No tendremos país si no estamos juntos

El gobierno de Biden puede ayudar si quisiera, pero no es seguro que quiera. Y el gobierno de Díaz-Canel, amparado y obligado por la Constitución cubana y el mandato popular, tiene la responsabilidad de buscar las mejores formas para que todo lo vivido en las últimas horas no se repita.

Foto: Kaloian

Llevo casi diez días en La Habana, mi Habana. El pasado domingo 11 de julio, cuando comenzaron unas protestas, mayoritariamente pacíficas, por muchos lugares de Cuba, yo estaba en esta ciudad que amo.

He recorrido sus calles, nuestras calles. He conversado con la gente, nuestra gente, revolucionarios, comunistas y otros no tan revolucionarios y como yo, no comunistas. He intercambiado con mi familia, con la familia de mis amigos, con artistas, intelectuales, periodistas, funcionarios de otros gobiernos, empresarios, funcionarios cubanos, con choferes de taxi, gente común y corriente, con el pueblo.

He visto de todo, cosas que nunca pensé ver en mi país. He visto amigos y conocidos saliendo a protestar pacíficamente para ventilar sus frustraciones e inconformidades, un derecho ineludible. He visto personas entorpecer una protesta pacífica para delinquir, destruir y robar. He visto violencia en las calles, abusos policiales, palos y tiros, caras ensangrentadas. He visto al Presidente Díaz-Canel dándole muy necesarias explicaciones a su pueblo, y también instrucciones precisas a un fragmento del pueblo. Instrucciones que no comparto ni apoyo. He visto confusión en el liderazgo.

También he visto por Internet y los medios internacionales manifestaciones en Miami, la ciudad donde vivo. He visto a parte de esa comunidad instar, estimular, celebrar el caos vivido en Cuba: no tan solo las protestas pacíficas, sino también los actos de violencia. He visto personas que quiero y admiro, amigos y otros no tan queridos, políticos y al alcalde de Miami pedir en alta voz intervención militar contra nuestro país. Algunos de los solicitantes no han nacido aquí, otros incluso jamás han pisado suelo cubano. También he visto reclamos justos, protestas justas, familias incomunicadas y preocupadas, deseosas de ayudar, contribuir, gente deseosa de un cambio puro y limpio y, sobre todo, extremadamente necesario.

Estoy viendo a un presidente Biden, que apoyé, permitir que se alargue nuestra desgracia, un Congreso que hace caso omiso al pedido de 11 millones de seres humanos de que levanten el embargo económico y las sanciones impuestas a nuestro pueblo y que solo los incrédulos niegan. Aun sabiendo que no es el único mal que acecha a Cuba, no se puede desconocer el tremendo daño que le causa.

En resumen, he visto todo, todo lo que no pensé ver: un país y una comunidad dividida y dispuesta a distanciarse más por el simple hecho de no respetar nuestras diferencias. ¡Qué tristeza, qué vergüenza!.

No tendremos país si no estamos juntos.

Las personas desesperadas que hoy padecen, en medio de la COVID, falta de alimentos, de medicinas, de condiciones de vida elementales como un lugar digno donde vivir, un trabajo digno con el que obtener el dinero, en una moneda con la que puedan comprar lo que necesitan… Esos, que son la mayoría del pueblo, no estarán mejor después de que llegue a nuestra Isla la intervención militar que algunos están pidiendo.

Y tampoco podrán ser aliviados si el gobierno cubano sigue demorando o implementando con medias tintas las reformas económicas, la descentralización y desburocratización de la economía.

He visto cosas terribles y me convenzo de que hasta que no se permitan las condiciones adecuadas para que cada cubano pueda asegurarse su sustento; que los campesinos produzcan; que los emprendedores comiencen sus negocios; que florezca una vida de trabajo y consumo desde lo elemental hasta la nube, estaremos probablemente en un laberinto sin salida. ¿Cómo cortar, cómo detener la espiral de odio, de violencia, de extremismos, de tristeza y desesperanza? La iniciativa tiene que ser de todos.

El gobierno de Biden puede ayudar si quisiera, pero no es seguro que quiera. Y el gobierno de Díaz-Canel, amparado y obligado por la Constitución cubana y el mandato popular, tiene la responsabilidad de buscar las mejores formas para que todo lo vivido en las últimas horas no se repita y se recuerde luego solo como una pesadilla. Hay muchas cosas que hacer por y para TODOS los cubanos.

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