El despegue de la industria nacional del calzado (I)

Era una labor artesanal en la que intervenían pocos trabajadores. Por lo general se trataba de negocios familiares y, generalmente, fungían también como talabarterías. 

Stand de la fábrica de calzados de Antonio Cabrisas en la exposición de Palatino, donde obtuvo medalla de oro. Foto: Tomada de El Fígaro.

En La Habana de 1880, la mayor parte del calzado que se comercializaba procedía de Europa y Estados Unidos. Sin embargo, algunas zapaterías tenían su pequeño espacio en el mercado, muy depauperado por los daños causados a la economía por las guerras independentistas. 

Era una labor artesanal en la que intervenían pocos trabajadores. Por lo general se trataba de negocios familiares y, generalmente, fungían también como talabarterías. 

Existían desde mucho antes, porque José García de Arboleya, en su Manual de Historia de Cuba publicado en 1859, ya se refiere a los productores de calzado.

En la década de 1880 las zapaterías estaban dispersas en todos los barrios de la ciudad de La Habana. Al lado del famoso restaurante El Louvre, en San Rafael, se hallaba El Modelo, quizás la más conocida en la urbe. 

He encontrado referencias sobre El Hombre Libre, ubicada en la calle Luz No.39, entre Habana y Compostela; La Ampadurnesa, en Teniente Rey; La Flor Cubana, en Calle Luz; La Barcelonesa, en San Ignacio; La Prueba, en Industria; La Mahonesa, en Aguilar; La Parisiense, en Habana; La Flor de Sevilla, en Obrapía; El Brazo Fuerte, en Belascoaín; El gusto cubano, en Galiano, por solo mencionar algunas.

En Muralla, esquina a Aguacate, comenzó a funcionar una de estas pequeñas unidades productivas. En apenas unos años se convertiría en la Casa Incera, respetada en el mundo de los negocios. Según el Diario de la Marina, primero se nombró Las Merceditas y entre los fundadores estaba Lino Incera, tío de Alfredo y Flavio Incera Castillo, quienes desarrollarían el emprendimiento. 

Al principio funcionaba como almacén de talabartería y tenía un pequeño taller de calzado. Lino también tuvo un modesto taller de talabartería en la calle Virtudes.

En 1886 el número de zapaterías en La Habana había crecido hasta llegar a la cifra de 57, según investigaciones de la socióloga María Antonia Marqués Dolz. Por la lectura de anuncios publicitarios he podido identificar, en la década de 1890, en la categoría de fábricas de calzados, solamente a dos: La Prosperidad, situada en la calle Bernaza 58 y La Fe, en El Cerro.

Alfredo Incera Castillo, quien además de crear una sólida empresa familiar contribuyó al fomento de diversas sociedades mercantiles en Cuba. Foto: Publicada en La Montaña.

Los Incera

En un pequeño pueblo de Cantabria, España, denominado Cicero, nacieron los Incera Castillo. Ya he dicho que comenzaron con un pequeño negocio familiar. Centraré el artículo en reseñar la evolución de la empresa y su papel dinámico en la economía insular. 

Su caso fue similar al de cientos de sociedades mercantiles que formaron parte del tejido empresarial de Cuba en las actividades productivas o de los servicios hasta la intervención estatalista en la década de 1960.

Alfredo Incera Castillo sobresalió por sus dotes de organizador, capacidad de trabajo y visión para los negocios; fue, además, activo integrante de la Liga de Comerciantes, de la Asociación de Dependientes del Comercio de La Habana (era vocal en 1894), del Cuerpo de Bomberos y de la Sociedad de Beneficencia Montañesa, de la que llegaría a ser presidente. 

En 1905 lo eligieron Tesorero, por dos años, del Centro Nacional del Fomento Fabril e Industrial de Cuba.  Arribó a la capital cubana con apenas 13 años para trabajar con su tío Lino. 

Como casi todos los precursores de la industria del calzado aprendió el oficio con las mangas encima de los codos y en largas y extenuantes jornadas laborales desde la más temprana juventud.

En 1889 ya actuaba como A. Incera y Co. El 15 de marzo de 1901 Alfredo fundó una sociedad mercantil denominada Incera y Co., donde fungiría como gerente junto a Lázaro Incera. Existían entonces en la capital cubana siete fábricas de calzado.

A partir del primero de enero de 1905 la empresa fue reformada y quedó como único gerente Alfredo Incera Castillo; en calidad de socios colectivos estaban Flavio Incera Castillo y Juan M. Rueda Riva. 

En 1908 volvió a transformarse, al sumarse como socio gerente Guillermo Stincel Montiel, quien aportó fincas urbanas, de lo que puede inferirse que buscaban espacios para ampliar el negocio.

La asociación con Guillermo Stincer Montiel duró poco; fue disuelta el 26 de febrero de 1910. La razón social volvió a estar sólo bajo el nombre de Alfredo Incera, quien  otorgó un poder especial a Macario Rodríguez para que participara en la empresa, y a Guillermo reintegró las propiedades aportadas. 

