Las huellas visibles de un incendio extinguido

En la Base de Supertanqueros el panorama es desolador; desde cualquiera de sus accesos puede percibirse la magnitud de la catástrofe.

Foto: Otmaro Rodríguez

Mientras unas pequeñas llamas todavía flameaban en una enorme explanada cubierta de petróleo, hollín, cenizas y humo, autoridades del Cuerpo de Bomberos de Cuba declararon oficialmente extinguido el incendio más devastador en la historia de la nación. A las siete y nueve minutos de la mañana de este viernes 12 de agosto, luego de casi 160 horas ardiendo, el fuego por fin cedió en la Base de Supertanqueros de Matanzas, transformada en un campo tenebroso y oscuro.  

La tragedia comenzó a tejer su trama el pasado viernes 5 de agosto, cuando al final de la tarde un rayo impactó justo al centro de la batería de ocho depósitos de combustibles enclavada en la Zona Industrial de la urbe yumurina. La descarga eléctrica cayó sobre el tanque 52 —lleno a media capacidad con 26 mil metros cúbicos de crudo nacional—, el epicentro de un incendio de grandes proporciones que se extendió sobre los depósitos 51, 50 y 49, todos colapsados y destruidos.

Después de una semana de incertidumbre, ya no hay rastros de la enorme columna de humo que se levantó desde la Bahía de Matanzas y avanzó casi 200 kilómetros rumbo al oeste por toda la costa norte occidental, sin embargo, son muchas las huellas visibles que ha dejado el siniestro…

Foto: Otmaro Rodríguez
Foto: Otmaro Rodríguez
Foto: Otmaro Rodríguez
Foto: Otmaro Rodríguez
Foto: Otmaro Rodríguez
Foto: Otmaro Rodríguez
Foto: Otmaro Rodríguez
Foto: Otmaro Rodríguez

En la Base de Supertanqueros el panorama es desolador; desde cualquiera de sus accesos puede percibirse la magnitud de la catástrofe. De entrada, cualquier persona puede quedar descolocada al entrar a la terminal, porque donde antes sobresalían, imponentes, cuatro cúpulas de los depósitos de combustibles con mayor capacidad de almacenamiento (alrededor de 50 mil metros cúbicos) en el país, ahora solo se divisa una colina yerma y carbonizada.

En el suelo, los restos de las estructuras metálicas calcinadas se quiebran ante los pasos cansados de los bomberos cubanos y los técnicos mexicanos y venezolanos que recogen decenas de mangueras dispersas por toda la Base. Esos materiales se mezclan con el agua de las bombas que corre desde la mitad de la colina para seguir enfriando la zona del incendio, y con una enorme cantidad de petróleo transformado en una especie de lava solidificada, como si un volcán hubiera escupido fuego sin parar.

Las huellas del desastre llegan hasta la entrada de la Base, abajo en la colina, donde maquinarias pesadas realizaron movimientos de tierra para evitar que el crudo encendido llegara a un grupo electrógeno y a otros depósitos más pequeños de combustibles ligeros que, de explotar, hubieran complicado mucho más el control y la contención del incendio.

Foto: Otmaro Rodríguez
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Foto: Otmaro Rodríguez
Foto: Otmaro Rodríguez
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Foto: Otmaro Rodríguez

Avanzar hacia arriba en medio de ese escenario es una tarea compleja. Son muchas las tuberías de gran diámetro que, todavía calientes, han quedado inhabilitadas y bloquean varios accesos, mientras también aparecen como obstáculos hierros torcidos que cedieron a la furia del fuego.

En pie se mantienen algunas naves y edificios que han perdido la fachada y se encuentran en riesgo de derrumbe, delimitadas por cintas rojas con una palabra en letras mayúsculas: “PELIGRO”. Esas construcciones, a su vez, están rodeadas por árboles y palmas que, si bien quedaron totalmente incineradas, se mantienen en pie como símbolo de una última resistencia ante el poder devastador del fuego.

Precisamente, la línea que conforman los esqueletos de las naves, los árboles y las palmas son la antesala del escenario más devastador: una inmensa explanada humeante, donde todavía algunas llamas se resisten a apagarse. Según unos bomberos espirituanos que estaban sentados al borde del camino frente a ese mosaico lúgubre, por aquella zona corrió el petróleo que se derramó de los tanques y arrasó con la vegetación y los edificios, dejando a su paso solo las tuberías, las llaves y las conexiones del propio sistema de la Base, así como un tanque de agua completamente tiznado.

También en pie se divisan sectores puntuales de los muros de contención o cubetos, donde estaban ubicados cada uno de los cuatro depósitos siniestrados, cuyas bases sobrevivieron a las múltiples explosiones que desde el pasado viernes 5 de agosto mantuvieron con un nudo en la garganta a millones de cubanos. Alrededor de dos de ellos, todavía hay movimiento.

En el tanque 49, rebautizado como tanque 4 al ser el último en encenderse, es donde más calor se percibe, por lo que los bomberos todavía no se han retirado del todo. Por otra parte, en el tanque 51 o tanque dos, se divisan las huellas más trágicas del incendio, pues allí decenas de forenses y especialistas en Medicina Legal escarban en busca de los restos de los desaparecidos.

Desde lo alto de la colina, antes un monte de pequeños arbustos y ahora un cementerio de plantas quemadas y decenas de botellas de agua vacías, se puede apreciar mucho mejor la magnitud del siniestro. La silueta de los cuatro tanques deformados, las construcciones y las tuberías carbonizadas y el humo que todavía asciende del suelo ardiente son la constancia gráfica de una tragedia sin precedentes. Resta ahora por investigar y descubrir las huellas ocultas de este incendio…

Foto: Otmaro Rodríguez
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