Protectores de animales en Cuba: la voz de los sin voz

A pesar de los costos personales y las sospechas con que son vistos por las autoridades, los animalistas cubanos han multiplicado sus acciones en las calles y en las redes sociales, y no han dejado de reclamar una ley de protección animal en la Isla.

La activista por los derechos de los animales en Cuba Violeta Rodríguez y su perro Segundo, durante una entrevista con OnCuba. Foto: Otmaro Rodríguez.

La activista por los derechos de los animales en Cuba Violeta Rodríguez y su perro Segundo, durante una entrevista con OnCuba. Foto: Otmaro Rodríguez.

Violeta lleva meses soñando con perros y gatos, postea en Facebook sobre animales abandonados y no para de fajarse en Zoonosis para salvar a los que allí esperan su última hora. Yoanne, aunque ya era ingeniera civil, decidió estudiar Medicina Veterinaria para ayudar a todos los animales que pudiera y creó un refugio de perros en una finca a las afueras de Sancti Spíritus.

Camila y Paola han escondido sus gatos durante años para que no los descubran sus caseros y han tenido que acomodar sus horarios y hasta sus profesiones a su actividad como animalistas. Sahily, que no ha dejado de recoger animales a lo largo de su vida, ha sido contagiada más de una vez por algunos de sus rescatados y ha tenido, como ellos, que cumplir con la cuarentena.

Estos son, apenas, unos pocos ejemplos de los costos personales que asumen cotidianamente los protectores de animales cubanos. A esto debe agregarse también el impacto en sus familias y en sus relaciones de pareja, la percepción que no pocos tienen de ellos en sus comunidades –“que te digan que eres la loca de los gatos”, dice Paola sonriente, aunque muy en serio–, y las sospechas con que son vistos por las autoridades, que presumen una finalidad política a sus actividades.

Y, aun así, si un grupo de la sociedad civil cubana ganó visibilidad en 2019, fueron ellos.

Los animalistas de Cuba, estructurados mayoritariamente al margen del gobierno –en organizaciones como CEDA, PAC y también de manera independiente–, multiplicaron su accionar en las calles y en las redes sociales, con el reclamo de una ley de protección animal esperada durante años.

Junto a las recogidas de animales abandonados y a las campañas de esterilización y adopción que realizan sistemáticamente, los protectores cubanos protagonizaron el pasado año dos hechos inéditos en la Isla: una marcha contra el maltrato animal que contó con la anuencia gubernamental y en la que cientos de personas desfilaron en abril en La Habana con sus mascotas, y una protesta pacífica en noviembre frente a la dependencia estatal conocida como Zoonosis, también de la capital cubana, en la que se recluían y sacrificaban animales capturados en la calle.

Activistas cubanos salvan animales de ser sacrificados

Este último hecho, gestado “en silencio” por un grupo de activistas, fue un campanazo para la conciencia animalista en Cuba y sentó a las autoridades –en particular, a directivos de entidades estatales como los Ministerios de Agricultura y Salud Pública– a dialogar con los protectores independientes, a escuchar sus quejas y peticiones en busca de soluciones de conjunto a problemas que se han arrastrado durante mucho tiempo en la Isla.

De esta forma, los protectores consiguieron detener las capturas masivas en La Habana –aunque estas se mantienen fuera de la urbe habanera–, particularmente de perros y gatos a través de métodos violentos, así como los sacrificios practicados en Zoonosis con estricnina, una sustancia prohibida en muchos lugares del mundo que hace sufrir innecesariamente al animal sacrificado. También lograron rescatar a los animales que estaban confinados en el lugar y “como un experimento” comenzaron a gestionar su funcionamiento, a responder a los reportes allí recibidos, a atender a los animales enfermos y ubicarlos temporalmente en sus propias casas o en una red de refugios privados y voluntarios ya existente.

