Mi mujer es cubana. ¿Y ahora qué hago?

Vivimos en España, pero toda su familia vive en Cuba, por lo que cada vez que el trabajo y el dinero lo permiten les hacemos una visita. Esta vez quisimos recorrer casi toda la Isla en un auto, y esto fue lo que pasó...

Foto: Kaloian.

Casi todos los parientes de mi esposa viven en Santiago de Cuba, y siempre habíamos querido hacer un gran viaje por toda la isla, desde La Habana, que es donde normalmente llegamos en el avión hasta Oriente, que es la otra punta de Cuba, y así conocer muchas de sus ciudades y rincones recorriendo más de 1 500 kilómetros en un coche de alquiler.

Este año por fin pudimos organizarlo, y un par de meses antes del viaje reservamos tanto el alquiler del coche como las casas donde nos alojaríamos en cada una de las ciudades que visitásemos.

Ya hemos realizado otros viajes de este tipo, pero por España y por Europa, y no es demasiado complicado organizarlo: itinerario, horarios, alquiler de coche, hoteles o casas de renta, etcétera. Pero en este caso existe un factor que lo altera todo y que hace imprevisible cada momento del viaje: ¡Esto es Cuba, chico!

La idea era que partiendo de La Habana pasáramos por Pinar del Río, Matanzas, Varadero, Cienfuegos, Trinidad, Camagüey, Baracoa, Guantánamo y terminar en Santiago de Cuba, en casa.

¿Cuánto voy a tardar?

La primera dificultad es previa al viaje, y es hacer el cálculo del tiempo que vas a tardar en recorrer ciertas distancias.

En España, por ejemplo, en función del tipo de carretera, del número de kilómetros a recorrer y de posibles paradas a repostar (rellenar el tanque de combustible) o descansar, puedes hacer un cálculo muy aproximado de la duración de un viaje, pero en Cuba ese cálculo es muy complicado por muchos motivos, como que las carreteras no suelen estar en buen estado. Los cubanos dicen que en otros países hay carreteras que tienen baches, pero en Cuba, ¡hay baches que tienen carreteras!  Apenas hay autovías. Se atraviesan todos los pueblos posibles. ¡Apenas existe señalización! Y hay controles de policía cuando menos lo esperas. Se te puede cruzar un coche de caballos en cualquier momento, o incluso un perro o gallinas temerarias. No te puedes relajar en ningún momento, y mucho menos puedes conducir de noche, cuando baja un poco el calor, porque la iluminación no es que sea escasa, ¡es que es prácticamente nula!

Cuando se termina la Autopista Nacional, en la zona de Taguasco, provincia de Villa Clara, no queda más remedio que tomar la Carretera Central, angosta, que comenzó a construirse a principios del siglo XX y comunicaba a la occidental provincia de Pinar del Río con la oriental Santiago de Cuba. La construcción de la Autopista Nacional se interrumpió en los años 90 cuando comenzó la crisis económica, denominada Período Especial. Foto: Kaloian.

Una gran ventaja en estas circunstancias es la amabilidad de la gente a la que te ves obligado a preguntar continuamente, y que te indican con todo lujo de detalles el camino correcto:

“¿Pa’ Pinar del Río? Claro, compay. Siga todo recto unos 185 metros, allí coja el camino de la derecha otros 100 metros hasta llegar a una piedra grande que tiene pintado un “Pare” –la señal no está porque la han robado varias veces, y ya no la ponen más, pero la piedra no se la llevan–, y allí doble a la izquierda y salga a la carretera general que le lleva a Pinar del Río. ¡Ah!, y cuida’o con los baches, hermano, que son muy traidores.”

Indicaciones de este tipo son tan prácticas como frecuentes, y gracias a ellas llegas a tu destino sano y salvo.

Llegando a La Habana

Ya en el aeropuerto de Barajas de Madrid y en la cola para facturar el equipaje te das cuenta enseguida de cuál es la cola del vuelo para La Habana. Los viajeros llevan las maletas más grandes, lo que suele ocasionar discusiones en su facturación, la cola –no se sabe por qué– nunca es uniforme, y sobre todo el tono de voz de los que van para Cuba siempre es mucho más animado y mucho más elevado que los que van por ejemplo a Noruega o a Alemania. (Los de esas colas son mucho más ordenados, más silenciosos, y mucho más blancos, casi transparentes).

Desde el momento en que facturas tu equipaje todo transcurre por los cauces “normales” de un viaje a Cuba: protestas por lo que no puedes llevar de equipaje de mano, protestas por los retrasos, protestas por la comida –esas cosas de plástico que te ponen en una bandeja–, gente hablándose de una punta a otra del avión, sombreros de yarey dando un toque pintoresco, alegría cuando comienza a circular el ron, aplausos en el aterrizaje, tremendo enfado y confusión cuando te pesan las maletas y te hacen pagar el sobrepeso, tensión y cansancio al pasar el control de la aduana, y una alegría y una emoción difíciles de describir cuando llega el momento de los abrazos con los familiares que te esperan ansiosos en el aeropuerto.

Foto: Kaloian.

Ese momento siempre es emotivo, y siempre te espera tal cantidad de personas que parece que acabas de ganar una medalla en las Olimpiadas. ¿De dónde ha salido tanta familia?

Por cierto, cuando sales del avión experimentas una serie de sensaciones como que se te pega completamente la ropa al cuerpo, en los primeros minutos te cuesta un poco respirar, se te comienza a humedecer el bigote y la mancha de humedad se extiende poco a poco por todo el cuerpo. Creo que técnicamente lo llaman “¡tremendo-calor- mi-hermano!”

Luego, te vas acostumbrando, pero salir de España con varios grados bajo cero, y llegar aquí con 29 grados de temperatura y un 90 por ciento de humedad relativa como dicen en Cuba, “¡No es fácil!”

En la aduana, como siempre, nos separan y vamos cubanos por una puerta y extranjeros por otra, tardamos un poco más de la cuenta, y salimos casi los últimos ¿Por qué? Porque a mi mujer no le querían dejar pasar un par de manzanas que llevaba en el equipaje de mano para darle a nuestro hijo, y como era evidente que lo único que pretendían era quedarse con esa fruta para ellos, se negaba a entregárselas.

Solución: ¡me como las manzanas aquí, pero tú no quedas con ellas! Ese carácter de las cubanas. ¡Pero qué razón tenía!

Como consecuencia del retraso acumulado en la aduana, y en la recogida de maletas, (donde un billete de diez dólares consiguió desatascar el conflicto del exceso de equipajes), tuvimos alguna dificultad para encontrar un taxi que nos llevase a La Habana, y cuando por fin íbamos ya relajados sentados tranquilamente, ¡se abre el portón trasero del taxi, y casi se caen todas las maletas! Me entró una risa floja que casi me caigo yo también del carro.

