Muchísimas preguntas (y casi ninguna respuesta) sobre los cines 3D

El domingo 27 de octubre de 2013, el diario Juventud Rebelde publicó el artículo «¿La vida en 3D?», donde se citan las siguientes palabras de Fernando Rojas, viceministro de Cultura, a propósito de los cines 3D: «¿Qué hacer entonces: prohibir o regular? Creo que se trata de regular, a partir de una premisa fundamental: el cumplimiento por todos y todas de lo que establece la política cultural.» Y más adelante: «nuestro interés no es limitar estas ofertas, sino lograr que promuevan, repito, productos culturales de mayor calidad».

Prohibir, no. Regular, sí. Perfecto.

El sábado 2 de noviembre de 2013, el diario Granma dio a conocer una «Nota informativa sobre el trabajo por cuenta propia», firmada por el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, en la cual puede leerse: «la exhibición cinematográfica (incluye las salas de 3D) y los juegos computacionales, cesarán de inmediato en cualquier tipo de actividad por cuenta propia».

Prohibir, al fin y al cabo.

Cuando el viceministro de Cultura dice «nuestro interés no es limitar estas ofertas», el pronombre posesivo indica que su criterio es compartido por otro(s). ¿Por quién? ¿Por el ministro de Cultura? ¿O será acaso que los autores del artículo, estudiantes de periodismo, pusieron «nuestro» donde Fernando Rojas dijo «mi»? ¿Será?

 De cualquier manera, resulta evidente que los partidarios de la opción «regular» se convencieron de que ahora, en estos momentos, lo mejor es «prohibir». O bien no se convencieron y fueron, en realidad, convencidos. O su criterio no se tuvo en cuenta. ¿Quién puede saberlo? Yo no lo sé. Magalys tampoco lo sabe. Ni Julio. Ni Ernesto Leyva, al que llamaré El Tigre, que es como todo el mundo lo conoce.

Cuando los entrevisto, ya están enterados.

—Es absurdo ‒dice Magalys.

—Una medida radical ‒comenta Julio.

—¡Una bomba! ‒exclama El Tigre.

Julio vio venir la noticia cuando leyó el texto de Juventud Rebelde. Al resto los tomó por sorpresa.

—Ahora mismo yo quedo desempleado ‒dice El Tigre.

Precisamente el día anterior a la nota de Granma, a Magalys le fue concedido, por el Poder Popular, el permiso para colocar en la puerta de su vivienda el cartel promocional de su negocio.

—Ayer me dieron el permiso del cartel ‒dice, al tiempo que enciende un cigarro, en la cocina‒, y hoy, de pronto… No entiendo nada.

Efectivamente, es como una de esas películas que no proyectan en los cines 3D, como una película del último David Lynch: no se entiende nada.

El Tigre puso el cartel antes de sacar el permiso y un inspector tocó a la puerta de su casa y le pidió la documentación correspondiente. El Tigre no la tenía. Pero ya la tiene. Algún que otro inspector ha vuelto por su casa para verificar que todo esté en orden. Y todo ha estado en orden.

—Yo nunca he tenido que sobornar a nadie ‒dice.

Julio colgó el cartel mucho antes de que le otorgaran el permiso, aunque, eso sí, tomó la precaución de cubrirlo con una lona. Disciplinadamente, quitó la lona cuando tuvo en sus manos el documento, emitido por la Dirección Municipal de Planificación Física, que lo autoriza a colocar el cartel. Al día siguiente, dos inspectores acudieron a su puerta.

—Ya antes habíamos pasado por aquí y habíamos visto la lona ‒dice que le dijeron.

Julio les mostró la documentación. No hubo problema de ningún tipo.

—Yo nunca he sobornado a nadie ‒dice.

Julio, sin que yo se lo pida, me enseña el documento, que tiene cuño, sello, firma. En él puede leerse:

«Se autoriza la colocación de un cartel confeccionado en acrílico y metal, de color de fondo en transparencias, con las letras de color verde y rojo […] expresando lo siguiente: CINE 3D EL MARINO.»