Y, quizá como efecto colateral, el tema de una ley de protección animal volvió a los medios y a la opinión pública, luego de que ganara fuerza durante los debates públicos sobre el proyecto de la nueva Constitución cubana.

Han pasado varias semanas desde entonces y, a pesar de no pocas dificultades y retardos, los protectores se resisten a regresar a la inercia previa a la protesta en Zoonosis y las reuniones consiguientes –el núcleo principal de quienes han dialogado con representantes gubernamentales ronda la decena, pero cuenta con otras conexiones dentro del movimiento animalista cubano–, aunque esto signifique para ellos menos tiempo y más incomprensiones. Porque, a la par, también se ha fortalecido su compromiso.

“Esta es una labor que no tiene horarios”, afirma a OnCuba Sahily María Naranjo, restauradora de profesión y defensora de los animales desde su infancia, quien ha participado en las recientes reuniones con representantes estatales.

“Demanda todo tu tiempo, todo tu esfuerzo, afecta tus relaciones personales y también tiene implicaciones para la salud, porque muchos de los animales que recogemos están enfermos y pueden contagiarnos, como me ha pasado, aunque nos cuidemos y los tratemos rápidamente –explica–. Pero no es su culpa, ellos son víctimas. Asumimos el riesgo porque alguien tiene que ayudarlos, porque queremos hacerlo y porque si no sería aún peor”.

“Ser un protector en Cuba es muy sacrificado y causa mucho dolor por las condiciones en que uno encuentra a muchos animales en la calle –apunta, por su parte, la actriz y activista Violeta Rodríguez–. Te obliga a sobreponerte a los problemas y a vencer el prejuicio que suele haber contra nosotros, porque hay quien nos ve como personas histéricas, como unos locos que andan por ahí recogiendo perros y gatos, y protestando por algo que ellos no consideran importante. Afortunadamente, no es todo el mundo y la percepción social sobre el tema ha ido cambiando, aunque queda mucho por hacer.”

Cuatro activistas de la protección animal en Cuba, que participaron en recientes reuniones con representantes estatales. De izquierda a derecha: Sahily María Naranjo, Violeta Rodríguez, Yoanne Lisbet Valdés y Camila Cabrera. Foto: Otmaro Rodríguez.
Cuatro activistas de la protección animal en Cuba, que participaron en recientes reuniones con representantes estatales. De izquierda a derecha: Sahily María Naranjo, Violeta Rodríguez, Yoanne Lisbet Valdés y Camila Cabrera. Foto: Otmaro Rodríguez.

La sociedad, el gobierno

“A mí me preocupan las atrocidades que comenten algunas personas en Cuba con los animales. Creo que alguien que es capaz de maltratar, torturar o matar a un animal, como pasó con el perro que incendiaron en Manzanillo o el que arrastraron con cadenas en Guanabacoa, podría hacerlo también con una persona –opina Yoanne Lisbet Valdés, quien, aunque vive en la central provincia de Sancti Spíritus, viaja periódicamente hasta La Habana a participar en las reuniones y actividades junto a otros activistas–. Pero me preocupa todavía más que esas personas actúen impunemente, que no pase nada con ellos. Me parece grave porque refleja una indolencia terrible en la sociedad.”

“Hay de todo –matiza Paola Cabrera, periodista de profesión y hoy trabajadora por cuenta propia–. Nos encontramos desde gente que se burla de nosotros y se ríe en nuestra cara después de haber maltratado a un animal, hasta personas que se sensibilizan con lo que hacemos, que se acercan a nosotros y nos ofrecen ayuda. Desde mi percepción, cada vez son más los que entienden lo que hacemos y se solidarizan, los que donan algo y terminan adoptando. Muchos protectores empezamos así, por amigos, por conocidos, porque esta labor es como una onda expansiva que influye en nuestro entorno, y si nos dejan trabajar en las comunidades y en las escuelas, ¿qué no podría lograrse?”

