Finlay, un Nobel que debió ser

Mucho se les debe a los grandes hombres de ciencia, a veces hasta el reconocimiento. Afortunadamente, a Carlos Juan Finlay se le suele relacionar con el mosquito Aedes aegypti, y el descubrimiento de su rol como agente transportador de una peligrosa enfermedad viral, la fiebre amarilla. Pero aún existen cubanos “despistados” que en las encuestas reconocen el apellido famoso por nombrar instituciones y bibliotecas, sin saber discernir si se trata de un célebre compositor, escritor o bailarín.

Este 2015 se cumplió el siglo de la muerte del gran científico. La Habana, ciudad donde ejerció mayormente su oficio e investigaciones, lo vio partir en una típica casona del Vedado, en la calle G entre 17 y 19. Por alguna singular casualidad (¿o no?) actualmente el edificio acoge una de las sedes capitalinas de la Alianza Francesa, institución representativa de un idioma y cultura que Finlay conoció bien, debido a sus largas estancias en el país europeo durante su juventud. Esa sede de la Alianza lleva su nombre y una placa conmemorativa dedicada al ilustre epidemiólogo.

Sede de la Alianza Francesa en la calle G, de La Habana. Foto: Panoramio
Sede de la Alianza Francesa en la calle G, de La Habana.

Con respecto a la fecha de la muerte de Finlay existe un poco más de polémica. Las biografías oficiales señalan el 19 de agosto de 1915 como el momento de su fallecimiento. Sin embargo, Orfilio Peláez, periodista científico y coguionista del documental El Nobel que no pudo ser, aclara que los datos encontrados en la prensa de la época son irrefutables: “Durante la investigación, encontramos el certificado de defunción diciendo que fue el día 20 de agosto. Los periódicos de ese mismo día refieren que hoy falleció…”

La proyección del mencionado filme ocurrió como parte de un programa que el Ministerio de Salud Pública organiza para honrar la obra del científico, en el aniversario 100 de su muerte. El Nobel que no pudo ser posee un guión compartido por dos periodistas, Alberto Núñez y Orfilio Peláez, mientras Silvia Diéguez, de la casa productora Mundo Latino, fue la realizadora. El trabajo integra una serie de documentales biográficos basados en figuras como José Antonio Echeverría, Ramón Fonst o Camilo Cienfuegos, entre otros.

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Epidemiólogo universal, oftalmólogo también

Según los creadores del documental, Finlay estuvo nominado al Premio Nobel en siete años distintos, y en ninguno alcanzó el galardón. El historiador Pedro Pruna, en su libro Historia de la Ciencia y la Tecnología en Cuba, supone par de causas posibles para el premio que nunca llegó. Primeramente, en aquella época, solo científicos europeos parecían ser los que podían subir al estrado. La segunda hipótesis se relaciona con una confusión (que aún se evidencia en algunas publicaciones) sobre el papel del norteamericano Walter Reed en el descubrimiento de la causa de la fiebre amarilla.

El mérito de Finlay comienza incluso antes de su revelación del mosquito como agente transmisor de la enfermedad. En 1881, expuso ante la Conferencia Sanitaria Internacional de Washington una teoría epidemiológica revolucionaria: la transmisión de la fiebre amarilla no podía estar relacionada con el contagio directo entre personas ni con la influencia de ningún agente ambiental, siendo estas las únicas dos formas de propagación conocidas en la época. Por decantación, introdujo el concepto de un agente intermediario independiente: era la primera vez que se valoraba la forma de contagio de una epidemia a través de un portador no humano.

Según Pruna, estudioso que además fue entrevistado en el documental de Mundo Latino, esta fue la verdadera “teoría finlaísta, el gran paso que dio el científico en el terreno de la teoría epidemiológica”.

Más tarde en ese mismo 1881, Finlay llegó a la Academia de Ciencias con un avance en su hipótesis: ese agente intermedio debía ser un mosquito, probablemente la especie que hoy se conoce como Aedes aegypti. Como un Galileo a finales del siglo XIX, el epidemiólogo se encontró con fuertes detractores, sobre todo aquellos que eran partidarios de alguna de las dos formas de contagio conocidas hasta este momento.

Aún así, la Comisión de médicos militares enviada a Cuba por el Cirujano General del Ejército de Estados Unidos para evaluar la situación epidemiológica del país decidió hacerle una visita al doctor Finlay, cuando no encontró en una bacteria (bacilo de Sanarelli) la respuesta certera al problema de la fiebre amarilla.

