La voz de la iglesia

El 15 de septiembre de 2013 los obispos católicos de Cuba dieron a conocer la que hasta hoy es su más reciente Carta Pastoral, “La esperanza no defrauda”. En esas fechas ya el gobierno cubano y el de Estados Unidos comenzaban el año y medio de secretas negociaciones en las que incluso colaboró el papa Francisco hasta forjar el parteaguas del 17D.

Han pasado casi dos años desde que la Conferencia Episcopal cubana quiso hacer pública su visión sobre la Cuba presente y aclarar la perspectiva, el ángulo, el perfil, de las opciones que la Iglesia recomienda o reclama para el país, en pleno proceso de transformación.

“La esperanza no defrauda” tuvo la motivación adicional de homenajear aquella otra carta pastoral de 1993, “El amor todo lo espera”, en que el diagnóstico de la coyuntura social y el alcance de las propuestas tenían una voluntad frontal de influir en el diseño de las opciones para la salida de la crisis.

Los obispos en 1993 se pronunciaron en un tono bastante crítico hacia el gobierno cubano, ubicándolo por momentos prácticamente como único responsable de una totalidad de conflictos económicos y sociales que la crisis reveló o intensificó de forma dolorosa en aquellos primeros años del Período Especial.

Juan Pablo II en 1998 pudo traducir a un modo más tolerable por todos, en su reconocimiento de legitimidad a las autoridades cubanas y en su llamado al diálogo, los deseos de la iglesia y su compromiso con el país, intentando no regresar a los tiempos iniciales de una “agresividad excluyente” hacia el poder político instituido.

Diálogo y amplitud (“que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”) que muy recientemente comienza a pasar del deseo a la realidad y a delinearse como un enfoque esperanzador de las nuevas posibles relaciones entre Cuba y Estados Unidos, donde el foco crítico es el desmontaje de la política de bloqueo, el principal obstáculo para la normalización.

Sobre ello, hace dos años, los obispos católicos prefirieron auxiliarse de las palabras de Juan Pablo para asentar su posición. Eligieron suplantar los términos de bloqueo o de embargo por los de “aislamiento provocado” y “medidas impuestas desde fuera del país”. Así, en 2013, cuando ya el propio Obama había hecho pública su intención de cambiar radicalmente su política hacia Cuba, la jerarquía de la iglesia católica todavía se mostraba sutil.

Y el hecho es que han pasado seis meses desde aquel diciembre y todavía no ha llegado un pronunciamiento de la iglesia católica cubana, representada por sus obispos, que se defina en torno al nuevo contexto.

Como excepción, hace pocos días el cardenal Jaime Ortega, en una entrevista con la cadena Ser de España, describió este como “un momento de esperanza, un momento de perspectivas positivas después de muchos años de esfuerzos, de preocupaciones por una mejoría de la situación de Cuba con respecto de las limitaciones económicas, de las dificultades sobre todo financieras y de otro tipo que traía esta situación, no resuelta aún, que es el embargo norteamericano, que debe entrar en un proceso quizás de alivio al menos y (…) de eliminación un poco más tarde”.

Cabría esperar que una declaración pública del conjunto de los prelados cubanos hiciera votos por conseguir, con el mismo ánimo con que lo ha hecho mediante actos su líder espiritual, el propio papa Francisco, toda la ayuda necesaria para convertir este acercamiento reciente entre ambos países en el prólogo de una nueva historia.

En las últimas semanas las cordiales relaciones entre el gobierno cubano y el Vaticano –que por estos días están cumpliendo 80 años de fundadas– no han hecho más que incrementarse. Solo habría que recordar la reciente visita de Raúl Castro a la Santa Sede y los llamativos pronunciamientos que hizo al terminar su entrevista con el pontífice. “Si el Papa sigue hablando así, les aseguro que yo terminaré rezando nuevamente y volveré a la Iglesia católica y no lo digo como una broma”, confirmó.

Con ese Papa y con esa Iglesia sí se puede, parecía decir el presidente cubano, debajo de su voz. Una Iglesia con enfoque social, activa como mediadora y propiciadora de un entendimiento que respete la soberanía de Cuba, le permita al país ir saliendo de las trincheras ideológicas, oxigenar su economía y ampliar las relaciones con su emigración.

En septiembre Francisco estará en Cuba. Su visita a la isla también ha estado precedida por el viaje que en abril último hiciera Beniamino Stella, prefecto de la Sagrada Congregación para Clero de la Santa Sede, uno de los principales de la jerarquía católica quien fuera nuncio en La Habana entre 1993 y 1999. Además de ofrecer misas en varias ciudades de Cuba, Stella se reunió con Raúl Castro.

El papa Francisco será el tercer pontífice que visita Cuba en 17 años. Se espera que no solo venga en misión evangélica, sino que también, como jefe máximo de la Iglesia, podría ocuparse de otras tareas institucionales. Digamos, por ejemplo, nombrar a un nuevo Arzobispo de La Habana.

El cardenal Jaime Ortega, cumplidos ya sus 78 años, hace tres que espera un reemplazo. Muchos suponen que pueda sustituirlo Monseñor Emilio Aranguren, obispo de Holguín, pero Francisco podría incluso designar a otro sacerdote cubano, aun sin que estuviera ordenado como obispo.

Se podría esperar que los cambios internos y de liderazgo a los que está abocada la Iglesia cubana no mengüen, sino incrementen las opciones de diálogo, el criterio de buena voluntad con que en los últimos años la institucionalidad religiosa ha querido ser parte de la transformación en Cuba: en primer lugar frente a su feligresía, que ha venido ganando en número y se comienza a beneficiar de la relativa distención con las autoridades gubernamentales.

El espíritu ecuménico que prevaleció en la celebración de la Virgen de la Caridad del Cobre entre 2011 y 2012 trajo paulatinamente la restitución a la Iglesia de propiedades inmuebles e incluso la posibilidad de construcción por primera vez en más de 50 años de una nueva iglesia en Pinar del Río.

En ese clima, sería trascendental que el pueblo cubano, creyentes o no, marxistas o no, afectos al gobierno o no, puedan escuchar la voz de la Iglesia católica cubana decidida a apoyar con todas sus letras y en todo cuanto a esta institución le es dado, la opción de una Cuba postbloqueo, con fuerzas y oportunidades para encarar patrióticamente y con fe en la justicia social los retos que trae la relación presente y futura con un vecino tan poderoso, a veces amable, a veces de cuidado.

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