Santiago, los santiagueros

La legendaria ciudad de Santiago de Cuba cumple 505 años.

Vista panorámica de la ciudad desde el Parque Céspedes. Foto: Rubén Aja

Santiago de Cuba, la telúrica y rebelde, la legendaria y musical, la villa fundada en 1515 por el Adelantado Diego Velázquez, hecha ciudad entre el regazo del mar Caribe y la Sierra Maestra, cumple este sábado 505 años. La suya es ya una edad venerable, que no vetusta; el trazo encendido de cinco siglos y un lustro que ha dejado una estela de sangre y luz en la historia cubana.

En Santiago, parafraseando al poeta, no caben los asombros: nada es imposible, nada se olvida. Y todo, a la vez, tiene el aliento mágico, extraordinario, que emana de sus montañas, de su gente, de su espíritu indomable, festivo, excitante, apasionado. Es un horno al rojo vivo, una fragua de la Cuba profunda, visceral.

Desborda sensualidad y alegría al ritmo trepidante de la conga; enamora con la trova y el bolero nacidos en sus cafés y serenatas; conquista con la jubilosa energía de sus habitantes, con el ímpetu de su empinada geografía; admira por su historia y sus tradiciones, por su heroísmo mítico, raigal, y, al mismo tiempo, vívido, cotidiano.

Santiago, que fue capital de la Isla antes que La Habana, que sigue siendo la capital histórica y cultural del oriente cubano, es un símbolo en sí misma; un símbolo alimentado por muchos símbolos. La Ciudad Héroe. Un puente que enlaza a Cuba con lo real maravilloso del Caribe. Una bandera henchida, una Nganga.

Es la columna coronada con el gorro frigio de la Plaza de Marte y el colosal Maceo ecuestre entre machetes afilados; es la Virgen de la Caridad del Cobre y el Mausoleo al apóstol Martí en Santa Ifigenia. Es el Cuartel Moncada y el castillo del Morro en la azul entrada de la bahía; es la corneta china en el éxtasis del carnaval, las seductoras guitarras de la Casa de la Trova, el dulce aroma del mango bizcochuelo, el sabor inigualable del mejor ron de Cuba.

Y es también una experiencia única, particular; un orbe espiritual instalado en la memoria y los afectos de los hijos nacidos de su barro: los santiagueros. No importa si han vivido siempre en su tierra o si cruzaron el mar y los cielos con otros rumbos. Todos ellos tienen su propio Santiago, una ciudad que bulle por sus venas y aviva sus palabras como un disparo. Estas son algunas definiciones confesadas a OnCuba como personalísimo regalo de varios santiagueros a la ciudad de sus amores.

Vista de Santiago de Cuba. Se pueden ver la bahía de Santiago de Cuba y montañas de la Sierra Maestra. Foto: Rubén Aja

Alberto Lescay. Escultor, artista plástico, presidente de la Fundación Caguayo para las Artes Monumentales y Aplicadas

Santiago es una llamarada.

Ser santiaguero es ser fiel al fuego.

Estatua ecuestre de Antonio Maceo en la Plaza de la Revolución de Santiago, obra de Alberto Lescay. Foto: Rubén Aja

Fátima Patterson. Actriz, dramaturga, directora del grupo teatral Estudio Macubá, Premio Nacional de Teatro en 2017

Santiago es amor y resistencia.

Es el lugar donde me siento más cómoda, es mi centro. La ciudad que me permite crear, observar, reflexionar, hacer cosas que no podría en ninguna otra parte del mundo, incluso dialogar, discrepar, para enrumbarnos el camino.

El santiaguero es un ser muy especial. Tiene un lenguaje corporal que podría parecer contradictorio: cuando parece que está discutiendo o peleando, está enamorando; y cuando parece que está enamorando, está peleando.

Además, ser santiaguero es ser apasionado, batallador, resistente. Porque Santiago es una ciudad que resiste y batalla, que nunca se rinde y siempre se las ingenia para salir airosa. Está marcada por la impronta de los Maceo, de Mariana Grajales, de darlo todo, pero también exigir, luchar. El santiaguero lo da todo, pero también exige, y no con los brazos cruzados: exige haciendo. Tiene la moral del que trabaja y puede exigir por lo que entrega, por lo que lucha, por lo que aporta. Eso es Santiago.

Santiaguero. Foto: Rubén Aja

Dr. Francisco Durán. Médico, director nacional de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública de Cuba

Santiago es revolución.

Lo es por muchas cosas: por la tradición, por la Historia, por su rebeldía, por su papel no solo en la revolución actual sino por lo que representa desde las guerras independentistas de nuestro país. No hay un rincón en Santiago que no esté asociado a un hecho histórico, a un hecho revolucionario.

