Las protestas en Cuba son diferentes esta vez

Una economía en picada, tasas alarmantes de contagios por COVID-19 y el creciente descontento con el gobierno han generado protestas inéditas en la Isla.

Foto: Kaloian Santos (Archivo).

Nunca antes, desde el triunfo de la Revolución cubana en 1959, manifestantes antigubernamentales habían organizado protestas simultáneas en varias ciudades de la Isla de la manera en que lo hicieron el pasado fin de semana. Algunas de las manifestaciones fueron pacíficas; otras fueron más que disturbios y una excusa para el saqueo. Pero todas fueron expresiones de la desesperación económica y la frustración de la gente ante la incapacidad del gobierno para aliviar la actual escasez con la que conviven las personas.

El gobierno cubano está en bancarrota. En los últimos dos años ha perdido sus principales fuentes de ingresos en divisas. El colapso de la producción de petróleo en Venezuela redujo a la mitad la exportación del combustible barato a Cuba. La presión de Estados Unidos convenció a otros gobiernos latinoamericanos de cancelar los contratos de servicios médicos con La Habana y enviar a los médicos cubanos de regreso a casa. La pandemia de la COVID-19 cerró la industria del turismo, disminuyendo los ingresos en $3.2 mil millones. Justo antes de dejar el cargo, Donald Trump hizo casi imposible a los cubanoamericanos enviar remesas, lo cual representó una pérdida de otros $3.5 mil millones anuales a la Isla y un golpe para más de la mitad de las familias cubanas.

Cuba importa el 70 % de sus alimentos, el 69 % de su petróleo y la mayor parte de sus suministros médicos. La escasez de divisas ha llevado a la Isla a recortar drásticamente las importaciones, casi un 40 % solo el año pasado y este año más que eso. Las estanterías de las tiendas están vacías. Las farmacias están vacías. Encontrar comida puede llevar horas entre buscar y hacer colas. Incluso las tiendas que solo aceptan pagos en moneda extranjera tienen poca oferta. Los recientes apagones eléctricos reactivan las peores memorias de la gente del “Período Especial” —la depresión económica que sufrió Cuba en la década de 1990, después del colapso de la Unión Soviética.

Las tensiones sociales han ido aumentando a medida que la economía se deteriora, visible en pequeños incidentes de protesta, enfrentamientos entre la policía y la población civil y riñas en las colas en las tiendas. Por eso, si bien el alcance de estas manifestaciones recientes sorprende, el hecho de que las tensiones se hayan desbordado no.

Solo en los últimos meses las cosas han empeorado notablemente. La unificación por parte del gobierno del sistema de dualidad monetaria y tipo de cambio que tuvo lugar en enero —un paso necesario hacia la reforma económica, según coinciden los economistas cubanos— desató la inflación, erosionando los ingresos reales a pesar del intento del gobierno de aumentar los salarios para compensar esta situación. La COVID-19, que parecía estar bajo control antes de la llegada de la variante “Delta”, ahora ha vuelto a estallar, con un número récord de casos, y amenaza con abrumar al sistema de atención médica, que ya lidiaba antes con el problema de los escasos recursos.

No obstante, la situación económica de Cuba aún no es tan mala como en la década de los 90; el año pasado, el PIB cayó un 11 % y sigue cayendo, pero en la década de los 90 cayó un 35 %. La situación política, sin embargo, es muy diferente hoy a lo que era entonces. La generación que vivió la Revolución de 1959 y los primeros días felices de exuberancia revolucionaria fueron un pilar de apoyo al régimen cubano en ese entonces. Ahora en sus 70 y 80 años, son una pequeña y cada vez menor parte de la población.

Los grupos etarios dominantes en la actualidad son las personas que alcanzaron la mayoría de edad después del colapso soviético en los 90. Su experiencia de “la Revolución” es una de interminables escaseces y promesas de reforma incumplidas. Fidel y Raúl Castro, cuyo prestigio como fundadores del régimen reforzó el apoyo popular entre los cubanos de generaciones anteriores, ya no están, y han sido reemplazados por una nueva generación de líderes que tienen que demostrar su derecho a gobernar mediante el desempeño. Tienen que despachar la mercancía, literalmente, y hasta ahora no han podido hacerlo.