—Si el cartel dice Cine 3D El Marino, ¿qué se supone que sea mi negocio? ‒me pregunta Julio‒. ¿Una cafetería?

Todos, para obtener el permiso del cartel, tuvieron que ir a un banco y pagar una suma de dinero.

Julio, que sacó asimismo licencia para vender alimentos ligeros, sacude la cabeza.

—No entiendo por qué dicen ahora que mi negocio es ilegal y que siempre lo fue.

«[L]a exhibición cinematográfica, que incluye las salas de 3D, así como la organización de juegos computacionales, nunca han sido autorizados», se lee en la nota de Granma.

I. Ilegalidad

Seguro, tranquilo, sin vacilar, El Tigre dice:

—Pon mi dirección. No me interesa. Yo no estoy haciendo nada incorrecto.

Y lo complazco: calle H, # 113, entre Morro y 23, Cojímar.

¿Por qué ninguno de los inspectores que fue a su casa le dijo que su negocio era ilegal? Lo mismo se pregunta Julio.

En el texto de Juventud Rebelde se hace hincapié en el carácter presuntamente ilegal de este negocio. Se informa, al principio del texto, que quienes han resuelto montar un cine 3D carecen de «una licencia específica para ello». Fernando Rojas comenta que «no existe la figura legal que los ampare». La viceministra primera de Trabajo y Seguridad Social explica que «no existe una actividad entre las autorizadas para ejercer el trabajo por cuenta propia que contemple la proyección de películas, sean en 3D o en otro formato». Y se hace notar que la licencia que suelen sacar quienes se dedican a este negocio es la de Operador de Equipos de Recreación Infantil. Uno debe suponer, con toda esta información, que semejante licencia ha sido diseñada realmente para otras actividades y no para el cine 3D.

—Pero es muy vaga ‒dice Magalys‒. No especifica nada. ¿Los niños no vienen a recrearse aquí?

De hecho, los oigo. Magalys me explica que justo en ese minuto se está proyectando un filme animado que tiene como protagonista al oso Yogi. No obstante, los adultos acuden a ver películas de terror y los adultos no están contemplados en el nombre de la licencia.

Un argumento en su contra. Los tres lo saben, pero, astutos como son, no lo mencionan siquiera.

El artículo del Juventud Rebelde insinúa que esta licencia es una especie de tapadera, una brecha por la que han alcanzado a entrar, a la fuerza y en silencio, los que regentan cines 3D. En otras palabras: declaran sus intenciones de operar equipos de recreación infantil ‒actividad imprecisa donde las haya, pero legal‒ y después se dedican a lo que todos ya sabemos.

Eso, sin embargo, no es lo que me cuenta Magalys. Ni Julio. Ni El Tigre. Todos convienen en que fueron al Poder Popular y manifestaron sus deseos de abrir un cine 3D.

—Eso sale por Operador de Equipos de Recreación Infantil ‒dicen que allí les dijeron.

A Julio, incluso, le exigieron fotos de la sala de exhibición. Le exigieron que declarara las dimensiones de la misma, la cantidad de butacas, las pulgadas de la pantalla del televisor.

—Todo debe estar allá, en mi expediente ‒asegura‒. ¿Por qué no me explicaron que era ilegal?

Sí, ¿por qué? ¿En el Poder Popular no sabían que se trataba de una actividad ilegal? ¿No lo sabían los inspectores?

De acuerdo con el texto de Juventud Rebelde, en el municipio de Marianao alguien arrendó un local a la biblioteca Enrique José Varona para montar un negocio que incluye la proyección de películas en 3D. En el artículo se dice además que la programación audiovisual «es consultada con la Dirección Municipal de Cultura para que no se proyecten filmes que no estén acordes con la política cultural del país».

