Si no nos conocemos, no nos entendemos

Más de un millón de cubanos (muchos más si se incluye a sus hijos) residen actualmente fuera del país. Es importante que se hagan significativos y profundos esfuerzos por mejorar el clima de las relaciones entre los cubanos de múltiples orillas.

Foto: Kaloian.

Cuba es, y ha sido siempre, su emigración. Cuba ES emigración. No puede hablarse de Cuba sin El Habanero y las Cartas a Elpidio de Félix Varela (1824-1826, 1835-1838), las Poesías de José María Heredia (1825), La Verdad de Gaspar Betancourt Cisneros (1848), las Ideas sobre la incorporación de Cuba en los Estados-Unidos de José Antonio Saco (1849), la bandera de la estrella solitaria de Narciso López y los Teurbe Tolón (1849), El Laúd del Desterrado de Pedro Santacilia (1858), la expedición del Perrit hacia Antilla, con Francisco Javier Cisneros, Antonio Bachiller Govín y Antonio Mora (1869), la Junta Patriótica de Cubanos de Nueva York (1870), el Club San Carlos de Cayo Hueso (1871), las Poesías de Juan Clemente Zenea (1872), El Emigrado, de Nueva Orleans (1872), La República de Cuba de Antonio Zambrana (1873), el Diccionario biográfico de Francisco Calcagno (1878), Francisco de Anselmo Suárez Romero (1880), Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde (1882), el primer encuentro entre José Martí, Antonio Maceo y Máximo Gómez en el Hotel Griffou (1884), La Edad de Oro, los Versos sencillos y Patria de José Martí (1889, 1891, 1892), Hatuey de Francisco Sellén (1891), el arreglo del Himno Nacional de Emilio Agramonte (1892), Cuba, de Tampa (1893), Cuba contra España de Enrique José Varona (1895), Cuba y la furia española de Manuel Sanguily (1895), y la Orden de Alzamiento para la Guerra de Independencia (1895). Todos ellos, concebidos en el exilio estadounidense del siglo XIX.

El siglo siguiente vio llegar a compatriotas a los lugares más remotos del planeta. Más de un millón de cubanos (muchos más si se incluye a sus hijos) residen actualmente fuera de Cuba. Tampoco puede hablarse de Cuba sin ellos.

Una mirada cosmopolita a la migración cubana

En ese contexto, es importante que se hagan significativos y profundos esfuerzos por mejorar el clima de las relaciones entre los cubanos de múltiples orillas. Con vistas a una reunión sobre el tema Nación/Emigración convocada por las autoridades en La Habana, y pospuesta hasta nuevo aviso, he considerado oportuno compartir algunas observaciones sobre un asunto de tanta importancia y urgencia.

  1. Plena efectividad (a la mayor brevedad) del artículo 36 de la Constitución de 2019: “La adquisición de otra ciudadanía no implica la pérdida de la ciudadanía cubana. Los ciudadanos cubanos, mientras se encuentren en el territorio nacional, se rigen por esa condición (…)”. Si, para efectos legales, los cubanos que residimos fuera somos ciudadanos cubanos, es imperativo que, al estar dentro del territorio nacional, no se nos trate como ciudadanos de segunda clase impidiéndosenos, por ejemplo, viajar en ómnibus Astro o adquirir una línea de teléfono, o intentando cobrarnos en divisa en los espectáculos culturales. Para ello, es imprescindible que se nos entregue un carnet de identidad al momento de entrar a Cuba y así se eviten situaciones embarazosas, estresantes y discriminatorias, pero, por encima de todo, violatorias de la Constitución. ¿Cómo pedirle a la población que respete la Ley de Leyes cuando el propio gobierno no lo hace?
  1. Rebaja del costo de documentos y permisos de viaje. Estoy convencido de que mientras más cubanos viajemos a la Isla, más se consolidan las relaciones entre las familias y más ayuda efectiva –incluyendo el tan significativo apoyo emocional– podemos llevar a nuestros parientes y amigos dentro de Cuba.

Creo, además, que mientras más cubanos que nunca han regresado puedan entrar en contacto directo con sus compatriotas y, muy en especial, con el arte cubano, más fácil les será apreciar en vivo y en directo la vida cotidiana en Cuba, así como la amplísima gama de eventos culturales de calidad que se ofrecen en la Isla. Esto, sin duda, les permitirá no solo disfrutar del talento insular, sino comprender mejor la complejísima realidad de la Cuba del 2020. Si no nos conocemos, no nos entendemos.

Por todo esto, estimo que el gobierno cubano debe facilitar y alentar el regreso de los que así lo deseamos y para ello propongo que se rebaje el altísimo costo (en tiempo y dinero) que tienen los pasaportes y permisos de entrada y que a ningún cubano se les nieguen. No pongamos obstáculos adicionales a lo que ya, para muchos que dudan en viajar, es una decisión difícil.

  1. Adecuación de los aranceles aduaneros a la coyuntura actual que atraviesa el país. En el entendido de que la ayuda por parte de los residentes en el exterior a sus respectivas familias dentro de la Isla redunda en beneficio de todos en la comunidad, las tarifas aduaneras deberían reducirse considerablemente.

