Bacardí: crónica de una muerte olvidada

Cortejo fúnebre de Emilio Bacardí en Santiago de Cuba. Foto: Archivo de Ignacio Fernández Díaz.

Cortejo fúnebre de Emilio Bacardí en Santiago de Cuba. Foto: Archivo de Ignacio Fernández Díaz.

Aquejado por los malestares que le han cortado el cuerpo desde hace varios días, Emilio Bacardí se ve obligado a permanecer la mayor parte del tiempo encamado. Deja la pluma en el tintero y ya no sigue su nuevo tomo de sus Crónicas de Santiago de Cuba, obra majestuosa a la que ha dedicado muchos años. Sobre todo desde que dejó la política.

Es julio de 1922. Los médicos le han recomendado los aires de New York o París, con la esperanza de restablecer su vitalidad. Pero una enfermedad socava el corazón del patriota santiaguero. Quizás, temeroso de que le sorprenda la muerte en tierra extraña, prefiere confinarse en su quinta campestre, próxima al poblado de Cuabitas.

Se respira buen clima en Villa Elvira. Así bautizó Bacardí a la finca años atrás, en prueba de amor a su esposa, Elvira Cape. El calor no lo golpea allí de manera inmisericorde como en su casa del centro de la ciudad. El bullicio también es menor.

En Villa Elvira disfruta de un bucólico paisaje de hacienda, al pie de la montaña por donde baja el arroyo Viajaca. También de sentarse a la sombra de las matas de mango a contemplar las estatuas de su hija Mimín que adornan los exteriores, y que por su realismo parecen vivas.

Emilio Bacardí Moreau.
Emilio Bacardí Moreau.

A sus 78 años de edad Don Emilio luce un semblante enjuto. De blanco puro y espeso son el bigote y la cabellera, que peina hacia la coronilla. Los inseparables espejuelos de aros descansan sobre el puente de la nariz. La mirada y las arrugas declinadas revelan un ser fatigado luego de tan accidentada y fecunda vida.

No obstante, procura mostrar el mejor ánimo posible. Lee, de su puño y letra redacta tiernas cartas a dos hijas radicadas en Francia, recibe cordialmente a los amigos que llegan a saber de su salud y a conversar con él, viejo ilustrado, sobre los temas más diversos.

El 25 de agosto un súbito calambre le arrebata el pecho. El infarto no le causa la muerte instantánea, aunque empeora la dolencia cardíaca.

El desenlace temido sobreviene el lunes 28 de agosto. Con el sol que desciende y deja caer un manto de sombra sobre la admirable mansión, se apaga el corazón maltrecho de Bacardí. A las 5:30 de la tarde asienta el doctor Antonio Guernica la hora fatídica. Ha fallecido el arquitecto del Santiago moderno.

Otra curiosidad tiene la jornada. De La Habana llega este día una delegación enviada por la Agrupación Patria, con la encomienda de formularle al patricio santiaguero su candidatura a la presidencia de la nación. Pero al llegar encuentran la aciaga novedad. Los comisionados dejan explícito más que sus condolencias: “Piense Usted cuál ha sido nuestro dolor al encontrar sin vida, al que era para nosotros y para Cuba, una justa esperanza nacional”; confiesan a la viuda.

Foto: Archivo de Ignacio Fernández Díaz.
Foto: Archivo de Ignacio Fernández Díaz.

A la mañana siguiente los periódicos locales despliegan grandes titulares. “HA MUERTO UN GRANDE DE LA PATRIA”, así en mayúsculas lo publica el Diario de Cuba; “Emilio Bacardí será inmortal en el corazón de sus compatriotas”, “A la memoria del gran patricio y benefactor”, “Homenaje póstumo de Cuba a su egregio hijo”, imprime El Cubano Libre. También en La Habana y otras localidades del país la prensa se hace eco de la noticia.

Desde los más humildes hasta los más encumbrados sectores de la sociedad santiaguera dan fe del duelo que reina en la urbe. Se suspenden los espectáculos públicos, los comercios y entidades del estado cierran puertas. Los principales edificios enlutan sus fachadas con colgaduras negras; se riegan y barren las calles por donde debe pasar el cortejo.

