Quiero casarme en Cuba

Que exista una ley que ampare ese derecho es un ejercicio de civilización, de igualdad y de respeto al amor.

Rubén Darío Salazar y Zenén Calero

Ya sea que pongas un nombre, el otro o los dos… Google te va a inundar la pantalla con textos e imágenes que juntan a estos seres, que hablan de ilusiones compartidas, vivencias comunes, proyectos conjuntos y que muestran a dos personas muy apegadas, una siempre más sonriente y extrovertida que la otra, aunque esa otra trasluce la alegría a través de sus muñecos.

Rubén Darío Salazar y Zenén Calero son una pareja, en el arte y en el amor, desde hace más de 30 años. Y esa unión ya era conocida en los medios artísticos cubanos desde mucho antes de que existieran Google y otros buscadores de Internet.

Los rastreadores de parejas admirables, que los hay, —y también los homofóbicos— podían fácilmente encontrarlos desde finales de los años 80 por las calles de la ciudad de Matanzas. Zenén era desde 1979 el diseñador teatral del grupo Papalote, una de las más prestigiosas compañías cubanas de teatro para niños. Allí llegó, en 1987, el joven actor Rubén Darío. Se conocieron al fragor de las tablas, las luces y los títeres.

Es Rubén quien asegura que Zenén jugaba de niño a ser lo que es hoy como diseñador. Y en efecto “debajo de la cama hacía los escenarios y ponía las luces que robaba a los árboles navideños, con eso hacía espectáculos y me imaginaba hasta los movimientos”, relata el diseñador.

Zenén jugaba de niño a ser diseñador.

 

“Seguí haciendo ese trabajo, pero con un impase, porque yo no sabía que eso podía ser una profesión. Yo era un niño de campo o más bien de playa. Vivía en Boca de Camarioca. Primero pasé por la ingeniería mecánica, después fui profesor de Español y Literatura, hasta que apareció el teatro y todo lo demás quedó atrás, porque el diseño teatral es una carrera que te lleva la vida”

“Él era un niño marinero y yo un niño urbano”, Rubén lo tuvo más claro desde muy temprano porque, como le gusta decir, prácticamente creció en el Guiñol de Santiago de Cuba. Su madre era trabajadora de la sede santiaguera del Instituto Cubano de Radio y TV y del Sindicato de la Cultura y para ella resultaba práctico que le cuidaran al niño dentro de la sala de teatro, mientras atendía sus obligaciones laborales. “Luego con mis vecinos montaba obras de títeres, los vestía con ropas de mi mamá y de mi papá, o con lo que encontraba, y escribía los textos. O sea que también dirigí de niño, y eso continuó en la primaria y en la secundaria.”

En Santiago de Cuba, Rubén a los 6 años.

La carrera de Periodismo que inició Rubén Darío Salazar a los 18 años fue rápidamente sustituida por la posibilidad de reiniciar sus estudios universitarios en el Instituto Superior de Arte, de donde se graduó en el mismo curso de otros dos gigantes de la actuación cubana:  Broselianda Hernández y Osvaldo Doimeadiós.

Entonces llegó a Matanzas por una recomendación de la narradora Mayra Navarro. “Ella me dijo: ¨si quieres hacer buen teatro de títeres, tienes que irte a Matanzas¨. Lo decía por Papalote, el grupo que dirigía el Maestro René Fernández y que aún dirige. Y no lo pensé dos veces. Matanzas tiene una conexión con los santiagueros, ahí vivió Heredia, por ejemplo. Y cuando llegué, ya Zenén estaba ahí haciendo sus diseños: un muchacho inteligente, intrépido, amante de la profesión. Y yo también era pura pasión con el teatro y con los títeres.”

Después de trabajar y aprender durante años junto a René Fernández, experiencia que asumen como un privilegio, en 1994, en plena Crisis de los balseros Rubén y Zenén tuvieron la idea de crear un nuevo grupo. Fue en uno de los días más críticos de ese verano, al concluir en el Teatro Sauto un espectáculo que habían montado precisamente para distraer a los niños que cada jornada veían salir por las costas matanceras a veces a familias enteras en balsas rudimentarias en pos de alcanzar los EE.UU.

