Eduardo Estévez Soto: Asceta

Eduardo Estévez Soto

Eduardo Estévez Soto / Foto: Alain L. Gutiérrez.

Confieso que antes de conocer personalmente a Eduardo imaginé que encontraría a un flaco con barba, peludo y con mucha paz interior. Así mismo fue. “Hace diez años decidí renunciar a muchas de las cosas comunes que llenan la vida de las personas: al dinero, a los bienes materiales, a vivir pendiente de los medios de comunicación…”, me dice con voz pausada. Vive en el patio de la casa de una amiga, en un minúsculo taller con paredes de madera y techo de tejas, donde hace cerámica para vivir. A primera vista parece tener pocas posesiones, un puñado de libros apilados en anaqueles, un saco de dormir y una laptop colocada en un rincón, donde almacena más libros en formato digital y algunos documentales con temas filosóficos y de meditación.

Según él, su filosofía de vida se inspira en el Tao, el Zen y la práctica del yoga. “La vida se me trababa. Quería hacer más y no podía, no encontraba un sentido o un camino para lograr mi bienestar. Conocía propuestas de muchas religiones pero que no resolvían mis inquietudes interiores. Decidí practicar yoga. Llegó por entonces a mis manos el Tao Te King, el libro escrito por Lao tsé, filósofo chino que se dice fue maestro de Confucio. Ese hecho cambió mi vida por completo aunque lo leí una vez y no lo he vuelto a hojear. Aprendí a no soñar. A no pensar en el mañana, a vivir solo el hoy. Pensar en el mañana solo hace que te desesperes, que vivas en estrés”.

Sin embargo haces piezas de cerámica que se venden. O sea, ¿piensas en el mañana, necesitas dinero?, le pregunto rápido. Sonríe. “No es tan así. Yo renuncié al trabajo remunerado, prefiero cambiar. El dinero que gano lo doy a cambio de comida o material para trabajar. Pero no pienso en mañana, estoy consciente de que este dinero me sirve para estar aquí, hoy, ahora, para desarrollar el hoy. El trabajo me da tranquilidad, paz interior”.

Viste un short color ladrillo manchado de pintura, es la ropa de trabajo. Le miro el cabello canoso, largo y anudado en moño. Está descalzo, la piel es tostada y está flaco pero no huesudo. Le comento que me recuerda a los santos hindúes y sonríe, parece gustarle la comparación. Nació en Guantánamo y hasta los seis años vivió en Nuevitas, luego le trajeron a La Habana.

Eduardo solo come vegetales y frutas. Se alimenta dos veces al día, un desayuno y otra comida sin hora fija. Parecería que con tan poco podría debilitarse. “Yo no me enfermo nunca”, me dice con picardía. Dedica a meditar una hora en la mañana y otra en la noche antes de dormir. Parece difícil llevar una vida así en una sociedad tan activa como la nuestra.

Pregunto entonces por la muerte. “La muerte es un paso para seguir a otro estado. Todos los días uno muere un poco. Cuando estás en armonía con el universo todo fluye, así que no vives la agonía de la muerte porque hace rato ya has dejado todo lo de este mundo y estás viviendo dentro de ti. Te das cuenta de que esa energía a la que llaman Dios está en todas partes, en el presente, y que tú eres parte de él, así que tú también eres Dios. Creo en la reencarnación pero preferiría no regresar a ese mundo”.

Eduardo Estévez Soto
Eduardo Estévez Soto / Foto: Alain L. Gutiérrez.
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