Miles de personas participan de la despedida. El sepelio de Emilio Bacardí sigue siendo uno de los funerales más grandes vistos en Santiago de Cuba, en todos los tiempos.

A las tres y diez de la tarde parte el séquito luctuoso de Villa Elvira, donde ha sido velado el cuerpo en capilla ardiente. Encabeza la procesión una pareja de vigilantes de la Policía Montada Municipal. Detrás, cuatro caballos tiran de la carroza negra que guarda el sarcófago. Es de bronce, estilo Mc Kinley, finamente decorado. Suceden en la fila dos carros con las coronas y decenas de automóviles que transportan a familiares, amigos, autoridades y representantes de sociedades.

En su largo recorrido la comitiva fúnebre llega hasta el Ayuntamiento. Se detiene unos minutos. Los concejales sacan ligeramente el féretro, mientras el alcalde Ruiz Cazade baja del mástil la enorme enseña –la de la Fiesta de la Bandera, regalo del propio Bacardí– y la hace tocar la caja, al compás del Himno Nacional ejecutado por la banda de música militar. Es un hecho inédito. El imaginario popular lo bautiza como el “Beso de la Bandera”, de la Patria.

Momento en que el cortejo fúnebre de Emilio Bacardí se detiene en el Parque Céspedes. Foto: Archivo de Ignacio Fernández Díaz.
Momento en que el cortejo fúnebre de Emilio Bacardí se detiene en el Parque Céspedes. Foto: Archivo de Ignacio Fernández Díaz.

Familiares y amigos sacan el ataúd en el cementerio de Santa Ifigenia. Una corneta toca silencio. Eel licenciado Antonio Bravo Correoso despide el duelo con un sentido discurso. También hablan el coronel Federico Pérez Carbó y el dominicano Federico Henríquez y Carvajal, amigo de Martí.

“Emilio Bacardí era idolatrado y venerado cual reliquia viviente. Fue bajado al sepulcro entre una lluvia de lágrimas y flores”, escribe el intelectual Max Henríquez Ureña.

Lo deslizan en la bóveda familiar. “Una tumba humilde hasta la extrañeza”, se asombra Fernando Portuondo. Sobre la lápida quedan copiosas coronas de bizcuit y ramilletes de perfumadas flores. Tres descargas de fusilería resuenan en el aire y las notas de una marcha fúnebre dan por concluido el entierro.

Patriota que sufrió dos veces la prisión de Chafarinas, alcalde precursor, senador de la República, mecenas prominente, escritor, industrial exitoso; todo ello fue Emilio Bacardí. Se trata, sin dudas, de una de las figuras más distinguidas del período finisecular e inicios de la etapa republicana en Cuba, cuya impronta le asegura la admiración y el respeto de contemporáneos.

Incluso mereció el enaltecimiento de Fernando Ortiz. El sabio le dedicó una conmovedora crónica en la que sentencia: “Bacardí fue sapiente sin petulancia, erudito sin arideces, novelista sin espejismos, enérgico sin exhibiciones, libre pensador sin cautelas, constante sin tozudeces, paterno sin flaquezas, y cubano, siempre cubano… ¡Morir ahora, cuando en Cuba apenas si hay ya cubanos! ¡Qué desconsuelo! ¡Qué soledad!”

La pena trasciende ya 95 años. Recordar hoy a Emilio Bacardí Moreau, más que un cumplido rutinario, es un necesario acto de justicia. Aunque se le menciona, sobre todo en Santiago –donde conserva su nombre el magnífico museo que fundó con su esposa– aludir su apellido parece intimidante para algunos.

El legado de Bacardí es más que un museo, una calle, un mausoleo en Santa Ifigenia, una fecha en el almanaque. La grandeza su obra no merece ser doblegada por el peso del olvido.

Mausoleo de Emilio Bacardí en el Cementerio Santa Ifigenia, de Santiago de Cuba. Foto: Ignacio Fernández Díaz.
Mausoleo de Emilio Bacardí en el Cementerio Santa Ifigenia, de Santiago de Cuba. Foto: Ignacio Fernández Díaz.
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