Esteras en el en el Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana
La gran espera ocurre frente a las cintas por donde deberían salir las maletas. Foto: Raquel Pérez.

El taxista intentó arreglar el cierre de la puerta como pudo, pero finalmente la mejor solución fue ¡que yo fuese sujetando la puerta con una cuerda durante el resto del trayecto! Lo que viene a ser “tecnología punta cubana” para ir entrando en ambiente.

Y otra sorpresa más: como llegamos tan tarde a La Habana, la casa de renta que teníamos reservada ya no nos esperaba, y habían alquilado a otras personas nuestra habitación. Nueva solución de emergencia: que nos buscasen una casa nueva a esas horas de la noche. Gracias de nuevo a la hospitalidad cubana encontramos otra casa a las tres de la madrugada, y ni el jet lag ni el ruido de los ventiladores pudieron evitar que el cansancio del viaje nos dejara rendidos y durmiéramos de un tirón ocho horas reparadoras y merecidas.

Comienza un nuevo día, y un gallo de esos locos que abundan por toda la isla nos despierta cuando ya la brillante luz habanera lo inunda todo.

Después de desayunar (huevos, leche, mermelada de guayaba riquísima, etc…) nos ponemos manos a la obra y vamos a buscar el carro de alquiler.

¿Habrá alguna sorpresa? Eso en Cuba es seguro…

Palacio de los Capitanes Generales en la Plaza de Armas, La Habana Vieja. Foto: Otmaro Rodríguez.

Como sardinas, pero felices

Pues si hubo sorpresa: el coche no es de la gama que habíamos solicitado, es más pequeño, y eso es un problema teniendo en cuenta que íbamos a ser cuatro adultos y un niño, y finalmente fuimos ¡5 adultos y 2 niños!

Esto en Cuba es normal, así es que habrá que hacer un milagro para meter todo el equipaje y todas las personas en ese coche.

¿El aire acondicionado si funciona..? Ok, pues éste es nuestro carro. Vamos a ir como en una lata de sardinas, ¡bien apretaditos, pero felices!

Finalmente el abuelo y yo vamos delante (él se defiende bien por estas carreteras, y me va indicando los peligros, las trampas, “los caballitos” –así le llaman a la policía en moto-, las gallinas suicidas, los baches-sorpresa, etc. Atrás irán mi mujer, mi cuñao, la abuela, y los dos niños, a veces jugando, a veces riñendo, a veces durmiendo, y casi siempre clavando los codos a los adultos que les llevan encima.

Vista el jueves 31 de octubre de la sede del proyecto comunitario "Artecorte" en La Habana Vieja, La Habana. Foto: Ernesto Mastrascusa / EFE.
Vista de la sede del proyecto comunitario “Artecorte” en La Habana Vieja, La Habana. Foto: Ernesto Mastrascusa / EFE.

Después de varios intentos conseguimos meter todas las maletas de siete personas en el maletero. No queda hueco ni para meter la funda de las gafas.

Sólo de pensar que cada vez que lleguemos a una ciudad tendremos que sacar todas las maletas y después volver a intentar meterlas en ese orden para que quepan me entra el escorbuto. ¡Y eso contando con que no compremos nada por el camino, cosa que es casi imposible!

Bueno, pues vamos camino de nuestra primera excursión hacia el Valle de Viñales, en Pinar del Río, a unos 150 km de La Habana.

Viñales. Foto: Otmaro Rodríguez.
Viñales. Foto: Otmaro Rodríguez.

Este Valle es conocido por los “mogotes”, que son sorprendentes elevaciones redondeadas y de laderas verticales que hacen casi único su paisaje. En Viñales hay muchas cuevas pero no tendremos tiempo para visitarlas. Es también el lugar donde se produce el mejor tabaco negro del mundo.

Otro problemilla que nos hemos encontrado es que el coche no tiene USB ni lector MP3 para la música, sólo un lector de CD, y como no traíamos música en ese formato compramos un CD para tener música donde no se escuche la radio, y para ir ambientándonos sólo se nos ocurrió comprar un disco de ¡Benny Moré!, “el bárbaro del ritmo”.

Salimos de La Habana sin grandes dificultades, gracias a las indicaciones del abuelo, que conoce bastante bien la ciudad.

El camino es precioso, y mientras vemos cómo va cambiando el paisaje al acercarnos a la provincia de Pinar del Río vamos todos frescos y contentos cantando las canciones de Benny : “Cienfuegos es la ciudad que más me gusta a mí…”, y casi todo su repertorio va sonando mientras nos acercamos a Soroa y hacemos la primera parada en una preciosa cascada natural.

Viñales. Foto: Otmaro Rodríguez.
Foto de archivo de Viñales, donde casi toda la actividad económica está relacionada con el turismo. Foto: Otmaro Rodríguez.
Turistas en una vega de tabaco en Pinar del Río. Foto: Otmaro Rodríguez / Archivo.
Viñales. Foto: Otmaro Rodríguez.

No es espectacular, porque además lo visitamos en tiempo de sequía, pero al menos estiramos un poco las piernas bajando sus interminables escaleras, y nos refrescamos viendo un paisaje poco habitual en Cuba.

Poco después llegamos al Mirador de los Jazmines. A pesar del nombre, jazmines no hay, pero se puede ver el extraordinario paisaje del Valle, con sus distintos tonos de verde, con sus plantaciones de tabaco, sus enormes palmeras, y al fondo una serie de mogotes de distintos tamaños que te hacen pensar que estás en otro planeta, o al menos en otro continente. ¡Precioso!

Casi hay que coger turno para hacerse fotos en su espléndida terraza, mientras miras el horizonte y piensas que sólo por ese momento ya ha merecido la pena el viaje.

Sembrado de tabaco en Viñales, Pinar del Río. Foto: Kaloian / Archivo.
Cosecha de tabaco en Viñales, Pinar del Río. Foto: Kaloian / Archivo.

Un poco después llegamos al Mural de la Prehistoria, y allí todos salimos a admirar la impresionante pintura, y a estirar un poco las piernas.

El gigantesco mural está pintado sobre la roca, previamente lavada de uno de los mogotes llamado Pita, ocupa unos 120 por 160 metros de longitud, y en él se puede ver el proceso evolutivo de los hombres y de los animales en sus distintas etapas.

Es realmente bonito y curioso.

Como diría Benny Moré “que se me caigan los dientes si miento”.

