El último estadounidense de Herradura City

Foto: Eudardo Gonzàlez

Foto: Eudardo Gonzàlez

Nadie sabrá por qué lloraba el último norteamericano de Herradura City, el viejo Theodore Charles Scott Holton. La noche antes de morir, cuando su hija le trajo helado, el viejo parecía triste. Quizás pensaba en sus padres o su hijito Teddy, enterrados en tierra caribeña. Quizás también pensaba en los cines que poseyó o en la suerte de su finca Montevista, de verde vegetación cubana.

Tal vez Theodore solo buscaba en su memoria el instante preciso en que quedó como el último sobreviviente del intento colonizador de decenas de estadounidenses que vinieron a Pinar del Río, a principios del siglo XX.

Más de 100 años después de la fundación de Herradura City, caminando por la calle principal, a la izquierda, se reconoce la iglesia metodista, con su tejado y ventanas de cristal, uno de los pocos sitios anacrónicos visibles. Por doquier hay edificios, casas de mampostería y una moderna torre de trasmisión, pero exiguos rastros de chalets antiguos.

Foto: Eduardo Gonzàlez
Foto: Eduardo Gonzàlez

Casi nada queda de aquellos estadounidenses, a no ser algunas fachadas semidestruidas, la sangre mestiza de los Scott o lo que dejan detrás los pueblos perdidos en el olvido: huesos en el cementerio.

Rosa Scott, la hija del americano, vive en el segundo piso de un edificio de dos plantas. Es una señora regordeta, mayor de 70 años, a quien conozco por conversaciones telefónicas. Con su trato afable y la excelente memoria, me ayudará a reconstruir la vida pasada de un asentamiento y de su familia.

El nacimiento de un pueblo “americano”

Un día sin precisar en la primera década del siglo XX, los norteamericanos Leon Charles Scott y Rosa Holton Scott llegaron a Pinar del Río persiguiendo las bondades del clima. Con ellos venían sus hijos Harold, Vivian, Leona y el pequeño Theodore, nacido en Lakota, Condado de Nelson, estado de Dakota del Norte, el 27 de diciembre de 1903. Para viajar, Leon vendió la mitad de una tienda de la cual era propietario.

Herradura City 04Rosa y Leon formaban parte de los emigrantes de aquel país que se asentaron por estos lares buscando la prosperidad ofrecida por The Herradura Land Company of Cuba, que inició sus operaciones el 14 de octubre de 1904. Antes se registraron otros intentos similares de colonización en la Isla, como La Gloria City, en Camagüey u otros pueblos en el norte de Oriente y la Isla de Pinos. Herradura City surgió el 28 de diciembre de 1905, a corta distancia más al sur de la fundación original del caserío colonial.

Los recién llegados pretendieron fundar una ciudad al puro estilo estadounidense, con sus más raigales costumbres. Incluso, se pensó en colocar los nombres de los fundadores o de sitios reconocidos de su país a las calles rectas y anchas del prometedor caserío.

Junto a los norteamericanos vinieron chinos, ingleses, canadienses y alemanes y el sitio se convirtió también en una empresa de compra y reventa de tierras. El cementerio fue construido en 1906 e inicialmente no se aceptaban cubanos en su interior.

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Los norteños trajeron sus costumbres y los cubanos se encargaron, mayormente, de los servicios. Adquirieron parcelas que, con tiempo y trabajo, se convirtieron en fincas prósperas. Según el historiador Rolando González Cabrera, los cultivos se extendían entre 15 a 20 acres e incluían frutales y cítricos, berenjenas, remolachas, pimientos, tomates, zanahorias, a pastizales para el ganado vacuno y silos verticales para el heno. Hasta la década de 1920, los productos de la zona eran muy demandados en Estados Unidos y el ferrocarril era el centro del trasiego de mercancías.

“Las casas después de 1914 se volvieron lujosas, rodeadas de jardines, las residencias delimitaban el área con cercas de tablas de madera puntiagudas, colores claros y puerta de entrada con flores tropicales”, añade el investigador en su libro Herradura City.

Construcciones al estilo norteño como el Royal Palm Hotel y el chalet American Society, fueron centros de la vida social y las festividades-como las del 4 de Julio-, reproductoras de los hábitos del país de origen. Con los años llegó la electricidad y los modernos autos Ford.

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Por aquella ciudad próspera se paseaba Leon Scott, uno de los triunfantes viajeros que llegaran buscando la fortuna. El devenir de su vida individual en suelo cubano era la concreción del éxito, al menos temporal, del proyecto colonizador. De sus manos nació la finca Montevista, con sus extensos naranjales.. Llegada la hora oportuna, Theodore viajó a su país natal, donde vivió parte de la década del 20. Allí cursó la enseñanza media, además de la Universidad en Virginia, donde se graduó de ingeniero.

Mientras el joven estudiaba, sin sospecharlo, para 1920 comenzaba la decadencia de la ciudad. El portentoso hotel se fue destruyendo lentamente y varios incendios afectaron el pueblo, como del chalet de la Herradura Land.

González Cabrera señala los factores para entender el declive. Por esos tiempos se marcharon varias familias y disminuyeron los visitantes. Muchas de las tierras no eran tan fértiles para los frutales y avanzaba la salinización. La compañía arrendataria varió estrategias sobre el fomento de la emigración estadounidense y los productores en territorio norteamericano comenzaron a dominar la venta de frutas, en detrimento de los colonos de ultramar.

