Educación con enfoque de género: un derecho de las infancias

La familia, la escuela y los medios de comunicación son fundamentales para lograr una educación que promueva el pensamiento crítico y la libertad de elección.

Una educación que reproduce estereotipos de género y perpetúa roles tradicionales diferenciados, propicia injusticias y entorpece el desarrollo pleno de la niñez.   

Es horario de receso en una escuela primaria cubana. Niñas y niños aprovechan el tiempo recreándose. Algunos de ellos practican béisbol en las áreas verdes, mientras las niñas observan sentadas, conversan o juegan a las cartas en una esquina. Una de ellas quiere ir con los niños y salta decidida a la tierra. De inmediato, la educadora que la acompaña le dice que no lo haga, para evitar que se ensucie el uniforme.

Mil preguntas me vienen a la cabeza mientras observo esta escena. La primera y más importante es ¿por qué ellos sí y ella no? 

Sigo mi recorrido, esta vez por los pasillos y las aulas de la escuela. La mayoría de las imágenes en murales y pancartas muestran niñas arregladas y en posición de reposo. Sin embargo, una parte significativa de los niños representados son exploradores y están en movimiento.

No es una casualidad, ni es una historia de ficción, son ecos de una cultura patriarcal muy arraigada en Cuba, que se reproduce en la educación escolarizada a través de estereotipos de género. Algo similar ocurre en el escenario familiar y a través del consumo de los medios de comunicación.

Pueden parecer hechos inocentes, sin grandes consecuencias para la vida futura de niñas y niños; pero lo cierto es que son parte de una educación que naturaliza las diferencias entre ellas y ellos y, a la larga, define experiencias desiguales y discriminatorias para hombres y mujeres a lo largo de la vida.

Así se articulan y consolidan los procesos de construcción de género, que asignan social y culturalmente características y roles diferenciados a mujeres y hombres, con base en sus diferencias biológicas. Desde una concepción patriarcal, esas distinciones perpetúan un sistema de dominación masculino que establece desequilibrios de poder en las relaciones de género, pues se sustenta en la subordinación femenina.

Por eso, educar con enfoque de género desde la niñez no es sólo una cuestión de derechos, sino el camino más seguro para una vida adulta más plena, saludable y libre de violencias. La familia, la escuela y los medios de comunicación son fundamentales en este sentido.

¿Desigualdades de género en Cuba?

Los resultados de la Encuesta Nacional de Igualdad de Género (ENIG-2016), publicada en 2019, e investigaciones realizadas en el ámbito académico en la última década, demuestran que persisten rezagos patriarcales arraigados en la cultura cubana.

El levantamiento realizado por esta encuesta indica que ha habido algunos avances en términos de igualdad de género, como el mayor reconocimiento de la capacidad de dirección de las mujeres y de las capacidades de los hombres para cuidar a niñas y niños. Sin embargo, también identificó la persistencia de estereotipos de género. Por ejemplo, hay quienes aún consideran que las actividades que requieren fuerza física no son para las mujeres, o que existen determinados oficios más adecuados para ellos que para ellas.

La presencia de estos estereotipos está acompañada de la reproducción de roles de género que profundizan las diferencias: los hombres suelen ocupar 12 horas semanales más que las mujeres en el trabajo remunerado; mientras ellas dedican, cada semana, 14 horas más a actividades no retribuidas dentro y fuera del hogar, según estadísticas arrojadas por la misma encuesta.

Este es el escenario en el que están creciendo niñas y niños en Cuba, y en el que se forman e interactúan quienes los educan. Por lo tanto, las nuevas generaciones acaban aprendiendo y reproduciendo maneras de relacionarse y comportarse similares a las que ven cotidianamente en escuelas, hogares, barrios y medios de comunicación, aun cuando esto implique disparidades o discriminación.

Así sobreviven y se legitiman las construcciones sociales de género patriarcales que determinan relaciones asimétricas entre mujeres y hombres desde edades tempranas. Son el resultado de aprendizajes sobre cómo deben ser y comportarse unas y otros. No obstante, lo aprendido puede y debe ser cambiado si es dañino o injusto para las personas.