“Aguanta la respiración”

Allí mismo disfrutamos de uno de esos tipos pintorescos que tanto abundan en Cuba: un guajiro de la zona con un buey enorme que engatusaba a los turistas para ganar unos pesos, y les montaba en su animal para que se hicieran fotografías.

Además, presume de tenerlo totalmente “domesticado” porque, según él, obedece órdenes concretas que le da, como cuando dice: “aguanta la respiración”, “suelta la respiración”, “cierra los ojitos”, y el animal lo único que hace es respirar normalmente y abrir y cerrar los ojos al ritmo normal, con naturalidad, mientras le mira con cara de pensar “déjame descansar un ratico, chico”.

Nos reímos bastante con ese hombre, y lo seguimos haciendo cada vez que nos acordamos de él.

Comimos en el Rancho que hay allí mismo (el mismo pollo que te ponen en casi todos los paladares cubanos, arroz, plátano frito, aguacate, unas cervezas Bucanero, etcétera…). Todo muy rico, la verdad, porque ya teníamos hambre.

Otro pequeño paseo por la zona, nuevas fotos… y camino de regreso a La Habana.

Foto: Otmaro Rodríguez.

Como nos pasaría durante el resto del viaje nos quedamos con las ganas de ver más cosas, de estar más tiempo, pero hay que seguir ruta, y cumplir con los horarios, porque no tenemos tiempo para más, y hay que regresar de día y con luz.

La abuela dice que aquí tenemos que regresar con más calma, y con la facilidad propia del cubano para encaramarse en sus sueños ya planea cuándo podemos volver y todas las cosas que haremos por allí.

Hace tiempo le pregunté a mi abuelo Ángel (que era muy sabio) si existía la felicidad, y recuerdo que me contestó que en este mundo no existía, pero lo que si había era momentos felices, y que había que agarrarse a ellos para poder disfrutar en esta vida. Por eso, cuando volvíamos de la excursión, mientras charlaba tranquilamente con el abuelo y sonaba Benny Moré suavecito en el carro, yo miraba por el retrovisor y veía dormidos a mi mujer, a su hermano, a la abuela y a los dos niños, después de un día lleno de alegría y de diversión, y entonces ya era consciente de que estaba ante uno de esos momentos felices que me decía mi abuelo, y que debería aferrarme a ese recuerdo para darme cuenta de que a veces la vida merece la pena.

Llegamos ya de noche a La Habana. Esta ciudad te atrapa y te hipnotiza tanto de día como de noche. Qué maravilla para terminar la jornada poder conducir de noche por la capital de Cuba.

Foto: Kaloian.

Camino a Varadero

Segundo día de “excursión” por la isla camino de Varadero.

De nuevo un desayuno sustancioso para tomar fuerzas y poder “insertar” las maletas en ese maletero que cada vez parece más pequeño.

La idea es salir prontito, atravesar Matanzas, y llegar lo antes posible a Varadero para pasar un día de playa. Este destino es esencialmente eso, 22 kms de fantástica playa donde disfrutar del sol cubano y de sus cálidas aguas.

Viajar con dos niños te asegura tener que hacer algunas paradas extras, y si además te pierdes en algún cruce entonces el retraso está asegurado.

Varadero. Foto: Yander Zamora/EFE.
Varadero. Foto: Yander Zamora/EFE.
Varadero. Foto: Yander Zamora / EFE.
Turistas en el balneario cubano de Varadero. Foto: Yander Zamora / EFE / Archivo.
Varadero. Foto: Yander Zamora/EFE.

Danilo, el abuelo, se fía de su instinto para dirigirnos ante la falta de señales fiables, y entonces Isabel, la abuela, nos ayuda con un par de indicaciones concretas:

“Danilo, déjate de creer que por aquí o por allí… ¡Tú no sabes ni dónde estás parao ahora mismo! ¡Para el coche y pregunta al primero que veas!”

Y siguiendo estas sencillas instrucciones llegamos a Varadero, y buscamos con urgencia un lugar donde dejar aparcado el coche (o “parqueado el carro”, como dicen aquí), y un buen lugar donde poder bañarse, que en esta playa, sobran.

Acostumbrados al agua fría del mar del norte de España, entrar en el agua de la playa de Varadero es casi una experiencia religiosa, como diría Enrique Iglesias. La arena es tan fina y tan blanca, la brisa tan agradable, y el agua tan limpia y tan cálida, que cuando te sumerges la primera vez no parece que lo estés haciendo en agua sino en un sueño suave, dulce y acogedor… ¡Es que no quieres salir de allí!

Varadero. Foto: Yander Zamora/EFE.

Tremendo baño el que nos dimos toda la familia. Juegos en el agua, castillos de arena, sol abrasador. Y cuando nuestra blanca piel producto del invierno español se comenzaba a poner rojiza nos fuimos a buscar un paladar que apaciguase un poco los rugidos de león que salían de nuestros estómagos.

Congrí, camarones, ensalada de aguacate y tomate, ajiaco, y de postre todo tipo de frutas tropicales, la mayoría de la cuales ni siquiera conozco. ¡Delicioso! Por cierto, cuando comí una de esas frutas que se llama marañón, casi se me meten todos los dientes para adentro. ¡Qué sensación más extraña!

Y acto seguido, a buscar una sombrita en la playa donde poder echar una siestecita escuchando el sonido de las olas ¿Es esto el paraíso? Seguramente no, pero se le parece bastante.

Otro relajante bañito tras la comida y la siesta, y de nuevo al coche camino de Cienfuegos. Nos esperan 180 km y queremos llegar de día para evitar sustos.

Pasamos por Cárdenas, Jovellanos, Colón. Dejamos de lado la Ciénaga de Zapata, que nos hubiese gustado visitar, al igual que Bahía de Cochinos o Playa Girón, que tanta influencia tuvo en el pasado de este país, y seguimos con dirección a Santa Clara para después seguir hacia la costa del Mar Caribe, camino de Cienfuegos.

Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.

A la hora de la telenovela de turno Cuba se paraliza

Por el camino nos perdemos un par de veces, pero nada que no se arregle con una reprimenda de la abuela por no preguntar.

También hacemos varias paradas, para repostar combustible, merendar, comprar alguna cosa de las que ofrecen al borde de la carretera, normalmente fruta o verdura. El problema es dónde lo metemos. “Eso cabe en cualquier sitio, Danilo, ¿tú no entiendes que eso no se puede conseguir en Santiago?”

Como ya sabemos que aquí nadie te va a dar la mercancía metida en bolsas de plástico, siempre nos traemos unas “jabitas” o “cubalse”, como le dicen aquí, para estos casos, así que: un par de bolsitas con frutas debajo de los asientos delanteros, o encima de la bandeja trasera donde ya apenas cabe nada más, y me dificulta un poco más la visión por el retrovisor, pero quién se resiste a comprarlo.

