Para amanecer mañana hay que dormir esta noche

La profesora Lázara Menéndez ha estudiado la influencia de África en la cultura cubana, en medio de procesos de crisis, globalización y cambio.

A inicios de la República, la élite intelectual se debatía en dos tendencias acerca de dónde insertar al país una vez obtenida la independencia: Europa o los Estados Unidos fue la repuesta. África constituía un estigma que debía ser silenciado o borrado debido a la acción de un pensamiento que identificaba al continente negro con la barbarie y la incivilidad.

En su momento de madurez, después de haber sufrido una evolución propia de todo pensamiento auténtico, Don Fernando Ortiz levantó su dedo índice para señalar lo siguiente: Cuba no podía entenderse sin el aporte africano, aserto compartido en 1923 por los jóvenes del Grupo Minorista, quienes en un famoso manifiesto se pronunciaron, entre otras cosas, por el arte vernáculo, lo cual significaba apostar por la poesía negrista (José Z. Tallet, Ramón Guirao, Emilio Ballagas, Nicolás Guillén) y por las obras musicales de Alejandro García Caturla y Amadeo Roldán.

Ambos suprimieron las fronteras entre lo culto y lo popular para incorporar la herencia africana en sus pentagramas, un locus donde por definición África campeaba en calles y salones de baile, de la contradanza al danzón, y de la rumba al son de la loma. Todo bajo los vientos de la isla abierta al espacio y al tiempo bajo los influjos de las máscaras africanas de Picasso, el Decamerón negro de Frobenius y el jazz de Louis Amstrong.

Quedó entonces acuñada una etiqueta que Ortiz había empleado en una de sus obras iniciales, marcada por su filiación lombrosiana: lo “afro-cubano”, palabra algo tautológica y hasta inconsecuente si se acepta que la cultura cubana se forma como un producto híbrido –o mejor, transculturado– de España y África, a lo que se añaden a otros componentes que el desarrollo histórico va incorporando al ajiaco.

Desde esta óptica, la santería cubana no es, pues, ni catolicismo ortodoxo, ni mitología yoruba “contaminada” por el contexto donde fueron insertados los africanos –en este caso, los de Nigeria– en la más vergonzosa operación de la acumulación originaria: el comercio de esclavos. No es ni mejor ni peor, sino simplemente distinta.

Hoy los estudios africanistas no suelen marcar la diferencia en Cuba. Si esto es así, la pregunta maestra sería entonces por qué, toda vez que la herencia de África –su huella–, constituye en efecto uno de los dos componentes claves de la identidad nacional, tema al que propio Ortiz dedicó en 1949 un enjundioso texto/conferencia (“Los factores humanos de la cubanidad”) que todavía hoy sigue siendo un punto de mira en los estudios culturales en distintas universidades, junto a su Contrapunteo…. Las respuestas pueden ser sin dudas diversas. Quisiera anotar, sumariamente, la tres que entiendo más importantes:

Primero, la falta de información sistemática sobre África. Siguiendo consciente o inconscientemente el patrón clásico, los noticieros solo suelen reportar epidemias, desastres, hambrunas y conflictos. Esto constituye una concreción específica de la cobertura general sobre el Tercer Mundo, pero en el caso africano la resultante es que se difuminan la complejidad cultural de un continente necesariamente diverso donde se combinan de manera singular tradición y modernidad, resistencia y globalización, lo local y lo transnacional. No es esta, precisamente, la imagen prevaleciente al respecto en la cultura cubana de hoy.

Segundo, el etnocentrismo, que reproduce/arrastra aquella posición inicial. Los procesos de crisis y cambio de los años 90 no contribuyeron para nada a romper una costra que, consciente o inconscientemente, identifica al continente negro con incivilidad, subdesarrollo –en una palabra, atraso– y en última instancia con una supuesta incapacidad para producir valores culturales universalmente válidos.

El racismo por el color de la piel, que saltó como un tigre agazapado, es una de sus expresiones, pero no es la única: va acompañado de otras en las que el origen regional –por ejemplo, proceder de las provincias orientales, ser un nagüe–, constituye fuente de estigmas y estereotipos contra los que también hay que pronunciarse, y obrar en consecuencia desde la cultura y la sociedad.

Tercero, la disminución y la escasa socialización de la producción académica cubana sobre África. En 1977 Manuel Moreno Fraginals coordinó para la UNESCO el volume África en América Latina; poco después de fundado, en 1979, el Centro de Estudios sobre África y Medio Oriente (CEAMO), bajo la dirección de Armando Entralgo (1937-2004) –sin dudas uno de los mejores africanistas cubanos, prematuramente fallecido– se involucró en proyectos de investigación que cubrían temas/problemas como las políticas europeas y norteamericanas hacia el continente, África en el nuevo contexto internacional y la historia de las relaciones Cuba-África.

Se sumaba así, desde su especificidad, a una tradición que desde los años 60 se había concretado en instituciones como el Conjunto Folklórico Nacional y la Academia de Ciencias de Cuba, y a investigadores y promotores culturales como Rogelio Martínez Furé, Miguel Barnet, Natalia Bolívar y Leyda Oquendo (1941-2008), por citar solo cuatro ejemplos relevantes. Todo ese fervor inicial se profundizó en un contexto sociocultural marcado por la institucionalización (1971-1985), y en particular por una conceptualización identitaria del pueblo cubano como “latino-africano”, lo cual condujo al surgimiento del Centro de Estudios del Caribe, de la Casa de las Américas, y de la Casa del Caribe de Santiago de Cuba bajo la dirección del malogrado Joel James (1942-2006).

Hay entonces razones más que suficientes como para saludar el libro Para amanecer mañana hay que dormir esta noche. Universos religiosos cubanos de antecedente africano: procesos, situaciones problémicas, expresiones artísticas, de la profesora Lázara Menéndez, quien junto a Adrián de Souza Hernández (1957-2013) integra esa dupla que supo estudiar, con inteligencia y perseverancia ejemplares, la influencia de África en la cultura cubana en medio de procesos de crisis, globalización y cambio.

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