Los hijos de Tritón

FFoto de archivo de balseros cubanos. Foto: EFE / Archivo.

Foto de archivo de balseros cubanos. Foto: EFE / Archivo.

La memoria es caprichosa e injusta, magnifica los éxitos de los ganadores mientras esconde bajo la alfombra el dolor de la derrota y el precio pagado en el mar. Muchos cubanos arriesgaron sus vidas en una travesía al norte y la perdieron porque el océano no perdona a los aventureros, ni entiende de política o distancias. Los hijos de Tritón solo quedan en el recuerdo de familiares y amigos porque la mayoría, ha comenzado a olvidarlos.

Las vencedores cuentan la historia del triunfo, los que no han tenido éxito esperan por su tajada del sueño americano y quienes quedaron en el camino, sencillamente no pueden hacerlo. El precio pagado por la emigración es muy alto para algunas familias, un secreto bien guardado o del que solo se habla en ratos de melancolía. Otros se aferran a soñar con un reencuentro que desafía toda lógica pero es la única razón para seguir existiendo.

Historias así hay en todos los rincones de nuestra Isla, solo hay que rasgar la superficie. En la ciudad de Matanzas estudiaba un chico de 13 años llamado Yerisán, era muy popular entre las muchachas en la Escuela de Arte pero con tan pocos varones ahí, no era gran mérito. Su padre vivía en Estados Unidos y la familia soñaba con verse unida por allá. Un lunes no llegó a la escuela, sus compañeros de aula esperaron hasta que se supo de una salida nocturna que los mayores comentaban en voz baja en tono de malas noticias. Nunca más se supo de él y sus acompañantes.

Las próximas semanas comenzaron los rumores de que un barco los había rescatado, que pronto serían deportados, quizás regresaban a Cuba, pero nada de eso era cierto. No se supo si hubo naufragio, si les quitaron la vida a propósito o pasó algo indecible. El mar se los tragó. Nunca llegó Yerisán a Estados Unidos y el padre quedó esperando un reencuentro imposible, quizás con la culpa de compañera. A los amigos del muchacho les quedó una realidad muy prematura para su edad, desde entonces para ellos cada viaje cerca del mar se convierte en mirar por el cristal hacia la costa, pensando en el que nunca regresó.

Ojalá esta historia no fuera cierta pero lo es. Quisiera poder decir que cada uno de mis amigos emigrantes llegó al destino fijado, pero alguno puede haber sufrido la suerte de Yurisán, que con 13 años debió aprender que hay sueños con un precio más alto del que podemos pagar. Nunca conocerá la pasión de una mujer o sostendrá un hijo en sus brazos, la circunstancia que provocó su partida es la única culpable.

Somos una generación que nació cuando todas las piezas estaban ya dispuestas en el tablero, solo con la opción de jugar con las blancas, las negras o mirar el ajedrez desde fuera sin participar. Diría que algunos han sido peones sacrificados en la partida pero no lo haré. No todo puede racionalizarse y no hay un juego de mesa que tenga consecuencias tan graves como este o afecte a tantas personas. Ojalá todo fuera realmente una partida de ajedrez, o mejor de dominó, para darle agua a la mesa y hacer un juego nuevo con nuestras reglas.

Entre las malas pasadas del recuerdo, lo normal es evocar a los amigos que sabemos de su paradero y solo cuando vemos las fotografías pensamos en los que ya no están, qué habrá sido de ellos y dónde estarán a estas alturas. Los buscas en el Facebook (si puedes) pero no encuentras a muchos. Claro, no todos están en redes sociales, la memoria puede fallarnos y el apellido puede escribirse distinto. Mejor pensar en eso que otra cosa. ¿Cuándo será que contabilicemos e identifiquemos los daños colaterales de la emigración?

En estos días que la Ley de Ajuste Cubano parece tener los días contados, los cubanos se aventuran a Estados Unidos por mar y tierra. Las historias que nos llegan de esas travesías son de terror, ya sea en la frontera con México o una balsa en el mar Caribe. Tengo un amigo que hizo el recorrido desde Ecuador hasta el norte y conoció las aldeas más humildes de Centroamérica. Comentaba cómo había visto con sus propios ojos lo que aprendió estudiando antropología en la universidad pero en el fondo todos sabemos que el viaje fue duro, quizás más de lo que se atreva a contar.

Está claro que la memoria es caprichosa e injusta. Los que arriesgaron sus vidas en una travesía al norte y la perdieron, son ahora hijos de Tritón y daños colaterales de una circunstancia que muy probablemente existiera antes de ellos nacer. Yo me niego a olvidarlos porque fácilmente pude ser uno de ellos o podría tener un amigo en esa lista, que todavía nos falta por hacer.

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