Teatro de las Estaciones es la vibración de la entrega de amor y respeto hacia la cultura cubana, a Dora Alonso, matancera, a Martí, de toda Cuba y del mundo, a Lorca, que es uno de nuestros autores, a Norge Espinosa, que es un contemporáneo. En nuestra Compañía hemos encontrado las vibraciones que necesitamos para vivir”, asegura Rubén Darío.

Sala Pepe Camejo, sede de teatro de las Estaciones.

La niña que riega la albahacaPelusín y los pájarosLa caja de los juguetesLa virgencita de bronceFederico de nocheAlicia en busca del conejo blancoPor el monte Carulé… son algunas de las piezas dirigidas por Rubén Darío con el diseño escenográfico, de vestuario y de luces de Zenén Calero, quien es además el creador de cientos de títeres que han cobrado vida en las tablas y en otros soportes como el audivisual, y más recientemente con la incursión en la maravillosa técnica del stop motion.  Los muñecos creados por Zenén han llegado a abarrotar sus espacios de almacenaje, pero cuando menos lo imaginan salen del rincón y resucitan.

“Pelusín y los pájaros”, 2001.

La opción de mudarse a la capital cubana o de emigrar a otro país no ha estado nunca en los planes de esta pareja, a la que no le ha faltado ofrecimientos para un cambio de esa envergadura. Motivaciones prácticas y sentimentales han sostenido esa permanencia en la conocida como Ciudad de los puentes, a escasos kilómetros de Varadero, uno de los más famosos balnearios del mundo.

“Nosotros hemos creado un mundo a partir de nuestro interés artístico y hemos tenido mucho apoyo del gobierno de Matanzas”, cuenta Zenén, quien desde los años 90 hasta hoy ha hecho crecer su antes estrecho taller y almacén de muñecos, al que se llegaba por una angosta escalera. “Tenemos hoy un espacio que es el Centro Cultural Pelusín del Monte que yo dirijo y que acoge a la compañía Teatro de las Estaciones, que dirige Rubén, y donde me he servido de las enseñanzas de René Fernández, no solo de la dirección artística, sino de la dirección general de una institución. Siento que hago cosas que le veía hacer a él. Y en ese espacio tenemos la posibilidad de hacer todo.”

“Los zapaticos de rosa”, 2007.

“Si algo nos une a Zenén y a mí además de la pasión por el teatro y la vida, es el amor a este país. Cuba no es un país perfecto, ninguno lo es, pero es nuestro país. Hemos tenido el privilegio de haber estado en los más grandes festivales del mundo: en Nueva York, en Charleville-Mézières, en Tolosa, en Génova. Y al final Zenén y yo nos miramos y uno dice: ¿qué te pasa? Y el otro: Yo tengo unas ganas de irme ya para Cuba… Eso no se puede explicar, eso no se narra, eso se tiene o no se tiene.”

En agosto de 2021, el programa Vivir del cuento, uno de los más populares y de los pocos críticos de la realidad social y económica cubana en TV, llevó a la pantalla una edición titulada Titiriteros. La actuación de Rubén Darío Salazar y los muñecos creados por Zenén Calero más un incisivo guion añadieron sazón a la tan gustada puesta televisiva. Sobre el particular escribió en Cubaescena el crítico Norge Espinosa: “La risa costumbrista, con tintes de sátira social, que ha caracterizado al espacio, se combinó con los títeres que reproducían a los personajes principales del espacio para que la presencia de la figura animada no fuera una nota al pie o un añadido de paso. A través de esos dobles, títeres de guante, se filtró una crítica a ese tipo de funcionario que desconfía del arte como recurso para remover ideas anquilosadas, y que ve en el humor un espejo que solo revela sus propias sospechas”.

Rubén asegura que si algo ha pasado con ellos es que nunca han tenido prejuicios con nada, ni en la vida ni en el arte y por eso han trabajado con artistas de la ópera, de la música popular, del cine o de la televisión. Sin embargo, los prejuicios sí les han rondado a ellos, en mayor o menos medida.

¿Desde que son pareja han sentido en Cuba rechazo o presión social por sus preferencias sexuales o por su relación?

