoridades. A fin de cuentas, lo que está en juego es nuestra propia salud y la de nuestra familia.”

Normalidad con nasobuco y transmisión autóctona limitada

La idea de una “nueva normalidad” provocada por la COVID-19, que entraña la convivencia forzada con la enfermedad y el empleo de las mascarillas o nasobucos y otras normas sanitarias para controlar su propagación, no es, en realidad, nueva. Ha sido manejada por expertos y autoridades internacionales casi desde el inicio de la pandemia, cuando se comprendió que la batalla contra el padecimiento duraría meses o quizá años, y que incluso con tratamientos efectivos y hasta con una vacuna que logre generar inmunidad, el coronavirus había llegado para trastocar la cotidianidad y las perspectivas de todo el planeta. Al menos, por un buen tiempo.

La posibilidad de oleadas de la COVID-19 que se alternarían con períodos de control, de cierres y reaperturas cíclicas en los que las restricciones se extremarían o se relajarían de acuerdo con la situación epidemiológica imperante, no tardó en demostrarse en la práctica. Así ha sucedido en no pocos países y también en Cuba. Luego de un primer pico en abril y un descenso progresivo de los casos en los meses siguientes, la Isla debió enfrentar —y todavía enfrenta— un rebrote desde fines de julio que se expandió primero en el occidente de país y que tiene ahora en la región central su escenario más complicado. Y en él, La Habana ha sido protagonista indiscutible.

Esto motivó que, tras dar marcha atrás a la desescalada en la capital, apenas a poco más de un mes de su inicio, las autoridades apretaran aún más la mano ante la creciente dispersión del coronavirus en la geografía habanera, y mantuvieran a lo largo de septiembre las medidas más estrictas de cuantas se han aplicado en la urbe habanera durante la pandemia. Entre ellas, una mayor restricción de la movilidad de vehículos y personas, la prohibición de movimiento en horario nocturno, la limitación de compras solo en el municipio de residencia de las personas, el cierre de actividades productivas y de servicios no esenciales, y un reforzamiento de la vigilancia sanitaria.

COVID-19 en Cuba: seis meses de epidemia

Sin embargo, 30 días después y ante el mejoramiento del panorama epidemiológico —de acuerdo con los indicadores oficiales—, no solo se desmontaron las últimas medidas, sino que se flexibilizaron otras restricciones hasta entonces vigentes en la ciudad, al tiempo que se incluyeron algunas disposiciones inicialmente establecidas para la etapa post COVID-19, según el plan presentado por el gobierno cubano en junio, cuando se decidió el inicio de la reapertura en la mayoría de las provincias.   

Ello, a pesar de que todavía hoy, cuando los nuevos casos diarios han bajado —este miércoles, por ejemplo, La Habana reportó solo uno— y la “nueva normalidad” se va haciendo cotidiana para los habaneros, la ciudad no ha vuelto a la fase recuperativa —como sí lo hizo a inicios de julio, después que el resto del país—, sino que se mantiene en la de transmisión autóctona limitada, la nomenclatura dada por el Ministerio de Salud Pública cubano (Minsap) a la etapa en la que la epidemia se propaga en un territorio dentro de determinados márgenes y protocolos de control.

Así lo aclararon las propias autoridades habaneras luego de anunciarse las actuales medidas y prohibiciones levantadas en la capital, y así lo explicó a OnCuba el Dr. Francisco Durán, Director Nacional de Epidemiología del Minsap, en una reciente conferencia de prensa sobre la situación de la epidemia en la Isla.

“La capital se mantiene en la fase de transmisión autóctona limitada —confirmó Durán al responder una pregunta de nuestro medio—, solo que con la flexibilización de algunas restricciones que corresponden a esta fase, como en lo que se refiere al reinicio del transporte urbano con varios requisitos, a la reapertura de las playas, piscinas y a un grupo de servicios con limitaciones de capacidad, y en los que se garantice el distanciamiento social, el uso de las soluciones desinfectantes y del nasobuco, entre otras medidas.”

Desde el 3 de octubre se reinició el trasporte público en La Habana, como parte de la flexibilización de las restricciones por la COVID-19 en la ciudad. Foto: Otmaro Rodríguez.
Desde el 3 de octubre se reinició el trasporte público en La Habana, como parte de la flexibilización de las restricciones por la COVID-19 en la ciudad. Foto: Otmaro Rodríguez.