Nos acercamos a la ciudad de Benny Moré, pero nosotros ya estamos hartos de escucharlo en nuestro único CD disponible, y ya sabemos de sobra cómo camina la mujer de Antonio, y todas esas cosas. ¡Muy hartos! Tenemos que renovar el repertorio musical como sea.

Llegamos anocheciendo, pero eso no nos impidió ver la belleza de la ciudad nada más aproximarnos al centro. Calles y avenidas espléndidas, casas preciosas, ambiente de gran ciudad con mucho movimiento de gente, un malecón espectacular… Estamos deseando dejar las maletas y pasear un poco por aquí.

¡Pero no será tan fácil! ¿Por qué? Pues en primer lugar porque llegamos justo a la hora de la novela brasileña del momento, y a la hora de la telenovela de turno Cuba se paraliza. Nadie hace nada que no sea ver la novela de la tele. Así es que nos tocó esperar a que terminase para que alguien nos hiciera algún caso.

Escultura de Benny Moré en el Paseo del Prado de Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Escultura de Benny Moré en el Paseo del Prado de Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.

Mientras esperamos, nos explicaron un poco el culebrón y vimos los últimos minutos. Un guion de esos retorcidos, con hijos secretos, padres que aparecen cuando todos creían que habían muerto, malos muy malos, buenos muy buenos, chicas y chicos muy guapos, enorme lujo…¡Casi nos enganchamos nosotros también!

Y en segundo lugar, porque de nuevo surgieron dificultades con el alquiler de las casas reservadas para pasar la noche. Ya no nos esperaban, y las habitaciones estaban alquiladas.

Lección aprendida; ahora llamaremos el día antes de llegar para confirmar la reserva en cada casa, a ver si así evitamos estos problemas.

Esta vez sería Pepe, el dueño de la casa que teníamos reservada el que se ofrece para ayudarnos a encontrar una solución en otras casas de renta.

Pepe es un fenómeno, y nos consigue un par de habitaciones, en casas separadas, pero eso no nos importa con tal de tener un lugar tranquilo donde descansar, y aquí casi todas las casas de renta son preciosas.

Una de las casas tiene como 50 escaleras para subir las maletas, pero ya nada se nos pone por delante, y lo que queremos son soluciones y un lugar para descansar, para comer, y poder salir a conocer Cienfuegos.

De nuevo la gente cubana nos demuestra que se puede contar con su hospitalidad.

Conseguimos convencer a una de las dueñas de las casas de renta de que nos preparase una cena, aunque fuese ligerita, gracias a la capacidad de la abuela para hacer amistad y generar empatía con cualquier persona con la que hable. Esa cualidad hizo que en todas las casas a las que finalmente íbamos a parar en cada ciudad visitada a los quince minutos ya tenías a los dueños contándole sus penas a Isabel, sentados en el patio, charlando con ella como si la conociesen de toda la vida. La abuela fue sembrando el camino de amistades que, en algún caso, ¡hasta lloraron cuando nos marchamos!

Los trámites, una vez que llegas a cada casa con un poco liosos, porque tienen que registrar a todos y cada uno de los visitantes, y detallar todo, hora de llegada, nacionalidad, de dónde vienes y a dónde vas, horas de entrada y de salida. Un poco pesado, pero ya sabemos que esto es así.

Parque José Martí, en Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Parque José Martí, en Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Parque José Martí, en Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Parque José Martí, en Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Bulevar de Cienfuegos, a unos metros del céntrico Parque José Martí. Foto: Otmaro Rodríguez.
Terraza y torre del Palacio Ferrer, en Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Bulevar de Cienfuegos, a unos metros del Parque José Martí. Foto: Otmaro Rodríguez.
Parque José Martí, en Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Parque José Martí, en Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Parque José Martí, en Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Parque José Martí, en Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Parque José Martí, en Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Parque José Martí, en Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Muelle Real de Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Vista del entorno de la bahía de Jagua. Foto: Otmaro Rodríguez.
Vista del entorno de la bahía de Jagua. Foto: Otmaro Rodríguez.
Vista del entorno de la bahía de Jagua. Foto: Otmaro Rodríguez.
Paseo del Prado de Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Paseo del Prado de Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Turistas en el Paseo del Prado de Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Paseo del Prado de Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Turistas en el Paseo del Prado de Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.

Vivir en el filo

Las casas en Cienfuegos son preciosas, no sólo las de renta sino la mayoría de las que se pueden ver según paseas por sus calles.

Sus puertas abiertas dejan ver enormes estancias, salones adornados con muebles estilo “art decó”, lámparas de bronce y unos patios grandes y espaciosos con las típicas mecedoras que no faltan en cada casa cubana, y todo ello rodeado de una vegetación tropical y exuberante de helechos, enredaderas, flores de colores imposibles, hierbabuena, begonias, marpacíficos, palmitas, que hacen de cada patio un jardín donde puedes pasarte horas charlando, tomando un café Turquino o una cerveza Cristal.

Cualquier excusa es buena para un cubano con tal de sentarse alrededor de una mesa y compartir comida, bebida y conversación, y eso todo el mundo lo agradece.

Cienfuegos, la perla del Sur, tiene muchas cosas para visitar, y desde luego no se puede hacer ni en uno ni en dos días: el parque José Martí con su Arco de Triunfo, la Catedral, la Casa del Fundador y el teatro Tomás Terry, el castillo de Jagua, los palacios de Valle y Ferrer, el Jardín Botánico… Pero lo esencial es pasear por sus calles, sobre todo por el bullicioso Paseo del Prado, lleno de tiendecitas con souvenirs, o por su Malecón, con varios preciosos palacetes.

Jardín Botánico de Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Jardín Botánico de Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Castillo de Jagua, en Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Castillo de Jagua, en Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.

Una vez más nos sorprende Cuba, nos sorprenden sus contrastes, y nos sorprende agradablemente su gente, con la que hablamos en los paladares, en las terrazas, en las casas, y siempre nos reímos con sus ocurrencias, con su filosofía de vida, con su manera de enfocar los problemas y de encontrar soluciones imaginativas.

Yo siempre digo que en Cuba se vive en el filo, al límite en casi todo. Por ejemplo:

Y el cubano está tan acostumbrado desde que nace a vivir en el filo, rozando los límites, que lo asume de manera natural, sin dramas, y se agarra a su realidad y a sus circunstancias con una alegría y una naturalidad que sorprenden, y que son la admiración de los que venimos de fuera.

Como ellos mismo dicen habitualmente, “no cojas lucha con eso, chico”.