Ser santiaguero es un orgullo. Por eso, siempre menciono que lo soy, no reniego nunca de mis orígenes. Para mí, Santiago representa mucho: es la ciudad donde nací, donde me formé, no solo como persona, sino también como profesional y revolucionario, donde trabajé durante muchos años, y de la cual me siento muy orgulloso, al igual que de su pueblo.

El santiaguero es extremadamente hospitalario. Es alguien que siempre tiene las puertas de su casa abiertas y que comparte lo que tiene. Es cierto que somos alegres y fiesteros, pero también tenemos la seriedad para llevar adelante nuestro trabajo. Y creo que los resultados que ha tenido Santiago en los últimos años, no solo en salud, sino en muchos aspectos de su desarrollo económico y social, ha ayudado mucho a encauzar ese espíritu de lucha y de trabajo de los santiagueros. Por eso, cada vez que alguien va hoy a Santiago se maravilla de la ciudad y eso, aunque no viva allá, me llena de orgullo.

Castillo del Morro San Pedro de la Roca, Patrimonio Cultural de la Humanidad. Foto: Rubén Aja.

Milagros Ramírez. Bailarina, coreógrafa, exdirectora del Ballet Folclórico de Oriente. Reside en los Estados Unidos

Santiago es inspiración.

Para mí, ser santiaguero encierra muchos significados, pero todos ellos están conectados por el amor que siento por la ciudad. Amo Santiago por su cultura, por su gente, su alegría, por su calor, por su rebeldía. Cuánta nostalgia siento de arrollar detrás de la conga…

Me siento agradecida de ser santiaguera porque allí viví los mejores años de mi vida personal y profesional; crecí y me desarrollé retroalimentándome de toda su belleza. Llevo sembrado en mi memoria cada pedacito de ese cielo que a menudo parece gris por el humo de sus camiones y sus motos, pero al mismo tiempo resulta tan cálido y acogedor. Aunque esté lejos físicamente, soy una santiaguera de pura cepa.

Detalle de la catedral de Santiago de Cuba de noche. Foto: Rubén Aja

Reinaldo Cedeño. Periodista, poeta, Premio Nacional de Periodismo Cultural

Santiago es sol, calor, calidez.

Ser santiaguero es ser cimarrón. Es no rendirme por ninguneo alguno, por ninguna lejanía. Y sentir que me acompaña una historia hermosa, desde las cuerdas de una guitarra, desde la sangre generosa. Santiago, como cualquier ciudad de este mundo, te puede morder un día; pero siempre su abrazo te salva.

Calle de Santiago. Foto: Rubén Aja

Rubén Aja. Fotógrafo, artista visual

Santiago es luz.

Ser santiaguero es un privilegio por todo lo que esta ciudad representa para Cuba. Además de haber nacido aquí, personalmente son muchísimas las cosas que me atan a ella, que me hacen amarla más cada día. Santiago es historia viva y también es la cuna de la música y la cultura cubana. En ella nació José María Heredia; en ella compuso Esteban Salas; en ella está la primera pintura de la Isla; en ella nacieron la trova, el son, el bolero; en ella se viven la conga y el carnaval como en ninguna otra; en ella florecen la poesía y la música coral; en ella se inspiró Lorca para escribir su célebre “Iré a Santiago”; en ella está la casa más antigua de América y la primera iglesia de la Isla convertida en catedral; en ella se reúne todo el Caribe en un gran festival; y para suerte mía como fotógrafo, es reconocida por muchísimos artistas del lente como la más fotogénica de Cuba. Y yo lo creo igual.

La Gran Piedra. Foto: Rubén Aja

José Aquiles. Cantautor, miembro del Movimiento de la Nueva Trova, Gran Premio del Concurso Adolfo Guzmán 

Santiago es subyugadora

Nacer, crecer y desarrollar toda mi vida en Santiago me sitúa, sin dudas, en un punto donde cada día entiendo mejor algunas cosas; de otras, la misma geografía me da sus respuestas. Igual, a veces entiendo menos, pero me llenan sus colores, sus lomas, sus pregones, su música, El Tivolí, el desorden pensado de sus calles, toda la cultura que nos llega a diario y estaba ahí aunque no nos diéramos cuenta. Asombra pensar que todavía se pueden descubrir sabores, algún acorde nuevo en su Casa de la Trova o algún toque sofocante de una conga en carnaval, el gusto de permanecer aferrado a la sombra de la Catedral, llegar hasta esas casonas de aquel Vista Alegre y de nuevo a Los Hoyos, y que tiemble la tierra y no nos dé tiempo a escondernos, irnos a la bahía para ver como la ciudad se derrama loma abajo y entra en el Caribe, disfrutar de su gente, de su vida, aunque pueda parecer un poco cotidiana y aburrida a veces. Ese es el Santiago que conozco y siempre quise, aunque alguien quiera cambiarlo y no pueda. Somos muchos los que insistimos en quedarnos.