Investigaciones del contexto cubano señalan la manifestación de desigualdades de género desde la niñez, derivadas de la apropiación y reproducción de modelos patriarcales. Las niñas están más expuestas a sufrir abusos sexuales. Al mismo tiempo, reciben más supervisión y control mientras juegan y son tratadas con más cariño que sus pares varones, según una revisión de estudios sobre desigualdades en la infancia (2008-2018), realizada por Danay Díaz Pérez, profesora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales de la Universidad de La Habana (FLACSO).  

Los niños, en cambio, tienden a expresar menos sus emociones y son más propensos a sufrir accidentes, porque son educados desde la premisa de que deben ser fuertes e intrépidos o son menos controlados que las niñas.

Esto suele ocurrir porque, a través de la educación, se naturalizan y siguen patrones de feminidad y masculinidad que privilegian maneras de ser, pensar y actuar que enfatizan en esas diferencias; de acuerdo con resultados de otras investigaciones realizadas en seis escuelas primarias del occidente y centro del país, desde el 2012, por el proyecto “Espejuelos para el Género (EpG)” coordinado por la Escuela Nacional de Salud Pública y la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.  

El problema radica en que esos patrones, para muchas y muchos, son los únicos posibles, porque son lo conocido, lo legitimado o la tradición. De este modo, desde la niñez se limita la posibilidad de experimentar relaciones de género más equitativas por la presión que se ejerce para el cumplimiento de esos modelos impuestos socialmente. 

Estereotipos de género en la educación infantil

Los estereotipos de género también llegan a las escuelas primarias y se reproducen allí. Aún hoy es posible ver niñas con accesorios escolares predominantemente rosados, y niños ataviados con los suyos en azul. Murales, pancartas y libros de texto también perpetúan roles tradicionales diferenciados.

Por otro lado, la cultura patriarcal del personal docente se filtra en los procesos educativos a través del currículo oculto, que funciona de manera inconsciente y sistemática. Así se profundizan las brechas de género que han empezado a cobrar forma antes en el espacio familiar y bajo el influjo de los contenidos mediáticos.

Las investigaciones del proyecto “Espejuelo para el Género” han evidenciado la presencia de algunos de esos estereotipos: juegos pasivos practicados por las niñas, y otros más dinámicos, por los niños; o niñas que se desempeñan como monitoras o responsables de la disciplina en más ocasiones que los niños.

Esto conecta con las expectativas y características que maestras y maestros les atribuyen a sus estudiantes: “niñas dedicadas, responsables y afectuosas”; “niños laboriosos y caballerosos”.

El patrón se repite en otros espacios. Un estudio sobre género y familia realizado por la profesora de la Facultad de Comunicación Jennifer I. Villafaña Cruz, en 2020, en Yaguajay, confirmó que en el contexto familiar también existen expectativas diferentes según el sexo. De igual modo constató que madres y padres educan de manera diferenciada a niñas y niños.

Otra investigación sobre consumo mediático infantil, desarrollada por la comunicadora Rosalie Carasa Alvarez, en igual período y contexto, identificó patrones de consumo distintivos para cada género. Según su estudio, los niños prefieren productos comunicativos de ficción, aventuras y deporte, mientras las niñas disfrutan más el romance y los cuentos de hadas.

De acuerdo con Carasa, esas preferencias mediáticas marcan diferencias entre niños y niñas, similares a las que se identifican cuando están jugando sin mediación tecnológica.

El círculo se cierra. Niños y niñas, sus patrones de consumo mediático, sus maestras y maestros, así como sus familias reflejan y reproducen estereotipos de género. Se definen así características y roles diferenciados para unas y otros.

En apariencia, esa educación diferencial no tiene nada de malo. Incluso, hay quienes consideran que no debe, ni necesita, ni puede ser cambiada; pero hay que mirar un poco más allá. Existen consecuencias en el corto, mediano y largo plazo que no son justas y entorpecen el desarrollo pleno de la niñez.        

Diferencias que implican desigualdades de género

Durante un encuentro con madres y padres de estudiantes de una escuela primaria, el único padre presente cuenta que hace todo en su casa: lava, plancha, cocina, limpia, cuida a su hijo y a su hija. Continúa diciendo que no le parece bien que los padres, al divorciarse de las madres, abandonen a su descendencia. Sobre los juegos infantiles de su hijo cuenta: “Mi hijo tiene sus carritos para jugar, muñecas no, esas son para mi hija”.

