La historia de mis fotos: crisis de los misiles

Caminar en esos días por La Habana era constatar el espectáculo de una ciudad en guerra.

Foto: Ernesto Fernández.

La Crisis de octubre puso a temblar el planeta, y si no que le pregunten a los periodistas, fotógrafos y técnicos del periódico Revolución. Caminar en esos días por La Habana era constatar el espectáculo de una ciudad en guerra: cientos de centros de trabajo con barricadas y milicianos en guardia esperando lo que pudiese pasar. Realmente era impresionante observar el malecón y La Puntilla llenos de “cuatro bocas” y baterías antiaéreas; pero, impactante eran los grupos de milicianos que se habían inscrito a ultima hora y que practicaban junto al Hotel Nacional, en un parque conocido luego con el nombre de La Piragua. Y digo impactante porque si uno se fijaba bien eran personas que hasta ese día no habían demostrado nada por la Revolución, pero que, ante la alternativa de un ataque nuclear, preferían morir por su país, o me imagino yo que así fuera.

Prueba de esa circunstancia fue, por ejemplo, el caso del pintor y muralista José Venturelli. Le fui a hacer unas fotos al Habana Libre, donde realizaba un mural para uno de los salones del primer piso. Sentado junto a él, en uno de los andamios me dijo: “Ustedes están locos, acabo de ver una trinchera en la Litográfica de La Habana. Se supone que se van a guarecer de un ataque y ese lugar está hecho de piedras de Lito, si le dan un disparo sueltan cientos de esquirlas que los hieren a todos. Se los dije, pero no entendieron. Además eran piedras impresas con imágenes de tabacos, incluso del siglo pasado. Un verdadero crimen”.

Habían extranjeros invitados a eventos o actividades políticas y muchos quisieron quedarse a combatir. Fue el caso de la pintora argentina Lea Lublin, buena pintora y excelente persona. Años después, en Páginas vueltas, vi que Nicolás Guillen la menciona. Me contó que habían sido muy buenos amigos y que lo había ayudado mucho. Bueno, pues esa pintora me volvió loco dando vueltas del Riviera a la Casa de la Américas, y de ahí de nuevo para el hotel. Ya no solo por lo que se avecinaba, sino porque un acorazado yanqui (bautizado por el pueblo habanero como “Pancho”, porque se pasaba mañana, tarde y noche frente a la ciudad) se encontraba a doce millas y se le ocurrió virar proa a la costa. Parecía que iba para la zona del hotel. Ahí mismo se levantó ella, me agarró por el brazo y me dijo: “Para la Casa de las Américas, que voy a pedir un arma y me quedo aquí”.  Convencerla no fue fácil.

Niño con un perrito junto al cañón. Foto: Ernesto Fernández.

Nosotros los fotógrafos, como pueden imaginar, teníamos que estar siempre en el periódico. Por el día continuaba la vida normal, salíamos a realizar nuestro trabajo. Pero por la noche, todos en el periódico. Realmente, las noches allí eran divertidas. Empezaban los juegos intelectuales para ver quién de verdad había leído a Faulkner, Hemingway, Kafka, etc. O si no, a hacer alguna broma con el más manso del grupo. En medio de aquello, ya tarde en la noche, se aparecía el comandante Fidel Castro. Todos se aprestaban a escuchar sus palabras y de vez en cuando el teléfono interrumpía la conversación. Normalmente eran llamadas del exterior: en una de ellas tomó el teléfono, porque Lisandro Otero le dijo: “comandante es de Radio Europa No. 1 y preguntan qué hacemos nosotros, pues media Europa está cogiendo sus carros y se están alejando de las ciudades”, contestó, y dijo que Cuba no era el Congo. Esto era así casi siempre. Las llamadas no paraban.

De izquierda a derecha: Edmundo Desnoes, Lisandro Otero, Ambrosio Fornet, Jaime Saruski y Luis Pierce. Foto: Ernesto Fernández.