Rubén Darío Salazar: Nada es tan nuevo nuevo, ni tan viejo viejo. Los prejuicios, esa actitud de confusión, de ceguera, de alucinación con lo que no es la norma, termina poniendo en actitud de en guardia a los señalados o simplemente en la posición de disfrutar con lo que el otro sufre, pues no hay ninguna culpa como no sea la de ser coherente con los sentimientos, los cuales no conocen de género, ni de ninguna de esas definiciones absurdas con la que muchos humanos van por la vida catalogando lo que conocen o creen conocer y lo que no conocen. A los 25 años ya la personalidad está formada. Me encontré con Zenén en medio de una compañía teatral. Que nos vieran juntos era lo normal, así que rechazo no sentí nunca. Alguna que otra mirada sospechosa que nunca me quitó el sueño, pero nada más, esa es la verdad.

Zenén Calero Medina: Rubén tenía como veintipico de años y era, es, muy carismático, como mismo yo a los treinta y algo era muy introvertido. No nos gusta ni a él ni a mí la afectación innecesaria, porque nunca hemos ido por la vida intentando agredir a nadie con lo que sentimos, más bien hemos compartido ese amor con los amigos y amigas, colegas, familiares… gente sin prejuicio, que nos mira a los ojos, no a la entrepierna, que por lo demás es un sitio muy personal. Algunas personas de mi familia sí nos miraban mal, súmale el prejuicio racial, ese atraso. Otras no. Siempre hemos sido respetuosos con los demás, con nosotros mismos. En común tenemos muchas cosas, la principal: tener un comportamiento franco con todos. No tenemos nada que esconder, sí mucho que dar.

Rubén y Zenén.

¿Cómo sobrellevaron la discriminación sexual en la infancia y en la adolescencia?

Rubén Darío Salazar: Yo fui artista desde niño, y aunque esa es una condición que no te define sexualmente, pues ser sensible es algo que es para todos, ser artista es siempre sospechoso respecto a los varones, como los oficios fuertes han sido sospechosos para las hembras y eso tampoco significa nada. Es duro para un niño verse señalado o criticado. Ahora le dicen bullying, pero el abuso, la ofensa, la humillación para los que han retado los roles tradicionales masculinos han existido siempre. Mi madre siempre me ha apoyado en todas mis decisiones, lo cual me hizo crecer con una autoestima bien colocada. Me exigió siempre ser educado, sacar buenas notas, que leyera para que fuera inteligente. No es que las madres sean ciegas, pero de verdad observan a los hijos con el alma y esperan de ellos mucho más que las disposiciones para vivir, armadas en otros siglos. Seguí siendo artista en la adolescencia, y esa es una edad muy rebelde cuando se percibe que es injusto ser mal mirado por gustar de la poesía, la pintura, la música, la literatura o el ballet. Nunca bajé la mirada ante ninguna sugerencia de ofensa. Debe ser que como nací en el barrio de Los Hoyos, en Santiago de Cuba, y provengo de una familia brava, no tengo mucho que ver con el miedo, aunque siempre haya sido bajo de tamaño.

Zenén Calero Medina: Mi familia era muy machista. Yo fui un niño y un adolescente distinto. Siempre traté de ser aceptado por mis primos y amigos, por mi familia en general. Algo en mí no era como en los demás niños. Me gustaban los animales, que no los maltrataran, la pintura, la música, las películas de época. Armaba mi mundo y nunca fue igual al de los demás. Sentí mucho dolor en esa etapa de mi vida. Es muy duro ser censurado en la infancia y la adolescencia. De alguna manera yo fui víctima en los años 70 de la parametración, pues con 15 años me expulsaron de la Escuela Provincial de Arte de Matanzas, sin que nunca le dijeran a mi madre los verdaderos motivos. Fue difícil de entenderlo para mí, pues era uno de los mejores alumnos de la especialidad de artes plásticas. Algunos años después, profesores de esa época al verme crecer y convertirme en un creador, me pidieron disculpas. Eso no me curó de tanto dolor e injusticia, pero me hizo ver que algunos humanos tienen vergüenza en la cara y esa es una condición honesta, digna, pues cualquiera se equivoca, es la vida la que ya no tiene marcha atrás.

¿Cómo educar a las nuevas generaciones no ya en la tolerancia, sino en el respeto, la aceptación  y convivencia natural con las diferencias en las identidades, preferencias o prácticas sexuales?