Cuando un emigrado lleva a su familia insular medicina, vestimenta, calzado, ropa de cama, artículos de higiene, electrodomésticos, herramientas y piezas de repuesto para vehículos, no solo está contribuyendo a la supervivencia y el bienestar de una parte importante de la población, sino que crea las condiciones para que los limitados productos que se distribuyen en la isla lleguen a las personas menos favorecidas. El que ya tiene aspirina, frijoles, zapatos, sábanas, detergente, bombillo, martillo, microondas y gomas de bicicleta en su casa simplemente no haría las larguísimas colas de la tienda (con la consiguiente pérdida de productividad en la economía). Los escasos productos disponibles llegarían a las personas más necesitadas de ellos. Los actuales aranceles cubanos no protegen a la industria local y a sus trabajadores de la competencia desmedida, sino que penalizan al emigrado y al residente por igual.

  1. Presencia de la emigración en los medios masivos de comunicación. Debe hacerse un esfuerzo intencionado y concertado para integrar a la emigración a los reportajes en los medios masivos de comunicación, en forma objetiva y sostenible. Gracias a la noble (y audaz) labor de muchos intelectuales insulares, la obra plástica, musical y literaria de algunos de nuestros compatriotas fuera de Cuba ha aparecido esporádicamente en revistas especializadas. Pero una parte significativa del pueblo (sobre todo, que reside fuera de La Habana) no lee esas publicaciones de modo regular.

Debe ser para todos evidente que el talento cubano de la diáspora no ha sido reconocido con suficiente frecuencia en la prensa plana más popular (Bohemia, Granma y Juventud Rebelde), ni en la radial (Radio Reloj, Radio Enciclopedia) o televisiva.

Por ejemplo, la sección “Nuestros autores” de Bohemia debe abrir su espacio para reseñar regularmente a escritores que viven fuera (que también son “nuestros”, claro). Se debe crear también un programa como el excelente “Con dos que se quieran”, de Amaury Pérez, donde se entreviste a cubanos del exterior que regresan a Cuba. Asimismo, la radio y la televisión deben difundir la obra del que se fue, tanto las glorias del pasado (Celia Cruz, Fernando Albuerne, Olga Guillot, La Lupe, Meme Solís…), como la de los más jóvenes artistas.

Celia Cruz: Un símbolo universal de la cultura cubana

Prensa Latina tiene corresponsales en Estados Unidos. Que se amplíe la cobertura dentro de Cuba de un sinnúmero de actividades académicas y culturales relacionadas con Cuba, patrocinadas por nuestros compatriotas en universidades, museos y otras organizaciones como Florida International University (Miami), Cuban Heritage Collection, de la Universidad de Miami, el Centro Cultural Cubano y el Bildner Center (ambos en Nueva York), y otras instituciones en México y España, por solo citar algunas. Un simple rastreo en la red permitirá descubrir un amplio universo de cubanía fuera de la isla. El cubano que vive en Cuba tiene interés en conocerlo y los cubanos que viven fuera en que se conozca.

Los que nos fuimos hemos estado ausentes de los espacios culturales de la Patria por demasiado tiempo. El gobierno cubano debe redoblar esfuerzos por alcanzar la integración plena de la obra cultural de la emigración al patrimonio de la Nación, así como su más amplia divulgación dentro de la Isla, atendiendo solo a la calidad estética de esa inmensa y variopinta producción y desterrando cualquier otro criterio, muy especialmente el político. Es hora de que se nos acerque a nuestro pueblo allí donde, cuando haya calidad, se nos vea, lea y escuche masivamente.

A tales efectos, propongo también que se fortalezcan los departamentos de canje y adquisiciones de las Bibliotecas de Cuba. Simultáneamente, exhorto a mis compatriotas que viven fuera a donar sus libros y discos a estas, sobre todo a las de sus municipios y provincias de origen. Quizás los consejeros culturales de las Embajadas de Cuba en los varios países donde tienen representación puedan canalizar ese fructífero intercambio.

  1. Membresía de la emigración en organismos culturales. La Unión Nacional de Escritores de Cuba (UNEAC) y la Unión Nacional de Historiadores de Cuba (UNHIC) deberían ampliar su membresía para incluir sistemáticamente a cubanos residentes en el exterior, pues “de Cuba” somos. Asimismo, las Academias de Ciencias, Lengua e Historia cubanas deberían acoger en su seno a aquellos de nuestros compatriotas emigrados que tengan méritos suficientes (me refiero al currículo científico, claro) para ser elegidos.
  1. Participación de la emigración en los premios nacionales. Como los de afuera somos tan cubanos como los de adentro (no solo legal, sino también cultural y emocionalmente), se nos debe considerar y proponer para los prestigiosos premios nacionales que se otorgan anualmente en Cuba en varias disciplinas. Sigue la lista de mis primeros candidatos.

Exhorto a los que asistan a la Conferencia a hacer propuestas similares.