La desigualdad, por otro lado, es otra fuente adicional de frustración y resentimiento. Las reformas económicas del gobierno orientadas al mercado la han acentuado, especialmente en el plano racial, y se ha vuelto más visible en los últimos años. Los cubanos afro-descendientes tienen menos probabilidades de tener familiares en el extranjero para enviar remesas, menos probabilidades de tener trabajos que les proporcionen parte de su salario en moneda extranjera y menos probabilidades de vivir en vecindarios agradables y atractivos para los turistas que buscan restaurantes privados o alquiler de habitaciones. Por tanto, no es de extrañar que las recientes protestas hayan comenzado en algunos de los barrios más pobres de Cuba.

Mujeres afrodescendientes en Cuba y la Tarea Ordenamiento (I)

De igual modo, las redes sociales jugaron un papel clave en el alcance nacional de las manifestaciones. En 1994, cuando estalló un motín en el Malecón habanero, la noticia se difundió de boca en boca. El fin de semana pasado, las redes sociales difundieron las primeras manifestaciones entre los cubanos en todo el país, lo que provocó protestas similares en una docena de otras ciudades. El gobierno intentó, sin mucho éxito, limitar la propagación cortando Internet.

Durante años, Cuba estuvo rezagada con respecto a sus vecinos en el acceso a la web, pero la rápida expansión de la tecnología Wi-Fi y 3G ha dado a la mayoría de los cubanos, especialmente a los jóvenes, la posibilidad de la conectividad a través de sus teléfonos. Las redes sociales permiten a los cubanos estar en línea con otras personas que comparten sus intereses. Estas redes sociales virtuales han demostrado ser una forma eficaz de movilizar a las personas para la acción en el mundo “real”. Hasta ahora, estas eran manifestaciones a pequeña escala centradas en temas específicos como los derechos LGBTQ, la libertad artística y la protección de animales, pero presagiaban el papel que de hecho jugaron las redes sociales para catalizar las manifestaciones de la semana pasada.

La respuesta de la administración Biden al malestar social de Cuba ha sido predecible, expresando solidaridad con los manifestantes e instando al gobierno cubano a enfrentar las protestas pacíficas con moderación. Ningún funcionario estadounidense ha reconocido que Estados Unidos está agravando la crisis actual al continuar con las políticas de Trump de bloquear las remesas y suspender la emisión de visas de inmigrantes. No obstante, el senador Marco Rubio (republicano por la Florida) denunció la respuesta de Biden, demostrando que no importa lo que diga o haga Biden con relación a Cuba, los republicanos lo acusarán de ser “flojo” con el socialismo.

Durante su campaña presidencial, Biden prometió revertir las sanciones de Trump que perjudican a las familias cubanas, restablecer los viajes a la Isla y volver a entablar relaciones diplomáticas con el gobierno cubano. Hasta ahora, no ha hecho ninguna de esas cosas. Su administración parece paralizada por el temor a las repercusiones políticas en Florida —donde los demócratas recibieron una paliza en 2020— y por la necesidad de mantener contento al presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, Robert Menendez (D-N.J.).

Pero dar prioridad a la política interna de Estados Unidos sobre la crisis humanitaria de Cuba conlleva algunos riesgos. Un ciclo creciente de protestas contra el gobierno bien podría desencadenar más violencia, como ha ocurrido en otras partes de América Latina. Si los cubanos alienados deciden que no tienen “voz”, su alternativa puede ser “salir”. La última vez que la situación económica de Cuba fue tan mala, en el verano de 1994, 35.000 cubanos optaron por la salida, partiendo hacia los Estados Unidos en botes y balsas no aptas para navegar.

 

Nota: Este artículo se publicó originalmente en inglés en The Nation, publicamos una versión en español con la autorización explícita de su autor.

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