Los «flojitos»

En una de aquellas largas pláticas nocturnas que hacia finales de los noventa teníamos el poeta Alpidio Alonso y yo, salieron a la conversación algunos recuerdos de nuestras niñeces que nos marcaron para siempre, y Alpidio mencionó al guapo de la escuela, aquel personaje que sometía y manipulaba al resto de los muchachos mediante la intimidación, que a veces alcanzaba ribetes de crueldad.

Entonces mi amigo el poeta dijo, tras una pesarosa meditación: «Pero lo más triste era la existencia de ‘los flojitos’. Se refería a esos niños apocados que nuca faltan en un aula, estos eran los que más sufrían los desmanes y abusos, no solo del guapo, sino también de los acólitos sometidos, que se ensañaban con nombretes ofensivos, zancadillas y hasta fuertes golpes a la salida o entrada de la escuela. Muchas veces el único delito de estos ‘flojos’ era no saber tirar una pelota con fuerza, no atreverse a decir una mala palabra en voz alta, enturbiarse ante el galanteo de una muchachita, o simplemente notarse cierto refinamiento en sus gustos y comportamiento. En ocasiones su endeblez era despreciada hasta por los mismos maestros.

Apunté entonces yo que esos lidercillos «valientes» no solo eran habituales en las escuelas, también eran comunes en las cuadras, barrios y hasta en zonas campesinas. Concluimos confesándonos que nosotros mismos alguna vez evadimos caminos, calles, lugares, para evitar alguna de esas pandillitas lideradas por un guaposo. Recordamos que el conocido actor y escritor humorístico Baudilio Espinosa nos contó que durante algún tiempo eludió, allá en su natal Sagua la Grande, pasar por un taller donde los obreros, al verlo con su melena, le gritaban palabras que laceraban su virilidad.

En medio de la conversación, Alpidio se dirigió al librero y extrajo un libro titulado Asiento en las ruinas, un poemario de Antonio José Ponte: «Tal vez este sea el primer texto dedicado a los ‘flojitos’, o el primer autorreconocimiento de flojera», me dijo, y leyó el poema «Entre los colegiales de la Karamazov»:

Te gritaron también como le gritan

al que toma unas piedras de la calle,

y te echaron en cara delgadez,

poca fuerza

en unos ejercicios que los demás salvaban.

Tu inteligencia que la reconocieran los maestros,

el buen carácter en tu casa.

Los de tu edad solo veían cuánto te demorabas

en responder a los insultos.

No eras como los otros.

Lo quisiste

o lo quisieron ellos para ti.

***

La pelea sin embargo, no estaba terminada

tantos años después todavía tu gritas

«Hazte piedra,

golpea».

Le recordé entonces a mi amigo Alpidio una canción, que escuché por primera vez en 1971, —de un tal Silvio Rodríguez, me dijo mi hermana— titulada precisamente Acerca de los padres, que me conmovió por la forma descarnada en que planteaba el asunto de los niños «flojitos» y del sufrimiento que sus propios padres le provocaban. Al parecer el tema no agradó a los ministrantes de la cultura grisosa de aquellos días, pues quedó sepultado, y  solo volví a oírlo dieciocho años después.

No olvidar que recién había concluido el Primer Congreso de Educación y Cultura donde se acordó que no se permitirían en las organizaciones culturales, y mucho menos aún en las educacionales, las manifestaciones de homosexualismo. Que nadie con estas  «debilidades» escudado en la calidad artística tampoco podía representar a nuestro país en el extranjero. El discurso de clausura se refirió a «esos personajes» como  «pájaros de cuentas»

Decía Silvio en la mencionada composición:

Cuando venía de la escuela

y alguien le quitaba un medio al niño

su padre le pegaba haciéndolo salir:

tenía que romperle la cara sin llorar.

Si se ponía a dibujar,

sus casas y soles le hacía trizas:

los machos juegan a las bolas y a pelear:

búscate un papalote y deja de soñar.

No pudo decir que tuvo miedo,

no pudo decir que le dolía,

no pudo decir que era salvaje lo que hacía.

No pudo llorar como pensaba,

no pudo pedir ayuda alguna,

no pudo sino tragar en seco su amargura.

Y la erosión le trajo un sexo

y una presencia ante la vida

sellados por un fuerte cordón umbilical,

pues por su filiación sexual le juzgarán.

Hoy que se celebran en las calles las Jornadas contra la Homofobia y a favor de las diferencias, que se exige y hasta se legisla respeto por la diversidad sexual y la identidad de género, que Cuba ha sido sede de un congreso internacional de lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersex, pues vayan estas memoradas como un desagravio a aquellos «flojitos» de nuestra niñez, muchos de los cuales vieron mutilado el curso de sus vidas, sin poder llorar como pensaban, sin poder pedir ayuda alguna. Cito también como pena propia lo que dijo el gran arquitecto cubano Mario Coyula ante el recuerdo de otros abusos por la misma época: «Yo estuve allí, y no me levanté para oponerme».

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