Esa onda expansiva, multiplicada por el trabajo sistemático de los protectores y su cada vez mayor presencia en las redes, ha contribuido al crecimiento, tanto en La Habana como en otras provincias, de la comunidad animalista cubana, en la que las mujeres son indiscutibles protagonistas.

“Nuestra causa es muy noble –explica Violeta–. Los animales le gustan a la mayoría de las personas, más allá de sus filiaciones, de su ideología, de su condición social, y creo que eso ha ayudado a que ganemos apoyo y visibilidad. Pero eso no quiere decir que no tengamos detractores –incluso entre algunos que luchan por otras causas que también buscan reconocimiento en el país y que han llegado a minimizarnos y a decir que en Cuba se le hace más caso a los que defienden a los animales que a las personas –, ni que todo el mundo tenga la misma sensibilidad ante un animal abandonado, o ante cosas que se consideran normales como los sacrificios religiosos, o las peleas de gallos, o el encierro de los animales en los zoológicos. Es complicado y por eso esta es una labor que tiene que ir paso a paso.”

La activista por los derechos de los animales en Cuba Violeta Rodríguez y su perro Segundo, durante una entrevista con OnCuba. Foto: Otmaro Rodríguez.
La activista por los derechos de los animales en Cuba Violeta Rodríguez y su perro Segundo, durante una entrevista con OnCuba. Foto: Otmaro Rodríguez.

En esa labor paso a paso, el gobierno es un actor fundamental. La educación, los medios de prensa oficiales, el acceso a Internet –el aumento de la conectividad en la Isla, según varios protectores, ha sido clave para articular su movimiento–, las instituciones encargadas de los animales, están en sus manos. Sin embargo, los protectores independientes no creen que por ese motivo ellos no puedan participar y, mucho menos, ser vistos como enemigos.

“Las autoridades cubanas tienen que confiar en nosotros, comprender que nuestro interés es salvar a los animales. Que necesitamos vías y condiciones para hacer nuestra labor, para canalizar donaciones, para recibir medicinas y recursos que son muy difíciles de conseguir en Cuba, y que eso no significa que seamos financiados desde el exterior con una intención política. Deben saber que no tenemos nada que ocultar y que lo que es a favor de los animales no es en contra del gobierno”, asegura Violeta.

“Además, debería haber una coherencia entre lo que nos dicen a nosotros y lo que hacen en otros espacios”, agrega Camila, filóloga, hermana de Paola y también trabajadora independiente.

“Creo que sí tienen la intención de escucharnos, de dialogar, que hoy están mucho más conscientes de cuál es la situación y comprenden que deben hacerse cambios en la manera en que se han estado haciendo las cosas en Zoonosis y en cuanto a la protección animal en general, pero luego salen en los medios de comunicación tratando de validar o justificar lo que hacen, o negando cosas que sí saben que pasan, como los métodos violentos empleados en las recogidas y sacrificios, porque lo han reconocido en las reuniones, y eso es contradictorio.”

“Con lo que hemos hecho después de la protesta en Zoonosis y las reuniones con ellos (los representantes estatales), creo que hemos demostrado que no es imposible trabajar para la protección animal en Cuba, que sí se puede lograr y pueden darnos participación en ese trabajo –acota Yoanne–. No se trata de que nos lo entreguen todo o que las cosas se hagan como nosotros decimos; no es eso lo que estamos pidiendo, sino que nos dejen colaborar, que nos permitan ayudarlos a organizar esta labor e, incluso, a hacer cosas que por una razón u otra no siempre se hacen de la mejor manera, como las vacunaciones, las esterilizaciones, el control de las poblaciones de perros y gatos. Yo misma he sido testigo en mi provincia de lotes de vacunas echadas a perder por problemas con el personal capacitado, o por la forma en que se guardan, y eso no debería ser, porque son costosas y necesarias, y porque al final no se cumple lo previsto, o dicen que se hizo bien y no fue así, y no pasa nada.”

