Cuando Patricia le dio un balazo a su amante

Patricia Schmidt, bailarina conocida como Satira, mató a John Lester Mee en 1947.

Foto: The Toledo Gazette.

Hoy nos vamos hasta el Año del Señor 1947. ¿Qué pasaba entonces?

Gobierna Grau San Martín, un ser tan simpático como cínico. Aquel hombre cultísimo, cuando la prensa lo acosa, para sacarle el cuerpo al asunto comienza a farfullar incoherencias que nadie entiende. Por eso, los periodistas lo apodaron “El Divino Galimatías”.

Rita Longa crea el Grupo Familiar, conmovedor conjunto escultórico (Mamá Venada y sus críos) que vemos a la entrada del habanero zoológico de 26.

Isolina Carrillo compone, para todos los tiempos, Dos gardenias. Simultáneamente, el Conjunto Casino está interpretando Entre espumas, de Luis Marquetti. La Sonora Matancera graba El tíbiri-tábara, de Pablo Cairo.

Frank Sinatra visita La Habana.

Sale a las ondas hertzianas la emisora Radio Reloj, ofreciéndole al oyente noticias y la hora exacta, lo cual hace —más o menos—  hasta hoy.

Se crea el primer multicine en Cuba: la capitalina sala Rex-Dúplex.

Ya los muchachos de nuestro Oriente no tendrán que recurrir a La Habana. Se funda la Universidad de Santiago.

Alicia Alonso e Igor Youskevitch llevan al escenario la pieza Tema y variaciones.

Se da el espectacular asalto al Royal Bank of Canada, en La Habana.

Entretanto, sucede que…

Patricia le mete un tiro a su amor

A mí no me lo crean, pero dicen quienes la vieron que la simple presencia de ella era capaz de revolver hormonas masculinas. (Incluidas las de Amleto Batisti y Lora, uruguayo-italiano que era uno de los zares de la mafia en Cuba).

Pero ¿quién era ella?

Patricia Schmidt nació en Toledo, Ohio, Estados Unidos. Era la hija de un farmacéutico de la localidad, y aseguran que se graduó con laureles en la secundaria. Los condiscípulos recordaban sus ojos color almendra. (Hay otras versiones. Entre ellas la que afirma que nació en alguna de las islas del Caribe anglófono.  Se entiende: así son los personajes borrascosos y que obtienen fama).

La joven Patricia —bien dotada en más de un sentido—  aspiraba a más. Se fue a bailar en Chicago, como una joya “exótica”. De ahí vendría que después, en La Habana, fuese una bailarina “hawaiana”.

En Chicago conoce a John Lester Mee, abogado, poeta, exoficial de la Armada de Estados Unidos, eterno fracasado en sus proyectos… y sadomasoquista.

Ya se han convocado todos los ingredientes para la gran tragedia que tendría a La Habana como escenario.

Los hechos

Con 21 años, en 1946, parte la bailarina hacia Cuba, para mostrar su desempeño artístico en los cabarets de Playa, de Marianao y en el teatro Fausto. Se hospedaría en los hoteles Sevilla y Saratoga.

Poco después le sigue su amante, John Mee, a bordo de una enclenque cáscara de nuez que se mantiene a flote de milagro. Bautizó a la enclenque nave como Satira, el pseudónimo artístico bajo el cual Patricia bailaba.

Fondea la navecilla a pocos metros del Muelle de Luz.

En la embarcación se establece un volcánico intercambio, que parece eterno, con las aguas de la bahía habanera por testigos. Se murmuraba que la pareja salía a cubierta como Dios los trajo al mundo, y que también desnudos nadaban en la rada capitalina.

Ah, pero pronto la muchacha descubre que su amante es un hombre casado, y, para más afrenta, precisamente con una bailarina llamada Marilyn Drake.

¿El resultado? Pues que el 8 de abril de 1947 Patricia decide abandonar a su amante. Pero él le impide abandonar la nave y extiende el brazo para alcanzar una espada que la muchacha usaba en sus danzas.

Ella toma un arma calibre 22 que había en el barquichuelo y le descerraja un tiro en la nuca.

El herido falleció en el Hospital Angloamericano de El Vedado, tras una semana de agonía.

En el juicio, la bailarina alega haber actuado en defensa propia. Al público masculino se les salen los ojos de las órbitas cuando ella muestra, en su cuerpo lozano, los magullones y arañazos producidos —según dice— por las inclinaciones sádicas de su amante.

En medio de tan dramática atmósfera, tanto la prensa como la opinión pública cubanas se solidarizaron con la muchacha, a quien veían como la infeliz víctima de un desquiciado.

El caso no fue seguido solamente por los medios locales, sino que también tuvo reflejos en la prensa de Chicago, Miami y Los Ángeles. El tribunal recibió una carta de quien fuera maestra de Patricia en el cuarto grado, implorando clemencia.

Joseíto Fernández, en su superescuchado programa “La noticia del día”, dedica una guantanamera al asunto, rogando compasión por Patricia.

En Cuba, está de más decir que el público femenino estuvo de su lado. Pero hay más, los hombres también cerraron filas. A un pariente mío, un “macho” oriental combatiente clandestino, lo vieron derramar lágrimas por la muchacha. A él, ateo que no creía ni en la madre de los tomates, lo observaron cómo se hincaba, pidiendo al cielo que no fueran tan inmisericordes con la muchachita.

Entre los defensores estuvo el abogado Carlos M. Palma, “Palmita”, quien desde su oficina en la Manzana de Gómez —además de editar la revista farandulera Show— se preocupaba por ejercer la defensa de prostitutas maltratadas y gente afín al mundo del arte.

Severo, muy severo, fue el criterio de los jueces, quienes impusieron a Patricia una pena de 15 años de prisión.  No obstante, ella no iba a permanecer ese tiempo tras las rejas.

Como ya dijimos, regía entonces los destinos de Cuba el presidente Ramón Grau San Martín, entre cuyos lemas demagógicos se contaba aquello de “Las mujeres mandan”. De manera que la indultaron tras 17 meses de prisión, precisamente en las vísperas de que Grau abandonara el poder, mientras la bailarina jugaba con sus gatos en la cárcel de mujeres de Guanajanay.

Un cierre, con alguna duda

Tan pronto obtiene la libertad, Patricia vuela hacia los Estados Unidos, para reencontrarse con sus padres, quienes la habían visitado repetidamente en la celda.

A partir de entonces, su vida artística recibe un segundo aire, gracias a la alharaca formada en torno al caso criminal. Se dice que la mafia estuvo preparando una presentación macabra, en que Patricia bailase junto a la viuda de Mee.

Pero pronto se apagó su auge. Aunque a mí no me conste, según fuentes habitualmente bien informadas, bajo nombre cambiado se casó con un prominente político centroamericano.

No caben dudas de que, surgido en torno al hecho sangriento, Daniel Santos, El Inquieto Anacobero, nos legó —dedicado a ella—  un bolerón-tango para todos los tiempos:

Tras un viaje glorioso al paraíso 
quiso ella forjarse una ilusión. 
La tragedia sin piedad y sin permiso 

traicionando su momento de pasión 
puso un manto de color, era rojizo,

frente al hombre que era toda su obsesión…
Oh Patricia, oh mujer adolorida, 
tan costosa que fue tu ilusión, 
El destino vino a hacerte una sufrida 
Pero nunca, nunca pierdas el valor. 
Siempre acuérdate que un Dios hay en el cielo. 
Nunca pierdas ni la fe, ni la esperanza, 
No lo hiciste ni por odio ni venganza 
Defendiste bravamente tu debilidad y honor.

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