Un escenario inédito

Junto a la eliminación del toque de queda, la reapertura de las playas y la reanudación del transporte público, el alcance de la reapertura establecida ahora en La Habana llega incluso a contemplar el reinicio del curso escolar —ya en marcha en la mayoría de los territorios cubanos—, a partir del próximo 2 de noviembre, un paso que en el plan gubernamental para la etapa post COVID no estaba previsto hasta la fase 2 de la desescalada. También el comienzo de los servicios en restaurantes y cafeterías al 50% de su capacidad, originalmente pensado para la fase 1; y la gradual reapertura de cines, teatros, parques recreativos y centros comerciales cerrados desde el inicio de la epidemia.   

No obstante, se mantienen cerrados los gimnasios, bares, discotecas y otros centros nocturnos; también el transporte desde y hacia La Habana, salvo casos excepcionales y oficialmente autorizados; el pesquisaje y comprobación de autorizaciones en los puntos de entrada y salida de la ciudad. De igual forma, sigue la imposición de multas de elevadas cuantías —de 2.000 y 3.000 pesos cubanos (CUP)— a quienes violen lo establecido y la obligatoriedad de un conjunto de normas sanitarias, que incluyen el uso del nasobuco o mascarilla y mantener el distanciamiento físico en los espacios públicos, así como medidas higiénicas y el control de temperatura en centros laborales, sociales y educativos.

Se trata de una sintomática y no desdeñable variación de la hasta ahora estricta metodología diseñada y seguida por las autoridades cubanas para cada una de las fases de la epidemia; de un escenario inédito hasta ahora en la Isla —en el que conviven la transmisión del coronavirus con medidas pensadas inicialmente para momentos diferentes del enfrentamiento y la recuperación de la enfermedad—, resultado del baño de realidad que, luego de siete desgastantes meses, ha obligado al gobierno a apelar al pragmatismo y a la responsabilidad ciudadana.

En consecuencia, se ha modificado el enfoque —y también el discurso— preventivo y asistencialista promovido en una primera etapa de la COVID-19 en la Isla, y se ha asumido la noción de una “nueva normalidad” en la que, sin descuidar la prevención y el control de la enfermedad, se debe aprender a convivir con ella y en la que, según comentó el Dr. Durán tras la pregunta de OnCuba “se irán adecuando las medidas en consonancia con la situación epidemiológica”. 

La Habana se alista para reiniciar el curso escolar

“Es cierto que hay personas que temen que estas medidas puedan causar un rebrote, un aumento de casos que pueda provocar un retroceso, pero eso se evalúa sistemáticamente, en las provincias y nacionalmente, y las medidas se van adecuando —reconoció el Director Nacional de Epidemiología del Minsap—. No es que vayamos a sacrificar la salud por un problema económico, pero ya llevamos siete meses en los cuales han estado totalmente restringidas las actividades, y las personas también se lo sienten y hay que irse recuperando.”

“Entonces, ¿qué vamos a esperar? ¿al año que viene, al cuando pueda tenerse una vacuna, para ir restableciendo la vida normalmente?”, se preguntó Durán.

Esta pregunta, en boca de una autoridad sanitaria cubana —alguien que, por demás, se ha ganado el respeto de los cubanos en los últimos meses y ha devenido una especie de voz de la conciencia sobre la COVID-19 en el país—, evidencia el cambio de perspectiva que opera hoy, desde la oficialidad, pero también en la realidad cotidiana, en el entendimiento de la pandemia. Como ha reiterado el propio gobierno, la “nueva normalidad”, indudablemente, llegó para quedarse y supone nuevos requerimientos y desafíos, tanto en Cuba como, particularmente, en La Habana.

Pero, ¿cuánto ha influido el trasfondo económico en este cambio de perspectiva? ¿Cómo ha evolucionado la enfermedad en la capital cubana en los últimos meses, justo cuando ha pasado de la desescalada al cierre y ahora otra vez a una reapertura? ¿Han sido igual de consistentes estos cambios y las medidas que los acompañan con lo que muestran las estadísticas? A ello nos acercaremos en una segunda parte de este trabajo.

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