Sexo y sombras en La Habana

Un escritor jamaicano hizo lo que pocos: escribir sobre la marginalidad habanera de los 50 y sus tintes dantescos, el mundo de la prostitución y los burdeles de bajo costo.

"Nuestro hombre en La Habana" (1959), de Carol Reed, filme sobre la novela homónima de Graham Greene.

"Nuestro hombre en La Habana" (1959), de Carol Reed, filme sobre la novela homónima de Graham Greene.

En 1953 el jamaicano Walter Adolphe Roberts (1886-1962) publica en Nueva York Havana. The Portait of a City, técnicamente clasificable dentro de la literatura de viajes, pero a cargo de un intelectual caribeño conocedor del país y de su cultura. Poeta, novelista, periodista, historiador y activista, Roberts es uno de los promotores de una Jamaica distinta y diferente. Un hombre de la descolonización.

En 1936 fundó en Harlem, Nueva York, la Liga Progresista Jamaicana, según la cual “cualquier pueblo que haya visto sucederse a distintas generaciones durante siglos en un mismo suelo es, de hecho, una nación”. Sus miembros perseguían “trabajar por el logro del autogobierno en Jamaica, de manera que el país pudiera ocupar su justo lugar como miembro del Commonwealth británico”. Un proceso turbulento y complicado de la historia contemporánea jamaicana (1938-1944) que conduciría a la creación del People´s National Party, de Michael Manley, y luego del Jamaican Labour Party, de William Alexander Bustamante, y que culminaría con la independencia de la isla el 6 de agosto de 1962.

Su trayectoria literario-intelectual se inició a los 16 años como periodista del Daily Gleaner. En 1904 emigró a los Estados Unidos, donde continuó su labor como reportero. Durante la Primera Guerra Mundial fue corresponsal en Francia para el Brooklyn Daily Eagle. Su trabajo en la ficción rompe con un poemario: Pierrot Wounded and Other Poems (1919), más tarde publicaría la que muchos consideran la primera novela afro-americana de misterio escrita en inglés: The Haunting Hand (1926). Su obra de madurez está presidida por el ensayo histórico-social en títulos como The Caribbean: The Story of Our Sea of Destiny (1940) –según los críticos, su libro más importante– y otros de similar tesitura como Pomegranate (1941), The French in the West Indies (1942), Royal Street (1944), Brave Mardi Gras (1946) y Lake Pontchartrain (1946), estos tres últimos sobre New Orleans.

Tuvo también una especial relación con Cuba, que reverberaría en intelectuales jamaicanos posteriores. En 1944 publicó “Cuba Goes Democratic”, un interesantísimo ensayo sobre el triunfo de Ramón Grau San Martín en las elecciones de 1944. Un lustro después vio la luz The Single Star, novela sobre la guerra hispano-cubano-norteamericana. Al año siguiente recibió la Orden de Mérito Carlos Manuel de Céspedes. Fue un decidido admirador de la figura, obra y pensamiento de José Martí, a quien dedicó un estudio biográfico-crítico como parte de una serie sobre grandes personalidades caribeñas.

Havana. The Portait of a City estuvo relegado a bibliotecas, investigaciones y expertos hasta que La Habana Elegante le sacó el polvo de encima al traducir y publicar tres de sus capítulos (21, 38 y 39). Se trata de un testimonio digno de considerar in extenso por sus visiones/informaciones sobre La Habana de los años 50, pero en especial por la que quedaba a la sombra, objeto del deseo de muchos turistas y trujamanes.

Para decirlo por su nombre, en dos de sus capítulos Roberts hizo lo que pocos: escribir sobre la marginalidad habanera y sus tintes dantescos, el mundo de la prostitución y los burdeles de bajo costo, de los que prefiere “ignorar las escandalosas exhibiciones” que allí se escenificaban, pertinentes sin embargo para delinear las relaciones entre raza y pobreza a ese nivel del subsuelo. También abordó la vida nocturna, una de las más fabulosas del mundo.

