Que se la guarden

Foto: Desmond Boylan.

Foto: Desmond Boylan.

Por lo menos una vez en el día las mujeres reciben una puntuación masculina. En la calle hay una multitud de hombres-jueces prestos a emitir sus diagnósticos en una amplia escala que va de “linda” a “abusadora”.

Se espera que las mujeres asimilen estas evaluaciones con gratitud, más si las palabras son amables y no soeces. Gratitud por «el cumplido, el halago»; cuando este contacto no parece buscar un efecto en la autoestima ajena tanto como la afirmación de la propia.

Por otro lado, los hombres que expresan su veredicto en palabras amables no se consideran a sí mismos acosadores, como si el empaque cambiara el hecho de que evalúan, de que necesitan tirarle encima a la hembra la noticia del deseo que les provoca, lo mucho que los arrebata.

En Cuba por lo general una mujer habrá sido piropeada desde que era una niña de 12 años hasta ser una mujer de 60, o más, según la calidad estimada de la belleza. Los piropeadores serán varones entre los 8 y un número indeterminado de años. Está comprobado que se puede acosar sin fuerza, y aun sin dientes.

El macho acosador aparece en la vida de una mujer cuando su sensibilidad sigue siendo la de una niña, aunque su cuerpo ya no lo sea tanto. Será la señal abrupta de que está entrando en una etapa donde es deseable y su sexualidad, además de dar placer, será algo íntimo que deberá proteger de la voracidad de otros.

Mientras tanto, a ellos siempre los acompaña la seguridad de que generan simpatía y son carismáticos; siempre harán notar su hallazgo en voz alta, si fuera posible con un chiste. Es fácilmente comprobable que, ante una respuesta inesperada, el macho cubano –que puede ser lo mismo un pionero preadolescente que un oficial de la policía– es capaz de ofenderse, y reclamar su “derecho” a que su evaluación se celebre o, al menos, se tolere y se acepte.

Luego parece que es cultural, que los cubanos somos así y a las cubanas nos gusta. «Aquí es así, mi amiga», le dice una mujer a la escritora española Tania Panés, que salió a la calle habanera con una cámara y una pregunta.

La hembra cubana que no tiemble de placer y orgullo ante la reacción de un macho, debe tener algún tipo de desorden sexual, es malagradecida o es muy aburrida, muy amargada. Ella no gusta de la gozadera.

Pero curiosamente ninguno de los encuentros sexuales que la mayoría de las personas tiene en su vida comienza en una situación de acoso. ¿Por qué iba a ser seductor que cualquiera opine sobre los ajustadores que tienes o no tienes puestos? ¿O que, completamente ignorante de lo que provocan, te hagan lidiar con su desborde de testosterona?

Están los gendarmes de las buenas maneras femeninas, los yo-marido-tuyo-no-te-dejo-salir-con-ese-vestido… Miembros de una cofradía que sienten el deber de velar por el interés de su congénere desconocido y reparar el fallo de que alguna mujer haya escapado al ojo vigilante. El peso de la censura que no cayó en la casa, caerá implacable en la calle.

¿Pero cuáles son los motivos de ellos? Aquí los cuentan…

Acoso callejero en Cuba: ellos dicen

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