Monumento a los chinos en Cuba

La valentía, arrojo y fidelidad de los chinos resultaron decisivos en acciones como la batalla de las Guásimas (1874), en la que 3,000 españoles fueron derrotados por las tropas insurrectas.

Monumento al soldado chino (1931), L y Línea, Vedado. Foto: Archivo.

Las guerras del opio figuran entre los capítulos más gruesos de la historia universal de la infamia, expresión de lo que estuvieron dispuestos a hacer los poderes coloniales para preservar su hegemonía en detrimento de los pueblos y culturas sobre los que ejercieron su “misión civilizadora”. El opio cultivado en la India se convertiría así en moneda de cambio para compensar la balanza de pagos inglesa ante la alta demanda de productos chinos en su isla grande –pero no viceversa.

Como resultado de su derrota, China entró en acciones que la colocaron en una postura subrogante, refrendada por el Tratado de Nankín: la obligaban al “libre comercio” con los ingleses en cinco puntos de su territorio –el puerto de Cantón era el más importante– y a cederles Hong Kong. Fue el principio del fin de la soberanía, toda vez que por ese hueco también se colaron Portugal, Estados Unidos, Francia y Rusia: en 1860 otros once puertos fueron abiertos para el “libre comercio”.

Ante las crisis y derrotas frente a los occidentales, y en particular ante aquella primera guerra del opio, se produjo uno de los movimientos sociopolíticos y militares más interesantes del siglo XIX, resultado tanto de contradicciones internas como de la creciente exposición de China a la cultura occidental. La rebelión Taiping (1851-1864) combinaba la dimensión campesino-popular con elementos de religiosidad cristiana introducidos al país por los misioneros protestantes, pero pasados, por así decir, por la peculiar idiosincrasia y filosofía chinas, y por una no menos peculiar decodificación del Evangelio.

Su líder, un místico llamado Hong Xiuquan, se consideraba el hermano menor de Jesucristo, un estatuto evidentemente herético a los ojos de los diseminadores del credo. Bajo el nuevo soberano del Sur, se tomaron medidas como la prohibición de la poligamia, el concubinato, el alcohol, la esclavitud, la prostitución, el tabaco y, desde luego, el opio. Y se decretó la igualdad de la mujer. Pero más allá de sus contradicciones e inconsecuencias, la rebelión y la proclamación del Reino Celestial de la Gran Paz significaron un acto revolucionario contra una dinastía Ch´ing incompetente y corrupta.

En 1847 salieron del puerto de Cantón, en el bergantín español Oquendo, los primeros chinos con destino a Cuba. Iban contratados por un salario de miseria para realizar tareas agrícolas, en particular el corte de caña de azúcar, hasta entonces reservado solo a los africanos. Quienes quisieran volver tenían que pagarse el pasaje de regreso, pero muchos se quedaron, se fundieron con los cubanos y dejaron un impacto multilateral sobre nuestra identidad cultural, profusamente estudiado y conocido.

Como emigración de desposeídos en cualquier tiempo y lugar, se trataba en lo fundamental de hombres jóvenes y solteros que salían de sus aldeas huyendo de la pobreza para tratar de buscar fortuna y una vida mejor allende a los mares. Según el Censo de 1872, en Cuba había 34 050 chinos, de ellos, solo 57 mujeres. Eran de hecho esclavos, y al principio para rebelarse hacían lo mismo que los africanos: o se suicidaban o se iban al monte de cimarrones. De acuerdo con varios estudiosos, las estadísticas de 1859 reflejaron una frecuencia suicida de un chino en cada 162 habitantes y la de 1860 de uno de cada 225.

Otros fueron asignados a la construcción de líneas de ferrocarril, caminos y obras públicas, igualmente sobrexplotados y golpeados por la desnutrición y las enfermedades tropicales.

Cuatro años antes del Censo, cuando los cubanos iniciaron su primera guerra de liberación nacional contra el colonialismo español, en 1868, los chinos se incorporaron masivamente al empeño. Su rebelión tomó entonces otros cauces y combatieron bravíamente, tanto como los de aquel ejército del Reino Celestial de la Gran Paz. Muchos alcanzaron grados militares por sus propios méritos en el campo de batalla.

Su valentía, arrojo y sentido de fidelidad constituyeron rasgos distintivos y decisivos en importantes acciones como la batalla de las Guásimas (1874), en la que 3,000 españoles fueron derrotados por 1,300 cubanos: había 500 chinos en la infantería.

Los nombres cubanizados de estos y otros combatientes sucesivos están inscritos en los libros de Historia: los comandantes José Wú, Sebastián Siam y Antonio Moreno; los capitanes José Tolón, Liborio Wong, Juan Díaz, Andrés Lima, Bartolo Fernández, Juan Anelay “El Loco”, y Juan Sánchez (Lam Fu Kim), entre muchos otros.

Por eso en L y Línea hay un obelisco de mármol negro como homenaje.

El justo.

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