El año en que mataron a Yarini

En 1910 pasó de todo.

Tumba de Alberto Yarini en el cementerio de Colón, La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.

Comadres queridas y dilectos compadres: hoy iniciamos estos cordiales encuentros. Como para la imaginación no existen imposibles, daremos un espectacular salto en el tiempo, hasta la Cuba de hace exactamente un siglo y diez años.

Partamos, pues, en este viaje de la fantasía, hasta el Año de Gracia 1910.

Entonces pasó… de todo.

Gobierna —o más bien desgobierna—  el general José Miguel Gómez, personaje que, a pesar de contar con una relevante trayectoria mambisa, al ejercer la alta magistratura fue dejando una infeliz memoria.

Muchos de los presidentes cubanos resultaron retratados por un apodo. Así, a Estrada Palma lo llamaron “El Bobo de la Punta”; a García Menocal, “El Mayoral de Chaparra”; a Grau San Martín, “El Divino Galimatías”. Pero fue Fulgencio Batista quien rompió el récord en cuanto a motes: “Beno”, “El Indio”, “El Hombre”, “El Mulato Lindo de Banes”…

José Miguel Gómez, quien ocupaba la presidencia en ese 1910 al cual nos hemos trasladado, también tuvo su sobrenombre. Por el saqueo descarado del erario lo llamaron “Tiburón”. Sí, era el relajo liberal, personificado en “La Chambelona”.

Por entonces, va a surcar los cielos el cometa Halley y voces alarmistas advierten que sus gases inflamables calcinarán a nuestro planeta. Ustedes saben muy bien cómo han sido los muchachos de la Universidad. Irrespetuosos. Irreverentes. Hasta con los gobiernos.

El cometa no se salvó del descaro protagonizado por aquellos traviesos. Se reunieron en el habanero Parque Central, acompañados de algunas canecas de ron Palmita, y con tres tablones bajo el agua —entiéndase: bastante achispados— le dedicaron una estruendosa trompetilla al astro.

En aquel año resulta especialmente castigada la comarca occidental de Cuba. Azota a aquella región un huracán recordista, el llamado “Ciclón de los Siete Días”. En la ciudad de Pinar del Río, en el antiguo cuartel de infantería, estallan treinta cajas de dinamita, con un saldo de cincuenta y nueve muertos y cientos de heridos.

Ah, pero no todo fue tétrico en aquellos días. En 1910 nacen, para la poesía cubana, cumbres como José Lezama Lima, Ángel Augier y Emilio Ballagas.  Además, el madrugueño José Urfé nos regala, con “El bombín de Barreto”, el primer danzón en tres partes.

 Corre sangre de duelistas

 Por un embrollo político, se baten en duelo irregular dos mambises congresistas: el general Sánchez Figueras y el coronel Moleón, en una viejohabanera esquina. Durante el encuentro, Figueras grita: “¡Yo sí que como plomo!”.  Resultado: Moleón muerto; Figueras gravemente herido.  En fin, que los dos contendientes, como en la clásica pieza musical cubana, sí comían candela.

Otro duelo famoso de 1910 fue protagonizado por Alberto Yarini, “El Gallo de San Isidro”.  (Todo un caso: “blanco bonito”, de una familia pudiente y profesional, político demagogo, valiente guapetón y proxeneta).  Su contendiente: un colega suyo, chulo francés.  ¿El móvil de los hechos? Pues la posesión de una primorosa prostituta francesa a quien llamaban “La Petite Bertha”.  Ambos acaban muertos y el hecho provoca que se desate una guerra sangrienta entre proxenetas franceses y cubanos.

Alberto Yarini (izq.) y su amigo Pepito Basterrechea. Foto: El Correo (vía Cubadebate).

Se recuerda otro duelo de ese año, pero con la particularidad de que nunca se realizó.  El periodista cardenense Emilio Bobadilla, quien firmaba como “Fray Candil”, por sus ácidas críticas fue llamado “el terrorista de la prensa”.

Entonces, no ha de extrañarnos que se pasase la vida contendiendo en lo que nombraban “el campo del honor”. Bobadilla era tan diestro con las armas blancas como con las de fuego. Es decir, tenía algo así como un cementerio particular.

Se hallaba Bobadilla en un bar habanero cuando fue retado por cierto joven, ansioso de notoriedad. Sí, de proclamar en cada esquina: “Yo tuve un duelo con Fray Candil”. El periodista lo miró con olímpico desprecio, para decirle: “Mire, gaznápiro, yo no me bato con usted. Suelo escoger a mis víctimas… ¡pero usted es muy poca cosa!”.

Mientras tan hilarante hecho acontecía, se estaba popularizando una canción de autor desconocido: “En Manzanillo se baila el son…”.

El Rey de San Isidro

 ¿Qué más sucedía en Cuba?

Se presencia el primer vuelo de aviación, protagonizado por un francés, quien termina magullado en una manigua, de donde lo rescata el atleta que llamaban “El Andarín Carvajal”.

La vida política no es precisamente una lección de moral, y el doctor Lanuza, congresista probo, cuando le dicen que hay quórum en la Cámara, grita: “¡Qué desgracia! ¡Con el daño que hace esa gente cuando se reúne!”.

¿Otros hechos recordables en la Cuba de hace ciento diez años? Ah, pues empieza a popularizarse el boxeo en el país y…  miren ustedes qué casualidad, en El Cerro nace Eligio Sardiñas, el “Kid Chocolate”, que iba a ceñirse la faja mundial en dos divisiones.

Hay corridas de toros en Luyanó.

Mientras, el músico y combatiente insurrecto Luis Casas Romero, autor de “El Mambí”, da a conocer las tres primeras piezas del género “criolla”, todas con nombre de mujer “Carmela”, “Hortensia” y “Dolores”.

Las páginas literarias destilan lo peor del modernismo doméstico. Cualquier poetastro convierte a su novia mulata del barrio Belén en “una rubia princesa persa de gloriosa estirpe” [sic].

La despedida

Comadres y compadres: hoy, desempolvando lo mismo papeles viejos que nuestras neuronas, recordamos los días en que se vio volar aquí el primer avión, los muchachos universitarios se burlaban del cometa Halley y era acribillado “El Gallo de San Isidro”.

Pronto nos veremos. Burlando las fronteras del tiempo, emprenderemos otro viaje hacia el ayer cubano.

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