¿Raíz o rizoma? La emigración en el imaginario cubano

Pensar la emigración cubana en términos de raíces, troncos y ramas, como es común, implica una jerarquía que entroniza los dos primeros en menoscabo del último, el más débil y vulnerable.

Rizoma (Fragmento). Foto: Cristina Almodóvar.

En septiembre de 2019, OnCuba publicó un editorial sobre cinco pasos que propiciarían una mejor relación entre la nación y la emigración: permitir la participación política y otorgar el voto a los cubanos residentes en el exterior, simplificar los procedimientos burocráticos y los costos de obtener y renovar el pasaporte cubano, eliminar el requisito de regresar a la Isla cada dos años para mantener la residencia, homogeneizar las categorías migratorias con el objetivo de ofrecer un trato igualitario y promover la inversión de capital mediante incentivos y garantías.[1]

Sin duda, la implementación de las anteriores propuestas de índole consular, política y legal contribuirían con creces a superar las severas restricciones del pasado y a remozar el espacio existente entre la nación y la emigración. Si, según ilustran las estadísticas más recientes suministradas por el Estado cubano, hay un total de 1,485,618 ciudadanos cubanos residentes en el exterior, sin contar sus descendientes, es evidente que estos pasos son lógicos y razonables.[2] La cifra representa cerca del 13 por ciento de la población actual.

Más aún, si el censo de 2017 de los Estados Unidos refleja un total de 2,3 millones de cubanos, incluidos sus descendientes, en este país donde reside la mayor parte de los emigrados que, además, en su mayoría, apoya las relaciones con Cuba y cuyas remesas se han convertido en uno de los renglones principales de la economía cubana, los pasos sugeridos son también tanto justos como necesarios.[3] Recordemos que Miami, en la que reside casi un millón y medio de los emigrados, es la ciudad con el mayor número de cubanos después de La Habana.

Ahora bien, las leyes adoptadas o por adoptar y las actitudes, prejuicios y estados de ánimo que subyacen bajo esas leyes no siempre coinciden. A pesar de las medidas formales contraídas a favor de la normalización, queda mucho por conquistar en las formas de pensar la emigración y el emigrado. A todas luces, la patria ha crecido y todos somos cubanos, pero si escarbamos la superficie todavía el imaginario insular percibe al cubano que se fue como distinto: transido de nostalgia e incapaz de alcanzar la plenitud alejado de sus raíces.

¿A qué se debe que un film como Regreso a Ítaca (2014), con guion de Leonardo Padura y Laurent Cantet, subraye la castración figurada del personaje que retorna después de dieciséis años de ausencia? Este patético personaje ha intentado en varias ocasiones escribir una novela en el exilio, pero fracasa una y otra vez. Al “perder” la patria, perdió su razón de ser. ¿Por qué una obra de ficción como La novela de mi vida (2002), del mismo Padura, nos presenta al profesional exiliado como una criatura obsesionada con el pasado no obstante las dos décadas transcurridas desde su salida de Cuba?

Un tercer ejemplo es Miel para Oshún (2001), de Humberto Solás, cuyo joven protagonista, en el momento culminante de la película, se confiesa abrumado por su dualidad cultural, producto de su residencia en los Estados Unidos. El drama de Alberto Pedro, Weekend en Bahía (1987), y el segmento titulado “Laura”, de Ana Rodríguez, en Mujer transparente (1990) reproducen situaciones similares. ¿Es la hibridez de veras una fuente de confusión? ¿Acaso no es sincrética, por antonomasia, la cultura cubana?

Raíz. Foto: Cristina Almodóvar.

Alguno que otro relato deja entrever otros esquemas, pero los ya mencionados sirven de sostén a cierto imaginario naturalizado que desvaloriza al emigrante aun a pesar de su disfrute utilitario. Ellos se apoyan en discursos que a su vez derivan legitimidad de las imágenes proyectadas, retroalimentándose. La representación del emigrante cae dentro del campo semántico de la resta: se trata de un ser fragmentado, disminuido, frustrado, desposeído e incompleto.

Es menester un giro de pensamiento. En parte, la falacia proviene de las ideas que continúan circulando acerca de la identidad nacional. Pensar en términos de raíces, troncos y ramas, como es común, implica una jerarquía que entroniza los dos primeros en menoscabo del último, el más débil y vulnerable. Ya bien entrado el nuevo milenio, conviene reflexionar sobre los discursos de los cuales disponemos para pensar la nación, teniendo en cuenta el papel que ha asumido la emigración entre los cubanos a lo largo de la historia y, sobre todo, en la actualidad.

Ahí tenemos el ejemplo cimero de José Martí, quien vivió la mayor parte de su vida adulta en Nueva York. Martí no dejó de ser cubano por haber llegado a conocer íntimamente a los Estados Unidos, país que le suscitó tanto críticas como admiración en crónicas notables como “El puente de Brooklyn” y “Coney Island”. Poco antes, Félix Varela habría reconocido la función que desempeñaba Nueva York en la imaginación cubana de la primera mitad del siglo XIX al optar por permanecer en dicha metrópolis.

En tiempos más recientes, Lourdes Casal no es solo la autora del poema “Para Ana Veltfort”, en el que confiesa, sin asomo de dramatismo, su marginalidad y pertenencia simultáneas a dos patrias mientras deambula por el West Side de Manhattan, sino también del artículo “Reflections on the Conference on Women and Development”, que sobrepasa el tema cubano. Como quiera, sus restos descansan en el Panteón de Emigrados Revolucionarios en el Cementerio de Colón.