Aunque era ingeniera, Yoanne Lisbet Valdés decidió estudiar medicina veterinaria para ayudar a los animales. Foto: Otmaro Rodríguez.
Aunque era ingeniera, Yoanne Lisbet Valdés decidió estudiar Medicina Veterinaria para ayudar a los animales. Foto: Otmaro Rodríguez.

Para esta protectora, que sueña con llevar adelante un proyecto de zooterapia con niños autistas y personas de la tercera edad, en Cuba “resulta más peligroso defender un animal que matarlo”, por los prejuicios y suspicacias que despierta su labor tanto entre las autoridades como entre parte de la población. “Nosotros necesitamos que esa visión cambie –afirma–, que se eliminen las trabas y las sospechas, porque así no podemos avanzar, y los que más sufren al final son los animales”.

Como una alternativa para lograr mayor legitimidad y “tranquilidad”, algunos protectores independientes valoran la posibilidad de ingresar a la Asociación Cubana para la Protección de Animales y Plantas (Aniplant), la única organización de su tipo reconocida por el gobierno, a la que no pocos activistas consideran “muy complaciente” y de poco impacto social, y a la que, a su vez, durante muchos años –existe desde 1987– “ha sido prácticamente imposible ingresar, supongo porque a muchos protectores nos ven como indisciplinados, buscapleitos, protestones”, apunta Sahily.

“No obstante, la intención no es entrar a Aniplant solo para tener respaldo oficial –afirma Camila–. Nos gustaría ayudar a pensar y a hacer desde dentro de la organización, a dialogar con las instituciones estatales, porque tenemos muchas ideas e intenciones que nos parece que podrían realizarse en Cuba. Pero al final, tampoco queremos estar por estar, ni formar parte de algo que no cumpla con nuestros objetivos. Si es así, no vale la pena. Ser parte o no de Aniplant, o de otra organización, o seguir de manera independiente, no va a detener nuestro trabajo a favor de los animales, que es lo más importante”.

La activista por los derechos de los animales en Cuba Camila Cabrera, durante una entrevista con OnCuba. Foto: Otmaro Rodríguez.
La activista por los derechos de los animales en Cuba Camila Cabrera, durante una entrevista con OnCuba. Foto: Otmaro Rodríguez.

¿Será la ley?

Luego de años de reclamos y acciones constantes por parte de los protectores cubanos, 2020 debe marcar finalmente la aprobación de un texto jurídico sobre el tema en la Isla. De acuerdo con el cronograma legislativo aprobado en diciembre pasado por la Asamblea Nacional, el próximo noviembre será presentado y presumiblemente aprobado un decreto-ley en el cual ha venido trabajando una comisión gubernamental y cuya redación fue confirmada, sintomáticamente, poco después de la protesta de Zoonosis.

No será una ley, como muchos activistas pedían, pero más allá de eso, a los protectores les preocupa que el proyecto no ha estado físicamente a su alcance, aunque en las reuniones sostenidas las autoridades les han asegurado que tendrá en cuenta sus opiniones y sugerencias.

“Queremos creer que será así –afirma Yoanne Lisbet–, pero nos interesa tener un papel más activo, que nos involucren en su elaboración. Nosotros, que sufrimos y trabajamos cotidianamente en la protección de los animales, sabemos de primera los principales aspectos de este tema y, basados en esa experiencia, podemos brindar nuestro consejo sobre la manera en que puede enfocarse la legislación, sobre lo que nos parece importante que sea normado.”

“Estamos un poco a ciegas porque no sabemos en realidad por dónde va el proyecto, qué cosas de las que hemos dicho van a ser tenidas en cuenta y cuáles no, y qué enfoque va a primar, si el de bienestar, como han estado manejando las autoridades, o el de protección, que nos parece más preciso –comenta Paola–. Pero, más allá de los términos, lo que nos interesa es que sea un texto que proteja de veras a los animales, que reconozca sus derechos y sancione con fuerza a quienes los maltratan, y que tenga también una visión amplia, un valor social, que no solo castigue a los infractores, sino que también promueva la protección de los animales entre los niños, en las escuelas, en las comunidades, como parte del cuidado del medio ambiente.”