  1. Reflexión sobre las medidas económicas y políticas de Estados Unidos hacia Cuba. No quiero terminar sin hacer un llamado a mis compatriotas de la diáspora a reflexionar seriamente sobre las nefastas consecuencias que las restricciones impuestas por Estados Unidos hacia Cuba tienen sobre el cubano de a pie. Decenas de miles de familias, y especialmente las de aquellos cuentapropistas que laboran en el sector turístico a lo largo de la Isla, se han visto seriamente afectadas por las limitaciones de viajes: menos personas usan sus servicios de guías, traductores, profesores o choferes; menos compran sus discos, obras de arte y artesanías; menos comen en sus paladares; menos se hospedan en sus casas particulares. Además, la escasez de combustible afecta a todas las personas y todos los servicios, especialmente el transporte.

El bloqueo a Cuba, Trump y la falsificación de la verdad

¿Qué culpa tienen esos compatriotas afectados de cualquier medida reprensible que pueda tomar el gobierno cubano hacia los disidentes, o de que las autoridades de La Habana apoyen a este o aquel régimen? ¿Acaso vamos a culpar a todos los sauditas, sudaneses, mauritanos y egipcios por el modo que allí tratan a sus mujeres y homosexuales? ¿O a todos los indios por la precaria situación de sus musulmanes? ¿O a todos los filipinos por los abusos cometidos en la “guerra contra las drogas”? ¿O a todos los turcos por los atropellos contra los kurdos? ¿O a todos los rusos por la anexión de Crimea y el apoyo a Siria? (en 2017 el senador Marco Rubio calificó a Vladimir Putin de “criminal de guerra”). ¿Respaldaría alguno de nosotros la prohibición de viajar al Cairo, Riad, Delhi, Manila, Estambul o San Petersburgo?

El embargo norteamericano hacia Cuba ha sido condenado enérgicamente no solo por la casi totalidad de las naciones democráticas y capitalistas del mundo, sino también, entre otros, por todos los obispos católicos cubanos desde 1969, la Conferencia de Obispos Católicos Norteamericanos y los últimos tres Papas, a ninguno de los cuales podemos seriamente tildar de comunistas, ignorantes de la realidad cubana, ni de tontos útiles.

Unamos nuestras voces y votos para eliminar políticas que no solo aportan dificultades adicionales a la población de la Isla –y me refiero a nuestros padres, hermanos, hijos, parientes y amigos, no a desconocidos– sino que, además, crean un clima de creciente hostilidad generalizada hacia los Estados Unidos, no ya por parte del gobierno, sino por una parte cada vez más significativa de la población.

No estoy diciendo, para nada, que los problemas de Cuba tienen su origen y causa en el embargo, pero sí que las medidas del vecino del Norte agravan considerablemente las penurias de los que no logran siquiera “resolver” el día a día en la isla. Ciudadano de ambos países, como soy, deseo la mayor armonía entre los dos. Los hijos de padres divorciados saben de lo que estoy hablando.

Tampoco le estoy sugiriendo a nadie, por supuesto, que abandone la lucha para que Cuba sea un país donde se respeten los consagrados derechos civiles de verdadera libre expresión y asociación, ni que dejemos de trabajar por una Nación más plural y de mayores opciones políticas, económicas y educativas, sin acoso a la oposición y con una independiente y floreciente sociedad civil, como es el caso de la inmensa mayoría de los países de Nuestra América y Europa. A todo ello es bien legítimo aspirar. “Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado y a pensar y a hablar sin hipocresía”, nos dijo Martí. “Nuestras aspiraciones son amplias, y en ellas caben todos los hombres, cualquiera que sea su modo de pensar y el juicio que formen de las cosas”, nos dijo Maceo. Pero muy temprano en la vida aprendí de mis profesores jesuitas que el fin no justifica los medios.

Bien sé que no es fácil poner a un lado el mucho dolor que la Revolución nos causó, pero en momentos como los actuales, debemos pensar también en el dolor de los que allá viven. Ojalá logremos hacer nuestra la oración que hace varios siglos nos dejó Francisco de Asís:

            “¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!

            Que allí donde haya odio, ponga yo amor;

            donde haya ofensa, ponga yo perdón;

            donde haya discordia, ponga yo unión;

            donde haya error, ponga yo verdad;

            donde haya duda, ponga yo fe;

            donde haya desesperación, ponga yo esperanza;

            donde haya tinieblas, ponga yo luz;

            donde haya tristeza, ponga yo alegría”.

 

  1. Miremos al futuro. El sueño martiano de una Cuba “con todos y para el bien de todos” nos ha eludido siempre. Olvidando las enseñanzas del Apóstol y los más elementales principios de fraternidad y solidaridad, a lo largo de nuestra historia hemos discriminado a “indios”, negros, chinos, campesinos, mujeres, discapacitados, provincianos, creyentes, gays, discrepantes, disidentes, exiliados… Nuestra generación tiene ahora una nueva oportunidad de saldar esta vieja deuda con Martí y con la Patria. Laboremos.

 

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