Legislar por la felicidad de las personas

Diez años de la Ley de Matrimonio Igualitario en Argentina: "Un paso hacia una igualdad que seguramente no se agota en la posibilidad de casarse".

A más de 100 días de cuarentena en Argentina, la algarabía en la casa comienza desde el desayuno. Uma, Mateu, papá Nacho, pare Pau (pare es padre en catalán. Así le dicen Uma y Mateu a Pau) y Roig, el perro de la familia. Fotos: Kaloian Santos.

Dame el beso de la duda sin ternura, 

de los tristes y cansados del amor, mojado y valiente, 

 que no se me pueda olvidar, 

solidario y bien, bésame el besar. 

Santiago Feliú

El 14 de febrero de 2012, Nacho y Pau se cruzaron por azar. El primero usó la excusa de San Valentín para invitar al segundo a un café, y luego el segundo le robó un beso en la escalera solitaria de un viejo edificio en el barrio Porta Venezia, de Milán. Aquel giro del destino trajo a sus vidas a Uma y Mateu, completando una familia que ocho años después me ha abierto las puertas de su casa platense para fotografiar un sábado de su cuarentena.

Mateu, 6 años, y Uma, 5 años, recién levantados. Al fondo, Nacho y Pau planean salir a hacer las compras para el almuerzo.

Padre Nacho le enseña a Mateu a cepillarse bien los dientes mientras Uma entra sigilosa al baño.

Nacho había llegado desde Argentina en 2003 para hacer un doctorado en la Universidad Católica de Milán. Tras culminar sus estudios, se quedó como investigador y docente de esa casa de altos estudios. Mas, tras nueve años fuera de su país, ya tenía decidido renunciar a su puesto de trabajo y regresar.

En una pared, a la entrada de la habitación, Uma y Mateu van dejando constancia de sus respectivos tamaños a medida que pasa el tiempo.

Papá Nacho es el especialista en trenzas. “Estuve días estudiando tutoriales en internet de cómo hacer peinados y trenzas”, confiesa orgulloso mientras el “pare” Pau alista a Mateu.

Regresar era una idea que Nacho comenzó a elaborar en su cabeza desde que vio los aires de cambio que comenzaron en Argentina durante sus años de ausencia. Uno de los hitos ocurrió el 15 de julio de 2010, con la promulgación de la Ley de Matrimonio Igualitario, pionera en Latinoamérica.

“Para mí, fue un momento de quiebre el seguir y sentir desde la distancia el debate por la Ley del Matrimonio Igualitario. Encima, trabajaba para dos centros católicos (como docente-investigador de la Universidad Católica y como investigador del Centro Universitario Católico, que pertenece a la Conferencia Episcopal Italiana). Que saliera esa ley me hizo volver a sentir orgullo por una parte de mis representantes políticos y una profunda decepción por otros. El día que se aprobó, que era madrugada en Argentina y ya la mañana en Italia, yo estaba en mi oficina trabajando y a la vez atento a la votación. Cuando dieron el resultado, me puse a llorar. Ahí me di cuenta de que tenía que volver: quería vivir en un país en el que no tuviese que esconder lo que era ni lo que sentía”, confiesa Nacho emocionado. (El matrimonio entre personas del mismo sexo en Italia no es legal, sin embargo, la unión civil fue aprobada el 20 de mayo de 2016).

Dos años después, cuando ya tenía casi hechas las valijas, conoció a Pau y aquel beso en la escalera alteró todos sus planes.

El amor entra también por la cocina.

“Pau había ido a visitar a su hermano a Milán. Vivía en el mismo edificio que yo. Lo invité a tomar un café en mi casa y ahí ya pensé: ¿cómo hago para llevármelo a Argentina?”, evoca Nacho mientras sonríe.

Pau había renunciado a su trabajo en un restaurante en Cambridge, Reino Unido y estaba unos días en la capital de Lombardía con su hermano, antes de seguir camino a Valencia, España, su tierra natal. Había decidido instalarse definitivamente cerca de su familia.