En su propia casa, el doctor no solo les presentó sus notas y teorías a la Comisión encabezada por Walter Reed, sino también les dio huevos del mosquito. Los posteriores experimentos derivados de la bondad de Finlay provocaron que muchos le atribuyeran el mérito a Reed y sus colaboradores, quienes convenientemente alegaron que “se habían basado en la teoría de Finlay, pero que este nunca llegó a comprobarla”.

No obstante, el cubano sí dedicó muchos años a comprobar que el mosquito era hospedero intermediario en la transmisión de a fiebre amarilla, por lo cual está considerado por la UNESCO entre los seis grandes microbiólogos de la historia universal. Ronald Ross, quien recibió el Premio Nobel en 1903 por sus estudios sobre la malaria, fue el primero en proponer a Finlay para ese galardón en 1905.

Una de los aspectos más curiosos de esta historia, es que el médico Carlos Juan Finlay practicó como oftalmólogo, tradición que siguiera por su padre. Los estudios de Medicina los realizó mayormente en el Jefferson Medical College, en Filadelfia, Estados Unidos.

Finlay

Insólitas facetas del científico

Para las escenas dramatizadas del documental El Nobel que no pudo ser, un actor se metió en la piel del personaje de Finlay, aún sin existir diálogo alguno en el guión. No existen abundantes retratos de época como para señalar un especial parecido de Carlos Santamaría con el científico, más allá de las entradas prominentes y la barba. No obstante, Finlay y su alter ego tienen varias cosas en común, incluso la tartamudez.

“Yo siento que sé cómo él se sentía cuando tuvo que hacer la primera presentación para ingresar en la Academia (de Ciencias). Él tartamudeó. Seguro eso fue una de las razones para que no lo aceptaran en ese momento.” Santamaría piensa que el hecho de sobreponerse a un problema como ese pudo ser un importante punto en común que le sirvió para caracterizar a tan singular personaje.

Además, aunque haya tenido experiencias en el mundo de la actuación, Carlos Santamaría también es médico. Admira y comparte el interés de Finlay por los detalles, por querer hacerle entender a la gente sus descubrimientos, sus ansias de ayudar. Tocar el mismo microscopio con el cual trabajó el epidemiólogo fue una oportunidad que realmente impresionó a este enfermero, que luego se graduó de Medicina y estudió un técnico medio de Meteorología. Quizá por eso dice con seguridad que Finlay compartió partidas de ajedrez y amistad con el padre Benito Viñas, considerado padre de la ciclonología tropical.

Para Orfilio Peláez, periodista con vasta experiencia en el abordaje de temas científicos y coguionista del documental, una de las cosas más insólitas que descubrió del doctor es que fue un genial ajedrecista. “Si hubieran sido otros tiempos, hubiera obtenido un grado de Maestro FIDE. Llegó a vencer al campeón de los Estados Unidos en una partida de exhibición.” Además, también Finlay también practicó otro deporte, la esgrima.

Peláez y la realizadora Silvia Diéguez Ruiz, quienes están casados, han investigado para varios proyectos sobre la vida de cubanos memorables, y aún trabajan ideas para el futuro. Una de ellas se basa en la faceta científica de Félix Varela, quien poseyó patentes de invención como la de un carruaje que no sonara, para así evitar ruidos molestos para los pacientes en hospitales. Además, el reconocido filósofo y pedagogo fue el que introdujo la enseñanza de la física experimental en laboratorios en las escuelas, asegura Peláez.

“En esta pequeña Isla hay una gran tradición de hombres de ciencia. Tenemos a Finlay, pero también tenemos a un gigante como fue Felipe Poey, a un Álvaro Reynoso con aportes todavía vigentes en el tema del cultivo de la caña y la industria azucarera, a Andrés Poey Aguirre, fundador de la meteorología científica.”

Los médicos cubanos celebran el 3 de diciembre, recordando el nacimiento de un doctor que no solo cambió la vida de personas en su consulta, sino que tuvo un impacto mundial a partir de su entrega a la ciencia. Por demás, instauró un Código Sanitario en Cuba, y fue de los primeros en lograr eso en toda América.

No es extraño conocer a un cubano cualquiera que reconozca a Bill Gates como el creador de Microsoft o que asocie a Newton con la caída de una manzana, y descubrir que sin embargo no sabe explicar las razones por las cuales Carlos Juan Finlay Barrés es uno de los cubanos más universales.

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