En la década de 1910 parece ser que el emprendimiento pasó por cambios, porque operaba bajo los nombres de Flavio Incera y Co y A. Incera; ambas eran importadoras de talabartería y fabricantes de calzado.

La Casa Incera se posicionó entre los fabricantes de calzado y distribuidores de productos de talabartería más conocidos en Cuba. Foto: Publicidad divulgada en la revista La Montaña.

La Compañía Curtidora Cubana

Para el desarrollo de la industria del calzado fue muy beneficioso el fomento de curtidoras, por eso algunos empresarios como Alfredo Incera se involucraron en crearlas o contribuyeron en calidad de accionistas. 

El 21 de julio de 1911 Alfredo Incera instauró la Compañía Curtidora Cubana S. A., junto a otros inversionistas, entre ellos Antonio Cabrisas (hijo) también fabricante de zapatos. 

Esta sociedad mercantil, con capital de $150 mil en oro español, se dedicaría a la compra y venta de cueros y su curtición; además de a la fabricación de correas de transmisión. La empresa adquirió la fábrica de curtidos El Fomento, de Pujol y Compañía, de Cárdenas, y el depósito y fábrica de correas de transmisión que poseía esa empresa en La Habana, situada en calzada del Príncipe Alfonso número 106. Amadeo Pujol seguiría aportando su experiencia al frente de la parte industrial del negocio.

A principios de 1913, con la modernización de la fábrica de Cárdenas, la producción de piezas de piel curtida ascendía a 3 mil piezas mensuales. 

En la ciudad de Matanzas también inauguraron otra industria en 1919, cuyo capital autorizado era de $1 200 mil, con similar objetivo. La marca que comercializaban se denominaba Cromo, “de clase, resistente y suave”, de acuerdo con un anuncio publicitario aparecido en el Diario de La Marina; las suelas que elaboraban eran empleadas para confeccionar el calzado que usaba el Ejército.  

La investigadora María Antonia Marqués Dolz refiere que su producción estaba dirigida al mercado nacional y agrega quelas ubicadas en Cienfuegos, Santa Clara, Camagüey y Santiago de Cuba por la firma neoyorkina Schmoll Fils Cº, establecida en La Habana desde 1914, colocaban una parte de sus productos en el mercado mundial.”

En varias ciudades se instalaron fábricas de curtidos, entre ellas la franco-cubana, situada en la ciudad de Santa Clara. Estas empresas contribuyeron al desarrollo de la industria del calzado, garantizaron la materia prima y abarataron sus costos. Foto: Archivo del autor.

Expansión de los negocios

En septiembre de 1915 la Casa Incera anunciaba que había inaugurado un departamento para vender al detalle, a iguales precios que al por mayor, capas de agua, maletas, monturas, polainas, entre otros productos.

Además de zapatos, el negocio, que seguía en Muralla y Aguacate, vendía pieles, suelas, lonas y herramientas a los zapateros y talabarteros. 

En 1915 había una peletería llamada La Casa Azul en la ciudad de Ciego de Ávila. Era propiedad de Flavio Incera; lamentablemente la prensa no precisa el segundo apellido, tema pendiente para conocer los vínculos de los Incera con la antigua provincia de Camagüey, a la que pertenecía el municipio avileño, ya que hay más de una evidencia que demuestra que sí los hubo, como el hecho de que Alfredo presidiera por sustitución a la poderosa Compañía Camagüey Industrial, en 1917, y fuera uno de los accionistas y gestores de esta sociedad mercantil. 

En el mes de abril de 1917 creó junto a otros socios la Compañía industrial Neptuno S.A. que se dedicaría a la fabricación de capas de agua, sombrillas y artículos derivados de la goma y el celuloide. El capital de la nueva empresa fue de $ 200 mil pesos.

El 25 de febrero de 1918, ante el notario Conrado Ascanio, se constituía una sociedad mercantil, regular colectiva, denominada Incera y Ca.  Tendría como socios gerentes a los hermanos Alfredo y Flavio Incera Castillo, a Marcario Rodríguez Rodríguez y Enrique Bonavia Zornoza.

Uno de los anuncios publicitarios que promocionaba la marca Incera resaltaba que duraban de “uno a dos años, tanto en botines como en borceguíes de distintas formas y colores” y retaba al cliente: “Compre un par, y si no le dura el doble de cualquiera [sic] otro similar, le devolveremos el dinero”. 

Los zapatos producidos por esta empresa los tenían, en 1918, “todos los establecimientos importantes del interior y algunos de La Habana y los despachamos también en nuestro Departamento al detalle”, según se lee en el anuncio mencionado. 

Resulta curioso el movimiento continuo en las desintegraciones y nuevas conformaciones de la empresa. En 1920 el negocio mantenía el nombre, y a los hermanos Incera y Marcario Rodríguez Rodríguez en la gerencia, a la cual se incorporaba Inocencio Cerro Veci.