Puestos de venta en la calle Santa Isabel, en Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Puestos de venta en la calle Santa Isabel, en Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Puestos de venta en la calle Santa Isabel, en Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Una de las embarcaciones para pasajeros que surca la bahía de Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez.
Vista del entorno de la bahía de Jagua. Foto: Otmaro Rodríguez.
Una de las embarcaciones para pasajeros que surca la bahía de Cienfuegos a su llegada al embarcadero del Castillo de Jagua. Foto: Otmaro Rodríguez.

Pero, volvamos al viaje:

Si vienes alguna vez por aquí (y es totalmente recomendable), no te puedes perder “El Nicho”, una serie de cascadas naturales a pocos kilómetros de Cienfuegos, o “La cueva de Martín Infierno”, ya que ambos merecen la pena visitarse.

Paseando por el Paseo del Prado y visitando sus comercios sucedió lo inevitable: ¡hicimos más compras!. Varias figuritas de madera, para decoración, un par de sombreros… y varias cosas más.

Os preguntaréis dónde colocamos todo eso. Pues tuvimos que recolocar todo el maletero, y el resultado final fue que mi suegro a partir de entonces viajaba con una bolsa debajo de los pies y una caja sobre las piernas; mi suegra cuando no tenía un niño encima tenía una maleta, y mi mujer ya viajaba encima de las toallas de playa, y el sombrero que compró, después de pasar de cabeza en cabeza, lo llevó puesto el resto del viaje, porque no había forma humana de colocarlo en ningún sitio sin que se aplastase.

Como consecuencia de estos “pequeños cambios” cada vez que hacíamos una parada o llegábamos a un destino, primero tenía que salir yo del coche (pues era el único libre de bolsas y maletas), abrir la puerta a mi suegro, liberarle de sus cajas para que pudiera salir, y abrir las puertas de atrás para ir sacando enseres, cajas, bolsas, niños… y finalmente el resto de la familia, unas veces con una pierna dormida por la postura, y otras veces con un hombro “dislocao” por el ejercicio forzado de contorsionismo.

Como casi todo en Cuba, “un drama y una comedia a la vez”.

Y así, de esta manera, continuamos camino hacia Trinidad.

Trinidad / Foto: Yariel Valdés
Trinidad. Foto: Yariel Valdés.

La Villa de la Santísima Trinidad

Dejamos Cienfuegos con cierta tristeza porque nos hubiese gustado quedarnos mucho más tiempo, y con la sensación de que tarde o temprano volveremos por aquí.

Recorremos los 85 kilómetros que nos separan de la Villa de la Santísima Trinidad de Cuba con la esperanza de seguir disfrutando del viaje, a pesar de que los amortiguadores del coche dejaban mucho que desear, y cada vez que cogíamos un bache saltábamos todos dentro del carro, y esos malditos baches eran difíciles de esquivar.

Desde Cienfuegos, Pepe nos había reservado por teléfono dos nuevas casas de alquiler en Trinidad, ¡porque al llamar para confirmar la reserva ya lo tenían alquilado!

Nos olvidamos ya de Benny Moré, pero seguimos escuchando música cubana porque conseguimos algunos CDs de Los Van Van, de Cándido Fabré, de Eliades Ochoa, Buena Fe y sobre todo de Orishas, que es el que más nos gusta.

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig.
Hostales en Trinidad. Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig.
Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig
Interior típico de un hostal en Trinidad. Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

Llegamos a Trinidad y la primera impresión es de sorpresa por la sensación de estar dentro de un museo donde cada casa, cada plaza, cada patio, cada balaustrada o incluso cada piedra de sus calles parece que están allí colocadas con una calculada precisión de adorno, para hacer sentir al visitante que ha retrocedido doscientos años en el tiempo.

Todo en Trinidad te evoca un tiempo anterior, y no te cansas de recorrer sus calles con el sabor de lo genuino, de lo auténtico, y la sensación de batalla ganada contra lo superfluo y lo comercial.

Una ciudad donde puedes visitar un museo romántico, un museo de la lucha contra los bandidos, la plaza de los artesanos… o un establecimiento donde se sirve una bebida tradicional hecha de aguardiente, miel y limón que se llama canchánchara, tiene que ser sin duda un lugar especial que deja huella en quien lo visita.

Trinidad / Foto: Yariel Valdés
Trinidad. Foto: Yariel Valdés

Y de nuevo será la abuela la que conseguirá que nos traten de manera especial en las casas de alquiler, que nos preparen unas comidas como si fuésemos parte de su familia, y que nos hagan sentir “como en casa”, ya que además se dio la casualidad de que la dueña de la casa era colega de profesión del abuelo, y así fue aún más sencillo entablar amistad con ellos.

El calor sigue haciendo estragos, y el aire acondicionado de las habitaciones convierte a las casas en un oasis donde reposar, descansar, y charlar sin prisas con la gente que nos cuenta anécdotas de su vida cotidiana, de sus dificultades, pero también de sus alegrías, y de cómo se buscan la vida para “resolver” cada día.

Otra de las situaciones pintorescas que tanto suceden viajando por Cuba la vivimos en Trinidad, y esta vez relacionada con el coche.

Cada vez que llegamos a una nueva ciudad hay que buscar un lugar donde guardarlo por las noches, si es que la propia casa no disponía de un lugar adecuado, y cuando no puedes encontrarlo la solución que te dan es… ¡que una persona se pase toda la noche sentado en una silla al lado del carro, vigilando que no sufra ningún daño!

Como no había otra opción aceptamos ese trato a cambio de unos pesos.

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig
Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

Sin embargo, como esa noche salimos a cenar y a tomar un par de mojitos por allí, cuando volvimos sobre las dos de la noche pasamos al lado del lugar en el que estaba el carro “vigilao”, y pudimos ver al vigilante profundamente dormido en su silla. Si de alguna manera podía ahuyentar a posibles ladrones era con sus ronquidos, pues parecía que por allí cerca andaba un oso.

De nuevo “cosas de Cuba” que sólo pueden pasar en esa isla.

Otra calurosa noche y temprano en la mañana salimos con destino a Camagüey. Casi 300 kms nos esperan, y habrá que hacer varias paradas para comer y descansar.

Un buen desayuno, recogemos el carro, pagamos al “vigilante roncador”, volvemos a llenar el auto de cosas y de familia, nos despedimos de nuestros nuevos amigos y de esta bonita Villa, y salimos hacia Camagüey.