Detalle de una ventana del Museo de Ambiente Histórico o Casa de Diego Velázquez, en Santiago de Cuba. Foto: Rubén Aja

Omara Durand. Multicampeona paralímpica, recordista mundial de paratletismo

Santiago es mi vida.

Ser santiaguera es un orgullo. Esa es mi ciudad, donde nací, donde me crié, donde me forjé como atleta y como persona. Ahí están todas mis raíces, mi familia. Mi educación y mi formación tiene el sello de la cultura de Santiago de Cuba.

Parque Céspedes, vista frontal de la Catedral de Santiago de Cuba. Foto: Rubén Aja

Braudilio Vinent. Gloria del béisbol cubano, pitcher de los equipos santiagueros, orientales y Cuba en las décadas de 1970 y 1980

Santiago de Cuba es lo más grande.

Para mí es también el estadio Guillermón Moncada, el lugar donde me convertí en una estrella. Esa es mi segunda casa.

Ser santiaguero es ser parte de la historia de Cuba. Yo desde niño me fui para el campo, estuve junto a los rebeldes, con Raúl Castro en Jarahueca y me formé como luchador de la vida. Ser santiaguero es ser un guerrero.

Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba. Foto: Rubén Aja.
Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba. Foto: Rubén Aja

Alden González. Productor musical, ganador de dos premios Grammy Latino por su trabajo junto al Septeto Santiaguero y José Alberto “El Canario”

Santiago es musicalidad.

Ser santiaguero, para mí, es algo grandioso. Siento orgullo de muchas cosas de Santiago; principalmente me regocija mucho caminar por calles que en su momento recorrieron grandes como Matamoros, Pepe Sánchez, Chepín, Mercerón, Ñico Saquito, Sindo Garay, los Hierrezuelo todos, Compay Segundo, Harold Gramatges, Alberto Villalón, Félix B.Caignet, Pacho Alonso, Luis Carbonell, Electo Silva, Rudy Calzado, Acerina, Emilio Estefan, el Chori, José Nicolás, Celeste Mendoza, Olga Guillot, la Lupe y muchos otros. Sobre todo, asocio el santiaguero a ser diferente, por cómo la música incide en nuestro modo de ser y vivir, no importa dónde nos encontremos.

Músicos en Santiago. Foto: Rubén Aja

Leandro Báez. Poeta, periodista, escritor radial. Reside en Ecuador

Santiago es una epifanía.

Ser santiaguero para mí es poseer la identidad de una ciudad que me ha enseñado el arte de las puertas abiertas, los senderos soleados y el misticismo de las piedras; es tener absoluta fe de lo que se manifiesta oníricamente en alma, cuerpo y sangre, como parte de un espíritu que por momentos es palma real, gota de sudor o ciudad caracola surgiendo cual epifanía del Caribe.

Vista donde se observa al fondo el poblado de El Cobre. Foto: Rubén Aja

Douglas Vistel. Músico concertista. Reside en Alemania

Santiago es lucha, espíritu de lucha.

Ese espíritu hace que el santiaguero se distinga dondequiera, se haga sentir. Hablo de Santiago y pienso en gente luchando porque se reconozca su talento, su iniciativa, su cultura; porque se entienda que Santiago es más que la tierra caliente, carnavales, jovialidad, hospitalidad, cuna del son, capital del Caribe, tierra de valientes y sabios, de acelerados y echados pa’lante… y también todo eso a la vez.

Sin ser regionalista, me siento lastimado cuando encuentro personas por el mundo que dicen conocer Cuba sin haber estado en Santiago. ¿Acaso es posible? Quizá porque llevo muchos años en el extranjero reconozco hoy en el santiaguero que llevo dentro al español, al africano, al francés, al chino, al haitiano, al jamaiquino, que se mezclaron alguna vez en las tierras orientales. Aunque a menudo no puedo ocultar lo de jaranero, jactancioso, guapetón y enamorado, vivo orgulloso con la etiqueta de optimista, hospitalario y emprendedor de quienes somos de Santiago. Y para colmo, ¡siempre sueño con montañas!

Vista aérea del santuario de El Cobre entre las montañas de la Sierra Maestra. Foto: Rubén Aja
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