El Crack del 29 fue otro golpe definitivo. Para la década de 1940 “los perdedores se habían marchado de Herradura, solo quedaban los triunfadores como Mr.Gerse y aquellos que como Theodore Scott se habían acogido al agradable ambiente de aquel lugar, al que llegó siendo aún muy pequeño”.

Historia de un sobreviviente

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Afectado de la vista y anciano, Theodore vivió sus días finales en casa de Rosa, escuchando emisoras estadounidenses y leyendo las revistas traídas por la hermana Vivian en las visitas a Cuba. En sus años mozos, podría recordar, proyectaba películas en las noches, las cuales traía a Herradura desde La Habana.

Entonces, era el dueño de tierras extensas, dedicadas al cultivo de cítricos y gestionadas por sus padres Leon y Rosa. El joven vestía siempre de traje y corbata, pantalón elevado a la cintura, ceñido por un cinto. Alto, de elegante figura, era un hombre perseguido por las mujeres. Más que agricultor, como sus progenitores, fue un empresario.

Tras la muerte de su primer descendiente, Teddy, y la ruptura con la estadounidense Margaret, se casó con la pinareña Hilda Rodríguez, matrimonio del cual nacieron tres hijos, quienes quedaron en la finca de los abuelos, a pesar de otra separación conyugal. Con los niños de sangre cubana y norteamericana, quedaba marcada para siempre la huella de los colonos en este rincón de la Isla. Corriendo y cazando entre los extensos naranjales, los pequeños Scott crecieron como cubanos, pero con la educación al estilo estadounidense, que se encargó de brindarle la abuela Rosa.

Tal vez los estudios, el mundo recorrido y el carácter emprendedor de sus progenitores, forjaron la capacidad de salir adelante de Theodore. A pesar del fracaso de Herradura City, la hacienda Montevista mantuvo sus buenos dividendos. El norteño compraba las producciones de los demás, las vendía primero, y después, con la escasez, daba salida a las suyas. Con un camión distribuía las naranjas en los hospitales y otros centros de Pinar del Río.

Por esos tiempos, abrió varias salas de proyección y convirtió el almacén de la Herradura Land, en el cine del pueblo. Con los años, el americano se quedaba solo en Herradura, porque los pocos que permanecieron en el ocaso de la colonia, fueron muriendo. A pesar de los contratiempos, él subsistió. Además de sus hijos mayores que dejaron la finca, tuvo otros siete hijos, con dos mujeres distintas.

Avanzado en edad, sus ojos azules perdían la visión, cuando la hija Rosa lo llevó a vivir consigo y los nietos. Tras las nacionalizaciones ya no fue propietario de los cines ni de Montevista. Un día enfermó y requirió ingresar. Los hijos lo cuidaron en el hospital, donde exigió siempre no comer encima de la cama, sino sentado a la mesa, como aprendió desde su infancia.

La noche del 16 de octubre de 1979, con su muerte, dejó de existir el último de su clase, pero quedaron sus descendientes, prueba histórica de la huella estadounidense en suelo cubano.

La tumba  de Theodore 

Foto: Eduardo Gonzàlez
Foto: Eduardo Gonzàlez

Al entrar al cementerio de Herradura City, Rosa dobla a la izquierda y señala un grupo de monolitos y cruces erguidas directamente sobre la superficie desnuda: “Estas son las tumbas de los americanos, que se enterraban en la tierra”.

La descendiente se toma su guía con seriedad. Se acerca a cada sitio y lee: Francis L.Wellwood, muerto en 1935; Josephine H.Johnson, fallecida en 1930…Detrás se observan parcelas delimitadas por un delgado muro de cemento, a ras de suelo, dentro de las cuales se elevan, no muy grandes, indicativos de tumbas como la del pionero fundador Charles W.Samis.

-Aquí estaban mis abuelos y mi hermanito, pero con el tiempo se perdió todo- señala Rosa mirando el resto de los enterramientos dispersos-Vamos -me dice – Él no está aquí, sino al otro lado, en la parte derecha, y no en el suelo.

Parados ante la lápida, Rosa y su hija Neyda, permanecen unos segundos en silencio. De la tumba en suelo cubano, a miles de kilómetros de Dakota del Norte, brotan unas flores inexplicables, sin agua o tierra, como salidas del abono del emigrante que va a otros suelos para trazar nuevos caminos.

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Hay escasos rastros de lo que fuera una próspera colonia en Cuba, pero los pueblos-dicen algunas teorías-, poseen una suerte de herencia histórica, como un mapa genético que determina su carácter colectivo posterior. Evidencia o no, el asentamiento actual pose la fama de ser un “pueblo de dinero”, de gente emprendedora; herencia posible, quién sabe, del tronco estadounidense que se fundió con los lugareños y otros emigrantes, ante la decadencia de la colonia.

La religión metodista y su iglesia sobrevivieron a la partida de sus fieles genésicos y se adaptaron a los criollos cubanos. La institución suele repletarse de personas que comparten la fe y a ratos, visitantes norteños vienen al pueblo y realizan donaciones.

En sentido contrario, los habitantes de este lugar emigran ahora buscando la fortuna hacia suelo americano, de donde vinieron los colonos allá por los primeros años del siglo XX. Las itinerarios se invierten, los destinos se trocan y quizás, en alguna parte de los Estados Unidos, se funde un día una comunidad que se llame, en perfecto español, Ciudad de Herradura.

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