Resonancias

Foto: Kaloian.

Foto: Kaloian.

La decisión del Senado de Argentina de no despenalizar el aborto tiene raíces en el conservadurismo religioso y el patriarcado vigente no solo en ese país sino en toda América Latina. No es un “mérito” especial de la patria del papa Francisco, donde, por otra parte, millones de mujeres y hombres hoy representan una posición mucho más liberal en términos religiosos y sociales, y están dispuestos a proseguir la batalla.

La decisión que tomaron 38 de los 69 senadores que votaron la pasada madrugada, no se queda allí. Me atreveré a predecir que las confrontaciones entre la marea verde y la azul y la victoria política momentánea del sector “provida” –vaya ironía– al impedir que se conviertan en legales y seguros los abortos, puede tener su efecto de rebote también en Cuba.

El debate en ese país, en cualquiera de sus acepciones y signos, puede ser inspirador entre los cubanos en estos días y durante las próximas semanas, cuando se comparte la urgencia y ese sentido de oportunidad única de impregnar la nueva Constitución de las Cubas que cada uno de nosotros tiene en su cabeza y en su corazón.

Parte de estas resonancias quizás sean oxígeno para los esfuerzos que algunos grupos en Cuba, sobre todo fieles y jerarcas de iglesias cristianas, vienen realizando, lo mismo en los templos que en las calles de asfalto, que en las plazas virtuales de Internet. Buscan impedir que se concrete en la Constitución una interpretación no binarista del matrimonio que dé paso a la –para ellos abominable– unión entre personas del mismo sexo.

En el Anteproyecto ha quedado el artículo 68, un gran paso saludado con efusividad por simpatizantes y defensores de los derechos LGBT+, donde se afirma que el matrimonio es la unión voluntariamente concertada entre dos personas con aptitud legal para ello, a fin de hacer vida en común.

De esta forma se supera la noción de que un matrimonio solo puede estar conformado por un hombre y una mujer y tener la finalidad principal de sembrar hijos en el mundo.

Aunque no se proclama, se deja abierta la puerta a la legalización del matrimonio igualitario que dependería de un desarrollo legal posterior –otro, de los tantos pendientes. Así lo dejó aclarado durante las sesiones de la Asamblea Nacional el secretario del Consejo de Estado, Homero Acosta.

La Comisión que redactó el Anteproyecto de Constitución no ha querido ser más explícita sobre este punto. Por el momento solo se enseña el tobillo, pero queda por ver cómo quedará el tema al final de la consulta que durante 90 días, a partir del próximo 13 de agosto, se realizará entre cubanos residentes dentro y fuera de la Isla.

Probablemente para quienes defienden la “familia original” la fórmula actual recogida en el Anteproyecto sea tolerable, en tanto no se lanza a reconocer la composición sexual o de género inscrita dentro de la institución matrimonial.

Pero, no lo olvidemos, todo está conectado. Muchos de los que hoy están defendiendo en Cuba esa idea quizás defenderían con igual vehemencia la de “salvar la vida del feto” desde el momento inicial del embarazo, a toda costa, y por principio divino. Creo que lo harían con más ánimo si percibieran en Cuba la más mínima oportunidad de éxito.

Por el momento van con cuidado y en voz más baja, porque saben que sería como lanzarle piedras al único ojo de Polifemo. Caería sobre ellos, seguramente, la furia del gigante.

El aborto legal y asistido en Cuba ha sido una política de salud pública que el Estado cubano defiende y exhibe como un gran logro. Adicionalmente, una parte importante de los ciudadanos percibimos esta posibilidad como un derecho que ya se ha hecho natural. No ocurre lo mismo con el matrimonio igualitario, un tema todavía atragantado en las expresiones del discurso oficial y también en las del discurso doméstico.

La opción de la mujer de decidir sobre el curso de su embarazo en las primeras semanas de gestación y su posibilidad de recibir garantías sanitarias para interrumpirlo, parecería irrevocable en Cuba. Pero no olvidemos nunca que no lo es.

No digo que una línea anti aborto vaya a ser parte de la agenda que se discuta próximamente para redactar esta Constitución nueva que estrenaremos en 2019. Sin dudas hay suficientes elementos inhibitorios, por el momento. Pero insisto en recordar que la matriz conceptual que explica cierto posicionamiento respecto a la familia, a la mujer y al hombre, a la convivencia entre personas, a las formas aceptadas o aceptables del amor, convergen en ambos temas: aborto y matrimonio igualitario.

En Argentina ha triunfado, no por la democracia de las mayorías, sino por los mecanismos de su representación, la opción que hará perdurar, al menos por un año más, las más de 3000 muertes que se han producido a causa de abortos a lo bestia desde 1983. Eso, a pesar de que en ese país es legal, desde hace ocho años, casarse entre personas del mismo sexo.

En Cuba, donde el mismo conservadurismo podría estar agazapado, pero ebullendo, algunos pueden sentirse estimulados por estos espectros que en sociedades-espejo como la argentina, aparezcan reflejados. También la contraparte debería leer lo que ocurre a nuestro alrededor, más allá de nuestras playas.

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