¿En la biblioteca Enrique José Varona no sabían que ese negocio era ilegal? ¿No lo sabía la Dirección de Cultura de Marianao? ¿Lo sabían pero se hicieron los suecos? ¿Se suponía que tanto ellos como los inspectores y el Poder Popular de Habana del Este, encargado de conceder y denegar, fueran avisados? ¿Avisados por quién?

Todo parece indicar que, en principio, podría tratarse de un problema de comunicación entre diversas instancias estatales. Por lo menos. Es comprensible que Magalys, Julio o El Tigre no supieran que el negocio por ellos proyectado era ilegal. Lo que no puede comprenderse, de ningún modo, es que cuando Magalys, Julio o el Tigre dicen «yo quiero montar un cine-café» nadie en el Poder Popular les responda que no pueden hacerlo.

—Yo nunca soborné a nadie ‒dice Magalys.

Supongamos que, en efecto, los cines 3D siempre hayan sido ilegales y que los encargados de conceder las licencias no estuvieran al tanto. ¿Magalys, Julio y El Tigre tienen que pagar por el desconocimiento de los que debían saber? ¿Quién les devolverá el dinero invertido? Magalys, por ejemplo, acaba de comenzar su negocio y no ha tenido oportunidad de recuperar la inversión. A El Tigre le robaron el televisor y tuvo que comprar uno nuevo. ¿Serán indemnizados? Una explicación al menos deberían darle. A ellos y a todos los que se encuentran en la misma situación. Pero la nota de Granma no explica nada.

Según Julio, una trabajadora del ICAIC («¿o será del ICRT?») y su chofer lo visitaron.

—Ella tenía una lista de los cines 3D que hay en Cojímar. El mío era el primero de la lista. Me explicó que estaba haciendo una encuesta y quiso saber si me interesaba proyectar películas cubanas.

Y él, con una lógica devastadora, le contestó:

—Me interesa. Pero no hay películas cubanas en 3D.

II. Calidad estética y política cultural

En el artículo de Juventud Rebelde, más de un entrevistado insiste en que la proyección o comercialización de material audiovisual, aun en el caso de los cuentapropistas, debe estar en concordancia con la política cultural cinematográfica del país, por cuyo cumplimiento ha de velar el ICAIC.

Estoy completamente de acuerdo con eso.

Roberto Smith, presidente del ICAIC, apunta: «La política cultural [cubana] enfrenta al mercado que exhibe películas que solo reportan intereses económicos.» Y agrega: «El ICAIC defiende al cine como valor y expresión cultural que no puede arruinarse con la política de mercado, modus operandi de estas salas por cuenta propia.»

Fernando Rojas, por otro lado, está convencido de que «en esas decenas de espacios que hay en el país […] se promueve mucha frivolidad, mediocridad, seudocultura y banalidad, lo que se contrapone a una política que exige que lo que prime en el consumo cultural de los cubanos sea únicamente la calidad».

Si este fuera el problema, la televisión cubana merecería una mayor atención que la prestada hoy a los cines 3D.

La programación de la mayoría de estos negocios particulares, es cierto, se nutre del cine norteamericano («que no es malo», dice Smith, «pero aporta muy poco culturalmente»). Y la producción hollywoodense no es bien vista por algunos de nosotros. En el mismo saco entran, inexplicablemente, Martin Scorsese y el director de la más reciente comedia romántica de Arte Siete, Francis Ford Coppola y Garry Marshall, artífice de Pretty Woman y otras lindezas por el estilo. Claro, en los cines 3D no ponen películas de Scorsese, Coppola, los Coen o Alexander Payne. Ponen, sin embargo, las mismas películas que pasan por la televisión cubana, y el público de esta última supera con creces al de los cines 3D. De hecho, en las carteleras de estos negocios vi algunas películas que, estoy seguro, en el ICRT están guardando para esa ocasión especial que es fin de año.