“Coincidimos en una misma semana, en la misma calle y edificio. Lo que empezó con un café napolitano continuó con un amor de escalera”, cuenta Pau.

A partir de ahí, encararon juntos muchos tiempos de fundaciones propias: encuentros en tierras valencianas, un viaje de ida a Argentina en julio de 2012, donde Pau fue muy bien recibido y el amor se intensificó a tal punto que regresó a Valencia por unos días para buscar sus cosas y volver para vivir con Nacho en Villa Elisa, en La Plata. Luego un matrimonio, la construcción de una casa y, desde 2018, la dicha de convertirse en padres al adoptar a Uma y Mateu y consolidar un hogar.

Vestir a Uma y a Mateu es una rutina que Nacho y Pau hacen en cuestión de minutos y con soltura, como si fuese una coreografía muy bien aprendida.

Pau nunca dudó de instalarse en Argentina y comenzar una nueva historia. Desde su llegada a tierras gauchas, se aseguró de permanecer ligado a sus raíces. Primero fue gestor cultural en el Casal dels Països Catalans, institución que reúne a catalanes, valencianos y mallorquines residentes en La Plata. Actualmente es profesor de Historia y Ciudadanía en colegios secundarios.

Dibujos que les hicieron Uma y Mateu a Pau y Nacho por el Día de los Padres.

Casarse con Nacho en primera instancia fue, sobre todo, un trámite burocrático y pragmático para poder quedarse en el país y trabajar.

“La idea de casarnos surgió en un primer momento como una forma de facilitar y acelerar mi radicación a la Argentina —precisa Pau—, pero de momento nos ilusionamos y cobró el significado especial que la ocasión requiere. Terminamos organizando dos fiestas y movilizando amigos y familias de dos continentes”.

El “pare” Pau con Uma, en su habitación.

Una breve salida en familia hasta el supermercado para hacer las compras.

Dice Nacho que todo el mundo les decía que estaban locos, que se conocían muy poco al momento de casarse, solo nueve meses después de su primer encuentro. “Así y todo, tuvimos mucho apoyo de nuestras familias. Tanto, que mis padres nos regalaron la luna de miel”.

Una vez casados, invirtieron todos sus ahorros en comprar un terreno y con el PRO.CRE.AR (Programa de Crédito Argentino del Bicentenario para la Vivienda Única Familiar) construyeron su casa. En medio de todo eso y con la puerta que la Ley de Matrimonio Igualitario abrió para que parejas del mismo sexo pudiesen adoptar, la posibilidad de formar una familia se convirtió en un deseo realizable para ambos.

Mateu y Uma saltan en la cama elástica en el patio de la casa.

Cada sábado Mateu entrena en el Club de Rugby Los Tilos, de La Plata. Con la llegada de la COVID-19 y la cuarentena, ejercita desde su casa por Zoom, con la ayuda de papá Nacho.

“Pensamos que nos costaría mucho adoptar, por muchos prejuicios que hay sobre el sistema de adopción en Argentina”, cuenta Pau. “Lo cierto es que, desde que comenzamos a hacer los papeles, nos sentimos súper acompañados por el Juzgado n°4 de familia de La Plata, donde todas las trabajadoras nos mimaron y guiaron como pocas instituciones lo hacen”.

Papá Nacho y Mateu juegan al rugby.

“En efecto —añade Nacho—, el único tema para ambos no era si queríamos o no ser padres, sino cuándo. Pau tiene 35 años, seis menos que yo. La primera vez que se lo dije, él tenía 28 o 29 años y me dijo que no sentía que fuera aún el momento. Luego de un par de años, le dije que yo no quería ser un papá ‘viejo’, que ya demasiadas mañas estaba agarrando con la edad. Así que ahí fue que decidimos dar el paso de inscribirnos en el Registro Único de Adoptantes”.

Luego de un breve proceso, en 2018 aparecieron en sus vidas Uma y Mateu, dos hermanitos. Primero hubo un tiempo de ir conociéndose y finalmente, el 25 de agosto de ese año, los hermanos dejaron el Hogar Rivadavia para irse a vivir a su nueva casa con sus padres.

