Sin bufandas en La Habana

Foto: Roberto Morejón Rodríguez.

Foto: Roberto Morejón Rodríguez.

Hace calor en La Habana. Casi termina el año y las temperaturas reafirman el verano eterno con el que los publicistas del MINTUR enlazan el deseo de los turistas canadienses.

El Instituto de Meteorología pronostica con eufemismo “un diciembre ligeramente cálido”, lo que significa temperaturas de 29 o 30 grados, un sol castigador y la impedimenta de lucir nuestros abrigos sin fatalismos.

Arranca el Festival de Cine y en La Habana hoy casi se puede freír un huevo al aire libre. (Exagero, pero no importa). La culpa, dice un amigo mío, es del cambio climático pero también podría ser de Donald Trump. Nunca se sabe.

Los más contrariados no deben ser los pescadores, sempiternos sobre el malecón con sus enseres, ni los funcionarios, acodados en sus oficinas climatizadas, sino los chicos del arte y de la moda: los cinéfilos de esta capital, jóvenes y viejos devoradores de metraje audivisual que cada año se esparcen por la calle 23.

Suben y bajan apresurados la Rampa, fuman, hacen media en las esquinas, exhiben sus credenciales, cuchichean… abrigaditos. Ellos esperan tener, al menos, un diciembre honesto. Pero este tiempo es una estafa.

No sé qué harán ahora que comienza el Festival de Cine si no pueden usar sus bufandas, sweaters y chaquetas de cuero, sus gorros de lana y sus botas hipsters. Sin todo ese performance, la cita habanera no va a ser lo mismo.

Igual los verás, me dice mi amigo sarcástico, burlón. Y propone una idea salvadora. Mover el Yara para Güines y el Chaplin para Tapaste, y en esos lares, que es donde único “chifla el mono” últimamente, me imagino la pasarela decembrina. Que es cuando el swing reaparece en esta capital.

Yo, que soy un poco alérgico, solo pienso en estambre o en lana y tengo picazón en la nariz. Supongo una coriza colectiva frente a la gran pantalla. Calculo una tupición multitudinaria; ahogados todos, sin aire, boqueando… como los peces.

Todo esto es tan habanero. En Oriente, tan acostumbrados a la canícula perpetua, apenas si gozan del simulacro de invierno que nos viene tocando últimamente en este país.

A Santiago de Cuba, una de mis ciudades entrañables, nunca llegan los frentes fríos. O llegan muy menguados, casi como un chiste. Aun así, los habitantes sacuden el armario si los termómetros bajan unos pocos grados. El olor a guardado impera entonces en las calles. (Ya mencioné que tengo una nariz muy delicada).

Quizá lo de este diciembre sea en realidad un acto de justicia. Con ellos. Con los orientales que no tienen Festival y les sobra sol. Redistribución energética, diría un economista.

Nadie está conforme con lo que tiene, dice sabichoso mi amigo, que ya prepara, disimuladamente, su percha para esta noche y para los días que vienen. Pase lo que pase, tendremos sol, películas y estornudos.

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