¿El problema es la banalidad? Por favor. Hay programas en nuestra televisión que no solo son una clase magistral de banalidad, cursilería, frivolidad, kitsch, mal gusto, sino que encima llevan años al aire y a nadie parece importarle. Yo me considero un amante de lo que algunos por ahí llaman el buen cine, pero, hemos de confesarlo, no todos los días se está de ánimo para Bergman, Tarkovski, Reygadas, entre otros. Hay días en que, a fin de oxigenar mi cerebro, coger un respiro, deseo ver la película más tonta del mundo, que puede ser también la más divertida.

 Demasiado Kim Ki-duk intoxica. Y demasiado Garry Marshall produce alergias.

¿El entretenimiento está forzosamente reñido con la calidad? Spielberg, cuando está inspirado, es la prueba de que no es así. Los hermanos Coen son la prueba. Y el director de Los pájaros. Y Scorsese, Coppola, Lucas. ¿Es el cine latinoamericano forzosamente mejor que el hollywoodense? Por supuesto que no. ¿Realmente queremos educar al público? ¿Es ese el problema de los cines 3D? ¿Que los filmes norteamericanos, tan divertidos pero tan malos, no tienen la calidad suficiente? Yo, tengo que decirlo, no he visto una película más kitsch, más pretenciosa y de mal gusto, más falsamente sublime y poética, que El lado oscuro del corazón, una cinta argentina que la televisión y los cines cubanos han aupado siempre. Si me preguntan, Pretty Woman es mejor película que El lado oscuro del corazón. Pretty Woman sabe lo que es y lo que no será, y lo asume con gracia. El lado oscuro del corazón aspira a una cima que jamás logra alcanzar y su caída es estrepitosa. No basta con que el protagonista se diga poeta y se pase la película entera recitando a Girondo y a Benedetti.

No basta.

Ahora bien, ¿que se espera de los cines 3D? ¿Que pasen películas de Kaurismäki, de Reygadas, de Lucrecia Martel? Es absurdo. Para eso están la Cinemateca y el resto de las salas.

Los cines 3D particulares son una alternativa mediante la cual el público de Cuba, un país subdesarrollado, bloqueado, etc., puede acceder, aunque no cuente con las condiciones ideales, a una novedosa y revolucionaria manera de experimentar el cine. El Estado cubano, por el momento, no puede asumir la tarea de introducir el 3D en nuestras salas, porque, dice Smith, aún «no tenemos la oferta más indicada ni el financiamiento para ello». La sala de proyección radicada en el ICAIC constituye, cómo no, una iniciativa encomiable. Ella sola, sin embargo, no satisfaría las necesidades que hoy satisfacen los cines 3D particulares.

La conexión a internet es algo bastante común fuera de Cuba. Para nosotros, dicen, no sería un raro privilegio si las limitaciones impuestas por el gobierno de EE. UU. dejaran de existir. En ese y otros aspectos relacionados con los avances tecnológicos, el mundo va por un lado y nosotros por otro, muy atrás. Los cines 3D son, hoy, una forma sui generis de andar en sincronía, algo que no ocurre a menudo.

¿La respuesta más lógica es prohibir?

Se dirá que hay que prohibir primero para meditar, organizar, regular y luego poner en práctica ordenadamente. Y vuelvo a preguntar: ¿serán indemnizados los dueños de los negocios? ¿La responsabilidad es completamente de ellos? ¿Se privilegiará, a los que así lo merezcan, con una explicación, una disculpa?

No creo a ciegas en lo que Magalys, Julio y El Tigre me dicen. Es más: desconfío de todo cuanto me dicen. Pero yo vi el documento que autoriza a Julio a colocar su cartel. Vi, repito, el cuño, el sello, la firma. Vi el encabezamiento, donde se lee: Poder Popular la Habana del Este, Dirección Municipal de Planificación Física. Y las preguntas de Julio («Si el cartel dice Cine 3D El Marino, ¿qué se supone que sea mi negocio?», «¿Por qué no me explicaron que era ilegal?») me desarman.