A Martí, Varela y Casal no los paralizó la añoranza. No perdieron nunca su capacidad de producir ni de seducir con su ejemplo. A diferencia de la escena de naufragio fabricada por las películas, a veces el exilio actúa más bien como acicate, y no todo en él son sinsabores. Aunque traspasado de nostalgia, el film autorreferencial “A media voz” (2019), de Patricia Pérez y Heidi Hassan, constituye una prueba fehaciente de que las realizadoras se han sobrepuesto a la implacable morriña al reafirmar su labor como cineastas.

Dadas nuestra historia y la importancia creciente de la emigración, habría que considerar un modelo no arborescente, sino rizomático que ayudara a refrescar los imaginarios cubanos en torno a la identidad, dándole cabida a imágenes más oportunas. Semejante modelo no es inédito; otros críticos han hecho propuestas comparables con el fin de expandirlos. Procedente de la botánica, el rizoma, de raíces horizontales y subterráneas como las de los lirios, sirve de base al concepto desarrollado por los filósofos Gilles Deleuze y Felix Guattari como una alternativa a la figuración arborescente del conocimiento, la cual denota verticalidad y fijeza.

El rizoma, siendo más difuso y extendido, supone horizontalidad, descentralización y movilidad, generando correspondencias entre los elementos variopintos que lo componen. Da lugar a brotes distantes (los cubanos desperdigados por el mundo), pero enlazados entre sí (por intereses comunes: el bien de todos). De más está señalar el espíritu democrático, no jerárquico, inherente al término. El rizoma como fundamento modificaría las reglas del juego.

Rizoma. Foto: Cristina Almodóvar.

Las propias leyes aprobadas por Cuba justifican el relevo de paradigma. La reforma migratoria de 2013 ha hecho posible la fluidez de la emigración actual y la opción de repatriarse. De acuerdo con las cifras oficiales, ha habido un total de 57, 746 solicitudes de repatriación desde enero de 2013, de las cuales más del 60 por ciento provienen de los Estados Unidos. No debemos saltar a la conclusión de que estas implican regresos permanentes. En una muestra reciente de diecinueve repatriados, a los que la autora entrevistó, la repatriación entraña, en la mayoría, no un retorno definitivo al lugar de origen, sino una licencia para entrar y salir, para mantener, si se quiere, lo mejor de los dos mundos. También los repatriados se acogen al vaivén.

A lo anterior se unen las coordenadas que gobiernan el intercambio con la diáspora, el cual han delineado varios estudiosos con respecto a múltiples ámbitos, como la influencia mutua en la cultura popular, la colaboración virtual en las áreas de la tecnología y hasta las finanzas, y el canje de medios audiovisuales.[4] El intercambio prosigue aun cuando existen barreras para desplazarse físicamente.

Pero incluso si nos atenemos solo a los viajes, la entrada de cubanos residentes en el exterior, especialmente desde los Estados Unidos, ha experimentado un incremento, aun frente a la caída del turismo. Las estadísticas oficiales arrojan un total de más de 4,6 millones de viajes por parte de 1,1 millones de nacionales cubanos en los últimos siete años. Solamente en 2019, 623,831 cubanos residentes en el exterior regresaron de visita, número que representa un aumento del 3,9 por ciento respecto al año anterior.[5] Según algunos reportajes, entre estos hay quienes viajan a celebrar fiestas de quince, a pasar las vacaciones con los suyos o a llevar los uniformes de escuela manufacturados en el sur de la Florida. El espacio entre la nación y la emigración mengua desde hace tiempo.

La fluidez constatada en cada una de estas manifestaciones está a contrapelo de la imagen de la única, impar raíz. No se trata de que las raíces hayan perdido su significado, sino de adecuarlas a la contundencia de un mundo más móvil y plural. Una relación rizomática entre la nación y la emigración engendraría un proceder equitativo e inclusivo gracias al cual el cubano de la diáspora no pierde ni los derechos como ciudadano ni su capacidad para llevar una vida digna en cualquier parte del mundo y que se la represente como tal en los relatos sobre la emigración.

Tales relatos no deben ni acotar el terreno de lo cubano ni rebajar al que lo labra fuera de Cuba. Un cambio genuino en el orden simbólico, tan trabajoso como el que más, junto a medidas puntuales que viabilicen la interacción, debe formar parte de la búsqueda apremiante por normalizar, institucionalizar y narrar la relación. Tarea de todos, la renovación del discurso es correlativamente imprescindible.

 

 

Notas:

 

[1] “Cinco pasos que el gobierno cubano puede dar para acercarse a la emigración”, 29 de septiembre de 2019, accedido el 9 de febrero de 2020.

[2] López Blanch, Hedelberto. “El proceso de normalización con la emigración es continuo, irreversible y permanente”. Juventud Rebelde, 14 de enero de 2020.  Accedido el 9 de febrero de 2020. Las cifras relacionadas con las solicitudes de repatriación que aparecen más abajo provienen también de este artículo.

[3] Facts on Hispanics of Cuban origin in the United States, 2017 16 de septiembre de 2019.  Accedido el 1o de marzo de 2020.

[4] Ver los trabajos de Albert S. Laguna, Denise Delgado Vázquez, Lisa Maya Knauer, Jorge Duany y Susan E. Eckstein, quienes, entre otros, han abordado estos temas.

[5] EFE. “Más de 620,000 emigrantes cubanos regresaron de visita a la isla en 2019”. El Nuevo Herald. 7 de enero de 2020. Accedido el 1o de marzo de 2020.

 

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