Es sábado y aunque estemos en cuarentena toca hacer paella marinera. El pare Pau es el especialista culinario de la familia y Uma su ayudante.

El “pare” Pau revela a Uma y Mateu los secretos de cómo elaborar una auténtica paella marinera.

Cuando se conocieron en el hogar, “Mateu era como el demonio de Tazmania. Muy intranquilo, cuenta Nacho. Uma era como una planta. No se movía. No hablaba. No sonreía. Les habíamos llevado un juguete a cada uno y al principio yo me le acerqué a ella. Trataba de jugar y de interactuar, pero ella me miraba y no decía ni una palabra. Mientras tanto, Pau estaba con Mateu, que se le trepaba por la espalda y saltaba de cabeza a la cama que había en la habitación. Luego de un rato infructuoso de tratar de crear alguna conexión con Uma, cambiamos, y yo me fui con Mateu y Pau con ella. Él consiguió que jugara unos minutos”.

Nacho recuerda el cansancio físico y emocional de aquel día, a pesar de haber permanecido junto a los niños poco menos de una hora. “Cuando salimos, miré a los ojos de Pau y nos abrazamos fuerte, sabiendo que iba a ser un proceso complejo, pero que íbamos a ser muy felices los cuatro”. Hoy afirma que al cabo fue mucho menos duro de lo que imaginó en aquel instante.

Papá Nacho, Uma y Roig.

Pau también evoca el proceso de vinculación: “Nos fuimos viendo cada vez más seguido. A los pocos días de visitas, explotábamos de felicidad al ver sus carreras saliendo del hogar, gritando nuestros nombres y saltando a nuestros cuellos, llenándonos de besos. Fue toda una declaración que perdura y aumenta cada día”.

Mateu siempre fue más expresivo. Uma era más pequeña que su hermano, con tres años recién cumplidos en aquel momento. “No fue hasta después de semanas de la vinculación, un Día del Niño y la Niña celebrado en la colectividad catalana, que se agarró de mí y les dijo a todos: ‘él es mi papá’”, cuenta Pau.

“Pare” Pau y Mateu.

Nacho lo describe como “un despertar emocional” de la niña. “Uma antes era callada y muy seria. De repente, empezó a ser más habladora, alegre y también más pícara. Recuerdo algo que me marcó mucho: al año de estar viviendo juntos, murió mi papá luego de una larga y dura enfermedad. Yo estaba sentado en el sillón de casa y Pau estaba al lado mío, en silencio. Sentía mucha tristeza y dolor. Se me acerca Mateu y me dice ‘papá, ¿qué te pasa?’. Le cuento que estaba triste porque había muerto el abuelo Bubi. Y sin que mediara silencio alguno, me dice ‘pero ahora tenés dos hijos, ¿no te pone contento eso?’. Lo abracé tan fuerte como pude y eso alivió un poco mi dolor”.

El encuentro con Nacho, Pau, Uma y Mateu se da, casualmente, a 10 años de haberse aprobado la Ley de Matrimonio Igualitario en Argentina, un hecho trascendental que mucho tiene que ver con esta familia.

De postre, una exquisita crema quemada, postre típico de la cocina catalana.

Para Nacho, la Ley es “mucho más que la posibilidad de casarse para personas del mismo sexo. Es un mensaje hacia nosotros como comunidad, pero también al resto de la sociedad; un mensaje acerca de los proyectos de vida de las personas, de las posibilidades de construir que exceden a las personas heterosexuales. Esta Ley me permitió materializar el sueño de ser padre junto al hombre que amo, de poder exigir el mismo trato que a las demás parejas. Es un paso hacia una igualdad que seguramente no se agota en la posibilidad de casarse, pero permite ir soñando”.

“Como extranjero radicado en Argentina, para mí es un orgullo vivir en un país que te reconoce como un igual, ni más ni menos, y que convirtió en una política de Estado el reconocimiento de sus derechos a sectores tradicionalmente marginados o excluidos”, dice Pau y remata: “Nada más lindo que legislar por la felicidad de las personas, la felicidad de todos los días”.

Cine en casa al final de la tarde.
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