Rubén Darío Salazar: La tarea que se plantea es grande, son muchos años de recelos, de terror a lo diferente. Ese miedo involuciona, oculta. Demasiada gente enmascarada y frustrada por los prejuicios, cuando no acusadora, implacable, radical con el tema de la sexualidad. Los infantes no nacen con prejuicios, somos los adultos los que educamos a esa alma en el odio, en el escarnio, en el abuso con el más débil o el diferente. No llores, no hables finito, no gesticules, es todo un decálogo para ser hombre y para ser mujer, no para ser seres humanos. Hay padres que prefieren a los hijos delincuentes antes que homosexuales. Y por ahí se inicia un camino donde apenas hay espacio para dialogar, aceptar, que es distinto a tolerar o entender. Hay mucho trabajo por delante y no podemos dejar solos en eso a los especialistas o a los responsables de educar. La familia y el gobierno también tienen su labor ahí. No se puede construir un país ocultando identidades para ser aceptados o funcionando con la moralidad del medioevo, cuando las mujeres estaban cerca de las brujas y los artistas del Diablo. La vida ha demostrado que eso es una falacia, una manera de discriminar y cercenar el alma del cerebro. Demasiada gente retorcida e infeliz ya existe sobre la tierra.

Zenén Calero Medina: Yo trabajo con mucha gente joven y creo que tienen menos prejuicios que los adultos. A veces tanta presión sobre ellos los ha hecho saltar las reglas e ir al otro extremo y eso también es peligroso, pues ser ultramoderno como muchos quieren ser, tiene un precio. Mejor dialogar con ellos. Es lo que yo hago, intentar mostrarles lo hermoso de la vida, que hay mucho de hermoso por disfrutar. Algunos me escuchan y otros no, y se pierden en la desidia, la adicción o en la vanidad más inútil y superficial. Yo confío en la gente joven, me gustan y a la vez intento que sean mejores personas, mejores creadores, mejores hijos, hermanos, padres…el asunto está difícil, pero yo siempre apuesto por el optimismo. En eso Rubén y yo somos parecidos, aunque yo parezca más melancólico, realmente el melancólico es él con un carapacho de atrezzo muy bien hecho.

¿Qué mensaje tienen  para cubanos y cubanas en este momento de debate sobre la necesidad urgente de un nuevo Código de familias?

Rubén Darío Salazar: 35 años al lado de Zenén me ha hecho ser una mejor persona y un mejor artista, no he necesitado del código de familia que incluya el matrimonio igualitario y otros derechos para llegar a esta conclusión. Pero que exista una ley que ampare ese derecho es un ejercicio de civilización, de igualdad y de respeto al amor.

Zenén Calero Medina: Tal vez esta disposición legal, los cambios que se persiguen en el nuevo Código de familias nos ha sorprendido un poco mayores. Va y la mayoría no lo aprueba, eso no va a acabar con mis sentimientos, que no se pueden normar. Va y sí, y tendremos un país inclusivo, a la altura del desarrollo humano y del lado de la justicia.

Rubén y Zenén cargan a dondequiera que van, sea dentro o fuera de Cuba, con sus ansias y sus sueños. “Y con nuestros hijos que son los títeres”, añaden.  Hace muchos años en Suecia, donde el matrimonio igualitario ya era posible, alguien les dijo: “¿Por qué no se casan aquí?” Y con esa misma rapidez que le caracteriza a Rubén Darío al hablar, como quien anda siempre de prisa, dice al contarlo tal y como debe haberlo dicho aquella vez: “No, yo quiero casarme en Cuba, cuando el código de familia que me toca sea el que esté, cuando las mentes se abran y se den cuenta de que el amor está por encima de todo”. Zenén, a su lado, asiente con su sonrisa de hombre bueno.

En 2020, Rubén Darío Salazar y Zenén Calero recibieron el Premio Nacional de Teatro. El jurado, integrado por los también Premios Nacionales Carlos Pérez Peña, Gerardo Fulleda León, Verónica Lynn y Carlos Díaz, y la diseñadora y profesora Nieves Laferté, reconoció que este “binomio de creadores de la escena ha aportado al teatro para niños y de títeres en Cuba valores apreciables en cuanto a su labor artística, investigativa y docente”.

Unos meses antes habían asumido el reto de hacer renacer, casi desde ruinas, a la sala del Guiñol Nacional de Cuba. Rubén fue designado como director general de ese imprescindible espacio teatral capitalino y Zenén está ahí, codo con codo, rediseñando e imprimiendo color y luz al sitio para que deje de ser el sótano oscuro y silencioso en que se convirtió en los últimos años y vuelva a llenarse de títeres y alegría.

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