III. El invitado de honor no vino a la fiesta

En el texto de Juventud Rebelde, Fernando Rojas expresa: «se está dando este fenómeno de la exhibición en 3D, aunque no es algo que se haya generalizado como la venta de CD-DVD, por ejemplo, que se manifiesta de modo más masivo».

Pedro Noa, por su parte, hace notar cómo los vendedores de CD-DVD no solo conspiran contra la programación de los cines y la concurrencia del público a los mismos, sino que su proceder escapa a las políticas culturales por las que el ICAIC ha de velar: «a este desgano de los espectadores ha contribuido […] una inadecuada política de estreno que no puede contra la piratería y los corsarios cuentapropistas, vendedores de todo tipo de audiovisual, contra quienes no existe una legislación que proteja, mínimamente, la exclusividad de un título en manos del único distribuidor autorizado en Cuba: el ICAIC».

Recientemente fue creado, por parte del gobierno cubano, un Grupo de Trabajo Temporal (GTT) para atender la situación de: a) los cines 3D; b) las salas de video juego; y c) la venta de materiales audiovisuales en CD y DVD.

La expectativa del mayor número de cineastas ‒ocupadísimos desde hace algún tiempo‒ no es que se cierren los cines 3D ni las salas de video, sino que cumplan los principios de la política cultural cinematográfica del país.

 No obstante, ha habido numerosos reclamos de cineastas contra la piratería legalizada que llevan a cabo los vendedores de CD y DVD, quienes distribuyen copias piratas, defectuosas, inacabadas, de películas cubanas y latinoamericanas.

Y nadie podrá negar que los vendedores de CD y DVD promueven más «frivolidad, mediocridad, seudocultura y banalidad» que los cines 3D.

Pero, curiosamente, sospechosamente, de los vendedores de CD y DVD no se dice ni una palabra en la nota de Granma, lo cual, habiendo explicado lo anterior, hace que la decisión respecto a los cines 3D, de por sí inesperada, parezca aún más arbitraria e ilógica. A eso hay que sumar la severidad del decreto. A los sastres, por ejemplo, se les ha concedido un plazo para realizar los inventarios. Con los dueños de cines 3D no se ha tenido esa clase de miramientos. Deben cesar de inmediato.

Es como si hubiera algo más ahí, en algún lugar, escondido.

Como si faltaran una o dos piezas esenciales para armar el puzzle.

—Lo que están haciendo es botar el sofá ‒dice Magalys.

—La solución no debe ser esa ‒dice El Tigre—. ¿Estamos pagando menos de lo que deberíamos pagar? Está bien. Pagamos más.

«Ya veremos qué pasa», le digo a Julio. Y él, desencantado, me contesta:

—Yo sé lo que va a pasar: van a prohibir el negocio. Y ya.

Magalys, la única mujer, es mucho más optimista.

—Espero que rectifiquen ‒dice‒. Nos podemos equivocar. Se cometen errores sobre la marcha, sí, esa es la dialéctica, pero después hay que rectificar.

Yo, por mi parte, nunca he visto una película en 3D, aunque ya había decidido perder la virginidad con Gravity, que, hasta donde sé, aún no se exhibe en las salas cubanas.

¿Podré hacerlo sin salir de Cojímar, empresa cuya dificultad solo es superada por el viaje de vuelta?

Soy consciente de que he formulado muchísimas preguntas y de que he aventurado pocas certezas, soluciones, respuestas. A otros, ya sean colegas, funcionarios, cuadros, corresponde la tarea de responder, refutar, ahondar, silenciar, castigar. Se imponía una llamada o una visita al Poder Popular, pero el sábado 2 de noviembre, cuando fue publicada la nota de Granma, me dediqué por entero a entrevistar a Magalys, Julio y El Tigre. Ahora que escribo, de madrugada, es domingo, por lo que no tiene sentido siquiera hacer una llamada. Esto también lo dejo en manos de otro.

 

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