Madres como figura protagónica en el cuidado y educación de sus retoños (fueron mayoría absoluta en ese encuentro) y juegos diferenciados que remarcan el rol de la mujer como cuidadora por excelencia, los de muñeca; son estereotipos de género que en unos pocos minutos de intercambio salieron a la luz.

Según el psicólogo Wilfredo Mederos García, especialista en género y sexualidad, los juegos de roles durante la infancia contribuyen a que niñas y niños representen el mundo de las personas adultas e incorporen aspectos de la cultura, la familia y el contexto. De ese modo, aprenden valores, que si no son bien encaminados pueden limitar el desarrollo infantil.

Desde esta óptica, pensemos: ¿Jugar con muñecas no es una manera también de educar para la maternidad y paternidad responsables? ¿No contribuirá también a formar valores de colaboración, empatía y solidaridad en el seno familiar?

En un análisis sobre protección y violencias que afectan a las infancias en Cuba publicado en 2021, Alina Herrera, feminista y abogada cubana, apunta que el maltrato infantil y el abuso sexual están atravesados por sesgos de género. Argumenta que las niñas tienden a sufrir más abusos sexuales, porque desde edades tempranas aprenden modelos de feminidad que colocan a las mujeres en posición de subordinación, hipersexualizan y objetualizan sus cuerpos y las relegan al espacio doméstico.

En cambio, los varones suelen sufrir más agresiones no sexuales y accidentes, pues son educados desde modelos de masculinidad que promueven actitudes desafiantes, fuertes y valientes. Por consiguiente, se exponen más a situaciones peligrosas.  

La lista de consecuencias de la educación diferencial de género continúa: bullying escolar, cuestionamientos o exigencias hacia quienes no cumplen con esos modelos de feminidad o masculinidad, mayores cargas de trabajo no remunerado para las mujeres, profesiones elegidas de acuerdo a expectativas sociales de cuáles son mejores para mujeres u hombres o comportamientos nocivos para la salud.

En Cuba son mayoría las mujeres que laboran en los sectores educacional, de salud pública y asistencia social, según cifras de empleo y salario en 2020, publicadas por la Oficina Nacional de Estadísticas de Cuba (ONEI). En esa línea, las niñas, más que los niños, prefieren ser maestras y doctoras, de acuerdo a investigaciones del proyecto EpG.

Por otro lado, el Anuario Estadístico de Salud 2020 revela que ese año en nuestro país murieron más hombres y niños cubanos por accidentes, que mujeres y niñas.

Apuesta por una educación inclusiva

Las desigualdades de género y sus consecuencias pueden ser cambiadas. La educación inclusiva desde una perspectiva de género es la mejor alternativa en el camino hacia la equidad y la eliminación de discriminaciones. Es lo más justo para las infancias y la garantía de un mejor futuro para todas y todos.

Afortunadamente, la erradicación de las desigualdades de género que aún persisten en Cuba es un camino que ha comenzado a transitarse con mayor fuerza en los últimos años. Se ha hecho más visible en las agendas mediáticas, legislativas, institucionales y de activismo social.

No obstante, un paso dado no significa que los objetivos estén logrados. Es necesario integrar, sostener e impulsar progresivamente los esfuerzos en este sentido. En ese empeño no puede faltar la educación de las nuevas generaciones: una educación que no imponga, desprejuiciada, que rompa y señale los moldes patriarcales y las asimetrías que estos crean, que promueva el pensamiento crítico y la libertad de elección.

Desaprender desde la niñez las construcciones de género que nos dañan es el camino. 

***

Notas y Fuentes consultadas: 

Villafaña, J. (2020). Retoños y malezas de una Mayajigua remota: Análisis de construcciones de género asociadas a prácticas comunicativas en familiares de estudiantes de la escuela Francisco Vales [Tesis de pregrado no publicada]. Universidad de La Habana.

Carasa, R. (2020). Las construcciones sociales de género asociadas al consumo mediático en la infancia [Tesis de pregrado no publicada]. Universidad de La Habana.

 

 

 

Salir de la versión móvil