Es una lástima no haber podido reservar una noche en Los Jardines del Rey, en Cayo Coco o Cayo Romano, porque son dos de los puntos turísticos más importantes y más bonitos de la isla, pero tendrá que ser para otro viaje, ya que además existen ciertos lugares turísticos en la isla (como estos cayos) donde ni a mis suegros ni a mis cuñados les era permitido entrar ¡por ser cubanos! (Increíble.)

“¡¡¡Mamá, yo no quiero comer moscas!!!”

Camagüey es la capital de la provincia, y es una de las más antiguas villas de Cuba. En una de las paradas que hicimos durante el camino, tuvimos otra de las mejores anécdotas del viaje: nos detuvimos a comer, y fuimos a parar a un “Rapidito” (cafetería que pone el Estado a precio de divisas), en el que hacía un calor terrible, donde las moscas se habían hecho las dueñas del lugar, y para combatirlas habían colocado ¡encima de las mesas! unos platillos con una sustancia amarillenta que las atraía y las fulminaba allí mismo.

Como consecuencia de esto los platos estaban repletos de moscas muertas, y al ver “aquello” mi hijo se dirigió a su madre casi llorando y diciéndole: “¡¡¡mamá, yo no quiero comer moscas!!!”. Nos estuvimos riendo todo el camino.

Esta vez sí tuvimos la precaución de llamar antes a las casas de renta para confirmar la reserva, y no hubo problema de ningún tipo. Fuimos a parar de nuevo a dos casas magníficas con unos patios espectaculares que parecían el jardín botánico de La Habana.

Uno de los propietarios era un excelente cocinero, por lo que una vez más no fue necesario buscar un paladar y allí mismo pudimos degustar de buenas comidas. Este hombre, Antonio, como la mayoría de los propietarios de las casas de alquiler que visitamos ha abandonado su antigua profesión para regentar uno de estos negocios. Naturalmente se puede vivir mucho mejor de un negocio relacionado con el turismo que como abogado, médico o ingeniero, y seguramente es mucho más gratificante.

Antonio era veterinario y durante varios años trabajó en el Zoológico de La Habana, pero finalmente prefirió dedicar la mayor parte de la casa de sus padres para alquilar a turistas, en una ciudad más tranquila como Camagüey, y a pesar de las dificultades está muy contento trabajando junto a su mujer y conociendo gente nueva cada día.

Aprovechando su experiencia en el Zoo le preguntamos si era cierta la historia acerca de la misteriosa desaparición de uno de los avestruces que había en ese zoológico hace años. La anécdota cuenta que habiendo desaparecido un avestruz del zoo sin dejar rastro nadie se explicaba qué podía haber pasado, hasta que un niño en un colegio de La Habana contó a sus compañeros de clase que en su casa habían comido un “pollo” tan grande que no cabía encima de la mesa, y les había durado varios días.

Sus amigos lo contaron en sus casas, y llegó a oídos de un policía que siguiendo esa curiosa pista descubrió que el niño que contó la historia era sobrino de uno de los cuidadores del zoo. ¡Sin comentarios!

Nos reímos bastante con ésta y con otras historias, pero Antonio finalmente ni confirmó ni desmintió la anécdota. Como tantas otras veces, te quedas con la duda sobre qué parte de las historias que escuchas es verídica, y qué parte ha sido modificada por la imaginación de los cubanos y su maravilloso sentido del humor.

Paseamos por las calles de Camagüey, que presumen de ser un poco laberínticas, ya que las hicieron así para confundir a los piratas, que abundaban en la época en la que se fundó la ciudad, y es verdad que consiguen su propósito, porque nos perdimos varias veces, y finalmente conseguimos volver a nuestra casa de renta casi sin querer.

Otra paradoja de Cuba es que estando en un país comunista, y hasta anticatólico en ciertas épocas, resulte que en esta ciudad existan más de 20 iglesias, pero así es este país lleno de contrastes.

Ya va quedando menos para llegar a Santiago, y se nota el cansancio de tanto viaje “apiñaos” en el carro, de tanto entrar y salir, de tanto tirar de las pesadas maletas y viajar siempre con prisas, pero lo estamos pasando realmente bien, visitando ciudades preciosas y conociendo gente fantástica.

Por cierto, estoy causando sensación con una sencilla camiseta que me pongo de vez en cuando; es negra y con un mensaje que dice que soy del C.S.I. de Miami (la serie de televisión). Todo el mundo me la pide, ya me la han querido comprar varias veces. Incluso un pintor en Trinidad me dijo que me la cambiaba por cualquiera de los cuadros que tenía expuestos. Me gustaban sus cuadros, pero ni podía llevarme ninguno ni me hubiera aprovechado de algo así por una simple camiseta. Me hubiese gustado tener varias y poder regalarlas.

Consignas y fiesta de 15

Nada más salir de Camagüey la abuela nos hace una recomendación-advertencia: “no podemos irnos de aquí sin comprar un queso. Son los mejores de Cuba”.

Y tiene razón, porque aquí no es como en España, donde en cualquier supermercado de cualquier ciudad puedes comprar artículos de otras partes del país; aquí tienes que aprovechar la visita y comprar los productos típicos de la zona que visitas allí mismo, así es que dicho y hecho ¡a comprar queso!

Y no es precisamente un queso pequeño que se pueda colocar en cualquier huequecito. ¡No! Es un queso enorme casi del tamaño de una rueda de tractor, que ya nos acompañará con su aroma durante el resto del viaje, obligándonos a llevar un poco abiertas las ventanas del coche para no salir todos con olor a queso hasta en la ropa interior. “Debajo del asiento del abuelo cabe bien… dijo la abuela”. Y allí fue a parar.

Ya sólo nos falta comprar unas guayabas para mezclar con el resto de aromas de las cosas que llevamos, como las figuritas de madera, el queso, el ambientador del coche o la colonia que llevamos cada uno. ¡Impresionante!

Foto: Kaloian.

Atravesando la provincia de Camagüey se nota que nos vamos acercando a Oriente, tradicionalmente la región más guerrillera y combativa de la isla, por la gran cantidad de carteles revolucionarios que se pueden ver al acercarse a cualquier ciudad o pueblecito: “Muerte al imperialismo”, “Venceremos”. “Somos un pueblo de trabajadores en el poder” “Patria o muerte”, “El trabajo enaltece al hombre” (éste mensaje le vemos en una valla bajo cuya sombra podemos ver a un grupo de hombre jugando a las cartas), “Un mundo mejor es posible”, “Revolución es sentido del momento histórico”, “Aquí no se rinde nadie”… u otros muchos carteles con consignas de todo tipo, sobre educación, sobre higiene, sobre formación, etcétera… pero esencialmente sobre RESISTENCIA. Resistir, ese verbo al que casi todos se deben agarrar con fuerza en esta isla.