Evidentemente, este hombre vio mucho más de lo que podía escribir y publicar. Se introdujo en esa Habana que tenía “en la carne uno de sus principales entretenimientos”, donde

…te tropiezas con una variedad de shows que tienen cierto mérito. Todos tienen su fundación en la revista de variedades que se popularizó en Nueva York antes de la Primera Guerra Mundial, con toques latinos, y con el strip tease llevado a sus últimas conclusiones.

No identifica barrios específicos, pero puede presumirse que se trataba del de Colón, por entonces en plena decadencia, en el que operaban las prostitutas más baratas después de las que ofrecían sus servicios haciendo la calle y en los alrededores del puerto. En uno de esos shows, Roberts describe el panorama de la siguiente manera:

La entrada costaría apenas más de veinticinco centavos […]. Una muchacha morena, ágil e intensa, permaneció delante de la audiencia casi toda la hora que duró la actuación; el comediante que la acompañaba era solo un complemento, aunque él era quien guiaba el acto. Los espectadores aplaudieron más fuertemente cuando ella se desnudó, y no por razones estéticas. Pero a ella no parecía importarle una cosa o la otra. Sus ojos negros estaban concentrados en la luna.

Las strippers eran las mismas prostitutas:

Si no sabes dónde mirar, puedes encontrar en alguna calle pobre un pequeño show que gira alrededor de una muchacha que anhela vehementemente el éxito y baila desnuda como la única manera de hacerse notar por los gerentes. Ocasionalmente, solo ocasionalmente, una muchacha de este tipo pone el dinero en segundo lugar.

Un submundo en el que campeaban la corrupción y las “mordidas” policiales, como en los bares aledaños a Prado, en los cuales el autor encuentra “muchachas que juegan el papel de anfitrionas”, caracterizadas por sus “serviciales maneras” […] más francas que las de su tipo en los Estados Unidos, eufemismos que dan “muchachas” por “prostitutas” y “francas” por “agresivas”:

Las muchachas constituyen la principal atracción. Están bajo el control de la policía, se sentarán junto a un hombre que no esté acompañado y le pedirán que les compre una ronda, pero se excusarán cortésmente si él dice que no. Cualquiera de ellas puede ser tomada y llevada fuera del local. Eso es lo que buscan.

Lo mismo que en los shows de aquellas orilleras del sexo, la ley y la policía:

No hay dudas de que van más allá de la palabra de la ley, pero la policía se hace de la vista gorda en la medida en que las audiencias estén compuestas casi enteramente de hombres hispano-hablantes. Las mujeres cubanas, por supuesto, no soñarían con asistir a esos lugares. Un puñado de turistas, incluso una turista femenina ocasional, es ignorado. Pero si los extranjeros empiezan a venir en gran número, el lugar es cerrado con la excusa de que le daría una mala reputación a La Habana en el extranjero. Es casi seguro que abra en cualquier otro lugar.

Por cuadros como los anteriores, Roberts ha sido injustamente acusado de misógino y de vender una imagen de La Habana destinada a cubrir las fantasías de un público blanco y masculino, al que se dirigen de manera explícita los capítulos 38 y 39. Pero una lectura atenta y cuidadosa no sugiere estar en presencia de una operación comercial ni de promoción al modo de Cabaret y de otras revistas norteamericanas sobre la vida loca habanera; más bien hay un sentimiento de entrelínea que se mueve entre el asombro, la perplejidad y el asco. Se dirige en efecto a esos lectores, pero por recato ante el “bello sexo”, no por propaganda o por el clásico “no se lo pierdan cuando vayan a La Habana”.

Hay que tener en cuenta que el autor se enfrenta a todo aquello desde un imaginario cristiano en el que no puede obviarse la influencia de un medio familiar definitivo en su formación y ejecutoria: era el hijo de Adolphus Roberts, pastor de la Kingston Parish Church y capellán de Port Royal, habiendo estudiado primero bajo la tutoría personal del padre y luego en Mandeville, Manchester, bajo los cánones de la educación cristiana de su época.

Tenía 67 años cuando lo publicó.

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