El rompecabezas cubano: hacia la reconciliación de la cultura y la historia

Yo sueño con una Cuba futura en que las bibliotecas muestren en la misma fila los libros de Baquero y Miguel Barnet, los de Leví Marrero y Moreno Fraginals, los de Leonardo Padura e Hilda Perera.

Gastón Baquero. Foto: Eduardo Margareto.

Hace muchos años afirmaba con convicción que había una sola Cuba. Me refería principalmente a nuestra cultura. No importaba –decía– si un escritor, músico, pintor o creador de cualquier forma del arte residía en La Habana, Ciego de Ávila, Miami o Kimbaktú, su obra es parte del patrimonio nacional.  Sostengo la misma verdad de Perogrullo, pero hoy  tengo mis dudas sobre cuán profundo ha sido el daño causado por la falta de reconocimiento en la Isla a gran parte de nuestra cultura e historia.

No hay que temerle a los vocablos. Se habla de la nación y la emigración. Desde la disciplina de la sociología, los términos son correctos aunque puede especularse que la conjunción copulativa crea una nueva ruptura, al separar de la nación a los que se van del país.

Es inútil querer encasillar en una categoría diferente a los que se han visto forzados a dejar la Isla (no a abandonarla) de los que residen en la tierra natal. Para empezar, una cosa es la ciudadanía y otra la nacionalidad. Lo primero es un término legal; lo segundo, una afirmación de identidad. Todos somos cubanos, independiente del pasaporte con que viajemos. Por ese rasero, además, tendríamos que prescindir de La Avellaneda, Félix Varela y José Martí, para nombrar solo a tres figuras del siglo XIX que vivieron la mayoría de sus prolíficas existencias en el extranjero.

En segundo término, aunque todos los que nos fuimos de Cuba seamos emigrados y parte de la diáspora, la primera oleada fue de exiliados. Desde la antigua Grecia, el destierro ha sido el peor castigo posible. Los que nos fuimos pronto, por las razones que fueran, muchas veces teníamos un cuño en el pasaporte – otras en los expedientes— de prohibida la entrada al país. No era posible regresar, incluso para despedir a un ser querido grave o ya fallecido. Las comunicaciones eran  muy difíciles, en parte por la errada política de aislamiento de Estados Unidos (por la que el régimen cubano tiene asimismo su cuota de responsabilidad), y también porque no era época de emails, WhatsApp, Facebook y todas las ventajas actuales.

La separación de la familia fue increíblemente dolorosa. Hubo hijos y padres que no se vieron más nunca; otros que tardaran años en reunirse. Los ejemplos abundan. Estas heridas a veces hacen que los seres humanos se crezcan. Otras, se emponzoñan y crean actitudes de rencor, que muchos prefieren censurar en vez de intentar comprender.

Pero no solo se desterraron de Cuba a seres humanos. También a la cultura y a la historia. Se borraron nombres de diccionarios, de enciclopedias, se recortaron personas de fotografías, se confiscaron libros de autores exiliados, no se les publicó a los que quedaron en el insilio –José Lezama Lima y Virgilio Piñera son los casos más emblemáticos–. En fin, todo el que disentía ausentándose o incluso en silencio, quedaba perseguido, o “fuera de juego”. 

Hubo más. Trató de tergiversarse la historia. Todo lo acontecido antes de 1959 había sido negativo. Cuba comenzaba con la revolución de enero. El pensamiento de los grandes se acercó al sartén más conveniente. Martí pasó a ser el autor intelectual del Moncada. Muchas estatuas rodaron, o, en el mejor de los casos, fueron escondidas por décadas. El Capitolio se utilizó como establo para bovinos.

Después de unos años difíciles –y los hubo para casi todos–, los exiliados comenzaron a brillar en sus respectivas disciplinas. Se exiliaron clásicos vivos de la literatura. Las carretas rechinaron, El Monte creció con nuevas ediciones, y nos alimentamos del pan de los muertos. En Madrid las magias e  invenciones de la poesía barroca se multiplicaron; en Nueva York la poesía pura se refugió en una siempre penúltima antología. Para los que comenzaban a despuntar en la Isla mañana no fue 26 sino el sitio de nadie, pese alcanzar premios en la Madre Patria.

Los tres tristes tigres rugieron en Londres. Caín, pese a sus odios fratricidas con Abel, reinventó el erotismo en La Habana para un infante nostálgico más que difunto y al final lo compensaron con el Premio Cervantes.

Desde la otra orilla, brillaron en versos las escamas del Caribe. Algunos que vinimos “casiniños”, rodeados de nieve e inglés por todas partes, nos empeñamos en escribir en español, argumentando que idioma e identidad tienen una misma raíz. Otros se atrevieron a ser cubanos en dos idiomas, o incluso solo en la lengua de Shakespeare. Por mar llegó Celestino ya no en espera del alba, sino del momento antes que anocheciera.

Un sabio modesto y laborioso apresó la sociedad y la economía de la Isla en 15 volúmenes de valor incalculable. El corpus de literatura –narrativa, poesía, teatro, ensayos, artículos académicos— se agiganta a diario. Y cuando no hay editoriales importantes para recoger los manuscritos, surgen los compatriotas que hacen universal lo cubano.

En el principio, y siempre, fue el verbo.

¡Ah, y si habláramos de músicos, pintores, cineastas, actores, arquitectos, bailarines, académicos, lingüistas, educadores, empresarios, deportistas, médicos, restaurantes criollos, asociaciones cívicas y culturales, trasmisión de tradiciones…! El inventario sería interminable como incompleta cualquier lista de nombres.

Instituciones e individuos se han dado a la tarea de preservar, en la medida de sus posibilidades, esta incalculable producción de los cubanos en el extranjero. Ahí está Cuban Heritage Collection en la Universidad de Miami (UM); y, en la Universidad Internacional de la Florida (FIU), la extraordinaria colección de música de Cristóbal Díaz Ayala. En su hogar, en Washington, D.C., el cubanísimo Emilio Cueto vive en su propio museo, rodeado de su inusitada colección personal sobre la huella de Cuba por el mundo.

¿Cuánto conocen los cubanos en la Isla de la vida y obra de estas personalidades, algunas ya fallecidas? ¿Se enseña con imparcialidad en las escuelas la historia de la era republicana? Algunos, cada uno a su manera, como el historiador de la ciudad Eusebio Leal, y el periodista Ciro Bianchi, intentan recobrar nuestro pasado. Editoriales e instituciones publican y premian libros de “cubanos en el exterior”. No es  suficiente.  Hay que unir las piezas de ese disperso rompecabezas que es hoy nuestra nación.

Yo sueño con una Cuba futura en que las bibliotecas muestren en la misma fila los libros de Baquero y Miguel Barnet, los de Leví Marrero y Moreno Fraginals, los de Leonardo Padura e Hilda Perera. Quisiera ver una Cuba en que se escuchara en cualquier hogar o lugar público igual la música de Silvio y los Van Van que la de Celia Cruz y Gloria Estefan. Una Cuba en la que al hablar de la Constitución de 1940 no se omita el nombre de quien presidió la Asamblea Constituyente, Carlos Márquez Sterling, como sucede en la actualidad. Una Cuba que sepa reconciliar su cultura y su historia, no por nostalgia, ni siquiera como desagravio, sino como puente imprescindible hacia esa nación mejor que tanto soñamos.

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