Tiempo de mujeres

Tomada de: barriletevirtual.blogspot.com

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Uno de mis mejores amigos me envió un excelente texto, que aborda el poco tiempo libre que queda al seguir todas las recomendaciones actuales. Es graciosísimo imaginarse en la ducha tragando los ocho litros de agua que se sugieren, cepillándose los dientes catorce veces al día después de comer plátanos (por el potasio), naranjas (por la vitamina C) y yogurt (por los lactobacilos y el factor bífido). Mientras leía esa sátira, me puse a pensar en el tiempo que consumimos los cubanos. Más específicamente, las mujeres de Cuba. Parece lo mismo, pero no es igual.

Nosotras, gracias a la liberación, pasamos de ser sirvientas oficiales a sirvientas gratuitas. Podemos dirigir una empresa, ser Premio Nacional de Ciencias Exactas, inventar una vacuna milagrosa, representar al país en un Forum Intergaláctico, o tener fama mundial (nada nos es vedado),  que de todas formas nos toca llenar las jarras de agua, cambiar el rollo de papel sanitario, cocinar, limpiar, lavar, fregar, llevar los niños al Círculo, a la escuela, al dentista, a las clases de pintura, de chino, de danza canaria, y a los repasadores de cada asignatura.

En estampas anteriores he hablado de nuestros bolsos. No voy a repetirme, aunque sí señalaré que la manía femenina de cargar con todo aquello que a los hombres les parece exagerado, tiene mucho que ver con nuestros infinitos pluriempleos. Pondré algunos ejemplos. Salimos temprano hacia la Fábrica de almohadas donde trabajamos. Antes de “marcar la tarjeta” ya hicimos el desayuno, dejamos al niño en la escuela, buscamos el pan y tendimos las camas. En nuestra cartera están los certificados médicos para comprar los medicamentos de los abuelos (la farmacia es casi terreno exclusivo de nosotras), la plantilla del pie del marido (hay una feria cerca de “Almohadas Cubanas”, donde hacen sandalias masculinas a bajo costo), la receta de los espejuelos del niño (la óptica queda camino a la fábrica), y un pomo plástico vacío, para conseguir yogurt a la salida del trabajo. En los horarios de merienda y de almuerzo resolvemos todas esas tareas, quedándonos, como es lógico, con el estómago adherido a la columna. Porque no se puede comer, fabricar almohadas, y al mismo tiempo conseguir lo que la familia necesita.

Si vamos a la peluquería (la mujer trabajadora acude muy pocas veces a arreglarse. Por lo general gasta un día de sus vacaciones en “eso”), no aceptamos pasar varias horas sin hacer otra cosa que esperar a que el pelo, las cejas y los calcañares adquieran forma. Es fácil distinguir una mujer obrera de otra. La sindicalizada lee el informe de la última asamblea mientras le pintan las uñas de los pies. Contesta llamadas (todas urgentísimas) de su jefe, en lo que espera debajo del secador, y aprovecha los minutos del lavado del cabello para zurcir las medias de su marido. La otra, en cambio, se desliza de silla en silla con la calma de una gacela a quien ningún cazador persigue. Y conversa de la última moda en ropa interior, del perfume más estridente de las tiendas, y de las actrices que ahora mismo se pasean por La Habana.

Las mujeres mondas y lirondas jamás nos dedicamos a una tarea exclusiva. Hemos aprendido a combinar las acciones, para que el día dure realmente 24 horas y no las 36 que necesitamos. Ir al agro no es “solo ir al agro” sino aprovechar las rutas urbanísticas que rodean las tarimas, para solucionar diversos asuntos. Conocedoras de los recorridos, salimos a comprar lechugas llevando en un bolso los tacones que se despegaron (la zapatería está media cuadra antes del agromercado), el ventilador que se quedó sin grasa (hay un técnico al doblar la esquina), y un nylon nuevo para pasar por la dulcería “Sugar criollo” a comprar la gaceñiga que le gusta al abuelo de la casa. Regresamos más cargadas que los tuareg, porque se comprenderá que dos mazos de lechuga, tres libras de tomates, una de boniato, los tacones, la panetela y el ventilador ruso, pesan lo suyo.

Las escasas ocasiones en que nos dedicamos verdaderamente a no hacer nada (léase ver un serial británico, la telenovela brasileña o la película iraní que ponen en la televisión), entre acción y acción, entre beso y abrazo o entre ruinas y bombas, o lo que nos entre por las pupilas, nuestra mente va repasando en sordina mañana toca recoger la plancha en el taller, el lunes debe estar lista la chequera de abuela, al niño se le están rompiendo los zapatos de la escuela, debo teñirme las canas y sacarme las cejas porque me parezco a la bruja de Blancanieves, tengo que recordarle a Manuel lo de la pila del fregadero, la luz del patio y la reja que no cierra en el portal, la semana que viene hay que llevar a la niña al dentista, llamar a Cuca que cumple años y mandarle meprobamato a Víctor, de modo que cuando nuestra pareja comenta “Qué bueno que por fin el policía descubrió al ladrón” (pongamos por caso), asentimos “Sí… sí…qué bueno, mi amor”.

Pero en la vida real, tenemos la cabeza llena de deberes, de responsabilidades, de asuntos pendientes, de goteras, de sillas con patas flojas y de puertas que no cierran bien. Y encima, el mundo nos exige que nosotras, las mujeres, seamos dulces, cariñosas, lindas, sin celulitis, várices ni estrías, y siempre dispuestas a decir “Qué bella es la vida”. ¿Cómo nos va a sobrar tiempo si apenas nos alcanzamos nosotras?

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