Así estaban las cosas cuando llegó la noche que da motivo a esta historia. Cuando Fidel salió del ascensor fue directo a donde estaba sentado Carlos Franqui. Recuerdo bien esto porque Salitas estaba sentado con su esposa, de aquella época, en un banquito al lado de la puerta. De pronto Fidel dijo: “Mañana tumbamos cuanto avión norteamericano vuele sobre Cuba. Vamos a ver si quieren seguir pegando las ruedas sobre las pistas nuestras”. Esa fue la primera plana al otro día. El derribo de aviones norteamericanos sobre Cuba. Nosotros le pedimos que nos enviaran a la base de San Antonio para estar allí en el momento en que los derribasen. Y así fue como no solo un fotógrafo y un periodista, sino un grupo de entusiastas combatientes íbamos a cumplir con nuestro trabajo y también a luchar.

El grupo, que yo recuerde, estaba integrado por: Jaime Saruski, Ambrosio Fornet, Mario García Joya, Edmundo Desnoes, el viejo Korda (Luis Korda), Lisandro Otero, Juan Goytisolo y Liborio Noval. No recuerdo si Salitas estaba, aunque me parece que sí. Cómo llegamos a San Antonio y sobre qué, no recuerdo. Sé que tratamos de dormimos en algún lugar en el suelo y, muy temprano, desayunamos y enseguida fuimos para donde estaban los cañones. Sin preguntar nada nos pusimos a tomar fotos y a ver cuáles eran los mejores lugares para el momento.

Lo primero que hicimos fue ponernos al lado de unas piezas de las cuales nos separó un grito: “No se queden al lado de las piezas, pues funcionan por radar y giran para cualquier lado. La fuerza expansiva les volará la cabeza. Pónganse en los huecos, abajo.”  Allí, en los huecos, no podíamos ni levantarnos. Los periodistas preguntaban por los cañones y hablaban con los muchachos, que en verdad eran muy jóvenes, mientras nosotros seguíamos retratando. Estábamos en eso cuando no sé quién dijo, o gritó: “¡Ahí viene, ahí viene!”  ¿Por dónde vienen los aviones?, preguntó otro. “Que aviones ni aviones, es Fidel que viene hacia acá”. Todos nos quedamos fríos.

Foto: Ernesto Fernández.

Llegó, dio los buenos días y enseguida fue a estrecharle la mano al jefe de las Piezas. Le preguntó un montón de cosas, y si estaban bien preparados. Nosotros estábamos escuchando todo y en eso suena el timbre de un teléfono. El joven jefe contesta y rápidamente dice: “por ahí vienen los aviones; comandante, en cuanto lleguen, nada más esperamos la orden de usted para disparar”, ante lo cual dijo: “Dispare cuando usted quiera”, y el muchacho contestó: “Necesito su autorización, pues si los aviones se viran para el este, los cañones no van a dejar un edificio sano en La Habana”.  “¿Cómo que no le podemos disparar?; entonces cojan piedras y le caemos aquí mismo a pedradas”, respondió. A eso mismo íbamos cuando sonó otra vez el teléfono y después de escuchar el oficial dijo: “Comandante en Playa Baracoa le dieron un gran recibimiento a cañonazos y los aviones viraron al Norte”.

Ernesto Fernández nació en La Habana, en 1939. Fotorreportero en Carteles,  Revolución y las revistas Mella y Cuba, donde se desempeñó también como Jefe de Información y de Fotografía; también ha trabajado en Casa de las Américas. Ha sido diseñador, dibujante, luminotécnico y escenógrafo. Fue corresponsal de guerra en Venezuela, Angola, Nicaragua, además de haber retratado los acontecimientos de Playa Girón y el Escambray. Es fundador de la UNEAC y pertenece a la UPEC. Ha expuesto en Cuba y en ciudades como Leipzig, Tokyo, Osaka, Cerdeña, Buenos Aires, Sao Paulo, Madrid, Massachusetts, Kuala Lumpur, París. Sus fotos se encuentran en colecciones privadas. En 2011 fue distinguido con el Premio Nacional de Artes Plásticas. Tiene una página personal: https://ernestofernandezphoto.com/

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