Las hermanas Paola (d) y Camila Cabrera, activistas por los derechos de los animales en Cuba. Foto: Otmaro Rodríguez.
Las hermanas Paola (d) y Camila Cabrera, activistas por los derechos de los animales en Cuba. Foto: Otmaro Rodríguez.

Sahily, por su parte, insiste en el componente educativo y de comunicación, que lleve el tema sistemáticamente a los centros escolares y a los medios masivos como una receta frente a la indolencia todavía existente, que sea tema de campañas y se aborde sistemáticamente en la prensa –“en la oficial, no solo en la alternativa, que es la que hasta ahora le ha dado mayor atención a este tema”– “no como una respuesta indirecta a nuestras protestas, sino como algo importante y necesario, que ha ido ganando fuerza en todo el mundo y en el que Cuba no debería quedarse atrás”.

Además, en su opinión, el decreto-ley debe incluir la creación de un registro de mascotas, que comprometa a las personas a proteger a los animales a su cuidado. También, pautar las obligaciones del Estado acerca de los animales de trabajo y los callejeros y prohibir el empleo de métodos crueles de captura y sacrificio, y, finalmente, priorizar el aspecto penal.

“Tiene que quedar claro cuáles son las acciones que van a tomarse contra quienes maltratan a los animales, qué sanciones van a aplicarse, que en dependencia de la gravedad de los casos no deberían ser solo multas, sino también penalidades superiores y hasta privación de libertad”, señala.

Violeta, por su parte, está preocupada por el alcance y la integralidad de la ley.

“No debería seguir dejando vacíos sobre la protección animal, ni dar de lado a temas sobre los que no existe la misma percepción en nuestra sociedad, pero no por ello menos importantes, como las peleas de perros y gallos, el maltrato a los animales de tracción, los sacrificios en ritos religiosos, los zoológicos, la cría de animales para la venta, los cotos de caza. Todo eso y más debería ser regulado, no para prohibir por prohibir, sino para que se garanticen las mejores condiciones posibles a los animales.”

Pero aun cuando se apruebe finalmente el decreto-ley, los protectores saben que este no será el fin de su trabajo. Más bien, todo lo contrario.

“De la calle”, una red para el rescate animal

“Con ley o sin ley no podemos parar, porque sería incoherente. Iría en contra de todo lo que hemos hecho y de nosotros mismos, de lo que defendemos. Cuando ves a los animales cómo estaban antes y cómo están después que son rescatados y protegidos, cómo cambian, cómo lo agradecen, cómo reciprocan todo ese cariño y atención, te das cuenta del bien que has hecho, y de que la diferencia la hacen, apenas, un poco de amor, un poco de comida, un poco de voluntad. Solo con eso se puede hacer mucho bien, y una ley, aunque es muy importante, no basta para lograrlo”, afirma Paola.

“La legislación que se apruebe no puede ser para contentar a los animalistas, sino para que proteja realmente a los animales. Y nos tocará entonces esforzarnos porque se aplique cómo debe ser, porque se cumpla lo que está legislado y se tenga en cuenta lo que no se legisló y nos parezca que debió haberse incluido“, asegura, por su parte, Violeta. Para ella, no importan las diferencias que puedan existir con las autoridades ni dentro del movimiento animalista –“porque somos seres humanos“–, ni ganar más reconocimiento que otros, sino “trabajar de conjunto, construir consensos, y centrarnos en proteger a los animales, que es, a fin de cuentas, nuestro objetivo“.

“La nuestra es una causa en la que luchamos por los que no tienen voz. Si dejamos solos a los animales, no tendrían quien hablase por ellos, quien los defienda. Nosotros somos su voz, y por eso tenemos que seguir trabajando”, concluye.

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