Desde Camagüey hasta Santiago tenemos más de 300 km, que en estas carreteras se traduce en 5 o 6 horas de viaje, y no tenemos previstas más paradas que las necesarias para comer y para repostar, así es que nos ponemos en marcha con la seguridad de que aún nos quedará alguna sorpresa o alguna anécdota por el camino.

Atardecer en un potrero de Las Tunas. Foto: Alain L. Gutiérrez Almeida.
Atardecer en un potrero de Las Tunas. Foto: Alain L. Gutiérrez Almeida.

Atravesando Las Tunas nos encontramos con una comitiva muy festiva que seguía a un precioso descapotable de los años 50, de esos que milagrosamente mantienen en perfecto estado los cubanos, en el que iba saludando a sus vecinos y amigos una chica que celebraba “sus 15”.

La “fiesta de los 15” en Cuba se organiza cuando las chicas llegan a esa edad, y es una fiesta similar a cuando en España se celebra una primera comunión, o incluso una boda. Las niñas esperan ese día con impaciencia, y las familias lo conmemoran lo mejor que se pueden permitir, con vestido de ceremonia, con una bonita sesión de fotos que será un recuerdo para toda la vida, una comida por todo lo alto con la familia y amigos, y con un pastel (cake) si puede ser de 5 alturas mejor que de 4.

Cada familia consigue que su fiesta de los 15 resulté de la mejor manera posible acudiendo a los procedimientos habituales, es decir: la tarta la hace una amiga de la hermana de un vecino, que tiene un primo que es el cuñao de la sobrina de la señora que hace las mejores tartas de la ciudad; el fotógrafo es el hermano del primo de un amigo del vecino de la hija del babalao de la familia… y así sucesivamente se va consiguiendo a la gente que va resolviendo todos y cada uno de los problemas que van surgiendo para que finalmente la Fiesta de los 15 de la niña resulte perfecta e inolvidable sobre todo para la niña que cumple sus 15 años. Como todo en Cuba, “un pequeño drama, y una gran fiesta”.

Foto: Alain L. Gutiérrez Almeida
Atardecer en la carretera rumbo Las Tunas, desde Camagüey. Foto: Alain L. Gutiérrez Almeida.

Brunito, el guanajo

Saliendo de Las Tunas y en una de las paradas que hicimos para repostar se acercaron a nosotros unos hombres para vendernos algo. Yo no sabía de qué se trataba e imaginaba que sería nuevamente alguna fruta o verdura, pero no. Esta vez se trataba de un guanajo (¡un pavo!), y como no nos quedaba ya mucho camino para llegar a casa decidimos (decidió la abuela) comprarlo y añadirlo a la carga que ya llevábamos.

Nos lo vendieron metido en una caja de cartón, “amarrao por las patas” pero los niños estaban encantados con él, ya le habían puesto nombre (Brunito, en homenaje a un cerdito que criaron hace años en su casa, y que después nadie fue capaz de matar, porque le cogieron cariño…), y lo sacaban de vez en cuando de la caja, y asomaba su cabeza por la ventanilla (decían que para que respirase), ante la sorpresa de todos los que nos veían pasar. Esta vez lo colocamos encima de la abuela.

En otra de las paradas que hicimos, Brunito se nos escapó, y tuvimos que estar toda la familia detrás de él hasta que pudimos atraparlo después de unas carreras y muchas risas.

La llegada a Santiago fue ya de noche, pero casi agradecimos que fuera así, para que no nos viesen los vecinos llegar de aquella manera, que parecía que estábamos haciendo una mudanza.

Teníamos previsto descansar un día, dejar las maletas, y salir hacia Baracoa para aprovechar los dos días que aún nos quedaban de alquiler del carro, y así lo hicimos.

Fue un alivio dejar por fin las maletas, las figuritas de madera, los sombreros, la fruta, el queso, y sobre todo el guanajo, Brunito, que ya había cogido confianza y se te subía encima con la tranquilidad de quien desconoce cuál va a ser su futuro.

Macho en púa. Foto: Arien Chang.

Asando un macho en púa y camino a Baracoa

No podíamos desaprovechar la oportunidad de conocer Baracoa, y ese era un buen momento para visitar esa zona, por lo que continuamos camino pasando por Guantánamo, tristemente famosa provincia por la horrenda cárcel que mantienen en su base naval los Estados Unidos.

Los controles de policía son frecuentes en los alrededores de la base, y en uno de ellos un policía jovencito me hizo bajar del carro y me pidió la documentación. Después de revisarla durante unos minutos me la devolvió, y se despidió de mí con un saludo militar.

Mi familia, sorprendida, me preguntó que por qué me había despedido de esa manera, y les dije que el muchacho al ver en mi documento de identidad “Ministerio del Interior” (ya que es la policía quien lo emite en España, y ésta depende de dicho Ministerio) me preguntó si yo trabajaba allí, y le dije que sí por ver su reacción. Soy abogado, pero jamás he tenido nada que ver ni he trabajado en la policía ni en ninguno de estos organismos públicos. Pero fue curioso ver la reacción del joven policía que devolvió rápidamente la documentación y me hizo ese saludo a modo de respeto, y un poco asustado.

Una anécdota más, y un signo evidente del control que quieren mantener en los alrededores de la base naval de Guantánamo.

Desde Santiago hasta allí hay un poco más de 200 km (más de tres horas de viaje) e hicimos una parada a mitad de camino, en un pueblo llamado San Antonio del Sur, donde vive la bisabuela con sus casi 100 años a cuestas. Cuando llegamos allí ¡estaban asando un macho en púa para compartirlo con nosotros! La familia cubana, una vez más, nos demuestra que es el cimiento sobre el que se construye todo lo bueno que hay en la isla.

En Baracoa. Foto: Otmaro Rodríguez.
En Baracoa. Foto: Otmaro Rodríguez.

Corrió la cerveza y el ron para acompañar la deliciosa carne de macho, y el único inconveniente fue la visita siempre molesta de unos mosquitos que hay por esta zona, que tienen el tamaño de una pelota de golf y que atacan con especial saña a los que venimos de fuera.

Por lo demás, el pueblo es tranquilo, bonito, con una agradable playa donde darse un buen baño, y gente sencilla con quien da gusto charlar y compartir buenos ratos.

Atravesando la provincia, el paisaje es bastante seco y árido, pero casi sin darte cuenta va cambiando y comienzas a ver palmeras y unos helechos enormes, a medida que atraviesas el viaducto de “La Farola”, una bonita carretera de montaña que se construyó en los años 60 para romper el aislamiento en que se encontraba Baracoa hasta entonces, con acceso casi exclusivo por mar o por aire.