Ya habían comenzado los preparativos para la zafra de 1925. La Casa Incera intentaba adelantarse a las decenas de fábricas que producían zapatos en Cuba. Anunciaba así su oferta a los comerciantes en el Diario de la Marina:

“Con el fin de estar preparados para servir pedidos al recibo de la orden durante la próxima zafra hemos puesto en confección diez mil docenas de zapatos clavados para trabajadores del campo.

Una gran parte es de la tan solicitada, por su gran crédito, marca Incera y el resto de la marca Hércules, clase segunda, precio muy reducido, de acuerdo con el pequeño jornal que gana el bracero.

En cantidades de doce docenas en adelante haremos precio especial y fuera de toda competencia.”

En enero de 1925, por vencimiento del contrato social, fue desintegrada la compañía y conformada una con el nombre de Incera y Ca.

S. en C. tendría a Marcario Rodríguez Rodríguez, Flabio Incera Castillo, Inocencio Cerro Veci y Alfredo Incera Navas como gerentes; y como comanditarios a Alfredo Incera Castillo, Enrique Bonavia Fornoza y Luis Incera Naveda.

Podemos observar que a la dirección de la empresa continuaban incorporándose integrantes de la familia Incera. En ese momento, además de los almacenes de talabartería, situados en las calles Muralla 83 y Aguacate 128 120, poseían la fábrica de calzado sita en la Calzada de Palatino número 7.

En enero de 1926, era disuelta la Compañía y se constituía una razón social mercantil en comandita bajo el nombre de Gómez, Incera y Ca.  Alfredo Incera Navas y Gustavo Gómez Baragnes serían gerentes, Alfredo Incera Castillo comanditario y como socio industrial Manuel García Curbeira. Continuaría los negocios de lícitos comercios, entre ellos el giro de Tostadero de Café, que ya venía desarrollando la empresa anterior, ubicado en la calle Primelles 4, del Cerro. 

En 1927 Alfredo Incera Castillo formaba parte de la directiva de la Asociación Nacional de Industriales, encabezada por el magnate de la industria cervecera Julio Blanco Herrera. 

Julio Blanco Herrera fue presidente de la Asociación Nacional de Industriales, grupo de presión que influyó en la adopción de medidas beneficiaron al empresariado cubano. Foto: Archivo del autor.

Alfredo continuaría por muchos años “contribuyendo no poco, con sus energías, al desenvolvimiento de la riqueza del país”, como resaltó el Diario de la Marina. Su negocio principal, la Casa Incera, fue mantenido por sus hijos, aunque él, ya entonces con más de 60 años, siguió activo en otras sociedades mercantiles. 

Viajaba con frecuencia a su pueblo natal, donde hizo un donativo para la construcción de una escuela y fue el mayor contribuyente para la construcción de un parque al que, en agradecimiento, el Ayuntamiento denominó con su nombre, además de declarar al empresario Hijo Predilecto de Cicero.

Los precursores exponen en Palatino

En el período 1906-1907, por concepto de importaciones de calzado, en el país se invirtieron 4 millones de pesos. 

Era evidente que el mercado iba recuperándose y también que había un entorno favorable para desarrollar la industria, a pesar de la competencia con los proveedores extranjeros, pues la ganadería y el curtido de pieles estaban en franco crecimiento y con ello la posibilidad de adquirir materia prima más barata. Además, la introducción de adelantos tecnológicos, como motores para la producción, aumentaba el rendimiento fabril. 

La Exposición Industrial, Agrícola y de Labores de la Mujer, inaugurada el 26 de febrero de 1909 en el parque Palatino, centro de diversiones ubicado en El Cerro, La Habana, premió a los más relevantes productores de calzado. 

La exposición de Palatino, en 1909, contribuyó a la promoción de las industrias del calzado. Foto: Publicada en la revista El Fígaro.

El evento, clausurado con la presencia del presidente de la República José Miguel Gómez, distinguió en calzado mecánico a Antonio Cabrisas con el Gran Premio; Soler y Bulnes y Ricardo S. Guttman recibieron medalla de oro; las empresas de José Sánchez, Domingo Blanco y Amadeo Villa, en calzado en obra prima a mano, ganaron medalla de oro y José Freyre la medalla de plata. A Incera y Ca., en la categoría de zapatos de vaqueta, le otorgaron medalla de oro. 

Entre estos nombres encontramos a connotados empresarios en la historia de la industria nacional del calzado cubano como Amadeo Villa, con su marca Amadeo, cuya fábrica sería la segunda mayor del país, y a Paulino Bulnes Gonzalo, con la marca Bulnes. Ellos contribuyeron al despegue de una rama productiva que trascendería las fronteras insulares; así lo ilustraremos en el segundo trabajo de esta serie.

 


Fuentes consultadas: 

María Antonia Marqués Dolz: Las industrias menores: empresarios y empresas en Cuba (1880-1920), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006. 

Eduardo Anillo Rodríguez: Cuatro siglos de vida desde Pedro Barba hasta Varona Suárez, Imprenta Avisador Comercial , La Habana, 1919.

Federico Caine: Directorio hispano-americano. Indicador habanero, Impresores Rodríguez, Pulido y Ca., La Habana, 1880.

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