Baracoa. Foto: OnCubaTravel.

Tremenda vegetación, naturaleza exuberante, y el misterio de los lugares donde se respira la historia, son parte de los encantos de esta ciudad.

Baracoa, en la punta más oriental de la isla, está en Cuba pero es diferente al resto de las capitales: a más de 900 km de La Habana, entre montañas y con una vegetación salvaje, con lluvia más de 200 días al año, 14 km de playas silvestres, un exquisito cacao, unas preciosas caracolas de colores que sólo existen en este lugar y se llaman “polimitas”, con unos paisajes verdaderamente únicos y una historia plagada de anécdotas singulares que unen lo mejor del sentido del humor del cubano, del español, del haitiano, del francés y de los indios taínos, que eran los originarios pobladores de este maravilloso lugar.

En Baracoa. Foto: Otmaro Rodríguez.
En Baracoa. Foto: Otmaro Rodríguez.
En Baracoa. Foto: Otmaro Rodríguez.
En Baracoa. Foto: Otmaro Rodríguez.
Baracoa. Foto: Otmaro Rodríguez.

Todo ello convierte a Baracoa en un lugar único e incomparable, y sin duda uno de los sitios más aconsejables para visitar de toda la isla.

Allí, la casa que alquilamos pertenece a una pareja de ex abogados. Entre vivir de la justicia o vivir del turismo la elección estaba clara.

Gente encantadora con la que comenzamos a degustar dos de los grandes placeres de esta provincia, como son el cacao y el coco. Ambos de gran calidad, y que les sirven para elaborar varios platos típicos que son únicos en Cuba, como el tamal, el chorote, y dulces como el cucurucho. Seguimos engordando.

Cacao en Baracoa, en el oriente de Cuba. Foto: OnCuba Travel / Archivo.

Disfrutamos de la ciudad de día y de noche: de día visitando la desembocadura de los ríos Toa y Miel, con su espléndido Tibaracón, donde se puede uno bañar disfrutando de la mezcla de agua dulce y salada, y con unos paisajes difíciles de olvidar.

Visitamos también su catedral, donde se conservan los restos de la cruz de madera que trajo Cristóbal Colón la primera vez que se perdió por estas tierras. Merendamos en el Hotel “El Castillo”, en la parte más alta de la ciudad desde donde mejor puede divisarse la silueta montañosa del Yunque, símbolo que identifica el paisaje de la zona.

En Baracoa. Foto: Otmaro Rodríguez.
En Baracoa. Foto: Otmaro Rodríguez.

Y pudimos disfrutar también de su ambiente nocturno, con muchos jóvenes divirtiéndose en los numerosos locales de alterne donde se une gente de todas las edades. Los frecuentes aguaceros de la zona refrescan el ambiente de vez en cuando y hacen aún más agradables las noches baracoenses.

Cuando salimos de Baracoa para volver a Santiago sufrimos un pinchazo, se ponchó (como dicen aquí) una de las ruedas traseras, y nos llevamos un buen susto. Hacía mucho calor, había poca gente caminando por la calle y no sabíamos cómo nos las íbamos a apañar para cambiar allí mismo la rueda, ni en qué condiciones estaría la de repuesto.

Por suerte, y al vernos en ese apuro, enseguida se ofrecieron a ayudarnos un par de jóvenes que sabían cómo hacerlo. Con su ayuda quitamos la rueda ponchada, que estaba en unas condiciones lamentables (no nos explicamos como pudimos llegar hasta allí con una cubierta en esas condiciones), colocamos la de repuesto que no estaba mucho mejor, rezamos a Changó para que nos aguantase la rueda hasta Santiago, nos despedimos agradecidos a los jóvenes ayudantes (que a regañadientes aceptaron una más que merecida propina), y reanudamos marcha procurando no forzar los neumáticos más allá de lo necesario.

En Baracoa. Foto: Otmaro Rodríguez.
En Baracoa. Foto: Otmaro Rodríguez.
En Baracoa. Foto: Otmaro Rodríguez.
En Baracoa. Foto: Otmaro Rodríguez.

De nuevo pasamos por La Farola, de nuevo compramos cacao, guineos (plátanos), etc.  Pasamos por San Antonio del Sur para volver a ver a la family, y esta vez nos embadurnamos de repelente de insectos para evitar las mordeduras de los jejenes, pero los insectos de aquí se tomaban el repelente como aperitivo y después nos picaban igualmente con la misma saña o más y, finalmente, llegamos a Santiago ya anocheciendo.

Lo mejor de Cuba son los cubanos

 A la mañana siguiente devolvimos el coche de alquiler sin más incidentes, dando por terminado nuestro divertido viaje por la isla.

El resumen no puede ser más positivo: hemos visitado lugares preciosos y conocido gente fantástica, nos hemos divertido y disfrutado muchísimo, y el tiempo ha pasado volando ¡inolvidable y aconsejable!

Santiago de Cuba. Foto: Kaloian.

Después de este divertido viaje por la isla, nos quedamos en Santiago 20 días más, descubriendo las maravillosas playas de su provincia como BueyCabón, Siboney, Caletón, Cazonal. Pudimos hacer una nueva visita a la Virgen de la Caridad del Cobre en su bonita Basílica –es la Patrona de Cuba, y muy venerada en toda la isla– y pudimos seguir comprobando que lo mejor de Cuba son los cubanos.

Castillo del Morro San Pedro de la Roca, de Santiago de Cuba. Foto: José Roberto Loo / Archivo.

El repertorio de gente curiosa con la que te puedes encontrar a diario es inagotable:

"Motivos

Foto: Rolando Pujols.
Foto: Kaloian.

Hay un proverbio chino que dice que “un día sin una sonrisa es un día perdido”, y si esto es cierto te aseguro que en Cuba no vas a perder ni un solo día, por el sin fin de personajes simpáticos, cariñosos y cercanos que te sacarán una sonrisa cada 10 minutos y que harán inolvidable tu visita a la isla.

Yo tengo la enorme suerte de tener una gran familia cubana, que hace más frecuentes mis viajes allí, y más agradables mis estancias, pero mi consejo final es que aunque no conozcas a nadie en Cuba no tardes en venir por esta increíble isla donde rápidamente harás amistades y te encontrarás como en casa.

Y si es posible, hazlo antes de que todo comience a cambiar. Porque hay muchas cosas que deben de cambiar en Cuba y que lo harán poco a poco, pero hay otras muchas cosas que ojalá que no cambien nunca, que son la esencia de lo cubano, y que convierten a esta isla en algo único y maravilloso.

¡Visita Cuba, chico!

Salir de la versión móvil